En el verano de 1959, entre los meses estelares de junio a agosto, el poeta Pier Palo Pasolini (aún no había comenzado su carrera como director de cine) realiza un viaje perimetral por Italia o un viaje por la Italia perimetral que acaba denominando La larga carretera de arena. Que todo no iba a ser la centralidad de Roma o de Milán, sin mar ni costa que llevarse adentro, aunque con muchas otras influencias. Tal vez también un Viaje sentimental y un Viaje perimetral al mismo tiempo.
Viaje el primero el sentimental, en referencia al libro de Italo Svevo que se había reeditado en 1957 bajo el nombre de Corto viaje sentimental, y que retoma en el cuento homónimo del texto, un trayecto viajero desde Milán a Gorizia. Como si hubiera en estos años de reconstrucción nacional una voluntad viajera como trasunto literario o cómo búsqueda del perfil de lo nacional.
En 1957 Pasolini había ganado el premio Viareggio, con el poemario Las cenizas de Gramsci, y en 1960, al año siguiente del referido viaje perimetral, publica Sonetos primaverales. La primera incursión en el cinematógrafo es ya de 1961, con Accattone y después en 1962 con Mamma Roma. Películas ubicadas en la dura periferia romana y no en la bordura apacible del litoral ligur-tirreno-jónico-adriático, para marcar un claro contraste de meses y de mares. Los meses de ocio y libranza; y los mares azules de los playazos populares o elitistas con los mares grises de las periferias industriales.
Y digo además viaje perimetral, porque Pasolini realiza un extenso recorrido por la bota de la península Itálica, dando comienzo en Ventimiglia a principios de junio, cerca de la frontera francesa, y cerrando el recorrido estival en Trieste o mejor aún en Gorizia, ya en la frontera yugoeslava. Viaje que realiza en solitario a bordo de su Fiat 1100, dando cuenta más tarde de sus visiones, escritas y fotográficas, del verano italiano.
Un verano azul y amarillo de la complacencia de cierta recuperación económica, de una Italia que tras la inmediata posguerra no duda en crear el festival de la canción italiana de San Remo. Un festival canoro y casero que daría salida a lo largo de los años, a múltiples temas del imaginario musical de ese Sur particular. Y particularmente, en 1958, con la pieza de Modugno, Nel blu dipinto di blu.
Como si todo en los veranos debiera de ser azul inequívoco. Aunque pienso que, tal vez, el fondo adecuado de este viaje arenoso de Pasolini fuera la pieza de Gino Paoli, de 1963, Sapore di sale, sapore de mare. Pieza en la que colaboraron tanto Ennio Morricone como Gato Barbieri. De igual forma que resulta similar el recorrido estival y veraniego formulado por Dino Risi en su extraordinaria película Il sorpasso (entre nosotros La escapada) de 1962. Y es que es posible, que la escritura abierta y directa de Pasolini en La larga carretera de arena, influyera en la escritura del guión de Il sorpasso, de Risi y de Ettore Scola.
Esas crónicas encargadas por el semanario Successo, aparecieron en tres entregas, el 4 de julio, el 14 de agosto y el 5 de septiembre. Donde lo que se echa en falta en la edición de Gallo Nero, es la ausencia de las fotos del mismo Pasolini, que acompañaron el relato inicial. Crónicas que tienen un indudable interés no sólo como muestra de la escritura de viajes, sino como procedimiento de captura del nuevo fenómeno que en las sociedades europeas se estaba produciendo con el turismo y al amparo del turismo, desde las ventanas del Estado del bienestar.
Un fenómeno de implicaciones económicas, pero de repercusiones sociales y culturales evidentes, como acabaríamos comprobando años después, con la creación entre nosotros, en 1964, del Ministerio de Información y Turismo. Que bajo la coartada de cierta normalización económica, abriría las fronteras a las divisas del norte de Europa y a nuevas costumbres de espaldas suecas y bikinis franceses. Y ese cambio de modelo de las sociedades de veraneantes patricios, por otros mesocráticos es el clima moral que captura Pasolini, entre los distintos mares de Italia.
Baste ver las diferencias con el trabajo de Enrique Laborde, Viaje al calor de 1962, casi coetáneo a La larga carretera de arena y con otras prioridades del escritor viajero. Si Pasolini utiliza una mirada cosmopolita y plural para enjuiciar lo que captura, Laborde se debate entre el tono socarrón y ciertas pinceladas sociales y costumbristas.
Para hacer ver, pero eso es otra cuestión que excede a este comentario, que la literatura de viajes de esos años españoles, desde Camilo José Cela (Viaje a la Alcarria, 1948) a Antonio Ferres y Armando López Salinas (Caminando por las Hurdes, 1958), desde Armando López Salinas y Alfonso Grosso (Por el río abajo, 1966) a Vicente Romano y Fernando Sanz (El Valle de Alcudia, 1967), tienen una preocupación social que condiciona la mirada del viajero. Como puede comprobarse con las crónicas, parecidas en su factura por entregas en el semanario Triunfo, de Alfonso Carlos Comín y su reportaje de denuncia, Noticia de Andalucía a lo largo de 1970. Fruto, tal vez todo ello, del apogeo de la literatura del Realismo social (que en estos años cerraba ya su ciclo de combate) y de otras contaminaciones figurativas del llamado Nuevo Cine español.
No comprendí el final de Mamma Roma…
Solo Magnani lo sabe. Pasolini nunca es lineal en sus estructuras narrativas. Sospecho que esa incomprensión aletea en otros trabajos, desde Teorema a Porcile. Por no hablar de la referida en la entrevistas ultima Saló. Creo que su cine merece revisiones periódicas.