A los 25 años de la pérdida de Juan Benet.
“Y aquel singular Yosen, recluido también en otra estancia para estudiar noche y día la cartografía de la comarca”.
Juan Benet, El aire de un crimen.
“Por eso construye y dibuja Región, donde la sociedad moderna se torna comunidad premoderna en el extrarradio de los pueblos”.
Nora Catelli, Juan Benet. Guerra y Literatura.
El 28 de septiembre pasado, en el programa Historia de nuestro cine, se proyectaba El aire de un crimen. Película realizada por Antonio Isasi Isasmendi en 1988, ocho años después de que la citada novela fuera Finalista del Premio Planeta. Adaptación cinematográfica que no es sino un trasunto volcado del libro con alguna fidelidad y con algunas otras omisiones, imposibles de sustanciar, probablemente en la pantalla. Una novela menor la de El aire de un crimen, que quiso ser vista por ello, como la bajada de Juan Benet desde el Monte Sinaí de una creación precedente, cuajada de dificultades aristadas y de esfuerzos numerosos de lectura, hasta un altiplano acomodado, de menor enjundia, como solía ocurrir por otra parte con otros textos premiados por la editorial barcelonesa. Aunque no todo fuera como pareciera de entrada. Ni Benet atemperó su mundo narrativo a las cotas exigibles a la escritura previsible de un Gran Premio, ni una segunda lectura pospuesta de El aire de un crimen puede permitirnos afirmar ese fácil parentesco de novela premiada y de bajada del monte Sinaí.
No sólo era eso, sino que la novela, que fuera vista como el guiño realizado por Benet al gran público y como una cierta concesión a las reglas habituales del mercado literario, fue llevada al cine de forma excepcional, dadas las dificultades de traspasar la frontera representativa de ese hermético mundo literario benetiano, que él mismo en alguna ocasión denominó como “sombras, solo sombras”. Esas fueron, por otra parte, las palabras de presentación de Fernando Méndez Leite en el programa de televisión citado, quien vino a subrayar no sólo el acusado hermetismo literario de Juan Benet, sino la irrepresentabilidad de su mundo narrativo. Una irrepresentabilidad fruto de sus argumentos escurridizos, con divagaciones difíciles de sujetos narrativos brumosos, y con un tratamiento escueto de los escasos protagonistas existentes y de una voz narrativa dada al monologo descriptivo y reflexivo, que suele viajar, ahora sí, al Monte Sinaí. Y ese carácter oscilante en los propósitos de su escritura, hacen “que Benet no sea siempre el mismo escritor y su obra no componga una totalidad” a juicio de Nora Catelli. Quien aún prolonga la afirmación de que “sus variadas prosas – o al menos sus sueños de alcanzar varias prosas- eran instrumentos para el pensar”.
Aunque todo ello deba de afirmarse de alguien que, a juicio de la citada Nora Catelli, en su libro central Juan Benet. Guerra y Literatura (2015), inauguró lo que llama como ‘gesto plástico’ en las letras españolas. Un ‘gesto plástico’ de lo ensayístico y de lo literario, agregable, por demás, a su mundo pictórico propio de collages, marinas y pinturas de guerra. Gesto que, prosigue Catelli, “está fuertemente vinculado a su fascinación por la descripción, tanto de la naturaleza como del arte”. Una descripción de lo visual y, en el límite, de lo estrictamente artístico que lleva a afirmar a la autora citada: “Por eso en Benet la descripción de obras de arte es un componente estratégico de su poética, como ha observado Claude Murcia estudiando la omnipresencia de esos recursos en la ficción de Benet, quien exhibe una riqueza de procedimientos descriptivos, sobre todo respecto de lenguajes especializados –geología, mineralogía, botánica- en cuya acumulación hay un claro gesto de desafío estético”.
No existe, quizás por ello y desde esas dificultades de adaptación del mundo regionato, ningún otro intento por haber trasvasado cualquier otro texto de Benet a la gran pantalla. Y por ello, resulta doblemente sorprendente que El aire de un crimen mereciera ese empeño de Isasi Isasmendi por visualizar, por primera y única vez, el mundo regionato. Que ya se sabe que es el universo literario concebido por Juan Benet para desarrollar y asentar buena parte su mundo de ficción narrativa y que emerge con cierta continuidad en sus diversos libros.
Es decir la película de Isasi Isasmendi, es hasta ahora el único intento por plasmar visualmente las tripas físicas y paisajísticas de Región, en esa descripción pormenorizada del gesto plástico; mas allá de los atributos geográficos, geológicos, botánicos, históricos y construidos que desprende la propia escritura benetiana, que es otra forma de representación distinta de la visualización que proporciona una determinada película. A esta particularidad de la traducción de lo pensado/escrito a lo visto/filmado, hay que añadir el sorprendente soporte documental cartográfico con el que contamos en ese viaje literario. Particularidad que, como veremos, se llena por una parte de conflictos y por otra de extrañezas.
Al disponernos a ver El aire de un crimen, podemos descubrir las calles de Región, el río Torce, el Hotel Cuatro Naciones, el fuerte de San Mamud o la plazoleta central, con la fuente pilar, de Bocentellas. Junto a consideraciones de un extraño ajuste de cuentas, que marca la novela de un cierto tono negro; la presencia de la Casa de Mazón, que retoma otro título novelístico de Benet y fija un apellido usual entre sus más importantes personajes; o la de personajes oblicuos, como Fayón, de regreso del largo exilio americano, y del doctor Sebastián, con una vieja memoria del pasado regionato, que viaja entre la proclamación de la República y la Revolución de Asturias, momento en que adquirió un pequeño Morris. Pero, no sólo capturamos un mundo concebido intelectualmente y desarrollado ya en otros textos de Benet, sino que Región contó con la enorme particularidad de poseer una planimetría propia. Es decir con los primeros tanteos de lo que sería Volverás a Región, es posible que Benet fuera trazando y anotando ya, como ocurre con los croquis preliminares de un proyecto de ingeniería, distintas características del territorio que venía enunciando. Para evitar contradicciones y para acopiar referencias, poco a poco va acumulando datos, perfiles y anotaciones que en un momento determinado le mueven a ese raro proyecto de levantar el territorio que ya viene enunciando literariamente.
Una planimetría literaria, fruto de un empeño tan exagerado y excesivo como inusual, que recientemente se ha podido ver, como un raro incunable cartográfico, en la exposición de la Biblioteca Nacional denominada Cartografías de lo desconocido. Nombre que casa a la perfección con esos parajes regionatos, que no por detallados y pormenorizados dejan de extrañarnos. Incluso esa rara cartografía ha merecido un reciente escrito en la revista Hypérbole sobre el otro aniversario, el del cincuentenario de la publicación de Volverás a Región, bajo la rúbrica Benet, Región y el laberinto.
En la citada Muestra de la Biblioteca Nacional, junto al citado Plano de Región, diseñado intelectualmente por Juan Benet y soporte de y para una ficción literaria, se ubicaban otras quimeras geográficas y otros reinos inventados por voluntad del ensueño, mostrando la doble naturaleza de la representación cartográfica: la realística y la imaginaria; la que sirve para describir un territorio y la que sirve para soñarlo. Aunque el trazo regionato, no sólo se dirija a la ensoñación cartográfica, sino que cuenta con utilidades para todo el proceso narrativo que allí se desarrolla desde 1967. Como acontece con los distintos libros de Herrumbrosas lanzas, algunos fragmentos sueltos y otros desaparecidos, dando cuenta de diferentes movimientos de la Guerra Civil española a través de croquis, notas de batalla y esquemas de combate, que detallan las estrategias de nacionales y republicanos en conflicto, en el páramo regionato y que anticipan gráficamente al lector, lo que más tarde será leído y contado. Y que por ello, ese destello gráfico del plano de guerra, funciona tanto como iluminación geográfica, cuanto como anticipación de la lectura venidera.
Ya se sabe que el llamado Mapa de Región, contó con dos apariciones acompañando a las ediciones de Herrumbrosas lanzas. El levantamiento cartográfico aparece fechado en 1983, dibujado por José María Sanz, rotulado por Gumersindo Triviño y concebido por Juan Benet. La única particularidad entre las dos presentaciones son las escalas, la primera 1:150.000 y la segunda 1:165.000, que no responden sino a los respectivos tamaños de encarte del plano plegado. Hay otras particularidades que iremos comentando más abajo y al compas de la segunda lectura del texto de El aire de un crimen.
La necesidad de otear la influencia de Cervantes en la literatura y en lo literario moderno, le llevó a Benet a proponer una afirmación de peso incuestionable y de hondas consecuencias. “De igual forma que se afirma que toda la Metafísica occidental reproduce un constante movimiento de péndulo entre los conceptos de finalidad según Aristóteles y según Spinoza, así creo yo que toda la novela occidental oscila entre dos ideas límite: El Quijote y otra cualquiera que no me atrevo a precisar porque no se cual es. A veces, he pensado que el extremo opuesto es “Le temps retrouvé” y en ocasiones me inclino que está en “Absalón, Absalón”. Líneas más abajo, el autor de Una meditación nos recuerda otra contraposición suya de enorme fecundidad, establecida entre la Estampa y el Argumento -o si se quiere entre el Corpúsculo y la Onda– que realizó veinte años atrás con la lectura cruzada de El Quijote y Le rouge et le noir.
Contrapone Juan Benet, Estampa y Argumento como dos resultados opuestos, fruto de estrategias narrativas diversas por la prioridad de su eje vertebral. “Lo que parece evidente, es que el narrador ante todo y sobre todo se apoya en el eje del tiempo para establecer el régimen de su discurso y que jamás confiará al espacio la política del orden…la Estampa será siempre territorio primordial del pintor, por lo mismo que el Argumento constituye patrimonio básico del narrador”. El empeño pasado de expertos quijotianos y eruditos quijotescos, por establecer certeramente y de forma fiable la ruta cabalgada por don Quijote, me han hecho recordar las reflexiones de Benet a propósito de la espacialidad subyacente en la escritura. Curiosamente expuestas en su trabajo ¿Se sentó la Duquesa a la derecha de Don Quijote? Con él, podríamos establecer que las artes temporales gobernadas por el eje del tiempo, pueden mostrar su entera libertad en la ordenación del espacio; frente a la fijeza del tributo espacial que gobierna las artes espaciales, liberadas por otra parte de la pesada carga del devenir del tiempo. Concluyendo tal equilibrio sutil con la propia exposición de Benet. “Aquella dimensión que gobierna la obra artística requiere un tratamiento -por ineludible- riguroso, permitiendo que la libertad y la fantasía se muevan a su antojo por la otra. Que mientras el pintor ha de tener siempre sujetas las riendas del espacio, pudiéndose mover a su entera libertad por los carrizales del tiempo, de la misma forma el narrador puede tratar el espacio -el ámbito de la simultaneidad- sin necesidad de atenerse a ninguna de las reglas que le gobiernan, haciendo abstracción y aún desdeñando la geometría, la perspectiva o la teoría de la gravitación”.
Siendo todo ello cierto en las estructuras creativas fundamentales comentadas, nos queda la extrañeza del que disponiéndose a verificar una novela o un relato, asunto que debería de producirse con esa liberalidad repetida y omitida por el espacio, acaba obsesionándose por ese espacio traicionero. Sin embargo, y de forma contraria, existen ejemplos menores y puntuales de esa voluntad de ordenación del espacio en un texto narrativo. Tan menores quizás, como la sección de edificio número 11 de la calle Simón Crubelière, que realiza Georges Pèrec en La vida instrucciones de uso, o la somera planta de la abadía que plasma Umberto Eco en El nombre de la rosa. Desde estos gestos menores por la representación espacial, el impulso de Benet cartografiando un amplio territorio de 97*70 kilómetros cuadrados, donde irá desplegado su mundo literario en repetidas ocasiones, resulta abrumador y merecedor de alguna reflexión. Si el Espacio pinta tan poco en los asuntos narrativos, que en buena medida puede obviarse y simplificarse como repiten los ensayos citados antes, ¿cuál sería la pretensión última de Benet, por realizar un levantamiento pormenorizado? ¿Contradecirse en sus conjeturas? o ¿demostrar la reciprocidad del Tiempo narrativo con el Espacio geográfico y topográfico?
Y resulta útil, por ello, preguntarnos por la propia génesis del Plano de Región. ¿Elaborado de antemano o trazado a posteriori? Hay un dato extraído de la segunda lectura de El aire de un crimen, verificada junto al Plano de Región que nos permite pensar que la publicación de 1983, del citado, Plano cerraba un arco temporal de unas indagaciones espaciales iniciadas treinta años antes. Y es la escasa importancia que se cartografía en 1983, de lo que tendrá más importancia y desarrollo en 1980, en El aire de un crimen. Como será el Fuerte de San Mamud, sede de la compañía militar del capitán Medina, personaje relevante en la novela.
El Plano de Región solo anota el nombre de San Mamud, sin reflejar la presencia de un castillo, en estado aceptable de conservación, pese a la última guerra y al escaso presupuesto dedicado a su mantenimiento, ocupado por la guarnición militar; cuando en proximidad de ese enclave epigrafiadas sí que fija la presencia de unas ruinas grafiadas en rojo, entre el Pico Moral y la Malaya del Judío, en cotas próximas a los 2000 metros éste y a los 1800 aquel. El Fuerte de San Mamud, se ubica por otra parte, en un término municipal tan escaso superficialmente como incomprensible en su escasa extensión, cual es el término de Colonia, agobiado por los términos linderos de Región y de Burgo Mediano; y atravesando, como una lengua, el escaso territorio municipal de Colonia las aguas del río Torce, en dirección a poniente. Un rio que se ve flanqueado en sus dos orillas por sendas carreteras de orden provincial, de Región a Burgo Mediano al oeste, y por la trazada al este del rio, que enlazando los cementerios de ambas ciudades y que da servicio a la pequeña población de Colonia, tan pequeña que se ve obligada a compartir el cementerio de Burgo Mediano. Que solo dispone de la vega del margen derecho del Torce, donde se asientan las fábricas de La Bonita y de Ovales.
Y esta es una de las particularidades del documento cartográfico, su apego a una toponimia altamente descriptiva de un medio rural caracterizado por una topografía implacable y unos registros municipales insostenibles, por su escasa densidad de población y de actividad. Un apego de lo rural que, además, casa poco con las definiciones de Benet por el Grand Style literario, que parece demandar más salones urbanos que predios rurales y espesuras de bosques. Un territorio tan agreste como poco dado a sutilezas ciudadanas, con la Sierra de Región como espina dorsal que divide los cauces del Torce y del Lerna. Una Sierra de Región que traza un movimiento de plegamientos geológicos de sur al norte, y que remata y cierra en ese septentrión de minas en desuso y de nacimientos de cauces hidráulicos, la Sierra de la Matanza, con el Pico del Monje, que fija el paraje más alto del territorio con sus 2.415 metros de altitud.
Baste entretenerse en las denominaciones de lugares y accidentes, para observar un trabajo tan meticuloso del cartógrafo como meticuloso del inventor trasmutado en una suerte de raro Creador de Mundos. A veces nombres conocidos como los referidos a la Mina Carandel, al pico Sarrión o al paraje Caneja. Nombres de amigos y conocidos que se superponen con otros, que no dejan de ser ecos de otros nombres verdaderos, como Mestanza, Valuengo, Umbría, Calatrava. Es de notar el poco relieve que en la toponimia regionata adquieren los nombres de Santos y Vírgenes, nombres, por otra parte, habituales en el territorio español y que dan a Región un claro tono laico en su toponimia: el ya citado San Mamud, El Salvador, la ermita de San Cosme o la fuente de Santa Quiteria, son algunas de las excepciones visibles sobre el campo regionato.
Junto a ellos, nombres más o menos comunes, propuestas de desolación como se anota en denominaciones como Malhombre, Desolación, Callad, cerro Víboras, mina La Cenicienta, mina la Descreída, mina la Indecorosa, Los Infiernos, Finales o La Bayoneta, dan cuenta de esa aspereza de una tierra difícil, sino imposible, que pronostica la ruina y el abandono. Un abandono que Catelli descubre como tema central del universo benetiano: “En esa tensión ente la libertad neorromántica y el control visual tardo barroco de sus ensayos Benet plasma el trance de la escritura ensayística y también su tema, que no es otro que el abandono”.
Y aquí se produce a mi juicio la doble imbricación de intereses en Benet entre lo verbal y lo visual, entre lo narrativo y lo ensayístico y entre la Estampa y el Argumento. Una dualidad de intereses que es vista en el repetido trabajo de Nora Catelli que venimos citando, como “Pensar de forma binaria puede ser una trampa, pero también es uno de los más estimulantes ejercicios de elección y depuración de una herencia formal”. De tal suerte que puede afirmarse, a mi juicio, el carácter ensayístico del Plano de Región, y su pertenencia por ello, más al campo del ensayo que al universo de la novela como pieza adjunta del texto principal. Incluso ese Plano de Región, como documento reflexivo y a la vez como hecho inventivo, entraría de lleno en el ‘componente estratégico de la poética’ de Benet. Una poética recorrida por una enorme interpelación al Tiempo y al Espacio. Y es que “Para el tiempo humano, el espacio, despojado de trascendencia es sólo el punto transitorio, que el alma ocupa en el itinerario de sus días y en la caída vertiginosa del instante”.
Tal vez, por todo lo comentado, el Plano de Región componga un singular y excelente ensayo gráfico, que se relacionaría con otros trabajos de Benet, en los que los intereses por los campos visuales son claramente explícitos; así libros como La construcción de la Torre de Babel (1990) o El ángel del Señor abandona a Tobías (1976), componen la otra mirada que puede producirse sobre la obra de Benet. Una mirada plural y bifurcada en la medida en que “Benet requiere diversos tipos de lectores. El fue -tuvo que ser- muchos autores”. Tantos autores como deduce Nora Catelli, al advertirnos que: “Cuando concibió, escribió y publicó Herrumbrosas lanzas, entre 1983 y 1986, Benet osciló, como el visorrey. Su escritura está hecha de planos superpuestos- estilos, temas, géneros, obsesiones, mitos- que a veces se fusionan y a veces se separan bruscamente”. Y esa pluralidad de lecturas y de escrituras, acaba demandando una diversidad de lectores. Incluso, en el límite, casi un lector ausente. Por ello, asevera Catelli, que “Benet está entre dos tiempos y propone distintos tipos de lectores; a veces más que buscar un lector afirma que éste no existe”. Por ello, tanto el extremo final y agónico de “la escritura de la novela ininteligible”, como el acto pospuesto y aplazado “de la incomprensión como único y verdadero acto de lectura”.
Leí El aire hace veinte años, con mucha mayor inocencia, o sea, ignorancia. No me pareció incomprensible en absoluto, y desde luego fue un premio muy amañado entre los muy amañados de la editorial. A propósito de Herrumbrosas hace unos años se publicaron los ensayos de Benet sobre la guerra civil, no sé si los conoces:
https://www.casadellibro.com/libro-que-fue-la-guerra-civil/9788498679113/1824790
Si que los conozco Oscar, al menos en sus diferentes versiones. La primera presentación fue la de la Gaya Ciencia, ‘¿Que fue la guerra civil?’ de 1976. Luego en los ensayos diversos junto a ‘La construcción De la Torre de Babel’, aparece el ‘Tres Fechas. Sobre la estrategia de la guerra civil’. Todo ello se complementa en 1999 en Taurus con ‘La sombra de la guerra. Escritos sobre la G.C. española’, con prólogo de Gabriel Jackson. Me imagino que la reedición es otro compendio como el de Taurus. Gracias por tu curiosidad.
Las 128 páginas del texto de RBA debe ser una ampliación del librito de la Gaya. El libro de Taurus cuenta con 190 páginas, de las que 136 son las páginas de ¿Que fue la guerra civil?
Están bien, se leen con gusto y parece que en su momento fueron bastante originales. Sin embargo, la tesis, por ejemplo, de que Franco tuvo varias oportunidades de tomar Madrid y en vez de eso prefirió una guerra larga y “de atricción”, como escribe Benet, está ya muy asumida por los historiadores. Esa fascinación por aquella guerra, como epítome de todas las guerras, como la guerra originaria y fundacional de la que parte la decadencia y miserias de Región (al igual que la Guerra de Secesión para Faulkner), resulta ahora difícil de compartir, pero Benet la dota de una aureola mítica que la reviste de un gran interés. Bueno, este librito de historia estricta demuestra que además Benet la conocía bien, antes, mientras o después de mitificarla…
Pero es que ‘El desvió de Maqueda’ es muy literario. Me refiero a la orden de Burgos, de descabalgar a Yague y a la veloz Columna de la Muerte, en septiembre de 1936, cuando ya el dedo y la bayoneta apuntaban al Madrid desorganizado de Milicias y Comités. Por eso la idea de Largo Caballero, que toma Benet para si, de que la guerra realmente empieza en otoño, no en el putsch del largo verano africano. Una vez asentado el joven Franco como Generalisino en el llamado Terminus del aeródromo de Salamanca, da comienzo la guerra de atracción y acaba el pronunciamiento africanista.
De tal suerte que con estos sortilegios bélicos y estos devaneos librescos nos acercamos impasibles al 5 de enero. Fecha de la muerte de Don Juan, para el que la centralidad de la Guerra Civil en la historia de España estaba fuera de toda duda. Otra cosa será el sentir de las jóvenes generaciones para las que la guerra es poco más que el vuelo nocturno de una rapaz, el aroma de estameña mojada, cierta incomodad del recuerdo y un polvo que viene del Sur.