Anoche soñé que pertenecía a un grupo confuso e informe al que amenazaba un peligro aun mayor. Además, tenía yo que cuidar a mi hijo mejor, de 7 años, porque por alguna razón propia de la ilógica onírica (debo aclarar que nunca tengo sueños vieneses, como los que analizaba Freud) mis demás niños no estaban convocados ni se les esperaba. Así que portaba un revólver al cinto, con el que me sentía la mar de seguro a pesar de que los enemigos eran superiores en número y, obviamente, en destreza con las armas. En cierto momento perdía el cañón y recuerdo que me sentía muy desvalido hasta que volvía a encontrarlo: el mundo recuperaba su orden. Conste que yo sólo he cogido un arma una vez, para hacer un curso absurdo de segurata en Prosegur, lo cual, por otra parte, no me emocionó especialmente ni me puso nada cachondo. En mi casa no hay tradición alguna de caza, tampoco, más bien al contrario. Mi padre fue inducido cuando era niño a usar una escopeta de caza con tal mala (o buena) suerte que al primer tiro que descerrajó se cargó un pájaro inocente. Se lo tomó tan mal, mi padre, que ya nunca volvió a sentir la llamada de la selva. De modo que parece que, incluso con tales precedentes de nenaza pacifista, un varón hispánico del s. XXI como yo más o menos entregado de sólito a la lectura y al dolce far niente puede albergar violentas fantasías fálicas de llanero solitario a poco que se descuide. Al despertarme me acordé de Homer Simpson, que en un episodio compra un pistolón y se aficiona tanto que termina por usarlo hasta para apagar a balazos las luces de casa antes de acostarse. Y luego me acordé de la matanza de la semana pasada en un instituto de jovenzuelos de EEUU, esa tradición tan suya ya y tan recurrente a la que, como jamás se le va a poner remedio (el candidato a cualquier cargo político mayor o menor que lo intentase acabaría con su carrera automáticamente), se diría que sólo sirve para que un fenómeno como ese se repita sine die por un instinto elemental de emulación entre los chalados[1] y amargados que buscan una notoriedad inmediata en aquel gran y orgulloso país.
¿Cómo, si hasta un pobre idiota como yo puede soñar con el poder-macho de un arma, no va a anhelarlo con todo su corazón hinchado de vacuno un americano medio que ha mamado las películas de policías, las de la guerra, las de vaqueros, que tiene en sus informativos veinticuatro horas de crónicas de crímenes, y que no confía ni en su propio gobierno, porque ha sido educado en un individualismo tan extremo que casi es un anarquista inconsciente (pero un anarquista americano, es decir, que se tiene por más patriota que el propio Tío Sam)? Es una pregunta larga, lo reconozco, pero que se responde a sí misma. EEUU es el único país del mundo, que yo sepa, o por lo menos del Hemisferio Norte, donde es legal formar una milicia paramilitar con tus colegas y ensayar maniobras castrenses arma en ristre en el bosque que os pille más cercano a todos. En España nos costó décadas librarnos de la mili, y resulta que estos tipos la hacen aposta, voluntariamente y a cualquier edad. Ves las fotos de señores gorditos y en nada similares al físico amedrentador e imponente de Clint Eastwood rodeados de su arsenal particular y sabes que están intentando pensar lo mismo que Harry el Sucio, o casi lo mismo: “eh, puedo parecer un padre de familia entrado en kilos y venido francamente a menos, pero prueba a decírmelo a la cara y me alegrarás el día…” De hecho, les puedes alegrar el día tan sólo con tener con ellos un mal tropiezo de tráfico. Tú sales del coche a cantarle las cuarenta y examinar el bollo y el otro sale con una expresión decidida y una Magnum cargada. La Segunda Enmienda de la Constitución de los padres fundadores les ampara. Al fin y al cabo, nunca se sabe si tu propio presidente puede volverse de la noche a la mañana un tirano al estilo del rey inglés que los tuvo medio sujetos antes de la Guerra de Independencia (porque los americanos, pese a que sólo estudian su propia historia, ignoran por lo general que aquella sujeción a la metrópoli británica fue más bien suave y únicamente económica). Y por eso, en definitiva, por esas razones más bien peregrinas, entienden que conviene armarse hasta los dientes en el rancho familiar, potenciar la virilidad de uno los fines de semana antes de tomarse unas cervezas, y votar a ese animal de Trump, que no es como esos corruptos burócratas de Washington y que seguro que esconde un cañón enorme bajo la almohada…
Hace años Michael Moore rodó esa película/reportaje que aun recordamos a propósito de una tragedia parecida, Bowling for Colombine. Todo resultaba grotesco, de puro cómico y horrible a la vez, pero lo que a mí más me sorprendió fue el dato de que en Canadá la libertad de adquirir y usar armas de fuego es la misma que en EEUU y sin embargo nunca ocurre nada, comparativamente hablando. ¿Es que en el país de las barras y las estrellas están todos locos de remate, como viene a insinuar el propio Trump al quitarse el problema de encima atribuyéndolo al estado mental del asesino de Florida? Porque no es sólo ese, que ha arruinado su vida además de su alma mortal, es que son muchos, y el “éxito” de unos (éxito fácil, por otro lado, pues se enfrentan a víctimas desarmadas) anima a otros. La nación más poderosa del mundo, modelo de sistema económico y político, poblado de amantes del gatillo fácil. Eso explica que estos mismos días nos desayunemos con la noticia complementaria del dinero que Trump ha desviado hacia defensa y hacia el programa atómico en particular, ampliando además el espectro de motivos que se autoconcede para activarlo. Él también quiere tenerla más larga en el panorama geoestratégico internacional, faltaría más. Se trata de la misma insanía que sus electores pero a una escala bestial. EEUU es el único país, también, en el que es frecuente que un padre mate a su hijo de un tiro porque el chaval llega tarde por la noche e intenta entrar furtivamente en su cuarto como haría un ladrón. Es difícil discernir quién es aquí más “retrasado”, si el chico que se ha pasado de hora, y por tanto se ha retrasado técnicamente por amor a la juerga, o el padre muerto de miedo que oye un ruido, se levanta de la cama, se arma de valor y de un rifle y se cree repentinamente en el deber de hacer justicia por su propia mano (porque, aunque efectivamente hubiera sido un ladrón, tampoco un ladrón merece la pena de muerte inapelable por robar, a no ser que vivas en un lugar en que hasta los allanadores de domicilios modestos puedan creerse Rambo y disparar flechas explosivas con arco o lo que sea que les guste disparar).
No obstante, pese a toda esta irracionalidad, que los ciudadanos norteamericanos blancos, negros e hispanos conocen de sobra, la NRA, la Sociedad Nacional del Rifle, es uno de los lobbies más poderosos de EEUU. Prácticamente nadie les tose. Michael Moore, en su película, tampoco aportaba una respuesta a la peculiaridad usamericana en relación con las armas. Yo pienso, por decir algo, que EEUU debe ser un país que ofrece muy pocos alicientes para vivir. La gente, allí, sobre todo el sector masculino, se hacen mayores, y si no han triunfando como sólo a ellos les gusta triunfar, a lo grande, a la manera de aquel repugnante Lobo de Wall Street, entonces sólo les queda sentirse los protectores aguerridos de la pequeña parcela de riqueza que les ha cabido en suerte rebañar. Debe ser frustrante habitar el mismo país que Donald Trump, Rupert Murdoch, Warren Buffett o Bill Gates y terminar en pobre diablo anónimo. Pero, como se ha visto por enésima vez, es un ejemplo horrendo para el mundo y desde luego para sus propios adolescentes. Si a mis hijos, un poco más crecidos, les pasasen por un detector de metales al llegar al instituto todas las mañanas, procuraría emigrar de mi sacrosanta tierra echando leches, aunque en la calle atasen a los perros con longaniza. Es un horror y es una especie de terrorismo sin sentido y autoinfligido. Como para hacer un remake de James Dean, “Terrorista sin causa”… Decía Antonio Muñoz Molina en una entrevista el otro día que EEUU es un país desolador en el cual Obama -que tampoco fue un dechado de virtudes en política exterior, todo hay que decirlo- no había sido más que un malentendido. Sinceramente, esperamos que Muñoz Molina no tenga razón, aunque quitársela empezaría porque EEUU regulase su propio control de armas, pero a ver quién tiene redaños allí de ponerle ese cascabel al gato…
(A ese valiente igual hasta le pegaban un tiro, como a Kennedy.)
_____________________________________________________
[1] Tan chalados están algunos que se tatúan en el cuerpo la épica frase en griego que Leónidas replicó a los persas cuando en el paso de las Termópilas les pidieron que entregaran las armas: “molón labe” (venid a por ellas…)
Donde pone “hijo mejor”, en la segunda frase, debiera ser “menor”, naturalmente.