El mito de la neutralidad de la tecnología o unos Principios de Diseño Ético

Fotografía Peter Bialobrzeski

He leído en varias ocasiones, con torcida perplejidad, a expertos en áreas tecnológicas afirmar, con suma tranquilidad, que la tecnología ni es buena ni mala, que todo depende del uso que se le dé. Así, un cuchillo puede servir tanto para cortar el tan necesario alimento, como para apuñalar al prójimo. Por consiguiente, los empresarios-ingenieros-fabricantes quedan exonerados de toda culpa por diseñar cualquier artefacto, cayendo la totalidad de la responsabilidad en el usuario. Grave error para, como es habitual, metérnosla doblada.

La tecnología no es, de ningún modo, neutra éticamente. Veamos una serie de argumentos para dejarlo claro como el agua:

Fotografía Peter Bialobrzeski

1.Toda tecnología requiere unos materiales y un coste energético, por lo que cabe preguntarse: ¿Cuán de escasos son esos recursos?  Si son escasos ¿no se necesitarán para otro objetivo éticamente más importante que el que yo les voy a dar? ¿Cómo de difícil es su extracción? ¿Se pondrán en peligro vidas para ello? Famoso es el debate acerca de los materiales con los que se construyen nuestros teléfonos móviles: ¿es ético producir y consumirlos sabiendo de dónde vienen sus componentes? En lo que respecta a la IA, hasta hace poco nadie parecía caer en su elevado coste medioambiental cuando la enorme necesidad de capacidad de cómputo dada la notoria ineficiencia del deep learning es muy patente. La IA no es ecofriendly, y eso merece una profunda reflexión.

Fotografía Peter Bialobrzeski

2. Toda tecnología requiere un proceso de producción: ¿dónde y quién lo realiza? ¿Los trabajadores reciben un salario justo y sus condiciones laborales son adecuadas? Mucho se ha debatido sobre las condiciones laborales de las fábricas asiáticas, donde se produce, prácticamente, todo la tecnología que consumimos. A través de Pinker, he leído estos días sobre la interesante, y polémica, idea de la curva de Kuznets: tras un periodo de gran desigualdad, cuando los países llegan a un alto nivel de desarrollo, la desigualdad se reduce. Quizá no justifique éticamente esa desigualdad, pero en ausencia de alternativas viables en esos países, es posible que sea la mejor opción (si bien también se ha discutido si su base empírica se sostiene).

Fotografía Peter Bialobrzeski

3. Toda tecnología genera residuos, por lo que cabe preguntarse: ¿que residuos va a generar la nuestra? ¿Son biodegradables? ¿Cuál será su impacto medioambiental? ¿Dónde se almacenan y en qué condiciones? Así, tenemos el gran debate sobre la idoneidad de los coches eléctricos. Por un lado parecía que eran mucho más ecológicos, pero cuando caemos en lo que contamina generar la electricidad que consumen, vemos que no lo son tanto. En está línea está la polémica con respecto a las centrales nucleares. Yo creo firmemente que el sector ecologista que las critica está equivocado. Si hacemos un balance de pros y contras, y a falta de que la energía solar mejore, son una magnífica opción y una buena forma de luchar contra el cambio climático.

Fotografía Peter Bialobrzeski

4. Toda tecnología tiene efectos secundarios no previstos por los diseñadores. Por eso todo proyecto tecnológico tiene que ir acompañado de una buena evaluación de riesgos. Ya hablamos aquí hace tiempo de la elegante definición de eficiencia tecnológica de Quintanilla: una máquina es eficiente si utiliza los medios más económicos para llegar a sus objetivos y a nada más que a sus objetivos. Esta última parte es la clave: hay que intentar que no se nos escape nada, y si no podemos evitar que se nos escape (realmente, es muy difícil predecir a medio y largo plazo cómo estará el tema), al menos, hacer una sesuda reflexión sobre ello y ponderar razonablemente si merece o no la pena.

Fotografía Peter Bialobrzeski

5. Toda tecnología tiene posibles usos perversos ¿cuáles son y cuál puede ser su gravedad? ¿Hasta dónde puedo garantizar que no se lleven a cabo? Por ejemplo, parece evidente que si yo creo un método de edición genética que permite a cualquier persona del mundo, sin conocimientos de bioquímica, crear en su casa un virus letal, no deberé sacar a la luz tal tecnología. Y aquí es donde mejor se ve la no neutralidad ética de la tecnología: no es éticamente lo mismo diseñar una vacuna que una bomba de hidrógeno, porque los posibles usos perversos de la segunda son mucho mayores que los de la primera. Resulta muy curioso como en el caso de la IA, se haga más mención al uso perverso que “ella misma” hará contra nosotros (la famosa rebelión de las máquinas), más que del uso perverso que muchos humanos harán de ella. Y, del mismo modo, también resulta curioso que se sobredimensionen sus peligros y usos negativos (los killer robots o los algoritmos sesgados) cuando sus usos positivos son infinitamente más beneficiosos para la humanidad que estos posibles perjuicios. En la IA, igual que pasa con la ingeniería genética, se está ponderando muy mal su uso futuro.

Fotografía Peter Bialobrzeski

6. Toda tecnología tiene un grado de impacto global: no es lo mismo un invento que hago en mi casa y se queda allí, que algo que tenga muchísimas repercusiones a todos los niveles. Por ejemplo, yo invento un cereal transgénico cuyas cualidades abaratan muchísimo sus costes de producción y, por tanto, su precio final. Supongamos que existe un pequeño país cuyo principal producto de exportación es el cereal. Entonces, he de prever qué efectos sobre la economía de ese país tendrá que yo saque al mercado mi producto. Si que yo me forre implica que condene a un país a la hambruna y a la miseria, he de repensar mi estrategia y buscar otras vías. Además, en un mundo globalizado donde todo está interconectado, hay que tener en cuenta que lo que uno hace en Londres, puede tener repercusiones en Tokio, es decir, que el grado de impacto de cualquier cosa que se haga es, potencialmente, mucho mayor que antaño, por lo que, igualmente, el grado de responsabilidad crecerá a la par.

El error de pensar en la neutralidad de la técnica está en pensar entendiendo los diversos agentes y elementos sociales de forma aislada cuando, verdaderamente, nada se da de forma aislada. Tanto más cuando un desarrollo tecnológico es, en la actualidad, una tarea inmensa. Así creo que una buena forma de entender la globalidad o localidad de cualquier evento es la teoría de sistemas: entender los fenómenos sociales como sistemas o partes de los mismos, siendo un sistema un conjunto de elementos y de interrelaciones entre ellos y otros sistemas. De este modo podemos extender nuestra responsabilidad ética cuando creamos algo: no solo hay que estudiar lo que ocurrirá en nuestro sistema al introducir el nuevo elemento, sino qué consecuencias tendrá en los demás.

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