“Heidfucker”: vida (sexual) de los filósofos ilustres

Simone de Beauvoir, Sartre y Claude Lanzmann

Para Manuel Otero a sus 50


El sexo entre dos personas es una cosa hermosa;  entre cinco, es fantástico. 

Woody Allen 

Si eres profesor de filosofía siempre hay quien te pregunta por los chismes relativos a las cositas íntimas de los grandes autores. Es tal el respeto que infunden o pretenden infundir, con esa tal alta consideración del alma o del pensamiento (y no es otra cosa que un Barrio Chino, el alma…), que es inevitable que incluso al menos frecuentador de los programas del coure se le levante un poco la curiosidad. Lo que yo sé acerca de esa picante e intrascendente materia cabe en dos o tres páginas únicamente, pero que no se diga que me lo reservo[1]. Al fin y al cabo, si me he enterado yo es porque algún otro lo ha investigado, y si ese que lo ha investigado y ha encontrado chicha es porque algún otro hace ya mucho tiempo se fue de la lengua, tal vez el propio interesado. “No eches la culpa al viento de lo que tú antes confesaste a los árboles”, dice un viejo refrán con el que siempre he estado de acuerdo. Quien de verdad fue discreto, como William Shakespeare, ha mantenido a salvo su secreto. Así que al lío. 

El “amor platónico” es una expresión muy desafortunada que en realidad describe mejor, tal como se entiende coloquialmente, al matrimonio intelectual entre Sartre y Beauvoir que al propio Platón. A Sartre, en efecto, no le gustaba físicamente su compañera, la cual no tuvo su primera relación satisfactoria hasta entrados los cuarenta, y no precisamente con el hombre bajito de la pipa (leí una biografía de Sartre en la que la autora no paraba de referirse a él como “el hombrecillo”). No obstante, Simone no paró de enviarle alumnas devotas o discípulas enganchadas a la “erótica del saber” que en algunas ocasiones Jean-Paul devoraba disciplinadamente y en otras, la mayoría de ellas, se limitaba a intentar hacerlas disfrutar a ellas, porque las anfetaminas según parece ayudan a trabajar mucho y con gran lucidez pero producen impotencia. De modo que ese fue el más intenso amor platónico que conoce la filosofía, ya que el propio Platón se trajo novio de su tercer viaje a Siracusa y vivieron juntos y en paz hasta la muerte de él. Algo de pasión venérea debía sentir sin duda Platón hacia su pareja, ya que en un diálogo hace decir a un personaje suyo que la vejez es una bendición, justamente porque aplaca a ese “furioso tirano” que son los afrodisia –que no el Eros: aquí Freud o bien patinó parcialmente en su griego o bien lo mezcló todo-, es decir, los placeres sexuales. Parece claro que un señor (nada enclenque, que Platón había sido púgil en su mocedad) que denomina como “tiránico” un vehemente deseo suyo es que ha hecho grandes e inútiles esfuerzos por librarse de él, es decir, que lo ha gozado y sufrido a fondo. Lo mismo le ocurría, por cierto, a Agustín de Hipona, un tipo fuertote, moreno, de la etnia bereber, el “semental de Dios”[2], un auténtico león que en su juventud había sembrado de hijos bastardos todo el norte de África, pero al que en la madurez piadosa y célibe seguía atormentando esa mecánica elevación del miembro viril que tiene lugar en el momento más insospechado incluso cuando uno es obispo y futuro Padre de la Iglesia…  

Juan Goytisolo, Simone de Beauvoir y Nelson Algren. Almería 1960

Aristóteles, en cambio, fue más moderado, además de genitor. Tuvo esposa y luego concubina, aunque su relación estrechísima con su colaborador Teofrasto pudiera hacernos sospechar. Aristóteles fue un hombre sensato en su existencia mundana que de verdad practicaba su idea de que no existe vida mejor que la del hombre de conocimiento, siendo, para él, eso de la jodienda más bien locura animal propia de los jóvenes. Su gran comentador, el fraile que le bautizó sin su consentimiento, Tomás de Aquino, con toda seguridad fue virgen, al igual que el bravo Spinoza y el pobre Kant. La diferencia estriba en que a Kant sí que le gustaba mucho eso que entonces se denominaba “el bello sexo”, mientras que a Tomás le resultaba completamente indiferente, por no decir repulsivo. ¿Fue el santo lo que hoy llamamos “asexual”, o es que redirigía sus ansias hacia el arte del buen comer? Un servidor, con tal de no recibir nunca la horrenda noticia de que fue aficionado a los niños como la inmensa mayoría de sus colegas de gremio, se conformaría hasta con el burdo chiste de que estaba tan gordo que ni se la veía. Descartes, por su parte, no muy admirador de Tomás, tuvo una hija a la que perdió a la edad de cinco años. Con quién y cómo no lo sabemos, o al menos no lo sé yo, pero lo mismo le envío mis tardías condolencias. Daba comienzo la época en que los grandes filósofos resultaban atractivos a las damas de alcurnia, y tanto Descartes como después Leibniz visitaron y se cartearon con poderosas señoras con las que tal vez –Leibniz no, Leibniz fue homosexual, me parece, igual que su rival Newton[3]– hubiera algo de tema. La coyunda hombre intelectual/dama de rango alcanzó en el siglo XVIII y en París el carácter de fenómeno social casi aceptado y arrollador, del que se beneficiaron uno tras otro y a la vez todos los enciclopedistas. Rousseau enviaba el fruto de sus efusiones al hospicio, Diderot escribía obras picantes y Voltaire resolvía revolcones matemáticos y echaba teoremas magníficos, o al revés, con Madame de Châtelet[4]. Con respecto al Siglo de las Luces, el s. XIX supuso un cierto atraso en lo que toca a libertades eróticas. Buenos burgueses, como Hegel, y hasta anti-burgueses, como Marx, se avinieron a relaciones estrictamente ceñidas al código matrimonial. Marx, ya se sabe, tuvo un hijo con su criada, pero hay que decir que aquella mujer era como de la familia y además bastante instruida. Engels, que tapó el escándalo con la aquiescencia de Jenny, la mujer de Marx, tampoco le hizo ascos a algunas amantes obreras una vez que murió su mujer, así mismo obrera textil en sus orígenes. Proletarios del mundo, copulemos. Mucho peor se lo montó Kierkegaard, que, de modo semejante a Kafka décadas después, jugó a plantar a su prometida en nombre de la sacrosanta misión literaria, pero luego casi como que se arrepintió un poco. La vida del casado, escribió, es la vida verdaderamente ética, no como la forma de vida del esteta o del religioso. Nietzsche, el más desgraciadito de todos estos, estaba loco por fornicar dionisiacamente, pero para una vez que lo hizo, en los burdeles de la guerra franco-prusiana, pilló la sífilis que acabaría por matarle. Al menos dos mujeres rechazaron su petición de matrimonio, la primera por verle demasiado desesperado y suplicante –Lou Andreas Salomé, que enseguida dijo que sí al mucho más sibilino seductor Rilke-, y la segunda al contrario, por entender que la oferta estaba redactada de un modo demasiado pragmático y desapasionado. Entre una y otra se concibió a toda prisa el Así habló Zaratustra, del que se ha dicho no sin un tantico de razón que es el manual del machito despechado… 

Lou Andreas-Salomé, Nietzsche y Paul Rée en 1882

Visto lo visto, sin duda la historia de amor más profunda de la historia del pensamiento, hasta donde yo sé, es la de Harriet Taylor y John Stuart Mill[5], una veneración admirable que sobrevivió a la muerte. Wittgenstein tuvo alguna que otra pareja, pero no siempre se sentía bien por ello, dado que todavía había que disimular la amistad entre hombres, pero como seguro que nunca se sintió bien fue con la masturbación, que anotaba puntualmente en su diario a modo de penitencia. Sin embargo, el más lanzado, el filósofo más ligón de todos los tiempos, que se sepa (y hablando siempre varios escalones por debajo de San Agustín, pero Agustín a cierta edad se rajó) no fue Pedro Abelardo, ni mucho menos, sino el montaraz, oracular y no muy apolíneo Martín Heidegger. Heidegger -“Heidfucker”, en adelante- tuvo su famoso affaire con Hannah Arendt, o Hannah Arendt con él, en 1925, y ambos quedar realmente prendados de por vida. Se ha escrito mucho sobre esto en unos términos más bien frívolos, pero lo cierto es que fue un cuelgue de los buenos. Dos años después se publicó Ser y tiempo, y allí se hablaba poco de amor, pero se hablaba. Más tarde, en ¿Qué es metafísica?, también se hablaba de amor, mucho más en primer plano, como algo (ni siquiera una emoción, Heidfucker no era amigo de psicologismos ni antropologismos) semejante a una disposición existencial capaz de revelar la auténtica esencia de la relación del Dasein con el tándem ser/nada[6]. Martín ya estaba casado con la rubia Elfride, una mujer que realmente le convenía mucho más en principio, primero porque era más rabiosamente nacionalista que él, y luego porque supo sacrificar su vida personal en aras del trabajo inmortal del genio. No obstante, Elfride tuvo un desliz al poco tiempo de casarse con Martín, y él se llevó tal disgusto (o tal mazazo en su amor propio, si es que hay diferencia) que sólo supo perdonárselo cuando se percató de hasta qué punto ese pecadillo iba a servirle a él para devolvérselo con creces. Ojo por ojo y diente por dentadura entera con coronas incluidas. Entre eso, y que Heidfucker continuó toda su vida atesorando el recuerdo incendiario de Arendt -y ella de él, también ella sin duda alguna un filósofo ilustre-, se pasó el resto de su vida de famoso pensador yendo de alumna atractiva a admiradora fervorosa, como abejita que va de flor en flor. No lo parece, no, lo sé, sobre todo si ves las fotos de Martín vestido con el traje tradicional bávaro, pero se lo hacía muy bien. Él se enamoraba de verdad, se declaraba de rodillas, y luego las convencía de que amarle a él era colaborar en la gran tarea del pensar, un poco como Rainer María Rilke años antes con el sagrado dichtung de la poesía. Y era realmente un plan estupendo, porque cuando se les pasaba el calentón ambos podían excusarse alegando no el deber hacia a sus respectivas esposas, que les cuidaban los hijos, sino su compromiso con una causa más alta, la más alta posible en realidad. Entre tanto, como su entusiasmo había sido veraz, y no subterfugio de Don Juan de pocos vuelos, lograban sobradamente lo que querían, es decir: adoración, folleteo e inspiración, todo en un mismo y feliz saco…  

Heidegger y su familia

Martín pasó 17 años sin ver ni cartearse con Hannah, pero cuando volvieron a encontrarse el viejo ardor seguía allí. Heidfucker fue tan hábil que consiguió convencer a Elfride para formar un terzetto con Hannah, si no sexual, al menos amistoso. Naturalmente, la cosa duró poquísimo, ante todo porque Elfride no tragaba a Hannah por ser judía[7] –y, me barrunto yo, por puros celos de constituir el primer y más subido amor de su erotómano marido. Pero oye, allí estuvo Hannah, valiente y moderna, dispuesta a jugar a lo que hubiese que jugar, estando como estaba felizmente casada. Lo siento, pero a mi me parece una historia bonita. Hannah acuño su concepto de “perdón comprensivo” seguramente para aplicarlo a las estupideces políticas de Martín, dedicó algún seminario al análisis de su obra, y cuando murió escribió elogiosamente de él. Heidfucker, cuando aún era un muchachote rendido al amor, le había escrito a Hannah la típica pedantería de filósofo en formación: “amo significa volo, ut sis, dice San Agustín[8] en un momento: te amo – quiero que seas lo que eres”. Pues bien: tal vez no por casualidad, Hannah Arendt acabó escribiendo su tesis doctoral sobre el concepto del amor en el pensamiento del divino semental… 

Fuera de la filosofía, sólo el apetito sexual y amoroso del físico cuántico Erwin Schrödinger supera al de Martín Heidfucker, contemporáneo suyo. Algo que nunca se ha dicho, pero que acaricio como tesis mía, es que la Kehre, el viraje, ese supuesto golpe de timón que llevó a Heidegger (abandono ya la broma y vuelvo al apellido correcto) de la inquisición por el ser desde la explanación del Dasein a la del Dasein desde la historia del ser -así me lo explico yo, y quien me entienda que me compre- consistió también en la maduración personal del filósofo, una maduración sentimentalmente a peor, en cierto sentido. Porque el joven y novicio Heidegger era muy ingenuo en sus teorías del amor romántico, sin duda, del que hablaba de un modo risiblemente ontológico que poco tenía que ver con la realidad corporal y concreta del sexo como tal y de la agradable compañía, pero al menos eso le hacía comerse la cabeza en torno al dilema de la vida auténtica o inauténtica, propia o impropia, resuelta o irresuelta. Fueron esas unas temáticas un tanto adolescentes que luego le perjudicarían mucho respecto de la comprensión del ascenso nazi, pero que delataban un talante enamoradizo, pleno de promesas y listo para la acción, como el de Camus. En cuanto se produce la Kehre, sin embargo, se acabó la tontería individualista, arrastrando con ella la pasión irrefrenable. Heidegger se hace mayor, y entonces ya únicamente consagra todo su arrobo al ser, aunque corteje a tantas y tan encantadoras damas por el camino. “Encaminarse a una estrella; solamente eso”; solamente eso y la rememoración, el An-denken de la Hannah Arendt joven… 

Martin Heidegger y Hannah Arendt

Los filósofos, a diferencia de los blancos de la película de Woody Harrelson, sí la saben meter, con perdón por el sexismo. Otra cosa es que se hagan un lío tremendo, como el resto de los mortales, entre el sexo, el amor y el ente en tanto ente. Sobre el error del amor, que un epicúreo sensato debiera siempre evitar, en el siglo I a.C. Tito Lucrecio Caro versificaba lo siguiente, en De rerum natura, IV, 1097-1120: 

Así como cuando en sueños el sediento busca beber y no le es dado el líquido que puede apagar el ardor de sus miembros, pero busca imágenes de agua y en vano se esfuerza y aun bebiendo en medio de un torrentoso río siente sed,  

así también en el amor Venus se burla de los amantes por medio de las imágenes, y ellos no pueden saciar sus cuerpos, aunque contemplen el cuerpo amado frente a frente, ni pueden con sus manos arrebatar algo de los tiernos miembros al errar vacilantes por todo el cuerpo. 

Al fin, cuando con los cuerpos unidos ellos disfrutan de la flor de la edad, cuando ya el cuerpo presagia sus goces  

y Venus está a punto de sembrar los campos femeninos, ávidamente estrechan sus cuerpos y unen la saliva de sus bocas y respiran profundamente apretando los labios con sus dientes;  

pero todo es inútil, ya que no pueden arrebatar nada de allí ni tampoco penetrar o fundirse en un cuerpo con todo su cuerpo; pues a veces parecen querer y luchar por hacer eso: con tanta pasión se adhieren en las junturas de Venus, hasta que los miembros se derriten abatidos por la fuerza de su placer.  

Por último, cuando el deseo reunido se expulsa fuera de los nervios, se produce una pequeña pausa del ardor violento por un instante. Luego vuelve el mismo frenesí, retorna aquel delirio, cuando ellos buscan encontrar qué es lo que desean palpar junto a sí,  

pero no pueden encontrar el medio que venza ese mal: a tal punto vacilantes se consumen a causa de su secreta herida.[9]                

(Traducción de Eduardo Molina Cantó Pontificia Universidad Católica de Chile) 


[1]Mis fundamentos teóricos para tales maleducados excesos en https://revistatarantula.com/asi-hablaba-kamasutra/  

[2] Ortega llamaba a Agustín “la fiera de Dios”, y decía de él el gigantesco disparate de que era el primer espíritu moderno, pero supongo yo que no lo hacía en el sentido en que estamos viéndolo aquí; los datos, claro, en Confesiones…  

[3]Más o menos bien argumentado en https://hyperbole.es/2016/05/a-los-300-anos-de-la-muerte-de-leibniz/  

[4] A Voltaire, por cierto, le invitaron una vez a una orgia, y allá fue, pero cuando le invitaron por segunda vez rehusó, con el argumento, si no recuerdo mal, de algo así como que la primera vez acudió como filósofo, pero toda reiteración de esa conducta sería ya entendida no como prurito de conocimiento, sino como manifiesta incontinencia y lubricidad…  

[5]Relatada someramente por ejemplo en https://cuartopodersalta.com.ar/amores-necesarios-taylor-y-stuart-mill/  

[6] Con mucho mayor detalle -pero pasando curiosamente por encima de ¿Qué es metafísica?, que es el texto más claro y directo de todos- en el siguiente artículo:  https://www.redalyc.org/journal/809/80946586011/html/ 

[7] Fragmento de carta de Heidegger a Arendt, antes de la Guerra: para aclarar mi actitud frente a los judíos, bastan los siguientes hechos. […] Quien puede venir a verme mensualmente para informar de un trabajo importante en curso (que no es ni el proyecto de una tesis ni de una habilitación), es otro judío. Quien hace unas semanas me envió un extenso trabajo para que lo revisara con urgencia, es judío. Los dos becarios de la comunidad de asistencia cuyo nombramiento conseguí en los últimos tres semestres son judíos. Quien recibe a través de mí una beca para Roma, es un judío. Quien quiera llamarlo “antisemitismo furibundo”, que lo haga. Por lo demás soy hoy en día tan antisemita en cuestiones universitarias como lo era hace diez años y en Marburgo, donde incluso conté para este antisemitismo con el apoyo de Jacobsthal y Friedländer. Esto no tiene nada que ver con las relaciones personales con judíos (por ejemplo, Husserl, Misch, Cassirer y otros). Y menos aún puede afectar a la relación contigo”. Sí, sí, ya sé que suena al “no soy homófobo, tengo varios amigos gay”, pero hablamos de pleno periodo nazi, no de un intercambio garrulo actual en las redes sociales. 

[8]El único predecesor a su altura, como hemos visto, que en el mejor momento de su obra escribió aquello de que el único mandamiento ético realmente importante para el verdadero cristiano es “ama y haz lo que quieras…”

[9] Ut bibere in somnis sitiens cum quaerit et umor 

non datur, ardorem qui membris stinguere possit, 

sed laticum simulacra petit frustraque laborat 

in medioque sitit torrenti flumine potans, 

sic in amore Venus simulacris ludis amantis 

nec satiare queunt spectando corpora coram 

nec manibus quicquam teneris abradere 

membris possunt errantes incerti corpore toto. 

Denique cum membris collatis flore fruuntur 

aetatis, iam cum praesagit gaudia corpus  

atque in eost Venus ut muliebria conserat arva, 

adfigunt avide corpus iunguntque salivas 

oris et inspirant pressantes dentibus ora, 

nequiquam, quoniam nil inde abradere possunt 

nec penetrare et abire in corpus corpore toto; 

nam facere interdum velle et certare videntur; 

usque adeo cupide in Veneris compagibus haerent, 

membra voluptatis dum vi labefacta liquescunt.  

Tandem ubi se erupit nervis collecta cupido,  

parva fit ardoris violenti pausa parumper.  

Inde redit rabies eadem et furor ille revisit, 

cum sibi quid cupiant ipsi contingere quaerunt, 

nec reperi re malum id possunt quae machina vincat: 

usque adeo incerti tabescunt vulnere caeco. 

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2 Comentarios

  1. says: Óscar Sanchez

    En cierto sentido, la obra de Arendt fue (intencionadamente o no, yo creo que sí, y no veo sexismo alguno en ello) complementaria a la de Heidegger. Análisis político que cubre la ontologia del mit-sein, “nacidos” en vez o la vez que “mortales”, encarar una explicación del fenómeno nazi y del holocausto, estudiar el concepto de revolución política y eticamente, pensar la reconciliacion, entender la vida humana como activa y no sólo en la vecindad de El ser… Todo lo que él no hizo.

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