Irlanda y las “Almas en pena de Inisherin”

La última película de Martin McDonagh es un crisol de tópicos y tradiciones irlandesas tamizado por el humor. El título en inglés- The Banshees of Inisherin– ya nos ofrece algunas claves sobre la historia que va a narrarnos: en primer lugar, la palabra banshee, vertida al español como “almas en pena”, es una figura mitológica que anuncia la muerte, bien sea una muerte inminente o una que acaba de ocurrir, a veces en lugares distantes. Según la creencia popular, cada familia tiene su propia banshee, que sería la reencarnación de un antepasado. Y el segundo término del título, Inisherin, aún siendo ficticio evoca inmediatamente a las islas Aran ( Inishmore, Inishmaan e Inisheer) en la costa occidental de Irlanda, un escenario de belleza deslumbrante. Pero además de eso, estas islas fueron un lugar de peregrinación cultural a comienzos del siglo XX, cuando Irlanda todavía pertenecía a Inglaterra y buscaba sus señas de identidad. Aquí estamos en 1923, poco después de alcanzar el país su independencia, y McDonagh disecciona con mano firme una comunidad remota y aislada que actúa como un microcosmos. Ya había un precedente cinematográfico, porque en 1934 Robert J. Flaherty rodó el extraordinario documental Hombres de Aran, un retrato de la dureza de la vida en estas islas.

La película no puede ser más irlandesa, con numerosas referencias a la complejidad histórica y cultural de la isla. Nos enseña, por ejemplo, la pervivencia de la mitología celta, que nutrió la literatura, la lengua y el folklore incluso en los tiempos de la dominación inglesa; y el guiño a las islas Aran nos habla de un territorio que conservó las primitivas tradiciones gaélicas y que fue reivindicado como la esencia patria por los intelectuales nacionalistas de comienzos del siglo XX. El Renacimiento Literario Irlandés, que así se llamaba el movimiento, desenterró mitos y leyendas de la Irlanda heroica y romántica de las sagas e idealizó el Oeste y el campesinado como una especie de Arcadia. Uno de estos escritores, J.M. Synge, pasó varios veranos entre 1899 y 1902 en una de las islas, Inishmaan, y sus observaciones del lugar se plasmaron en el libro Las Islas Aran ( 1907). Pero sobre todo allí, escuchando las historias que le contaban, encontró inspiración para su brillante obra dramática, en la que destaca The Playboy of the Western World ( El Playboy de Occidente, 1907) cuyo estreno en Dublín dio lugar a varias noches de disturbios. El público asistió horrorizado a toda una exhibición de elementos macabros y grotescos que no era la primera vez que aparecían en la literatura irlandesa ( la obra de Synge exploraba las posibilidades humorísticas del parricidio) porque los dos elementos habían estado siempre presentes. Baste recordar el célebre ensayo de Jonathan Swift Una modesta proposición (1729) donde plantea, ante la miseria del campesinado irlandés, que se coman a los bebés y los recién nacidos e incluso da recetas para sazonarlos. Otro ejemplo de humor macabro serían las “Irish Wakes”, los velatorios, que incluían diversiones, bebida, música y amena conversación, cuando menos, en presencia del féretro. Lady Esperanza Wilde, la madre de Oscar, mujer de gran personalidad, fue autora de un artículo cuyo título es suficientemente aclaratorio: “The Wake Orgies” ( las orgias de los velatorios). Mucho de esto vertebra la última obra de Joyce, Finnegan´s Wake, donde el cadáver, Tim Finnegan, resucita al olor del alcohol que estaban bebiendo sus amigos.

Así pues, The Banshees of Inisherin perpetúa toda una tradición de lo que Samuel Beckett, otro de los irlandeses más universales, ha llamado “the bitter laugh”, la risa amarga, que no es otra cosa que el humor asociado a la desgracia o la infelicidad, eje central de su propia obra. Ya sé que no resulta fácil hacer una lectura cómica de la película, pero está mucho más cerca del absurdo que del drama, a pesar de la sanguinolencia que la jalona. Porque absurdos son esos diálogos continuos entre dos amigos que llevan juntos toda una vida y que en ocasiones nos recuerdan a Vladimir y Estragón en Esperando a Godot. Diálogos que abocan a la incomunicación, hasta que la violencia final parece unirles. Incluso un elemento tan repugnante como la automutilación forma parte de la tradición irlandesa del “blood sacrifice”, la voluntad de autoinmolación por unos ideales que proclamaban algunos líderes republicanos como Patrick Pearse o Terence MacSwiney, el alcalde de Cork que murió en huelga de hambre en 1920; muchos años más tarde, en 1981, 10 jóvenes del IRA, entre ellos Bobby Sands, murieron de la misma forma en la cárcel de Long Kesh, Irlanda del Norte.

La lente del humor es indispensable para entender la vida de esta pequeña comunidad arquetípica: el pub, el policía corrupto, el cura y la Iglesia, la chica guapa y soltera (con hermano incluido) que nos recuerda a la Mary Kate de El Hombre Tranquilo, el chico discapacitado que nos recuerda otro personaje de La hija de Ryan; pero sobre debemos entender las limitaciones de una vida que se repliega sobre sí misma y que en nada se parece a la Arcadia que tanto ensalzaron la literatura y la música. Incluso los ecos de la guerra civil que se oyen en “la isla grande” ( Inishmore), se parecen más a una banda sonora que a una contienda y prueba de la ignorancia reinante es que el policía confiesa que cobra por ejecutar a reos pero que no sabe de qué bando son.

Otro aspecto que llama la atención es la estructura familiar, bien de varones que viven solos, hermanos que conviven o una relación incestuosa de padre-hijo. En las primeras décadas del siglo XX, Irlanda estaba plagada de hombres y mujeres célibes por razones ecónomicas, aunque pueda parecer extraño. Con el fin de evitar la fragmentación de la propiedad familiar, solo se permitía contraer matrimonio al hijo heredero, que no era necesariamente el primogénito, y la familia controlaba las condiciones y el momento del enlace. Esto obligaba al resto de los hijos a emigrar, a profesar en religión o a un doloroso celibato. Por tanto la condición de solterón/a refuerza la soledad de los protagonistas, los hermanos Pádraic y Siobhán y el solitario Colm, quien decide que no tiene sentido pasar la vida conversando con el aburrido Pádraic, como si hubiera muchas alternativas. Porque allí los únicos interlocutores son los animales domésticos y la única nota de alegría es la música del pub, esa estampa bulliciosa que siempre acompaña cuando se va a tomar una pinta. De ahí que el sacrificio de Colm al amputarse los dedos sea de una heroicidad extrema porque con ellos podría tocar el violín, su auténtica ilusión. En ese mundo tan masculino destaca Siobhan, la hermana soltera e independiente que no se resigna a la claustrofobia de la isla y es la única que se atreve a emigrar.

Cabe señalar, por último, rituales y gestos que recuerdan los duelos del western pero aquí, en vez de sheriffs o forajidos manejando el revólver, tenemos dos isleños apegados a la tierra que se disparan con la palabra. La espiral de violencia que inicia uno de ellos se revelará más útil que la reiterativa conversación,´porque tienen que ocurrir auténticas atrocidades para que al final los dos amigos mantengan de nuevo un diálogo cordial :

Colm: “Gracias por cuidar a mi perro”.

Pádraic: “Siempre que quieras”.

Hay que imaginar que a partir de aquí, a pesar de una muerte, una dolorosa emigración, cuatro dedos amputados, una casa hecha cenizas, un burro muerto y una guerra civil a pocos kilómetros, Pádraic seguirá recogiendo a Colm diariamente para tomar una pinta. Pura Irlanda. Y como dicen allí, Cead Mile Failte: cien mil veces bienvenidos!!!!.

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