Para Roquesabitel
No puedo con los mangas japoneses, se me hacen bola, ni en forma cómic zurdo ni en episodios animados. En parte reconozco que es por aquello de “perro viejo ya no aprende trucos nuevos”, pero lo cierto es que tampoco pude con Akira en los ochenta. Me parece que la razón de mayor peso en mi disgusto es que la imaginación extremo-oriental parece admitirlo todo excepto la crítica social o política. Caben los dioses, cabe también una extraña y singular belleza en muchos animes (Your name, que parece guion de Medem, o el ya clásico y ecologista La princesa Mononoke), siempre que la historia en cuestión se desarrolle en un mundo en el que el poder jamás sea un problema sencillamente porque no existe o porque permanece absolutamente invisibilizado. El poder, en su representación al otro lado del mundo, es el poder pueril y físico de Son Goku irradiando energía como una joven estrella –Bola de dragón, por cierto, probablemente sea lo que está en el fondo de mi rechazo al manga, es esa Bola la que se me hace bola… Incluso Parásitos, esa película coreana que nos vendieron tanto el año pasado, practicaba una crítica social ridícula, afectada, desmesurada y falsa, la propia, en mi opinión, del estallido repentino de alguien largamente reprimido.
No se les da bien tratar el tema de la administración real de la vida de la gente, es un asunto demasiado delicado y poco decoroso, así que sencillamente lo omiten (ni siquiera hay asomo de queja o cuestionamiento alguno en La tumba de las luciérnagas, el anime sobre el trauma de las bombas atómicas y la derrota japonesa, o yo no lo he percibido así). Luego uno ve reportajes o documentales acerca de la cotidianeidad en Japón y entonces comienza a entender algo. El arrogante occidental cree adivinar allí soledad abismática, sumisión absoluta, fantasías infantiles de engrandecimiento nacional, sexo acomplejado y escaso, reverencia desproporcionada a la familia, y sobre todo trabajo, mucho trabajo, un Monte Fuji de trabajo. Esa parece ser la normalidad del japonés medio. La protesta social y política está, pues, presente en los mangas, pero de modo inconsciente, como señalaba Fredric Jameson. Y el “inconsciente político” resulta, creo, mucho más eficaz en los desbarres nipones (Godzilla, por ejemplo, “el hijo del átomo”, como expresión del final de la SGM) que en la aparatosidad fallida de Parásitos, lo que ocurre es que hay que leer entre líneas, mientras que en la premiada peli coreana te chillan el “mensaje” a los oídos…
Sin embargo, mis hijos me han encasquetado Assassination Classroom y me ha interesado bastante. Ya sé que “interesarse” o “interesante” son palabras muy frías, pero es que gustarme tampoco puedo decir que me haya gustado tanto. Ahí sigue la bola, de dragón, y ahí sigue la edad, carrozil. Hay miles de millones de episodios manga creados en la isla de los terremotos, yo creo que es el producto cultural más prolífico de la historia de la humanidad. Si a Dios le gustase el manga, habría creado al hombre tan sólo para entretener su eternidad comiéndose un episodio tras otro con aderezo de soja y wasabi. Así que supongo que después de todo tendrá que haber muchísimas series que sean buenas, o por lo menos originales. Assassination Classroom es originalísima, y a la vez no lo es. Porque, por supuesto, a los personajes se les forman gotas de sudor en la cabeza cuando sienten vergüenza (la vergüenza del samurái fracasado ante su Daimyo), cuando se enfadan encogen a tamaño llavero y de sus fauces brotan dientes de sable, sus ojos son grandes como platos y con intensos destellos que dejan pequeños a los del rielar de la Luna en el mar nocturno, los varones de todas las edades son fans incondicionales de las tetas gordas y todos buscan superarse a sí mismos a lo bestia como en Oliver y Benji –la única excepción que conozco a esta regla es Doraemon, en la que chaval Nobita es un desastre sin remedio. Esa superación es la de la trucha trepando el rio a contracorriente, la del bushido medieval y también la del self-made-men calvinista. Los personajes de los mangas no paran de sufrir, sufren como auténticos animales, hasta el calamidad de Nobita sufre lo suyo, pero eso casi nunca les hace especialmente infelices. Están tan embebidos en su competición particular, siempre más enconada que la de Los duelistas de Conrad, una competición en la que se juega el destino el cosmos, que les parece mejor morir que retirarse y dedicarse a otra cosa. En Assassination…, que en animación tan sólo consta de dos temporadas de veintipocos capítulos, y que finalizó en 2016, está presente todo eso, como no podía ser menos. Pero con una desconcertante novedad: en esta, la ordalía consiste en una clase marginal de instituto. la E, que debe matar a su profesor.
¿Y quién no ha querido matar a su profesor, en la adolescencia? Ahora mismo es noticia, puesto que un profesor ha sido decapitado en Francia por motivos más bien religiosos que docentes, pero lo cierto y desdichadamente es que el asunto no es tan nuevo como parece De hecho, ha ocurrido más de una vez, hay cierta tradición ya en ello. En La conjura de los necios, esa novela que todos leímos en su momento, Ignatius Reilly le recuerda un hecho histórico a su más odiado profesor: “Su total ignorancia de lo que profesa enseñar merece pena de muerte. Dudo que sepa usted que a San Casiano de Imola le mataron sus propios alumnos atravesándole con sus estilos. Su muerte, un martirio perfectamente honorable, le convirtió en santo patrón de los profesores.”. Y a Theodor Adorno, un judío alemán muy morigerado, sus alumnas le hicieron un Femen a finales de los años sesenta y el hombre se llevó tal disgusto que murió a los pocos meses –si no me creéis la historia está se cuenta en Gran Hotel Abismo, de Stuart Jeffries. Pero no en Japón, en Japón la educación es la forja de una disciplina que durará toda la vida, y los profesores son como los emperadores augustos del aula.
Pues bien, en esta serie -voy a tratar de destripar lo menos posible- el profesor no sólo estimula a sus alumnos para que le maten, sino que les enseña capítulo a capítulo cómo hacerlo. Es una idea tan loca que no se nos podía haber ocurrido por esta zona del globo ni en mil años. Porque el profesor es, además, una especie de pulpo lovecraftiano con cara de smiley del Comediante que se mueve a velocidad supersónica y que tiene dedos largos como penes. Más que smiley, su rostro es el del gato de Cheshire mezclado con Jack O´Latern, la calabaza de Halloween. Se remarca mucho en toda la serie que es el mejor profesor del mundo en todas las materias, pese a que él tiene amenazado a ese mismo mundo con su destrucción a final de curso. Siente su obligación docente como un sacerdocio, y en vez de castigar a los alumnos rebeldes con su inmenso poder, los pone de su parte y consigue que estudien, no sin dejar de alentarles para que le asesinen. Hasta se preocupa de buscarles pareja, porque no está bien que un muchacho crezca sin conocer los placeres y dolores de una relación sentimental. Me recuerda al personaje de Domingo en El hombre que era jueves, si es que aquello era un personaje y no una gran alegoría. Koro-sensei (que significa “el maestro imposible de matar”) es amable y servicial, como el carácter nacional japonés exige, divertido y hasta salidillo, pero cuando manifiesta todo su poder -poder a lo Goku, claro- impone cosa mala…
Cuento todo esto para recomendaros ver la serie, desde luego, si es que os apetece hacer una incursión en cabezas realmente distintas a las nuestras –en la filosofía occidental reciente se habla mucho del Otro o la Alteridad, pero siempre parece que se está hablando de marcianos o algo así, cuando sólo se trata de tu vecino trans, pongamos por caso, que va al súper con una vistosa pamela… Pero también porque la vuelta a las aulas de este octubre pandémico y la separacíon de cabeza y tronco del maestro francés (como en la nueva escultura de Medusa hembrista, portando la cabeza de Perseo, que está cañón) me lo traen a la memoria. Aquí no tenemos tanta reverencia a la figura del profesor, ya se sabe, aquí incluso el mocerío discente se ha permitido matar a dos maestros ilustres y otro anónimo quedando lindamente impune, como hemos visto. No pasa nada, no se puede caer bien a todo el mundo[1]. Sin embargo, ahora sí que existe la posibilidad de matarse, o al menos de enviar de cuarentena al rival académico. Esto, más que inconsciente político, es combate generacional. Vamos a tener que ser, los profesores, sumamente diligentes en lo educativo y siempre alerta en lo corporal, como el sin par Koro-sensei. Ríete tú de Oliver Twist, del director Skinner, de Chunchem Hall o del colegio Hogwarts: el mundo de los muggles se nos ha vuelto más raro y peligroso que en la ficción. Mas, como dijo Koro-sensei:
マスターと初心者の違いは、マスターが初心者よりも多く失敗したことです
(o sea: Masutā to shoshinsha no chigai wa, masutā ga shoshinsha yori mo ōku shippai shita kotodesu).
[1]Y con las redes sociales menos. Si hoy en día Jesucristo en persona volviese a la tierra, como prometió, ya no sucedería lo que supuso Dostoievski en El Gran Inquisidor (Los hermanos Karamázov). No le encarcelaríamos, no le crucificaríamos de nuevo para que no perturbe la paz social impuesta por los poderosos. Bueno, sí, le crucificaríamos, pero a base de memes, vídeos vejatorios, dislikes, insultos de haters, vídeos de parodias, clickbaits, post de un Tío Hetero Blanco, manifestaciones anti uso de la túnica, gritos en el barrio Salamanca de “¡aféitate, puto jipi!” y un largo etc.
En cuanto al profesor siniestrado, a petición de un lector. Puesto que el caso está en investigación, aún no se pueden juzgar completamente los hechos. Hay en ellos, parece, más tela que cortar que la interpretación maniquea de los medios. En tanto ciudadano europeo que soy, y que además quiero ser (aún admirando mucho, por ejemplo, la pasión de los chinos por la caligrafía, jamás la antepondría al derecho de habeas corpus introducido por Inglaterra a las legislaciones occidentales), está claro que se trata de un crimen nefando para el cual la edad del victimario no me parece eximente bastante. Ha sido acribillado por la policía en atención a sus propios méritos, por decirlo así, aunque esta no sea ni mucho menos la situación más deseable conforme a derecho. Pero en tanto profesor que soy, la verdad es que creo que mi colega francés no entendía bien su trabajo. No dudo de su gran valor como persona, pero sí de su concepción de la docencia. Hay que ser rematadamente radical y porfiado para creer que su tarea como profesor de Geografía e Historia consiste en empeñarse en hacer asumir a su inexperto alumnado las caricaturas que ya ocasionaron muertes en Charlie Hebdo. Es completamente demencial matar a alguien por unos dibujos, pero es también no aprender la lección el volver a exponerse a ese riesgo en nombre de no se sabe qué principios morales tan perentorios y urgentes que ese profesor sentía que no podía dejar de ejercer vinieran o no a cuento. Es como si yo, que imparto Filosofía, estuviese día tras día insistiendo a mis alumnos para que donen sangre o ayuden económicamente a Save the Children. Sería estupendo, pero no estoy ahí para eso, porque si lo estuviera para empezar suspenderían la EVAU, y sus padres o la inspección harían bien en llamarme la atención…
Sin embargo, del fallecido nos cuentan que hacía eso mismo todos los cursos, y que ya había recibido por ello quejas y avisos. Podría uno pensar que cuanto más se le quejaban, más ahinco ponía en el asunto, en una reafirmación obstinada y loca de sí mismo. Naturalmente, por esa confusión de su verdadero desempeño -Geografía e Historia no es Charlie Hebdo, ni es una conferencia monográfica sobre la Libertad de Expresión o el Choque de Civilizaciones- no hubiese merecido ni una patada en la espinilla, por no hablar ya de un ajusticiamiento medieval. Pero lo que sí puedo decir es que yo jamás he hecho eso ni lo haría nunca. También enseño Valores éticos, y trato el tema de la iconoclastía musulmana con el más exquisito de los respetos, si es que sale -que sale, como sale el burka y otros temas delicados. Mi misión como enseñante es todo lo contrario de molestar o humillar a mis alumnos mediante un pensamiento crítico impuesto a la fuerza. Diderot, Voltaire, Rousseau, etc., no pensaron nunca, ni en la peor de sus pesadillas, que precisamente la ilustración tuviera que ser aplicada con el carácter coactivo de la superstición, aunque eso haya ocurrido muchas veces y por desgracia en la historia posterior a la desaparición de los enciclopedistas. Porque, como se dice, para ese viaje no hacían falta esas alforjas. De todos modos, está claro que la prohibición de representar al profeta (supongo que por el motivo de que un rostro, aunque sea el de Brad Pitt, humaniza demasiado) tiene en mi estima un rango infinitamente menor que el citado habeas corpus.
El problema real está es en que un chaval de catorce años de religión musulmana no puede hilar tan fino, y desde luego no lo va a hacer ni en mil años si su profesor se encabezona en desafiar la autoridad de su propio padre. Un profesor no es un padre, en cierto sentido es mejor que un padre, pero no para dejar huérfano a nadie. Eso es lo que pienso -y también lo que hago…
Me parece razonable y entiendo tu postura (aunque no la comparto del todo) y es magnífico que vivas en un país donde puedas llevarla a cabo sin ningún tipo de imposiciones ni problemas (hasta ahora). También me parece razonable la del profesor francés (que comparto más) y creo que también es bueno que puedan defenderse posturas como la suya en la escuela de un país secularizado donde estaba intentando educar de una cierta manera (la que él creía correcta) sobre la superstición y contra el concepto de blasfemia, las imposiciones religiosas sobre los individuos que no las comparten, el respeto a la libertad de expresión y la importancia que tiene para una sociedad abierta que ningún grupo organizado pueda imponer sus criterios y limitarla por mucho que apele a legitimaciones sobrenaturales o políticas o utilice la intimidación de muchas maneras.
Por eso lo han matado, porque se ha negado a seguir esa norma moral que se está peligrosamente aceptando y que hace asumir la autocensura y el miedo según la cual, según Jonathan Chait, “Por un lado, los extremistas religiosos no deben amenazar a las personas que ofenden sus creencias. Por otro lado, nadie debería ofender sus creencias. El derecho a la blasfemia debería existir, pero solo en teoría “. “La línea que separa estas dos posiciones es peligrosamente delgada. El radical musulmán sostiene que la prohibición de la blasfemia es moralmente correcta y debe seguirse; el liberal occidental insiste en que es moralmente incorrecto, pero debe seguirse. Dejando a un lado las distinciones teóricas, ambas posiciones producen un resultado idéntico “. (recomiendo leer este artículo en Quillette de donde he sacado la cita y dónde se escribe ampliamente sobre este tema:
https://quillette.com/2020/10/21/the-importance-of-blasphemy/)
Este resultado siempre es la autocensura y la rendición secular ante la intimidación (islamista en este caso), más o menos encubierta con distintos retales ideológicos o talantes psicológicos y también la automática incentivación de que otros grupos ideológicos hagan lo mismo, como ha ocurrido en muchas universidades americanas con el auge del multiculturalismo y las políticas de identidad (puede leerse “La transformación de la mente moderna” ), cada vez más en Europa y, aquí en España en la Universidad del País Vasco, por ejemplo, antes con pistolas y ahora sin ellas, por cierto, con el silencio de muchos que luego se rasgan tanto las vestiduras por otras “violencias del sistema”.
No hay que olvidar que la mayor parte de la violencia de grupos islamistas radicales forma parte de estrategias políticas (solo con el auge del wahabismo se comenzó a reconocer blasfema), se ejerce sobre los propios musulmanes que, quiero creer, que vinieron a Europa ademas de para ganarse la vida a vivir en sociedades más libres, donde pudieran besarse los labios sin burka obligatorio (y ¡ay de ellas!! si se lo quitan) o a tener derechos individuales inimaginables en sociedades regidas por la sharia.
Así que hay alguna interpretación más de la conducta del profesor Samuel Paty, de que fuera relativamente incompetente en su trabajo o radical y porfiado. También podría ser un héroe tranquilo que quería defender las ideas de una sociedad abierta en un entorno cada vez más amenazado donde le hubiera sido muy fácil ponerse de perfil y encontrar todas las justificaciones del mundo. Quizá quería que sus alumnos musulmanes conocieran las ideas que la sustentan ya que estaban en esa escuela republicana y no en las que se han creado en muchos barrios de Francia donde ya solo rige las ley de la sharia. Este hombre decidió no rendirse ante la intimidación y trató de enseñar a sus alumnos que la esencia de una sociedad democrática es tolerar que se expresen ideas que pueden no compartirse. Incluso avisó previamente de lo que iba a tratar por si alguno libremente quería abandonar la clase.
Por suerte así lo ha entendido mayoritariamente la sociedad francesa que además lo ha plasmado en un emocionante homenaje tan distante del que se hizo en Barcelona con el atentado que allí ocurrió. No se sabe por cuánto tiempo pero todavía nos queda Paris. Dejo aquí el discurso de Enmanuel Macron que me emociona (reconozco que soy un sentimental)
https://www.lemonde.fr/politique/article/2020/10/22/samuel-paty-est-devenu-le-visage-de-la-republique-le-discours-d-emmanuel-macron_6056948_823448.html
y otro artículo de Henry Levi
https://www.elespanol.com/mundo/20201023/samuel-paty-profesor-mostro-caricaturas-mahoma-clase/530326969_13.html
Olvidas la paradoja de la tolerancia de Popper… Por mi parte me mantengo en lo dicho, todavía más cuando veo que los más fuertes se dan golpes de pecho -emocion, dices tú- al poder corroborar que además tenían razón, esas casualidades que tiene el poder que son tan poco casuales. Estoy, repito, con la ilustración francesa, siempre que no de lugar a justificaciones como la perpretada por Bush con las leyes patrióticas tras el 11-S… (por no hablar de la guerra que se hizo con tal pretexto).