Ayer, Día de los Inocentes a quien prácticamente nadie hizo los honores, se cumplía un siglo y medio de la premier de los hermanos Lumiere con el cinematógrafo. Entre que Thomas Alva Edison pleiteaba con ellos por la paternidad, y que hasta los propios Lumiere (con ese apellido tan a propósito) lo consideraron no más que un juguete curioso, fue preciso que llegara Marshall McLuhan en los sesenta para llamarnos la atención sobre el carácter revolucionario de lo audiovisual, solo comparable con la invención de la imprenta. Ortega y Gasset, desde una fenomenología algo informal, tuvo una buena intuición sobre el cine en su “Idea sobre el teatro” -luego apenas la desarrolla, como le ocurría a menudo a Don José, philosophus interruptus… Decía algo tan sencillo como esto: el teatro es ante todo un lugar al que hay que ir. Lo mismo pasaba con el cine, que uno tenía que salir de casa para “ir al cine”. Este “ir al cine” se convirtió por consiguiente durante décadas en una actividad periódica e ineludible de las parejas, casadas o ennoviadas, y más tarde de toda la familia. Y eso es lo que ha cambiado espectacularmente los últimos años: para ver cine ya no hace falta arreglarse e ir a parte alguna. Desde el Beta y el VHS, hasta los propios cinéfilos ven arte y ensayo en chándal o pijama arrellanados en su beato sillón.
De ahí que la experiencia del cine (estupendo el capítulo de Arnold Hauser sobre su influencia en el resto de la cultura, al término de su clasica historia del arte) se haya trasformado enormemente desde los gags visuales de Melies hasta el Boyhood de hace unos años. Con el Hollywood dorado, la gente se metía en una sala a ver Horizontes de grandeza y se pasaba toda la tarde dándose un baño de cine. Grandes eran los paisajes, la duración y el carácter moral de los protagonistas. Nada que ver, por ejemplo, con llevar hoy a los niños a ver la versión con actores reales de Aladdin, que ya habían visto en dibujos animados, tan solo por comerse unas palomitas y comprobar lo bien hecha que está y el muchísimo dinero que habrá costado (lo primero no es cierto, y más bien da vergüenza ajena, pero qué le vamos a hacer). Efectivamente, entre Gregory Peck y Aladdin media un abismo cultural, y ni todas las series de calidad del mundo o Coppola remendando El Padrino III podrán jamas llenarlo…
Siglo y pico de cinematógrafo ha creado más mitos que toda la fantasía de la civilización griega. Se habla de la “fábrica de sueños”, pero usualmente sus artífices vivían una pesadilla. Norma Jane Baker hubiera sido una mujer feliz de no haber sido exhibida, sexualizada y hasta prostituida (por ambos Kennedy) planetariamente como Marilyn Monroe. El cine ya no es algo adonde se va, para echar el domingo y amar durante unas horas más a Sofía Loren que a tu prometida. El cine es ahora ya historia del cine, acumulación erudita de una inmensa cantidad de material tanto mainstream como alternativo o serie Z. Lo mismo pasa con la literatura, pero la literatura moderna tiene más de oración privada, de liturgia que profesa uno en su hogar consigo mismo. Billy Wilder, cuando quería adaptar una gran novela (como si le hiciera falta ayuda…), se citaba con el escritor, le hacía traer su obra y acto seguido la colocaba de cuña en su mesa de escritorio. “Olvidemosnos de la novela, comencemos a hablar del guión”, le decía con una sonrisa. De modo semejante, Orson Welles decidió adaptar La dama de Shangái porque fue el primer título que entrevio en el escaparate de una librería en el momento en que negociaba con un productor desde una cabina de teléfonos. Generalmente, el buen cine se hace con malas novelas, y así debe ser (la música en cambio no, la música brilla con luz prestada en el cine…)
Tras todo este tiempo, y una variedad riquísima de técnicas, actitudes y modos de hacer, la mayoría de ellas excelentes, nadie sabemos exactamente lo que es el cine ni lo que pueda haber supuesto para la autopercepción de la humanidad. Pero una cosa sí que parece cierta: una vida sin Casablanca, Qué verde era mi valle, El apartamento o El espejo no digo yo que no merezca ser vivida, pero se te iba hacer larga, pobre y pesada… (Otra gran novedad del s. XXI, por cierto, es que como cualquiera puede disponer de una cámara, pueden ocurrir sorpresas de taquilla como El proyecto de la bruja de Blair, y no es descartable, por ejemplo, que el próximo Hitchcock sea una niña gordita de Teruel que ahora mismo tiene 7 años y está trasteando con el móvil de su madre…)
Larga vida al Cine o lo que quede de él
Y Feliz 2021
Y es que está mal pensado lo de los calendarios. Si no contaremos los años del cine, no nos parecería tan desgastado ya, y si nos pusiéramos de acuerdo todos para llamar al próximo 21, olvidando esos 2000 de ruido y furia, igual lo encarabamos -no tengo tilde- con mejor disposición…
Feliz a ti también.
“Las calles y tabernas de nuestras grandes ciudades, las habitaciones y oficinas amuebladas, las estaciones y fábricas de nuestro entorno, parecían aprisionarnos, sin abrigar esperanza. Entonces llegó el cine, y con la dinamita de las décimas de segundo hizo saltar por los aires todo ese mundo carcelario, con lo que ahora podemos emprender mil viajes de aventuras entre sus escombros dispersos: con el primer plano se ensancha el espacio, con el ralentí el movimiento en él”.
Hacia la imagen de Proust, Walter Benjamin.