“Sí, se puede ser arquitecto con la dimensión titánica de los pilares miguelangelescos de San Pedro, o con la minuciosa de la nave y el claustro de San Carlino de Borromini.“
Luis Fernández Galiano
El significado de la voz Escala, alude al menos a nueve conceptos posibles, de los que sólo dos nos interesan resaltar ahora. Los propios de un tamaño o proporción y el referido al valor de representación de un dibujo o gráfico. De igual forma, la voz Estilo con al menos doce acepciones, sólo emerge con nitidez desde el sentido de “modo, manera o forma”, para aludir a un carácter fuertemente formalizado y, claramente estilizado. La mejor vinculación de ambos parámetros tal vez la hiciera Juan Benet en su memorable ensayo Épica, noética, poética. En él, Benet establecía un paralelismo representativo entre la función de la metáfora en el poema, con la función de la escala en los gráficos. Haciendo patente que “crear es descubrir nuevas metáforas”, y tal vez, producir esos saltos de escala. “Y así como en la colección de planos que define una obra se inscribe en cada uno de ellos, esa escala o relación entre las magnitudes de la obra dibujada y la obra que debe ser realizada, así en cada una de las páginas de la epopeya se debe inscribir la correspondiente metáfora que recuerde al lector la proporción que existe entre los hechos épicos y los hechos humanos a que está acostumbrado”. Pero si la escala se vincula con la representación metafórica, claramente es ya una cuestión de estilo o es ya una cuestión creativa, por no hablar del salto de lo humano a lo épico.
La pretensión de Fernández Galiano en su espléndido trabajo del número 104 de A&V (2003), que recorría el panorama multiforme de la arquitectura desde la ventana del siglo XXI, bajo la denominación de ‘Casa, cuerpo, crisis’, aborda entre otros un tema singular. Y éste es el de relación de la Escala con el Estilo; e incluso de la Escala con la Época, para construir una melodía que combina y conjuga las tres E iniciales – Estilo, Escala y Época – con las tres C – Casa, Cuerpo y Crisis – del titular de la revista y quizás alguna correspondencia oculta y posible: la Casa como Estilo, el Cuerpo como Escala y la Época en Crisis o la de Crisis de una Época. Más aún el planteamiento originario de la escala ha llegado entre nosotros, a relacionarse con la importancia conceptual del proyecto, como es visible en tantos manuales de historia de la arquitectura que abordan sólo los grandes temas y los grandes ensayos, omitiendo otras posibilidades laterales de pensamiento y de reflexión producidos desde la pequeña escala o formato menor. “La fascinación por el tamaño les captura (a los arquitectos) como la Mole Antonelliana secuestró al Nieztsche terminal de Turín y la amenaza bíblica de la Torre de Babel suministra más estímulo que disuasión”, nos advierte Fernández Galiano, en el apartado Arquitectos en la pasarela. El espectáculo de la escala, para advertirnos por la fascinación cruzada entre el tamaño y la difusión, esto es entre la escala y la publicidad. Más aún “La arquitectura de nuestra época está solicitada por una doble pasión: el exhibicionismo publicitario y el colosalismo físico”, tema que a juicio de Fernández Galiano no es nuevo, recordando a Vitrubio y a Dinócrates disfrazado con piel de león, pudiéndose tal vez, ampliar la mirada al colosalismo propia de la arquitectura imperial romana. ¿Porqué y para qué, esa escala gigante y lejos del canon humano?, ¿a qué dioses se referían y se encomendaban esos soberbios constructores anónimos?, ¿aludían al juego de la epopeya que enunciara Benet? Constructores anónimos y obras titánicas e inconmensurables, que sólo dejan escapar de nuestras bocas un profundo silbido de admiración que precede a los, llamados por Azúa, ‘aullidos de agonía’. Aullidos que expresan, ni más ni menos, la pequeñez contemporánea por más disfrazada que se presente de ‘gigantes y cabezudos’, o por más Tecnología que agrupemos bajo el costado.
Propuesta analítica, por tanto, que salta de lo pequeño, que ya no es hermoso, a lo grande. Dejando, consecuentemente, la escala menor reducida al carácter del pequeño ensayo, del indicio breve que sólo apuntaría vías preliminares, que más tarde sólo el gran ensayo vería elevado al carácter monumental de gran obra. Pero no siempre se podría parangonar la Gran Obra con el Grand Style, al sustentarse ambas realidades en parámetros diversos y en conflicto. Una Gran Obra, como Harry Potter y sus sagas varias, o las múltiples Allende o las exitosas obras de Dan Brown, desde el ámbito de lo literario, rara vez casan y conectan con el denostado por críticos relajados, Grand Style, desde Kafka a Mann, desde Benet a Proust, desde Joyce a Flaubert. Piénsese en nombres arquitectónicos y póngase los nombres oportunos, que los hay.
Si en ese relato Fernández Galiano, enfrenta el Estilo a la Escala, cabría interrogarse por su relación y por su dependencia. ¿Es sólo posible el Estilo desde el umbral menor de la pequeña Escala? Y ¿acaso barre y borre la potencia dimensional cualquier pretensión estilística? Pero ¿cómo se relacionan ambos parámetros, antes y ahora? Cierta grandeza histórica y pasada, se sitúa en esa órbita de la potencia dimensional, ante la cual lo humano sucumbe, se diluye o se eclipsa. Esa es la afirmación de Borsi en su ensayo sobre Bernini, cuando cita la magnificencia de lo grande. “Sabe perfectamente que la primera condición del asombro frente a la arquitectura reside en las dimensiones, en el tamaño físico”; aunque matiza más tarde: “Pero no siempre se doblega a ello porque sabe también que el monumento, los resultados de admonición contenidos en la etimología de la palabra, pueden ser alcanzados ‘a pesar’ de las dimensiones, recogiendo así una larga tradición renacentista”. Pese, por tanto, a que piezas menores, en su tamaño como el propio trabajo berninianio de San Andrés del Quirinal, recuperen toda la intensidad de su mejor obra colosal, a la cual podrían superar con facilidad. Hoy esa grandeza titánica de lo colosal, ya no se residencia en la magnitud de la fábrica o en lo fenomenal de la problemática constructiva y técnica. Hoy la grandeza, la fortaleza del espíritu y el asombro berniniano, se residencian en la magnitud incontable de la biología molecular y en la arrogancia de la técnica aeroespacial.
Dependencia de Estilo y Escala, que es preciso indagar desde los capítulos laterales en que se ubica el texto ‘Estilo frente a escala’; precedido el ensayo que nos ocupa por otro de denominación enfrentada ‘El autor y la audiencia’, y cerrado por detrás por la serie que agrupa otras miradas que abordan las ‘Crisis crepusculares’. Hoy la audiencia –forzosamente masiva, poderosamente numérica y átona – ya se enfrenta al ámbito reducido y menor del autor, de manera inversa a como venía siendo usual: un autor imponente y grandioso frente a un público reducido y menor o a punto de desaparecer. Operándose en esa redefinición contemporánea una fusión y una inversión, entre los dos ejemplos gráficos aportados por Fernández Galiano. La fusión de lo colosal del Vaticano con la autoría individualista del Borromini de San Carlino y la inversión de las relaciones cuantitativas de la recepción de la obra y su producción. Esa inversión creciente y extendida que polariza la sociedad actual, recorrida por las valencias de Técnica y Masa, es la que debe generar esa otra lectura de las ya llamadas Crisis crepusculares, que señalan un final, o al menos el final de unas maneras; esto es el final de un Estilo. Final que es leído por Fernández Galiano tal como “ambas pulsiones (exhibicionismo y colosalismo) son características de un tiempo que ha visto desarrollarse los medios de comunicación de masas y ha contemplado la construcción de rascacielos titánicos”. De un tiempo, en suma, de Masas y de Técnica. Y ¿también de un tiempo de asombro?
Podría haber optado Fernández Galiano, por otros ejemplos actualizados, pero sin embargo nos propone el del enfrentamiento romano de los siglos XVI y XVII – que también abordaron otras ‘Crisis crepusculares’ que abrían la ‘Terza Maniera’, Lutero, Galileo, el ‘Saco de Roma’ y el concilio de Trento –, con dos piezas emblemáticas y paradigmáticas, como San Pedro del Vaticano y San Carlino alle Quatre Fontane. Como si ambas obras fueran el haz y el envés de un trayecto, que tal vez lo fueran, aunque no se perciba con claridad más que en el conflicto de Reforma-Contrarreforma, Ciencia-Fe, Movimiento-Estatismo. También entre la autoría plural, de diseños sucesivos y complejos del Vaticano, y la perceptible autoría individual de San Carlino; entre un programa áulico y otro propio de Ordenes Menores empobrecidas; entre el carácter sintético de ensayos y corrientes complejas del Vaticano –donde juegan Bramante, Rafael, Peruzzi, Miguel Ángel, Sangallo, della Porta, Vignola, Maderno y Bernini – y la excesiva identificación de San Carlino con Borromini en un ejercicio analítico excepcional y solitario. Ensayo comparativo de escalas y magnificencias, que conecta con las reflexiones anticipadas de Serlio, cuando verificaba la propuesta comparativa e ilustrativa entre la iglesia vaticana – como ejemplo de escala máxima– y el diminuto ensayo bramantesco de San Pietro in Montorio, en esa clave de la tradición renacentista de la pequeña escala. En esa senda de las oposiciones dimensionales clasificatorias, bien a las claras, podría haberse optado por otro ensayo moderno, como el de Rem Koolhaas cuando aborda en su trabajo S,M,L,XL (1997) la nueva taxonomía de la forma construida. Hoy ya los edificios no se agrupan y clasifican en claves de función, ni en familias estilísticas, ni en apartados tipológicos, como demuestra Jorge Sáinz en su información de la exposición La arquitectura del Renacimiento, de Brunelleschi a Michelangelo de 1994, que denominaba El arte de los dioses. Hoy sólo rige la clasificación de su tamaño, como nos muestra el holandés errante. A más tamaño, más sonoridad, más publicidad y, consecuentemente, más visibilidad. Para hacer evidente que si ayer “el arte hacía visible lo invisible” en clave de Kandinsky; hoy la popularidad y el asombro de la arquitectura hace invisible lo visible. Esto es la Escala de la rama tapa el bosque del Estilo, y cubre toda una Época. Cubre una Época de asombro, que es ya la ausencia de sombra, que es, por ello, consecuencia de la falta de luz.