La escueta historia de Balzac y la joven costurera, de Dai Sijie (2000), llevada al cine en el 2002 –y dirigida por él mismo, en una coproducción franco-china– supone una severa rectificación a todo el sesgo ideológico del cine occidental propagandístico del régimen de Mao Zedong, y particularmente de toda la singladura de la llamada Revolución Cultural, conocida como Gran Revolución Cultural Proletaria, que entre 1966 y 1976 –año de la muerte de Mao Zedong– asoló la República Popular China, con la excusa de las depuraciones que debían de practicarse para evitar la infiltración burguesa y pequeño-burguesa en el Partido Comunista de China. Todo ello, en los momentos cruciales del regreso de Mao a una posición de poder, después de los fracasos de su Gran Salto Adelante, que mató a aproximadamente 30 millones de personas en la Gran hambruna china. Durante el mismo período, el culto a la personalidad de Mao como Gran Timonel, creció hasta la caricatura, de igual forma que en 1963, Lin Biao recopiló un pequeño libro titulado Citas del Presidente Mao –en alusión al rango de Mao como presidente del Partido Comunista–.Este libro contenía una recopilación de los discursos soporíferos y banales, así como de las digresiones aforísticas copiadas del esquematismo zen –“El capitalismo es un tigre de papel”, por ejemplo– pronunciadas por Mao Zedong y que fue conocido popularmente como el Libro Rojo de Mao. Una suerte de Manual de espiritualidad comunista y de acato al Gran Timonel. El IX Congreso del Partido Comunista de China, inaugurado en abril de 1969, confirmaba el poder creciente y omnímodo de Mao, reelegido unánimemente como presidente del partido y como presidente de la Comisión Militar Central. Además de ello, se adoptaba el pensamiento de Mao Zedong como la ideología oficial del Partido y del Estado. Lin Biao, por su parte, era elegido vicepresidente del partido y sucesor de Mao.
Mao declaró oficialmente que la Revolución Cultural había terminado en 1969, pero su fase activa duró hasta la muerte del líder militar y sucesor propuesto por Mao, Lin Biao en 1971. En 1972, la Banda de los Cuatro subió al poder y la Revolución Cultural continuó su marcha. Tras la muerte de Mao y el arresto de la Banda de los Cuatro en 1976, los reformistas dirigidos por Deng Xiao-ping comenzaron a desmantelar gradualmente las políticas maoístas asociadas con la Revolución Cultural.
Lo que llama la atención es la fascinación del maoísmo en los ambientes culturales y políticos de Europa, en unos años en que se habían conocido los excesos y arbitrariedades de la otra revolución hermana, la soviética y que estaba a punto de erigir el episodio crucial de la Primavera de Praga, como nuevo factor de desencanto de la utopía comunista. Una fascinación que el mismo cine occidental se ocupó de recoger, como prolongación de la fascinación política de una dictadura, autoproclamada de izquierdas, pero dictadura, a fin de cuentas. Donde el eco del antisovietismo potencial que llevaba implícita la Revolución Cultural era un motivo meritorio para lavar la falsa conciencia de las derivas del monolitismo autoritario de la URSS y del PCUS mismo.
Bastaría contraponer, por quedarnos en lo estrictamente cinematográfico, algunas piezas producidas en la lejana Europa, como La chinoise de Jean Luc Godard (1967) o La Cina é vecina, de Marco Bellocchio (1967), para entender la mixtificación que se estaba operando desde la autoproclamada como inteligencia occidental, defendiendo una estricta dictadura personal. Películas que hoy, no aguantan una visión razonable y que aparecen como meros productos propagandísticos de algo que convendría olvidar. No sería, en el caso de Bertolucci, hasta 1987 con el tramo final de El último emperador, en el que el director italiano realiza su personal ajuste de cuentas con la repetida Revolución Cultural maoísta, al visualizarse los procesos de reeducación de los reaccionarios, burgueses, disidentes y revisionistas, como el denominado último emperador Pu-Li.
Y este es el nudo central de Balzac y la joven costurera: la revisión crítica de los procesos sociales y políticos abiertos por la Revolución Cultural en esos años que se van agitando. Dos jóvenes urbanos, Lou y Ma, ubicables en una suerte de burguesía ilustrada, son destinados a las tareas de reeducación en el medio rural en el valle del Fénix del Cielo, cerca de las fronteras del Tibet, entre 1971 y 1974. Donde, junto al analfabetismo primario de los campesinos–motores del proletariado revolucionario y maoísta– tienen la suerte de descubrir una maleta con libros prohibidos por los revolucionarios seguidores de Mao. Libros de Balzac, de Turgueniev, de Dumas, de Flaubert o de Stendhal, que son detestables para los Jóvenes Guardias de la Revolución, porque cuestionan el poder celestial del Presidente Mao y no subrayan la maldad intrínseca de la burguesía capitalista. No ha sido, en general, hasta fechas muy recientes, cuando el cine chino –fundamentalmente a través de directores como Chen-Kaige y Zhang Yimou– ha revisado esos años de plomo y sangre que llega hasta la pieza de 2010 Amor bajo el espino blanco, de Zhang Yimou. Pero la revisión a posteriori del cine chino no ha contado con el equivalente de las denuncias escritas en la URSS contra el Gulag. Frente a Solzhenitsyn o Aleksiévich, China sólo ha contado con los alegatos de artista plástico Ai Weiwei y denunciante de todos los excesos del maoísmo y sus derivadas. Un periodo formidable que no ha producido una expresión literaria o memorialística, denunciando ese recorrido polvoriento.
Otra cosa será el papel que, en todos estos años de hundimiento del continente político del maoísmo y del comunismo, han desempeñado en nuestra vida pública –política e intelectual– los viejos maoístas de antaño. A pesar de que, salvo algunas excepciones notorias– como Azúa o Jiménez Losantos– pocos han pedido disculpas por su disparatada política de combatir una dictadura, proponiendo como modelo otra dictadura, aunque fuera la del proletariado. Viejos maoístas que blindaron y engordaron las organizaciones políticas de obediencia china, desde el Partido del Trabajo de España (anteriormente PCE-i), a la Organización Revolucionaria del Trabajo (con orígenes en la HOAC católica), para terminar en la muy cotizada OCE-BR (Organización Comunista de España-Bandera Roja), donde coincidieron notables destacados de diversas procedencias: comunistas del PCE, cristianos por el socialismo, el FELIPE universitario y algún libertario desorientado. Desembocando años después, unos en una socialdemocracia atemperada (Jordi Solé Tura, Jordi Borja, Xavier Vidal Folch, Antonio Carlos Comín) y otros en posiciones más a la derecha (Pilar del Castillo, Federico Jiménez Losantos, Celia Villalobos). Incluso llegando otros a Secretarias de Estado (Miguel Barroso) y a Ministerios (Manuel Castells). Pero todo ello, no me deja olvidar el señuelo de mis años universitarios con compañeros maoístas de la Joven Guardia Roja de España, compareciendo como el grupo más numeroso en las aulas. Defendiendo ¡el modelo chino!, del Presidente Mao, como modelo para salir de la dictadura del General Franco. De dictadura a dictadura, como en el juego de la oca, y tiro por que toca.
Te gustarían los textos de Simon Leys sobre esa China de Mao, él que estuvo allí en su juventud frecuentando una especie de club de holgazanes ilustrados, y la denuncia que también hace acerca del ponerse de perfil de los intelectuales occidentales, en Breviario de saberes inútiles.
Me imagino que te refieres a Los trajes nuevos del presidente Mao. Leí y disfruté de Ideas ajenas. Trataré de acercarme a la impronta maoísta.