Hay películas cuya historia no desmerece de ninguna novela, incluso aunque estén basadas en una novela anterior. Guiones perfectos, indestructibles, en los que cada parte remite a las demás de forma parecida a como el estructuralismo de Claude Levy-Strauss y otros buscaba conexiones de elementos en los mitos, o en los cuentos infantiles. Se me vienen a la cabeza cinco que he visto muchas veces y por ello tuve ocasión de admirarlas no sólo por cómo estaban rodadas, fotografiadas o interpretadas, sino por la apretada urdimbre que les servía de cañamazo. Son Quiz Show, de Robert Redford, La Ola, de Denis Gansel, El presidente y Miss Wade, con guión de Aaron Sorkin, Muerte entre la flores, inspirada remotamente en La llave de cristal de Dashiell Hammett, y Excalibur, de John Boorman, basada en la conocida como “materia de Bretaña”, o sea, en las sagas artúricas bajomedievales. Ninguna de ellas es considerada un clásico del Séptimo Arte, ni siquiera, que yo sepa, como una obra maestra menor, pero creo que deberían ser estudiadas en las academias de cine, sección escritura de guión. Seguro que hay miles de películas igual de buenas (el computo de los filmes que ha producido el hombre en poco más de cien años debe andar por los millones…), pero yo me he fijado en estas. Son muy distintas en fecha, intención artística y temática, pero todas contienen una buena historia de partida que la habilidad del guión ha convertido en oro. Hace poco vi la película que se dedicó a la vida y persecución de Dalton Trumbo -que a su vez es una gran película-, y seguramente ese hombre fuese paradigma de esa clase de alquimista narrativo al servicio del cine, pero no tengo sus éxitos lo suficientemente frescos como para asegurarlo ahora. No obstante, no es ninguna de las antedichas lo que voy a comentar aquí. Las que voy a comentar son mucho más conocidas, hasta diría reconocidas mundialmente. Pero de tanto verlas quizá no hayamos apreciado algunos aspectos de la sutileza de su trama en la medida en que se merecen (o sí, pero yo no lo había hecho antes…), sobre todo en sus respectivos desenlaces, y por eso las evoco ahora, a fin también de recomendar al lector un nuevo visionado. Son sólo tres, para no aburrir, y son las siguientes:
“Casablanca”
Era inevitable. Rick se ha comportado como un verdadero capullo toda la película, escamoteando los visados a Elsa y Viktor en nombre de la nostalgia. Entonces Elsa le visita en su casa con nocturnidad, alevosía y escalo, con el fin de recurrir a su antiguo amor si fuera necesario para persuadirle. Lo consigue: Rick decide ayudarles. Pero no sabemos lo que pasa, no sabemos si Rick se percata de que Elsa le ha engañado para proteger a Viktor, o es que Elsa ha sido finalmente sincera en su amor, que sería extraño, o es que Rick decide no distinguir entre ambas situaciones por admiración hacia Viktor. Esta ambigüedad trae consigo uno de los mejores finales del cine en tanto que se mantiene así de ambiguo hasta el último segundo. El propio Rick, rizando el rizo de la complicación argumental y amorosa, ofrece esa versión a Viktor en la hora de embarcarse en el avión: ella vino a engatusarme pero a quien realmente quiere es a ti. O sea, que Rick maneja esa versión de lo que ha ocurrido como una versión altamente probable… No obstante, les deja ir, porque es un gesto de nobleza a la altura del idealismo de Viktor Laszlo. A continuación, se resuelve a volver a comprometerse con la guerra como hizo en el pasado, antes de conocer a Elsa, junto con el jefe corrupto de la prefectura francesa en Casablanca. Para ser una de las películas de amor más aclamadas de la historia, posee un desenlace bastante inter-masculino, por decirlo así. Elsa fue el error que apartó a Rick de implicarse en una causa justa, y ahora, por emulación hacia Laszlo, vuelve a la contienda de la mano de un tipo que acaba también de despertar a la conciencia. Quizá así, en el futuro, vuelva a hacerse merecedor de una Elsa…
“El hombre que mató a Liberty Valance“
El personaje que encarna James Stewart es un abogado que defiende la misión civilizadora del Estado, mientras que el de John Wayne no cree que exista más protección frente a los intereses particulares de los fuertes que la propia fuerza, es decir, el revólver. Sin embargo, cuando Stewart deja a un lado la idealidad de las leyes y empuña él mismo el revólver, es Wayne quien tiene la resolución y la habilidad suficientes como para acabar con el mal, con el sin-ley, con el abuso personificado, Liberty Valance. Wayne mata a Liberty Valance del modo más sucio, a sangre fría y a traición, sin el ritual del duelo, y además no permite que nadie lo sepa. Stewart a partir de ese momento hace una gran carrera política que a punto está de conducirle hasta la vicepresidencia del país. Para colmo se lleva a la chica que deseaba John Wayne. Pero todo está montado sobre una aparente ilegitimidad de base: en efecto, ha sido la fuerza empleada de la manera más ilegal la que ha proporcionado su apoyo al triunfo de la Ley, y una mentira la que ha dado inicio a un proceso necesario de efectos de verdad política. Un ferroviario se lo recuerda a Stewart en la última escena: todos creen que fue él quien mató a Liberty Valance… El representante de la prensa no se ha enterado de nada pese a que es él quien alza a Stewart hasta Washington, y el resultado es una suerte de modulación de Carl Schmitt en versión romántica. La excepción de la fuerza ha hecho posible la legalidad, el Estado, pero puesto que esa excepción, John Wayne, ha consistido en un sacrificio personal, moralmente queda legitimada. La moral ha hecho posible la política, y el senador Stewart asiste conmovido a los modestos funerales del hombre que se puso voluntariamente fuera de la Ley para poder fundar sólidamente la Ley.
Nueve semanas y media
No es fácil rellenar hora y media de película de erotismo sin recurrir a la violencia o a la perversión y sin mostrar sexo explícito. 50 sombras de Grey no lo consigue y esta sí. Pero lo mejor es el final. El yuppie ha cifrado todo su atractivo en esclavizar amorosamente a Kim Basinger únicamente en base al misterio de la seducción y a la seducción del misterio. Pero ella termina por cansarse de tanto sobresalto. Entonces él, Mickey Rourke, en un intento desesperado, trata de evitar que ella le deje simplemente dejando de jugar. Le cuenta quién es y parte de su vida, la parte de su vida más pedestre y común: cómo eran sus padres, donde se crio, etc. Ya es tarde. El amor necesita seducción, pero también necesita familiaridad y cotidianeidad, a riesgo de que las segundas acaben con la primera. Se dirá que es un final convencional, que en el fondo de lo que se trata es de decirle al espectador que su relación de pareja es menos especial pero más real, y es cierto. Pero e ben trovato: la décima semana de romance queda rota en su mitad, y el yuppie listillo y rarito queda tocado porque entiende que ha perdido una ocasión de oro, y que ya nunca será capaz de ir más allá de esa fase en sus posteriores amores…
Conclusión: los grandes escritores no sólo hay que buscarlos entre los premios Nobel…