Mayo del 68: adoquines y espejos

AFP/Getty Images

“Era en Memphis y en Praga, donde estaba la revolución. No en París”

Antonio Muñoz Molina, Praga y Memphis en Mayo. Babelia, 19 abril 2008.

 

Mayo del 68 rompía con la imagen de la revolución que la izquierda y la derecha se habían transmitido desde la toma de la Bastilla. Ni fracaso ni succes story, ni victoria ni derrota; no fue un Gran Día, pero tampoco nada”.

André Glucksman, Mayo del 68.

 

 

No tanto “el mar bajo los adoquines” como se proclamó entonces, más bien como se descubrió luego: “los espejos bajo los adoquines”. Los espejos que reflejan lo visto, lo reproducen y lo almacenan en una suerte de memoria oculta y enterrada. También el espejo como metáfora stendhaliana de la novela y que nos permite construir un relato sobre aquello que reflejó.

Hay una diversidad de lugares comunes en torno a la valoración y lectura de los acontecimientos de Mayo de 1968, particularmente los del llamado enfáticamente Mayo francés, que es el Mayo por excelencia de ese año, frente al Mayo mexicano, al Mayo alemán, al Mayo checoslovaco o al Mayo estadounidense. Que no sólo fueron mayo, a veces marzo y en otras agosto. Que también lo fueron, pero las efemérides son así de traicioneras y de olvidadizas. Pero en este recuento territorial pesa mucho la excepción cultural francesa y la dependencia española con las riveras culturales y políticas del país galo.

 

Y uno de esos lugares tópicos es, además, la constante disyuntiva expresada por todos aquellos que miran el espejo bajo los adoquines: Final y Principio; Triunfo y Derrota; Blanco y Negro y hasta Ser y Nada. Como si al no saber fijar un valor destacable y nítido, se optara por la ambivalencia de su carácter y por la ambigüedad de lo uno y de lo otro, lo Positivo y lo Negativo. Y es ese el tono dual al que se refiere Glucksman. “Un consejo para los nostálgicos de su juventud perdida, para sus hijos románticos a los que les duele vivir: dejad de hacer de mayo del 68 un fetiche o de adjudicarle la paternidad de todos los vicios. El acontecimiento trajo consigo tanta energía e impulso como mezquindad y abandono”. Que es la otra dimensión referida por el mismo autor “Hay que aceptar la ambivalencia de Mayo, su arcaísmo y su modernidad. Era una mezcla entre la última revolución del siglo XIX y un movimiento nuevo, inédito que planteaba los problemas de finales del siglo XX”. Y por eso mismo, insistía, “quien pida a Mayo del 68 una tabla de valores se está equivocando”. Ni tabla de valores, ni tabla de salvación.

Y ese es el primer lugar común: todo fue Paris, todo fue en París. Cuando bien cierto es el carácter global y extendido de ese calendario primaveral, como demostraba el suplemento Babelia del 40 aniversario del año 2008, que hablaba de Revolución global y no sólo francesa, y mucho menos de Revolución parisina. De igual forma que Mayo del 68 se inscribe en un proceso de transformaciones sociales, políticas y culturales, que a juicio de Pedro Sempere tiene un arco temporal más amplio. Tan amplio como para fijar que “entre la cabeza reventada de John Fitzgerald Kennedy y el casco numantino de Salvador Allende hay diez años prodigiosos”. Años que motivaron su trabajo memorioso de 1976, junto a Alberto Corazón, La década prodigiosa. Una década donde se agolpan acontecimientos culturales y contraculturales, políticos y sociales llenos de irreverencia y de voluntad de romper el estado de cosas del muermo creciente de la sociedad del bienestar.

 

 

Y esa es, en parte, la paradoja antiautoritaria del Mayo francés, a juicio del relato de Muñoz Molina citado antes. Que cuenta, por demás, la llegada a Paris del recientemente desaparecido director de cine, Milos Forman, justo en el momento de la eclosión primaveral. Milos Forman que llegaba huyendo de la Checoslovaquia comunista, en vísperas de la invasión de agosto por las tropas del Pacto de Varsovia y de la fractura de la Primavera de Praga, no entiende cabalmente lo que ve y lo que está pasando. No entiende “que sus compañeros occidentales hacían compatible el disfrute de la libertad de expresión y de todas las ventajas de la sociedad de la abundancia con una simpatía extrema hacia los regímenes de los que él y sus amigos aspiraban a toda costa a huir”. Todos los regímenes del Socialismo Real que no dejaban de encubrir formas de dictadura, aunque fuera proclamada como Dictadura de Proletariado. Como pasaba entonces con la fascinación maoísta de la Revolución Cultural en occidente; una fascinación retórica y confundida que olvidaba la sangre roja vertida sobre el río Amarillo y contraponía aquello con esto, olvidando los espejos orientales. Más aún, y siguiendo con la perplejidad de Forman: “Para él las banderas rojas, las hoces y los martillos, la retórica marxista, eran símbolos de la siniestra opresión política que padecía su país; aquella gente las esgrimía como símbolos de rebelión”. Y en occidente se esgrimían como gesto liberador, olvidando Moscú 1937, Budapest 1956 y pronto muy pronto Praga 1968. Esa perplejidad de Milos Forman, es similar a la que sentimos ahora, cuando escuchamos en España la sana envidia que dice sentir Pablo Iglesias desde Podemos, por los felices ciudadanos venezolanos, que cuentan con una apacible inflación del 13.864%. Así Mayo del 68 y los diversos marxismos agotados y vistos como fórmula liberadora de la opresión capitalista. Así los espejos y los adoquines.

 

 

La otra deriva de Mayo de 68 son las dudas sobre su carácter de comienzo de algo nuevo o de final de época vieja. Comienzo de un Tiempo Nuevo, como sintieron entonces, desde Malraux, que lo llamó como Crisis de Civilización, a Edgar Morin que habló de un “electroshock social”. Sobre todo en Francia, con el final de ciertos aspectos de la V República y el hundimiento de ciertas formas tradicionales de entender y hacer la política entre gaullistas y comunistas. Pero de igual forma en occidente que en oriente. Por ello, de igual forma la colisión de la Primavera de Praga llevaba implícito el comienzo del final de la fórmula de los Socialismo reales y de las Democracias Populares, que acabarían detonando veinte años más tarde.

Ese carácter de umbral de tiempo nuevo es el otorgado por González Ferriz en su trabajo sobre mayo de 1968: El nacimiento de un nuevo mundo. También por lo citado un tiempo de clausura, invisible aún, del tiempo de la Guerra fría con todas las salvedades coreanas y vietnamitas. Y como consecuencia de todo ello, la lenta extinción de los bloques político-militares que habían gobernado el equilibro mundial desde 1945, fecha de final de la Segunda Guerra Mundial. Moteado el compas del tiempo, con el advenimiento creciente del apogeo chino y de su muy admirada, sobre todo por los intelectuales franceses, Revolución cultural, y el nuevo papel del mundo postcolonial con los efectos de la independencia de Argel y de la Revolución de Cuba.

 

 

¿Revolución o revuelta?’, por tanto. Como se afanaron en debatir Touraine, Le Goff, Audier y Rotman a propósito de la vigencia del Mayo del 68. Pero cómo sobreviven las revoluciones y cómo se prolongan las revueltas? Aunque ese debate diferido de 2008, del cual se dio cuenta en el número 856 de Babelia, se aceleró sobre todo por las palabras de Sarkozy en la campaña de las elecciones presidenciales francesas de 2007, pretendiendo entonces inaugurar otro tiempo nuevo y pretendiendo enterrar el legado de Mayo del 68. Cuando el candidato Sarkozy (más tarde electo Presidente de la República) afirmaba el 29 de abril en Bercy: “Ved pues como la herencia de mayo del 68 ha introducido el cinismo en la política y la sociedad”. Ha introducido en suma, la posmodernidad en política. Pero ¿la introdujo Mayo del 68 o la introducimos nosotros al hablar de aquello? Una posmodernidad, anticipada al Posmodern de los años ochenta, caracterizada por la pérdida de los Grandes Relatos y, consecuentemente, caracterizada por el abandono de los Proyectos Políticos Globales. Como mostraría la invasión de Checoslovaquia el 20 de agosto, y como subrayaría el resultado de las elecciones francesas post-mayo, otorgando una amplia mayoría a las fuerzas conservadoras. Otra paradoja. De tal forma que en palabras de Eduardo Haro Tecglen. “La Gran Francia conservadora había ganado su batalla: se había descubierto la mayoría silenciosa“.

 

 

Y ese punto de ‘la mala fe sarkozyana’ en el mitin de Bercy es el arranque de la reflexión a dos manos de André Glucksman y su hijo Rafaël en su trabajo Mayo del 68. Por la subversión permanente. Una reflexión que cuenta con una doble vertiente, la de ser Glucksman un testigo de primera mano de los acontecimiento parisinos y la del carácter global de sus reflexiones, no circunscritas a la Sorbona y Nanterre. Ya que “Mayo del 69 nunca se considera una aventura típicamente francesa, ‘muy nuestra’ y sólo nuestra”. Y en ese recuento de las movilizaciones y revueltas aparecen Memphis, Berkeley, Chicago, Berlín, Tokio, Seúl, Praga, Varsovia y México. Es decir aparece un fantasma que recorre el mundo bajo formas nuevas y desconocidas de movimiento antiautoritarios y de plenitud del Situacionismo como última vanguardia posible. “En occidente se supone que la democracia es una conquista que hay que superar. En el Este se exige democracia contra las dictaduras”. De donde se puede deducir que el relato propuesto es un relato supranacional. Y con todo ello, fija que “el carácter intrínsecamente inacabado de las ‘jornadas’ de mayo no permiten trazar una imagen de conjunto ni una versión oficial”. Sabedor Glucksman del ‘efecto Stendhal’, de no saber Fabrizio del Dongo que estaba asistiendo, propiamente, a la batalla de Austerliz. ¿Quién sabía por ello, que esas jornadas comenzadas en marzo y agotadas en junio estaban constituyendo el relato de un tiempo nuevo?

 


 

Notas de lectura

P. Sempere y A. Corazón. La década prodigiosa, Felmar, 1976.

F. Savater. Las aguas de mayo. El País, 19 mayo 1978.

Moya. El desencanto de la revolución imposible. El País, 16 junio 1978

E. Haro Tecglen. El 68. El País coleccionables. Abril, 1988.

VV.AA. 1968-1988. La evolución de las ideas. El País. Temas de nuestra época, 28 abril 1988.

VV.AA. El año que fue una época. El Globo, 6 mayo 1988.

VV.AA. 68. El año que hizo temblar el mundo. El País semanal, 3 mayo 1998.

VV.AA. Los enigmas de 1968. El País. Temas de nuestra época, 28 julio 1988.

B.H. Levy. El mayo del 68 ahora. El País, 25 febrero 2018.

VV.AA. Babelia, 19 abril 2008.

Granés. Triunfos y derrotas. Ecos de mayo del 68. Letras libres, 232, abril 2018.

G. Albiac. Mayo del 68. Fin de fiesta. Confluencias.

A y R. Glucksman. Mayo del 68. Por la subversión permanente. Taurus, 2018.

González Ferriz. 1968 El nacimiento de un nuevo mundo. Debate.

 

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