EROS, Anacreonte
De nuevo me partió Eros con enorme mazo,
cual un herrero, y en el tempestuoso torrente me templó.
La Pulga, John Donne
Mira esta pulga, y mira cuán pequeño
es el favor que tú, cruel, me rehúsas;
me picó a mí primero; luego, a ti.
Y en esta pulga tu sangre y la mía
se han confundido; ¿puede declararse
que hay en tal hecho pecado, vergüenza,
o pérdida de la virginidad?
Pero este insecto disfruta,
sin matrimonio, y el muy consentido
con nuestras sangres se atiborra. En cambio
tal cosa no se nos es permitida a nosotros.
Detente, no la mates, salva nuestras
tres vidas perdonando a este insectillo,
en quien nosotros casi nos casamos:
sirva esta pulga de lecho nupcial, sea templo
de nuestras bodas, por mucho que gruñan
tus padres y tú, ya ha sido consumado
adentro de este insecto nuestra unión.
Por más que matarme, mi amor, acostumbres,
no añadas suicidio a ese crimen,
ni sacrilegio, tres faltas en una.
Cruel, despiadada, ¿has manchado tus manos
con sangre inocente? ¿Qué culpa
puede esta pulga haber tenido, excepto
la gota que sustrajo de tus venas?
Pero sobreviviste al robo, y me señalas
que tú ni yo menos vivos estamos;
ello es verdad: ¿no te parece entonces
que falsos son tus miedos?, si te entregas
a mí tanto honor perderás como vida
con la picada de pulga perdiste.
Oda a la rana expirante, Charles Dickens
—Mi amigo Snodgrass tiene un gran sentido poético —replicó Mr. Pickwick. —También la señora Leo Hunter. Está loca por la poesía, sir. La adora; puedo decir que su alma entera y su pensamiento viven en ella y son sus hermanos. Ha producido algunos trozos deliciosos, sir. Tiene usted que conocer su Oda a la rana expirante, sir. —Me parece que no —dijo Mr. Pickwick. —Me choca mucho, sir —dijo Mr. Leo Hunter—. Produjo enorme sensación. Llevaba por firma una L y ocho estrellas y apareció por primera vez en una revista femenina. Empezaba:
¡Cómo podría mirarte sobre tu vientre agobiada
sin que la pena en mis ojos furtivamente temblara…!
¡Cómo verte palpitante sobre ese tronco por cama,
sin que un sollozo del pecho se escape, expirante rana…!
Dicen que tus enemigos en forma de chicos andan
con griterío salvaje dándote en los charcos caza.
—¡Soberbio! —dijo Mr. Pickwick. —Hermoso —dijo Mr. Leo Hunter—; es tan sencilla… —Mucho —dijo Mr. Pickwick. —La estrofa siguiente es aún más conmovedora. ¿Quiere usted que se la diga? —Se lo suplico —dijo Mr. Pickwick. —Dice así —dijo el hombre grave, más grave aún:
¡Y con feroz alegría, sin que tu dolor te valga,
con un perro te persiguen, pobre, moribunda rana!
—Admirablemente dicho —dijo Mr. Pickwick. —
Un poeta oriental de J.L.Borges
Durante cien otoños he mirado
tu tenue disco.
Durante cien otoños he mirado
tu arco sobre las islas.
Durante cien otoños mis labios
no han sido menos silenciosos.
Un día feliz de Javier Egea
¿Qué pasa en esta calle que el ciego de la esquina
regala los cupones y el de la barbería
olvidó a Maradona y el viejo que gruñía
por el ojo de patio hoy entona en sordina
baladas de Los Panchos y de Joaquín Sabina
y vino el fontanero y hasta la policía
hace la vista gorda con Luis “El Carafría”
que arregla transistores y pasa cocaína
y paran los taxistas en los pasos de cebra
y la dulce pareja por fin encuentra piso
y es el barrio un desorden lavado por la lluvia?
¿Por qué sirve Bernardo de marca la ginebra?
Porque nadie esperaba tan pronto el paraíso.
Porque ha venido a verme Consuelo de la Rubia.
Epifaniña de Conmomalo
Esperando el semáforo
en una vía de ciudad
es un tiempo muerto
que dura una eternidad
Los coches pasan raudos,
autistas, ávidos, locos.
Luego la peña cruza:
gente que sigue viva,
Los muertos cruzaron ya
un largo paso de cebra,
y cayeron en un hoyo,
fosa abierta en la acera.
Unos obreros lo taparon.
Todo siguió adelante.
Los vivos lo pisaron,
¡Dios mediante!
No hay ninguna epifanía,
ni de noche ni de día,
esperando el semáforo:
cotidiana agonía…
Pero si justo a tu lado,
una chica pizpireta
dotada de alguna teta
te mira de reojillo…
¡Qué picante enojo!
¡Y qué gran sonrojo!
Pones cara de grana,
del color de la señal.
Los coches siguen pasando
raudos, ávidos, locos
ponderas esa maraniña
Esperando ansioso el verde…