Cuando escogí reseñar El infinito en un junco, la reconocida apuesta literaria de Siruela Ediciones, lo hice sabiendo muy bien qué me iba a encontrar: soy lector de su autora, Irene Vallejo, de la que tengo casi toda su bibliografía, que considero excelente. A través de mi perspectiva lectora, y también en la amistad, la he visto crecer como escritora. Desde su primer ensayo, que versó sobre el poeta latino Marcial, hasta su más reciente novela, El silbido del arquero (Editorial Contraseña), pasando por sus libros de columnas y sus cuentos infantiles. Así que cuando tuve entre mis manos mi ejemplar de El infinito en un junco ya había contado las cartas de este efímero juego que es el mundo de la literatura: me disponía a leer un gran libro, con un carácter muy narrativo y perteneciente al grupo de las lecturas selectas, aquellas que embelesan y azuzan al lector con la claridad y suavidad propias de los libros que trascienden en su universalidad. Y no me equivoqué.
Lo primero que llama la atención al comenzar a leer El infinito en un junco es su estilo. Se trata de un ensayo escrito con frescura, tenacidad, ideas claras y un notable trabajo previo de estructuración del contenido. Porque un ensayo no es una colección de notas de cuaderno, es una obra que debe poseer un candente carácter narrativo, pero que en vez relatarse en él unos hechos que les suceden a unos personajes en un marco ficticio se relatan unas ideas y anécdotas que se desarrollan en uno o varios contextos, de forma semejante a una novela, aunque con una finalidad diferente que obliga a variar su estructura y su desarrollo. Y en este sentido la autora asume elegantemente la genuina naturaleza de lo que es y debe ser un ensayo.
Sin embargo, El infinito en un junco demuestra ser mucho más. Cada palabra está escogida con minuciosidad, enhebrada con delicado tacto para construir una prosa extraordinariamente cuidada que hace reverberar cada imagen que se describe en el ensayo a través de la adjetivación, de ecos poéticos. Se trata de un estilo propio de la autora al que ya tiene acostumbrados a sus lectores veteranos, pero que en el caso del libro que nos ocupa se hace especialmente necesario para dotar de fluidez y encanto a un texto que por su género se antoja exigente. Según se suceden las líneas y los párrafos, la mente se atempera, las palabras calman los pensamientos rutinarios del lector y la sucesión de escenarios y exposiciones de hechos reverberan más allá del rato dedicado a su lectura. Estamos, por tanto, ante un libro que atrapa, entretiene y seduce con inteligente y estratégica disciplina.
La temática del libro y su heterogéneo contenido tampoco se quedan cortas en virtudes: el ensayo nos transporta hasta una cuidada reconstrucción de la historia de los libros desde su origen mediante descripciones y escenas seleccionadas por la autora. Al contarnos la historia de los libros, Vallejo teje un relato propio sobre los acontecimientos que narra con su preclara carga de subjetividad sin por ello dejar de lado el rigor académico en el que enraíza su saber. Pero construir un relato histórico de la envergadura que la autora ha escogido asumir posee un reto añadido a todos los ya enumerados: ¿cómo conseguir que la inevitable sucesión de anécdotas y episodios no fatiguen al lector hasta aborrecerlo? Irene Vallejo logra salir airosa de esta dificultad dotando de pequeñas rupturas en el tema y en los ritmos narrativos del ensayo mediante la inclusión de aspectos muy concretos de su vida diaria y de sus recuerdos, siempre, eso sí, relacionados con el contenido del libro. Esos impases auxilian en la lectura lineal del libro y aíslan a la mente de la sensación de monotonía que una sucesión continua y extensa de pequeños episodios encadenados acaba por provocar inevitablemente en el lector.
En resumen, El infinito en un junco es un ensayo excepcional, curtido del inmenso talento literario de su autora y de un muy cuidado uso del lenguaje y de la estructura de su contenido capaz de hacer las delicias del lector, tanto del avezado en la lectura de libros de ensayo como de quienes no tengan tanta costumbre de escoger este género, al que invita desde su inicio hasta su final a adentrarse en una lectura que no le dejará indiferente. Una obra que a buen seguro se seguirá leyendo durante décadas y que alcanzará un lugar destacado en la historia de nuestra más noble y humana creación, el libro.