Manuel Vázquez Montalbán como escritor de terror

Lo peor no es que estemos solos, lo peor es que estamos rodeados

Manuel Vázquez Montalbán

Tengo una hipótesis de corte entre nietzscheano y darvinista (dos estilos ideológicos que creo que no se parecen tanto como en muchos tratados se acostumbra a suponer). Dice así: la cultura es una invención de los menos agraciados para acceder a las hembras de la tribu, o del clan, una especie de trampa seductora de poder y reproducción con la que competir con los individuos mejor favorecidos y darles en las narices cambiando el terreno de juego. Parece una tontería, pero explicaría muchas cosas, desde la consagración urbi et orbe del ciego Homero -debía ser terrible ser ciego en la sensual Grecia arcaica- hasta el desproporcionado éxito con las mujeres de Jean Paul Sartre. ¿Quién sería el guapo (nunca mejor dicho) que abandonaría las discotecas, los campos de deporte, o los escenarios en general, para encerrarse a pintar un cuadro, componer una sinfonía o escribir un libro? De ser así, este podría ser el caso de Manolo Vázquez Montalbán. Manolo era un tipo duro pero sentimental, y para un carácter como ese, que ya no se estila, hace falta un físico como el de Gary Cooper, o por lo menos como el de James Cagney. En cambio, Manolo era rellenito, calvo y con gafas, maldita sea la suerte. Pero tenía una gran cabeza, también en sentido figurado, es decir, una poderosa y amplia inteligencia. De ese mechinal bullente podía sacar Manolo las armas que harían de él un hombre más que interesante, un hombre al que había que guardar un gran respeto. Además, Manuel Vázquez Montalbán fue desde muy temprano un guerrero, poseía alma de guerrero de las letras, lo cual le llevó a concebir la escritura como un modo de la venganza. Como se sabe, él era comunista, pero con una aguda conciencia de la ruina eterna del comunismo (solía decir que si había que abandonar esa casa, él quería ser el último en apagar la luz), de manera que vengaba su memoria, traicionada por sus adversarios pero también y no menos por sus partidarios, a golpe de máquina de escribir…

Lo último que he leído de Vázquez Montalbán, después de toda una vida con sus Carvalhos, ha sido Erec y Enide, que es, precisamente, la última de entre sus novelas no dedicadas al detective barcelonés. En esta ocurre lo mismo: Manolo retrata a una familia de la alta burguesía catalana sin ahorrar ningún detalle vergonzoso, y lo hace desde la metáfora de una novela corta del viejo romancista medieval Chretien de Troyes. El resultado es sorprendente, porque Manolo parece pensar, ya muy avanzada su vida y su pensamiento -que es, siempre, pensamiento social-, algo como que hay gente heroica que vive lo que piensa y actúa en consecuencia, y otros, parásitos pijos, que se pasean por el mundo luciendo su vanidad y cosechando galardones vacíos. Estos últimos, en la novela, son la gente de la cultura, justamente. Así que Manolo, en la más madura de sus versiones, tal vez suscribiría mi hipótesis. Y lo haría vengándose de ese mundillo egoísta, falsamente profundo, ciego y frívolo, en cada frase, en cada incidente y muy a menudo en cada adjetivo –porque, por cierto, Vázquez Montalbán tiene ese defecto como escritor, producto de su excesiva personalidad, que consiste en que todos sus personajes hablan como el narrador, que a su vez es una entidad que juzga todo lo que cuenta con el tono reprobatorio e irónico del propio Vázquez Montalbán: la venganza jamás cesa…

Ya antes Manolo, en sus anteriores novelas, artículos y ensayos (apenas he leído la poesía…) había fustigado a la cultura. Carvalho arroja sus libros a su chimenea de Valvidriera, porque ya no es capaz de creer en ellos, excepto en una ocasión, en la que dos versos le impiden incinerar Poeta en Nueva York. O en Galindez, donde un agente de la CIA culto y erudito es casi lo que más miedo da de aquella novela de terror político. Y es que eso era a lo que se dedicaba Manolo antes de su Erec y Enide: a las novelas de terror. Pero, como digo, de terror político. Su visión era la de un mundo que ya no tiene rescate ni esperanza alguna, si es que el comunismo fue, efectivamente, su última esperanza a nivel global. Se pasa mal en las novelas de Vázquez Montalbán, no están hechas para festejar la vida, en ellas no existe el final feliz y todo transcurre en una confirmación morosa del espanto –a veces la serie The Wire, con su cotidianización también detallada de un mundo de intereses crueles y sibilinos vividos con normalidad por sus personajes, cada temporada un círculo infernal dantesco, me recuerda el bisturí social de Manolo. Hemos permitido que nos ganasen definitivamente la lucha de clases, parece pensar Manolo, y sólo cabe redactar nuestra acta de defunción social, a la manera que lo hacía Leonardo Sciacia acerca de la omnipresencia de la Mafia en Sicilia. Nos hemos quedado solos, pero con el enemigo rodeándonos, libre al fin para dar rienda suelta a sus fastos y sus obras. Desde luego, Manolo Vázquez Montalbán era un escritor de miedo, pero en el doble sentido del término… (tuvo, incluso, el valor de escribir una Autobiografía del General Franco, bastante lograda, para lo cual había que intentar instalarse en la cabeza del dictador, que a su manera pacata, castrense y burguesa producía no poca alarma…)

Sin embargo, en Erec y Enide Manolo pareció tomar partido por algo, en última instancia. La crítica a la “insoportable levedad del saber”, como él la llamaba, es más acusada, pero no constituye un fin en sí mismo, como, por ejemplo, en El premio. Se trataba de mostrar también que, más allá del fracaso del comunismo, todavía hay personas que actúan conforme les dicta su conciencia. Para el nivel de desencanto y escepticismo alcanzado por Manolo a lo largo de sus años, casi parece mentira que llegara a confiar, aun vicariamente, en cosas como las ONGs que desarrollan sus actividades en Latinoamérica. Ya en un relato anterior, concebido para lectores juveniles, El señor de los bonsáis, Manolo se había agarrado a la ligera confianza de que tal vez el poder no sería tan insidioso, tan terrible (y tan “microfísico”, pero no recuerdo ninguna alusión de Manolo a Michel Foucault), si le obligásemos cuanto menos a ser transparente. El ominoso castillo de Kafka transparentado ya no sería tan ominoso… En cualquier caso, me parece un buen final para Manuel Vázquez Montalbán. Si no feliz, sí bueno. Debe ser agotador pasarse la vida escribiendo acerca de que lo que vemos todos los días en las noticias es cierto, que nuestras intuiciones más negras son reales, que el mundo está en unas manos pavorosas, pero si Manolo pudo creer todavía en unas pocas personas casi al final de su obra, no todo estará perdido.

¿O sí?…

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2 Comentarios

  1. says: JOSÉ RIVERO

    MVM lo que más valoraba, justamente, era su obra poética, y ello al margen de Novísimos y monsergas. ‘Una educación sentimental’, o ‘Movimientos sin éxito ‘, primeros poemarios dan cuenta del carácter indagador de MVM en la lengua y en la expresión de esta faceta postergada por casi todos sus lectores. Nadie duda del torrente periodístico, de su voluntad narrativa con Carvalho y de su faceta ensayistica plural y a veces surreal (‘Manifiesto subnormal’). Pero al final, hay unas luces amarillas, más personales y herméticas en su obra poética.

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