El “Hulk” de Ang Lee (2003)

Algunos llevamos casi veinte años viendo las nuevas películas de los, así llamados, “superhéroes” de Marvel y DC, esas que se han hecho aprovechando los increíbles avances de los efectos especiales enfocados para el cine comercial (presiento que llegará el día en que estas proezas tecnológicas comenzarán a emplearse fuera del cine, y lo mismo que ahora pueden hacernos creer en la existencia virtual de La Visión –Vengadores, la era de Ultrón-, en el futuro inmediato podrán hacernos creer en lo que sea dentro de un informativo diario corriente: prepárense para la próxima victoria de un redivivo Ronald  Reagan en las elecciones presidenciales americanas…) Muchas son menos malas de lo que uno podría imaginar, pero la mejor, en mi humilde opinión, no es la amarga y más o menos adulta Logan del año pasado, que da más pena que otra cosa -pena del asendereado protagonista, no de la cinta en sí-, sino una de las primeras, el Hulk que encargaron al genial director taiwanés Ang Lee. No sólo, creo, es la mejor película de tema superheroico, 17 años después de su estreno, sino la mejor, también, de asunto psicoanalítico de las que se han rodado nunca desde el bautismo de John Houston con la vida de Freud.

Ang Lee

Luego se han hecho otros Hulk, y el verdoso y forzudo personaje repite en todas las películas-espectáculo de los mencionados Vengadores, pero son apariciones ridículas, pueriles, en comparación con aquella obra maestra de Lee. En la película se pusieron en obra muchas novedades fílmicas impropias del cine de palomitas, como planos divididos en dos o en cuatro secuencias simultáneas o un expresionismo visual más propio del cine alemán de entreguerras que de un fetiche-franquicia para adolescentes, pero lo más curioso es el argumento. Bruce Banner es un adulto profundamente reprimido por los recuerdos de su traumática infancia, y se muestra incapaz incluso de mantener relaciones sentimentales normales con el bombonazo de Jennifer Connelly. Su padre, un excelente Nick Nolte, fue una especie de nazi que fantaseaba con delirios de superioridad biológica en su trabajo para lo que hoy a veces denominamos “el complejo burocrático-militar”, y ese padre, esa función de la Ley freudiana, ha sido tan fanático que ha experimentado con su propio hijo en aras del transhumanismo que, también hoy, tantos anhelan y aguardan como el futuro inmediato más prometedor y feliz de nuestra especie. Lo que viene después, en la película, sin embargo, es una pesadilla violenta y triste. Kafka, en su Carta al padre, no había soñado nada tan extremo, y Freud, pegado a su diván, jamás habría concebido que el complejo de Edipo se pudiera llevar tan lejos como en el enfrentamiento final de la película, donde el poder del padre batalla con la rabia del hijo y todo termina en una explosiva y cuasi-cósmica catarsis…

El Hulk de Ang Lee tiene un rostro casi dulce, apreciablemente bondadoso, pero cuando se enfada es como un niño que ya no aguanta más y destroza todos sus juguetes. La argucia original de Stan Lee para dar lugar a la irrupción del monstruo, la Bomba Gamma, apenas tiene la menor importancia en el guión. Más base científica, en cambio, tienen las especulaciones sobre el sistema inmune humano que habían comenzado en 1945 y que encontraron su ápice en las investigaciones sobre el SIDA de los años ochenta. La película jugó con esto y jugó también, como digo, con el Psicoanálisis, que esos mismos años ochenta había sido duramente cuestionado en EEUU y Reino Unido en las obras respectivas de John Rosen y Ernest Gellner. En realidad, no es preciso creer en la efectividad o la validez epistemológica del Psicoanálisis para participar a fondo del drama familiar planteado en Hulk. Lo que no se puede hacer, a mi juicio, es subestimar la aportación estética y humanística de ciertos productos culturales como Hulk tan sólo porque sean considerados entretenimiento popular. A menudo, el entretenimiento popular, si no consiste en un pastiche mil veces repetido, contiene más claves sobre nuestra mentalidad colectiva que una elaborada criatura de la Alta Cultura destinada a unos pocos. Eso lo que Fredric Jameson denominó “el Inconsciente Político”. Me parece que Ang Lee supo aprovechar eso magníficamente. Lo que sigue siendo un misterio indescifrable es cómo Hulk siempre mantiene intactos sus pantalones morados…

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