Hay coincidencias –¿o no son tales? y son, solamente, evidencias y certezas– que te arrojan a zonas desconocidas del pasado, de un pasado que dudas haber vivido o que te resistes a recordar y que no crees que sea tuyo . O al menos, así lo piensas y tal vez lo deseas.
El día 5 de octubre de 1962, tuvo lugar la entrada ollegada si se quiere –toda vez que un brazo no suele entrarpor sí solo– del brazo incorrupto de Santa Teresa de Jesús a Ciudad Real. La falta de acontecimentos de aquellos años secos y sombríos, nos forzó a todos a salir –o tal vez nos sacaron sin darnos cuenta– a la calle a contemplar, la llamada reliquia que cortejaban los jerarcas del Movimiento, las figuras señeras de la Sección Femenina y el Colegio de Abogados–que disfruta del patrocinio de la Santa de Ávila, igual que las mujeres de Falange–; reliquia que pese a todo, es lo que queda de un todo o el vestigio de algo pasado y también lo que queda del cuerpo de un santo o aquello con lo que el cuerpo estuvo en contacto y que, por ello, se venera. La reliquia que se conserva y se exhibe en el relicario hermético con borduras plateadas y vaso de vidrio templado, no es tanto lo que perdura como lo que se extingue y se rememora, pero también se olvida y no se recuerda.
También ese mismo día 5 del mes de octubre, se inauguraba –sutiles coincidenciasdel tiempo– el Cine Castillo, que proclamaba su novedad técnica y climática –podía dar sesiones en verano sin sofocos y sin abanicos, merced al juego misterioso y exótico del aire acondicionado– y su fidelidad a principios tradicionales ,ya que era un sala encuadrada en la Federación Nacional de Salas Católicos de Cine. Por más que tal adscripción piadosa no sirviera finalmemnte para impedir su desaparición en 2008 Como tal sala católica, nada mejor que empezar su andadura por las tinieblas del tiempo, con la proyección de la película de Juan de Orduña Teresa de Ávila, con Aurora Bautista en el papel estelar de la Santa de Tormes. Una Aurora Bautista, nacida de forma inadvertida –y poco señalada, al confundir esos Infantes de la Villanueva, con otros parecidos de Valladolid– en Villanueva de los Infantes, provincia de Ciudad Real, en octubre de 1925 –el mismo año que naciera mi madre en otra periferia provincial, como es Almadén–, no lejos de donde se desenvolvían los acontecimientos relatados. Aurora Bautista que ya había sido Juana la Loca en 1948, también con Orduña a la dirección, en Locura de amor, y que más tarde en 1964 sería La tía Tula –con Miguel Picazo, en la adaptación de la pieza de Unamuno–, era ahora la Santa de Tormes cuyo brazo fue recibido con alborozo y con fervor, de forma simultanea a la proyección del evento cinematográfico. Éramos, sin duda, la reserva espiritual de Occidente –como ha estudiado Giulina di Febo en su texto La santa de la Raza (1988), según proclamaba el discurso de fin de año de 1962, de Franco desde el Palacio del Pardo, alumbrado por la llamada lucecita del Pardo, que no descansa nunca, ni en las noches de templanza ni en las noches de galerna. Quien trece años más tarde, moriría ya devastado con el brazo incorrupto de Santa Teresa –aquél brazo que se paseó por Ciudad Real en una tarde templada de octubre de 1962– junto a su cama del Pardo, en noviembre de 1975.
Ese mismo año de 1975, conocí a Teresa X. antes de perder su brazo en un azaroso accidente de coche. Pérdida que supuso la amputación de su extremidad y su posterior enterramiento, al no practicarse aún las incineraciones de órganos extraídos o inservibles. El brazo corrupto de Teresa, quedó engarzado junto a la matrícula del Seat 124 que la atropelló y que fijaba un misterioso CR-2027-A que nunca he podido olvidar. 2027 es, sin duda, un año del que desconozco todo, salvo que es el año que continuará al 2026 y que precederá al 2028; un año al que quizás no llegue ni conozca ni celebre, ni pueda escribir de él si no es anticipadamente, como hago ahora tras haber visto la hora del reloj que mide el tiempo sobre mi mesa y haber notado el brazo del tiempo y también su abrazo que te aprieta y te arrastra, y haberse abierto, con el brazo y con el abrazo, las vías de un recuerdo que yace en la tierra muda, igual que se dispuso el brazo de Teresa envuelto en una bolsa higiénica de plástico verde. Ese número, 2027, que es un año desconocido y anticipado, desde entonces me persigue y me asalta sin cesar y no deja de recordarme toda la cadena narrada y el brazo desgajado de Teresa o a la misma Teresa sin su brazo que ya está caído junto a la matrícula de un vehículo anónimo.
Así, el otro día al ajustar el reloj del coche para acomodarme al horario de verano, se me bloqueó el registro de los años y los números se quedaron congelados en el 2027, como si ya viviera en ese año que recuerda la matrícula del coche del siniestro de 1975, pero del que no dispongo de recuerdos, ni quizás pueda contar con ellos . Aún recuerdo mi sorpresa, cuando en un viaje a Ávila me alojé en el hotel Santa Teresa –hay que tener cuidado con los nombres de los hoteles y más cuidado aún con los números de las habitaciones– y me ubicaron en la habitación 2027, segundo piso, pasillo izquierda. Desde la ventana de la habitación 2027, veía la muralla restaurada de la ciudad y veía también a la Santa andarina o andariega, con la cara de Aurora Bautista en su representación piadosa. Una Teresa de Jesús o de Avíla, que llegó a Malagón en 1568 a fundar un convento reformado del nuevo Carmelo, llamado Monasterio de San José, asentado los primeros años sobre las Casas de la Quintería hasta 1576 que da comienzo la construcción conventual. Y también veía todo lo que no quería recordar. Como ahora mismo, cuando escribo y miro el reloj digital y veo que señala las 20 horas y 27 minutos.
Vivir es ver volver… (Incluso el futuro)
Triple V. casi la marca de un destilado. Ya hay un anisado de Rute que responde al nombre de Triple Seco y vierte un anisado estrepitoso de 55º. Pues eso: Volver a ver para vivir, Volver a vivir para ver, Ver para volver a vivir, Ver para vivir volver, Vivir para volver a ver. Y finalmente, la tuya Oscar, Vivir para ver volver.
Que no es mía, síno de Azorín…
O aquello de recordar. Ya saben, del latín “recordis”, textualmente “volver a pasar por el corazón”. Creen que existe una raíz etimológica más bonita que ésta…yo no.
Sí que lo es. Le gustaba mucho a Gadamer con razón.
Y al gran Eduardo Galeano…