Balada de otoño en Nueva York

Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve,
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados,
sobre los campos, llueve.

Pintaron de gris el cielo
y el suelo
se fue abrigando con hojas,
se fue vistiendo de otoño.

Así canta Serrat en una de sus canciones más hermosas, Balada de Otoño, dibujando con melancolia machadiana los colores del paisaje y del espíritu. Porque aquí la lluvia es la banda sonora de un sentimiento, un crisol de nostalgia y soledad en el atardecer de la vida. O, para decirlo con más exactitud, aquí la lluvia es un estado de ánimo, una forma de ser y mirar en una tarde de otoño.

También llueve y llueve y también es otoño en la (por ahora) última película de Woody Allen, que por fin nos ha convocado a nuestra cita anual con  Un día de lluvia en Nueva York. En ella no suena la canción de Serrat ni las palabras de Machado, aunque no falta la música nostálgica de Errol Garner, Irving Berlin o Frederick Loewe. Y aquí la lluvia no es contemplada detrás de unos cristales en actitud derrotada y doliente, sino que se enreda en la trama como un personaje más, dinamizando encuentros y desencuentros. 

 En Un día de lluvia en Nueva York, Allen vuelve a Manhattan pero no se refugia detrás de los cristales mientras está “quemándose el último leño en el hogar”, como reza la canción de Serrat. Bien podría hacerlo, porque sabe que a sus 84 abriles los leños nunca serán muchos y porque son muchas sus cicatrices después de los naufragios de los últimos años. Pero él vuelve allí para recuperar su paisaje como persona y como artista y dotarlo de una savia nueva, con muy leves concesiones a la nostalgia. Bien sabe el gran maestro que nada vivifica tanto un lugar como una buena historia, un montaje nuevo sobre fotos antiguas que en vez de ponerse amarillentas cambian de álbum y de relato. Los mismos lugares y el mismo personaje- ese neurótico irredento que se reinventa una y otra vez en sus películas- pero esta vez en un día de lluvia en el otoño. No es casual, por supuesto, esa lluvia que acompaña en un deambular por calles, ambientes y situaciones que rozan y milagrosamente superan el dejá vu. Otra vez Manhattan, Central Park, los taxis amarillos, los ambientes de lujo, la música excelsa ….pero además, y sobre todo, la lluvia.

 En el cine son incontables los ejemplos donde la lluvia acentúa los momentos culminantes de una historia de amor . Todos recordamos escenas históricas “pasadas por agua”: el encuentro feliz de los amantes en Desayuno con Diamantes o el desgarro de la separación en Los puentes de Madison ,sin olvidar una tórrida escena en Match Point. Pero, sin llegar a este elevado voltaje emocional, hay situaciones de mayor sutileza donde la lluvia parece actuar como testigo y cómplice: tal es el caso de un encuentro en un callejón de los amantes en  In the mood for Love o la insuperable fusión de la lluvia y la trompeta de Miles Davis en Ascensor para el Cadalso, entre muchos otros ejemplos.  Sin embargo, Woody Allen enmarca su última película en la lluvia sin ningún propósito dramático: simplemente, como confesaba en una entrevista reciente, prefiere los días de lluvia porque “ la luz es más bonita. Y porque creo que en esos días las personas piensan más desde su interior, desde su alma. La mía es un poco triste …..y si abro la ventana por la mañana y hace sol, me resulta desagradable. En cambio encuentro que las ciudades son hermosas bajo la lluvia…..en mis películas lo importante sucede casi siempre cuando llueve. ( El País Semanal, 29-9-19).

Qué reconfortantes suenan las palabras de Allen para esa minoría que, desde niños, asociamos la lluvia con felicidad, o más exactamente, con ese bienestar tenue y suave que implica tarde de  lectura, de  cine, de  contemplación tras los cristales o de paseo por una ciudad donde “pintaron de gris el cielo”, como reza el verso de Machado. La lluvia posee muchos detractores que no saben descifrar sus tonos de luz o sus aromas mágicos y suele crear una barrera infranqueable entre quienes la aman y quienes la aborrecen. Yo diría, incluso, que la lluvia es la que realmente separa a los protagonistas de esta película, además de un sinfín de enredos y situaciones chispeantes. El chico, Gatsby, ( cuántas evocaciones en ese nombre!!) comprende que su lugar está en ese Nueva York lluvioso y otoñal en tanto que la chica añora espacios más soleados y por tanto más prometedores para el futuro. 

Desde esa lluvia que invita a recogerse y a vivir emociones de puertas para adentro, Allen evoca la juventud, su juventud, en la figura de Gatsby. Su atuendo, los lugares que le gustan, las canciones que interpreta al piano pero, sobre todo, esa rendija abierta a una historia romántica, parece hablarnos de tiempos remotos si los contemplamos desde la era digital. Porque ¿cómo soñar con encuentros azarosos bajo la lluvia en los tiempos de Tinder?; o ¿cómo mostrar impúdicamente el desconcierto y la insatisfacción personal en la sociedad dorada de Instagram?. Allen apuesta de nuevo por un alter ego en crisis permanente y exhuma de su amplia geología personal el joven tímido, soñador y caótico que siempre ha sido y será. Pero lo hace- y este en sin duda el mayor logro de la película- con una nostalgia contenida, con una mirada fresca, desprovista de amargura, a pesar del largo trecho existencial que le separa de la historia que narra. 

Woody Allen vive ya en ese otoño de la vida donde se presagia- y se teme- el invierno como etapa final. Por eso debe elogiarse el carácter risueño de esta Balada de Otoño que nos brinda, donde se aventura a (re) vivir los sueños de juventud y logra que el espectador salga del cine con una sonrisa. Porque lograr una sonrisa, debemos recordar, nunca es banal. Si repasamos la canción de Serrat que abría este texto, cabe suponer que en el corazón del anciano Allen debe haber muchos momentos en  que “ se va la tarde y me deja// la queja// que mañana será vieja// de una balada en otoño. Pero en la pantalla opta por seguir soñando que en la tarde de lluvia va a aparecer la chica que ama y que espera debajo del reloj del parque, como en las películas de antes. Y el milagro es que en esta película, en pleno  otoño de 2019, la chica también aparece y, después de besar al chico, le promete que para la primavera le subirá la nota en la asignatura del amor. 

Hay vida después del otoño. Gracias, Woody. 

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