El mar silba a sus espaldas. Una fresca brisa eriza su piel, lo que le produce un breve acceso de tos. La fragilidad de la que viene siendo compañero desde hace más de dos décadas le abruma con la intensidad con la que lo hizo el primer día en que fue consciente de su diagnóstico, pero en aquel instante del verano, bajo el sol y la bruma acariciada por el tapiz del oleaje, de los robles vigorosos y de algunas hayas y espinos furtivos, se siente especialmente feliz: por fin podrá encontrarse con su admirado maestro. La cita le resulta vivificante, a pesar de las opiniones del viejo escritor sobre sus obras literarias. León Tolstói y Antón Chéjov acaban de encontrarse en Yalta, donde décadas más tarde se celebraría la famosa conferencia que habría de encarar el fin de una de las guerras más cruentas que han azotado a la humanidad.
León Tolstói, el celebérrimo autor ruso, fue algo más que un escritor con talento. Poliédrico y claroscuro, con una biografía que rechina con su legado moral, el narrador comparado a la altura de Cervantes o incluso de Shakespeare reivindica no sólo el genio y el talento que a menudo escasean en las artes literarias, sino que también es la demostración encarnada de que la falacia del ladrón es, más que nunca, una falacia que no debemos tolerar: si el ladrón nos demuestra que robar es inmoral, su verdad le autoriza a dar lecciones, aunque robe. En contra de quienes intentan denostar la memoria del pensador de Yásnaia Poliana, sus vicios y perversiones vitales no pueden desautorizar jamás la razón que existe en sus palabras cuando la reflexión humana, universal y común a toda persona que desee utilizarla, así lo demuestra. Y quien no pretenda sumergirse en la lectura crítica de su amplia obra ensayística (El reino de Dios está en vosotros, Contra aquellos que nos gobiernan, No puedo callarme o el casi póstumo La esclavitud de nuestro tiempo, entre otros) encontrará un tesoro asequible y hermoso en la recopilación de citas, pensamientos y análisis de la vida humana y de su condición espiritual y política en la recopilación El camino de la vida.
Originalmente publicado en 1911, un año después de la muerte del escritor ruso, el libro se divide en treinta y un capítulos colmados de breves fragmentos, unos con referencias directas a filósofos, escritores, eruditos o a libros que han marcado la impronta del devenir occidental, como la propia Biblia, que serán de gran placer para el lector inteligente, donde además encontrará las palabras del autor, afilado y ágil en su verbo, como es habitual hallar en toda lectura de casi cualquier libro de Tolstói. Y es que el autor nos propone un recorrido íntimo hacia su propio devenir personal. Pues como reconoció en su obra Confesión, su proceso vital evolucionó desde una juventud «ociosa», como él mismo la calificó, hasta una transformación espiritual y filosófica que comenzó en su mediana edad. El fruto de esa elevación intelectual es el de sus ensayos, artículos y panfletos que le condujeron, entre otras circunstancias, a la excomunión de la Iglesia Ortodoxa Rusa hasta la todavía desconcertante no concesión del primer Premio Nobel de Literatura de la Historia, en 1901, cuya entrega al poeta francés Prudhomme causó conmoción ya en su momento en todo el ambiente literato occidental. Sin embargo, de éste fértil legado surgió una impronta y una influencia que fue radical en sus días, hasta tal punto de modelar nuestro presente.
Las palabras de León Tolstói resuenan resistentes al paso del tiempo tras ser leídas. Por ejemplo, en el capítulo que dedica a la violencia en El camino de la vida, el pensador ruso escribe: «¿Por qué el cristianismo se ha pervertido tanto? ¿Por qué ha caído tan bajo la moral? La razón es una: la fe en la eficacia de un régimen de violencia». También arremete contra la censura y la perversión de la verdad, que para el eslavo requiere del siguiente proceso para poder aspirar a alcanzarla sin sucumbir en la mentira: «Si quieres conocer la verdad», aconseja, «ante todo libérate, aunque solo sea durante el tiempo que la buscas, de todas las consideraciones sobre las ventajas que te podría traer una u otra decisión». O, como si se adelantase a la muy actual tormenta de las fakes news y la «infodemia» que padecemos, escribe el filósofo sobre la superstición en el seno de la ciencia, a modo de un recordatorio que cada uno de nosotros deberíamos grabar con dócil caligrafía allá donde podamos leerla en cada momento en que vayamos a consultar la prensa o los paper académicos: «Cuando los hombres aceptan como verdad incontestable lo que otros les presentan como tal sin verificarlo, caen en la superstición. Tal es en nuestra época la superstición de la ciencia, es decir, aceptar como verdades incontestables todo lo que como tal nos presentan los profesores, los académicos, y en general las personas que se llaman a sí mismos científicos». Lejos de denostar el conocimiento y la ciencia en este fragmento, León Tolstói nos reclama a investigar en la medida de nuestras posibilidades, de nuestra razón y de nuestra formación aquellos supuestos descubrimientos que aparentan ser científicos. Porque, por encima de toda credulidad, debe edificarse un enfoque crítico que nos permita eludir sagazmente las trampas que pueden desarrollarse mediante la dialéctica y de las falacias ad verecundiam. Palabras del ayer que, hoy más que nunca, previenen de las amenazas al desarrollo de la persona humana como ser libre en pensamiento y a su lugar público como ciudadano.
El camino de la vida es, en consecuencia, uno de esos libros majestuosos, exquisitos y que trascienden las limitaciones del zeitgeist de la época en la que fue escrito, una lectura armoniosa e interesante que, leída como debe leerse todo texto -y como el propio Tolstói recomienda aprender a saber leer-, pueden extraerse grandes verdades y excelsas soluciones a problemas que nos acompañan en nuestra cotidianeidad de entre aquellos detalles con los que podamos estar en desacuerdo. Una joya bibliófila preciosamente editada en castellano por Editorial Acantilado en un formato de tapa dura en muy alta calidad, papel de buen gramaje y punto de lectura, armonía de color y gran belleza. El lector que decida adentrarse en este libro lo hará, además, en la brillante y meticulosa traducción del ruso de Selma Ancira. Ante ustedes se presenta la oportunidad de hacerse con una obra que les aportará una lectura enriquecedora y sabia, sin censuras y sin cortapisas. No la dejen escapar.