La escapada (“Il sorpasso”) o los caminos cuando se bifurcan

Cine clásico

Lo que se sueña en medio de las guerras, el encanto y el valor que, de pronto, adquieren los actos más cotidianos, más sencillos: pasear por una playa entre la gente, estar simplemente cerca de alguien querido, salir a la calle a tomar el sol o solo poder coger un coche y enfilar una carretera hacia algún sitio, sin miedo a un control de carretera o a un disparo. Los anhelos desde la Roma città aperta que reflejaba Roberto Rossellini en 1945 y la Roma que rueda Dino Risi en “Il Sorpasso” (“La escapada” en la cartelera española), solo 17 años después, cuando han pasado tan poco tiempo y parece que ha pasado tanto, como si todo hubiera sido una pesadilla de la que solo bastara despertar para que el sol permaneciera intacto otra vez y todo fuera posible, esta vez de verdad. De la ciudad mugrienta y atenazada por el miedo y la pobreza, destrozada por el fanatismo y el mal, habitada por seres que se mueven en penumbra, casi a oscuras, sobreviviendo, luchando, soñando con una vida mejor. A la Roma tras el Plan Marshall, luminosa y rica de nuevo, muy cerca de la playa y las canciones de amor, como si no hubiera pasado nada.

Vittorio Gassman con Annette Strøyberg que también trabaja en la película y luego fue su pareja

Roberto Mariane (Jean-Louis Trintignant) estudia cuarto de Derecho, es Ferragosto, esta solo en su piso de clase media, preparando los exámenes de Septiembre. Está aburrido, tiene calor, parece trabajador, serio y disciplinado pero también tiene ganas de vivir, quizá también de llegar alto pero es tímido y tiene la sensación de haber vivido poco, no tiene demasiados amigos, ni conoce mujeres y probablemente le abruma la sensación de ver la vida desde lejos, desde la ventana a la que se asoma de vez en cuando para mirar las calles vacías y todos los negocios cerrados. Se vuelve asomar otra vez y ve a un hombre de unos cuarenta años que ha detenido su descapotable, un Lancia Aurelia B24. Lo ve ir de un sitio a otro, hacer aspavientos, desesperarse porque no encuentra algo que busca. Por fin se cruzan sus miradas y el desconocido le grita que no encuentra un teléfono por ningún lado y le pide que llame a un número. Lo intenta pero lo olvida y prefiere invitar al desconocido a que suba a su casa y llame él mismo. Bruno Cortona (Vittorio Gassman) es sanguíneo, atlético, efusivo, decidido, capaz de comerse el mundo. Mira con compasión y cierto desprecio su universo, asombrado porque esté estudiando en un día como ese en vez de estar en la playa, divirtiéndose. Se va pero vuelve y le invita a tomar algo en agradecimiento en el primer sitio que esté abierto. Bruno duda, lo piensa, se resiste pero termina cediendo.

Catterine Spaak y Jean-Louis Trintignant

Así comienza el viaje hacia la Via Aurelia a traves de una Roma vacía y esplendente donde Bruno conduce a toda velocidad por la Piazza di Spagna, la Piazza del Popolo o la Piazza San Pietro, se salta semáforos y comienza a dar la sensación de ser capaz de saltarse todas las reglas cuando también comienza a adelantar de forma agresiva por la carretera haciendo sonar su claxon de tres tonos. Van buscando bares que siempre están cerrados, Roberto quiere volver, pasa miedo en el coche pero siempre acaba cediendo a la siguiente invitación a comer y por fin a tomar una copa en Castiglioncello, el sitio de moda de la costa, donde además vive la ex mujer y la hija de Bruno. Roberto es siempre seductor, va de listo, de triunfador por la cara, lo que resulta ambivalente para Bruno. Lo rechaza y lo desea, se resiste y se deja llevar, observa y se termina fascinando.

Dino Risi con guión suyo, de Ettore Scola y Ruggero Maccari construye una película con diferentes posibilidades de disfrute y reflexión. Se puede vislumbrar la Italia maravillosa de los sesenta en una fotografía limpia y llena de luz que me recuerda a la de A bout de souffle. El mundo de la playa en verano, las chicas (bellísima Catherine Spaak) y los latin lovers, los barcos, las fiestas, la música. Tambien la tensión entre actitudes humanas ante la vida, entre formas de perseguir los sueños o prosperar, entre los riesgos de un hedonismo de corto y de largo alcance, como si el psiquiatra Dino Risi quisiera poner a prueba los presupuestos de la psicoterapia existencial donde siempre tendrían que elegirse las “opciones de crecimiento” que, por otra parte, nunca terminan de estar del todo claras en sus resultados, como las que se toman sin reflexión en función de la seguridad y el riesgo. También de la repercusión que esto tiene socialmente cuando el desarrollo económico se produce y crece el bienestar y las clases medias y ya no hay guerras, ni penurias, ni anhelos que nacen de lo que no se tiene y hay que crear un sentido a la vida o unos hábitos en positivo, que no solo sean vagar tomando copas por la noche y cultivando un nihilismo amoral que solo puede terminar produciendo que al final un pais entero termine en manos de los peores, de mafiosos de distinto tipo e igual catadura moral. Lo que quizá terminó pasando en Italia después de la esperanza de la postguerra (o en la España de los ochenta). Esa es la lección moral que esconde la película, quizá demasiado evidente, aunque parece que hasta el final estuvieron abiertas dos posibilidades y el director lo dejó al azar del clima del día siguiente de acuerdo con Mario Cecchi Gori, el productor de la película. El segundo, que no se rodó, más abierto, menos trágico y más ambiguo, quizá más interesante.

En fin, un gran divertimento para la noche de este sábado…

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