Lorca que te quiero Lorca…

85 aniversario de la muerte de Federico García Lorca

(…) Y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

 Federico García Lorca, Poeta en Nueva York

Lorca viento, Lorcas ramas… Dicen que la primera víctima de una guerra es siempre la verdad, menos en España, claro (Spain is different, acuñó Manuel Fraga), en España la primera víctima de la Guerra Civil fue Lorca, a quien mataron hace hoy 85 años, prácticamente al inicio de la carnicería, cuando todavía militares y paisanos pensaban que el alzamiento iba a ser cosa de unos meses. Esta noche, de madrugada, cuando no podáis dormir por el calor, imaginad que vienen a buscaros, que os sacan de casa a empujones y que os arrastran por un tétrico bosque, del que sabéis -en esto a diferencia seguramente de Miguel Ángel Blanco, que no lo tendría muy claro- que no saldréis vivos. Días antes, ese asesino sin escrúpulos entorchado que fue el general Queipo de Llano había cursado la sentencia de muerte del poeta, escupiendo por la radio que al maricón ese le iban a “dar café”. Lo del “café” del generalote era peor que lo de “la oferta que no podrá rechazar” de Vito Corleone: ese café iba bien cargado… de plomo, y en Andalucía todos iban pillándolo. Ahora imaginad la desesperación, el llanto, las súplicas, que cuanto más desgarradas e intensas más contraproducentes, porque confirmaban en la chata alma y la roma mente de sus ejecutores que ese tío era un marica, alguien incapaz de afrontar como un hombre su propia muerte, esa que ellos le iban a dar no como un destino intrínseco suyo, la “muerte propia” de Rainer María Rilke, sino porque sí, porque rojo, maricón y genio no encajaba en el Nuevo Orden. He leído que el disparo se lo metieron por el culo, para que se vea lo que es la clemencia en España, para que se note cómo las gastan desde los carlistas hasta los de Yunke en este desdichado país. Pero ese no es nuestro tema hoy, eso está más visto que el tebeo. Lorca, que naturalmente era más hombre que sus verdugos, llevaba media vida pensando en la muerte, de manera que la tenía más que afrontada y asumida, mucho más que un chusquero que se complacía en dársela a los demás. Yo creo que Lorca era como Sófocles, un tipo era que capaz de escribir las tragedias más escalofriantes y horrendas pero alguien simpático, risueño y encantador en persona (tanto es así, que los griegos contaban que Sófocles murió de un ataque de risa). Lo que se canaliza por un lado se exorciza por el otro, y no hay nada mejor para apreciar esta vida que unas cuantas catarsis poéticas bien sombrías…

No preguntarme nada. He visto que las cosas

cuando buscan su curso encuentran su vacío.

Hay un dolor de huecos por el aire sin gente

y en mis ojos criaturas vestidas ¡sin desnudo!

Paco Umbral tuvo razón, y aunque recordemos a Lorca por sus alegres tardes al piano en la Residencia de Estudiantes, en realidad fue un poeta maldito, de los pocos que hemos tenido en España. La mayoría de las cosas que escribió Lorca eran terribles, agónicas, negras, aunque él fuese el poeta y dramaturgo de la gran sonrisa. Lorca no quería venir a Madrid porque le recordaba a las tristezas de Galdós y Baroja, pero tampoco le gustó nada Nueva York, y eso que la conoció justo antes del crack (y durante el crack, todo hay que decirlo). ¿A quién puede no gustarle Nueva York, por Dios, que ya entonces era la ciudad de los rascacielos y la iluminación nocturna y Broadway y Coney Island y del The New Yorker de Dorothy Parker y tal? Pues a un señorito de pueblo, como Lorca, que en Nueva York sólo supo ver una infección de ventanas, una negritud humana reducida al Ello freudiano y un pecado de dimensiones babélicas. No vio modernidad, para Lorca no existía la modernidad ni el futurismo, lo dice muy claro en un verso de su Poeta en Nueva York (que por cierto debiera haberse llamado Poeta contra Nueva York): No hay siglo nuevo ni luz reciente. Sólo un caballo azul y una madrugada. Un caballo azul y una madrugada son símbolos de lo atávico, de lo que ha estado ahí siempre, pero dicho en surrealista. El surrealismo, en mi opinión, es una verdadera peste que consiste en creer tener permiso para hacer la peineta a tus lectores y a continuación hacer pasar por arte tus secreciones mentales más indignas, cutres y básicas, pero Lorca supo apropiárselo sin que le estropeara demasiado la intuición poética. Así, un verso como “por los blancos derribos de Júpiter donde meriendan muerte los borrachos” para referirse al cielo neoyorkino es surrealista, pero a la vez una genialidad. O esto otro, que pone los pelos de punta: De la esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso /que atraviesa el corazón de todos los niños pobres.

con su hermano Francisco

Hay que ser muy bestia para someter al surrealismo en su propio terreno. Por eso yo prefiero Romancero gitano, porque Lorca aún no se sentía tan en la necesidad de expresarse como sus compañeros de generación, ni de seguir la estela estrafalaria de los compinches Buñuel y Dalí –siempre dijo, de hecho, que El perro andaluz iba por él, que él era el perro… De modo que Lorca visita Nueva York, la Atenas del s. XX y, contra todo pronóstico, contra toda vanguardia, no le gusta, columbra allí el horror. Y versifica:

Estaban uno, cien, mil marineros,

luchando con el mundo de las agudas velocidades,

sin enterarse de que el mundo

estaba solo por el cielo.

Si el mundo está sólo por el cielo, entonces a nada ni a nadie importa lo que suceda bajo el cielo. Más bien al contrario: “¡Asesinado por el cielo!”. Recientemente han aparecido traducciones nuevas del poemario al inglés, y, francamente, no sé como los gringos se habrán tomado cosas como estas, he oído que les han gustado mucho, en un ejercicio de masoquismo nacional muy loable y wishful-thinking:   

No, no; yo denuncio.

Yo denuncio la conjura

de estas desiertas oficinas

que no radian las agonías,

que borran los programas de la selva,

y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas

cuando sus gritos llenan el valle

donde el Hudson se emborracha con aceite.

En la Barraca

Recuerdo una entrevista grabada en la que Juan Benet, mucho tiempo después de muerto Lorca, cuando le pedían que formulase lo más feo e inmundo que le viniese a la cabeza respondía “los Estados Unidos de América”. Los hispánicos hemos sido así, igualmente haters de la modernidad comunista tanto como de la capitalista, como si eso de levantar grandes imperios industriales o comerciales no fuera con nosotros, como si al quererlo aceptáramos también renunciar a nuestro espíritu, mucho más elevado, al estilo de la endechas teológicas de Unamuno, o mucho más orgánico, naturalista, como los dramas rurales de Lorca. Así, por exceso o por defecto, nos hemos quedado siempre atrás, o a un lado, pero a un lado tal que finalmente ha venido siempre alguien que ha hecho de ese apartarse a un lado una cuneta. Lorca no creía en las grandes ciudades, las megalópolis le empavorecían, encontraba en ellas artificialidad, maquinismo (en 1932 también Julio Camba bautizaría a Nueva York como La ciudad automática, pero esta vez no peyorativamente….), hýbris, babelismo, como he dicho, y sobre todo esa sensación de Babilonia opresora y megalítica que la presencia suburbana de los negros viene a corroborar. De modo que Lorca establece una pugna entre los símbolos del Nueva York opresor, pesado como una prensa hidráulica, y el Nueva York oprimido, repleto de alaridos animales y vegetales:

En mis ojos bebían las dulces vacas de los cielos

y las brisas de largos remos

golpeaban los cenicientos cristales del Broadway.

Nos han contado que los años veinte, Entreguerras, fueron el periodo feliz de alcohol y jazz que festejó interminablemente el fin de la Primera Guerra Mundial, y nos lo siguen contando hoy a ver si así nos creemos lo contentos que vamos a estar cuando amaine la pandemia, pero no es verdad. La verdad es que en los años veinte todo el mundo se olía que la guerra había quedado mal cerrada, que nadie había quedado satisfecho con el Tratado de Versalles, y que eso estaba pidiendo a gritos una segunda parte y una revancha aún más sangrienta. Que fue así lo muestra la persistente desolación del Lorca maduro, que todavía en 1936, poco antes de ser apiolado malamente, escribía poemas muy de inspiración surrealista, pero espantosos y geniales como este, que es el preferido de una amiga entre los de El diván del Tamarit:        

Quiero dormir el sueño de las manzanas
alejarme del tumulto de los cementerios.
Quiero dormir el sueño de aquel niño
que quería cortarse el corazón en alta mar.

No quiero que me repitan que los muertos no pierden la sangre;
que la boca podrida sigue pidiendo agua.
No quiero enterarme de los martirios que da la hierba,
ni de la luna con boca de serpiente
que trabaja antes del amanecer.

Quiero dormir un rato,
un rato, un minuto, un siglo;
pero que todos sepan que no he muerto;
que haya un establo de oro en mis labios;
que soy un pequeño amigo del viento Oeste;
que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.

Cúbreme por la aurora con un velo,
porque me arrojará puñados de hormigas,
y moja con agua dura mis zapatos
para que resbale la pinza de su alacrán.

Porque quiero dormir el sueño de las manzanas
para aprender un llanto que me limpie de tierra;
porque quiero vivir con aquel niño oscuro
que quería cortarse el corazón en alta mar.

No, ciertamente no iban bien las cosas, allá en lo oscuro de la Historia y también del corazón lorquiano. No iban bien o no hubiera escrito esto, en honor al más grande poeta de la Gran Manzana…

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman
contra el niño que escribe
nombre de niña en la almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad de su ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades
de carne tumefacta y pensamiento inmundo.
Madres de lodo. Arpías. Enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría
.

Lorca, poeta maldito. 85 años después de su muerte, se diría que se le recuerda y se le honra más que nunca, siempre bajo la condición de no leerle. ¿Para qué leerle, si los medios, Queipo de Llano e Ian Gibson ya nos han regalado una imagen tan preciosa y como envuelta con un lazo de él? Pero no hay que descartar del todo que llegue un día en el que, de nuevo como en Poeta contra Nueva York, el mar recuerde, “¡de pronto! el nombre de todos sus ahogados…” (Fábula y rueda de tres amigos).    

FEDERICO GARCÍA LORCA A FONDO con testimonios de Dámaso Alonso, Maruja Mallo, Rafael Alberti, Rafael Martinez Nadal, Luis Rosales y Jorge Luis Borges.

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