“Marilyn sugirió que el sexo podría ser difícil y peligroso con las demás pero un helado con ella”
Norman Mailer. “Marilyn
Lo que murió hace sesenta años en aquel bungalow de Los Ángeles donde estaba sola con su sirvienta, la Sra. Murray, aunque parece que no lo estuvo tanto aquella tarde y hay mil hipótesis sobre lo que pasó antes y después, sobre los medicamentos que tomó voluntariamente o involuntariamente, sobre los micrófonos que, al parecer, había por todas partes, sobre el desencadenante de que apareciera desnuda boca abajo con una sábana encima, en la cama, incomprensiblemente muerta cuando era la imagen de lo más vivo. El deseo y el poder burbujeando en la cumbre de aquel mundo, esplendente e inestable, personas significativas y muchos sueños iban a morir en solo unos meses; lo que parecía capaz de renovarse y se frustró quizá para siempre; las guerras que no habían terminado y se recrudecieron; los fantasmas del racismo, del sectarismo y del odio; las esperanzas rotas a balazos o acuchilladas por los dientes de los tiburones que acudían desde todas partes.
Lo que no murió. Ella (la imagen de ella transmutada por las miradas y los deseos de varias generaciones) que sigue tan viva sesenta años después, asombrosamente viva, símbolo de muchas cosas significativas y no solo de las malas. La niña que no conoció a su padre con una madre loca; la de los hogares de acogida, los orfelinatos y los abusos; la que quiso salir de pobre y no ser como su madre; la que en un momento dado supo que poseía algo muy poderoso justo en esos tiempos en que la imagen, la publicidad y el consumo iban a transformarlo todo y la moral sexual iba a cambiar muy rápido; la que se prestó de inmediato a ser fotografiada en aquella fábrica de municiones (1944) cuando el fotógrafo David Conover pidió una voluntaria atractiva para hacer un reportaje propagandístico, en la revista Yank, que levantara la moral de las tropas. La que ya no paró y persiguió un sueño a cualquier precio (es imposible no pensar en el personaje de Emma Bovary), dejando lo que fuera necesario en el camino; la que se fue alejando de su pasado con total determinación y rebotando hacia él una y otra vez; la que pronto supo que su mejor arma era su erótica (el deseo que despertaba su cuerpo, sus gestos, su maquillaje, su encanto, su audacia: su capacidad de seducción.) y decidió utilizarlo a fondo, a su manera, asumiendo todos los riesgos reales, conectando con la nostalgia de un erotismo alegre, desvinculado de la afectividad, la reproducción y la culpa que ya comenzaba a estar en el aire y parecía posible; la mujer burbuja del las copas de champan del deseo de los hombres, de los buenos y los malos, de todas las edades y de todos los lugares; la que dio miedo a las mujeres que luego se colaron por las puertas que ella abrió; la que tuvo suerte y éxito pero también navegó toda la vida en el borde del infortunio; la mecha de la vela que ardió por los dos cabos y se agotó muy pronto; la que quiso saber de verdad y era mucho más inteligente de lo que parecía; la que subía y bajaba y no era del todo dueña de sí misma.
El miedo al abandono producto de una infancia muy difícil pero con algunos apoyos emocionales; la sed insaciable de reconocimiento y de afecto, de una atención que nunca fue suficiente para abandonar su sensación de soledad o que le resultó abrumadora y peligrosa; la mujer cálida y exquisitamente seductora para todos los hombres que sentían que podían poseerla y quizá lo intentaban cuando ella podía querer otra cosa o estar muy triste aunque su risa fuera clamorosa y su ambición arrolladora; la mujer hipersensible que podía otorgar significado afectivo a cada detalle que quizá podía captar con la intuición mas perspicaz; la montaña rusa de la fragilidad emocional y la impulsividad, las madrugadas sin sueño llenas de telarañas de angustia, la tristeza siempre al fondo del camino que ya no apetece andar (“Socorro, socorro,/socorro/ siento que la vida se me acerca/cuando lo único que quiero/es morir”). El diamante Marilyn y todas sus carillas tan frecuentadas desde que murió según las miradas y los intereses. Hoy más bien vista como víctima de un sistema económico y patriarcal devorador de chicas inocentes y frágiles. Pero no solo eso. También la que jugaba muy fuerte en ese mismo sistema, la que supo utilizarlo a fondo y a veces ganó, la que quería saber y aprendió muchas cosas, la que leía y escribía, la que conquistó a muchos hombres (algunos con poder o muchas cualidades), la que podía ser insoportable y fútil; la gran desconocida construida de anécdotas de segunda o tercera mano; la que quiso ser otra y fue literalmente otra; la que también tuvo poder, dinero y podía ser muy dura o desaparecer de vidas que ya no le interesaban; la mujer tan compleja con muchos animales dormidos dentro, que a veces la impulsaban o no paraban de aullar; la bola de espejos que gira y gira y refleja momento de toda una sociedad o refulge con rayos que la iluminan y la definen.
Quizá conviene recordar lo que era aquella sociedad de los años 40 y 50 del siglo pasado. Su moral sexual represiva que cada vez se transgredía más, (como demostró Kinsey en sus informes (1947), lo que creaba dilemas envenenados y tragedias muy dolorosas a muchas personas que no se adaptaban a ella, en una época en que todavía no existía la píldora anticonceptiva y el aborto o la homosexualidad estaban penados por la ley. El puritanismo religioso, asumido por las leyes, que consideraba el sexo como una fuerza perturbadora y peligrosa, algo sucio solo legitimado dentro del matrimonio por amor romántico en aras de la reproducción. Lo que se enseñaba y lo que se imponía para tratar de dominar la fuerza telúrica de un deseo que se sabía de intensidad heterogénea y mayor en los varones a los que se les toleraba una “doble moral” que no era gratuita. Las mujeres educadas en la castidad, para el amor y para el espacio doméstico, para ser madres abnegadas, para mantenerse lejos del placer, del deseo activo y de la vida pública (aunque esto ya había cambiado con la guerra cuando tuvieron que ocupar el lugar de los hombres y lo hicieron con suma competencia). Lo que reflejaría en 1963 Betty Friedan en “La mística de la feminidad”, lo que estaban comenzando a estudiar Masters y Jhonson (puede verse Masters of sex donde están bien reflejados aquellos años). Lo que se toleraba en ambientes artísticos, lo que Hollywood y la publicidad proponían y anticipaban. La dinamo imparable que movia el consumo del sistema económico y comenzaba a transformarlo. El auge imparable de las pin-up en la guerra y su paso a la publicidad. Donde comenzó ella y su supo que tenía algo, que la cámara la amaba, que su imagen inflamaba de cierta manera muy evidente el deseo de los hombres. La construcción literal de su cuerpo (pelo, nariz, movimientos) y su aprendizaje de actriz desde lo espontáneo hasta lo elaborado, con Lee Strasberg en el “Actors Studio”, la posibilidad de sacar partido también de sus emociones más oscuras, de combinarlas con la alegría erótica que proyectaba. La fantasía masculina del sexo con la mujer bella y cálida sin ataduras afectivas, solo risas y champagne, sin miedo a las cosas peligrosas que sin embargo seguían existiendo en la realidad. Lo que ella se atrevió a transgredir y lo que quizá termino conquistando en algunos momentos de su vida tan densa, tan rápida, tan llena de experiencias e interacciones de todo tipo. La mujer que también podía funcionar sexualmente, como un hombre, oir el tan-tan de la selva y dejarse llevar aunque estuviera verdaderamente enamorada o tuviera una relación estable (por ejemplo, continuaba su relación con Di Maggio cuando también se relacionaba con Brando, Kazan y Miller). El placer que aprendió a disfrutar, el rastro del deseo activo que seguía y sabía utilizar para muy diversos fines. Los hombres que le gustaron, cada vez con más poder cuando ya podía elegir a cualquier hombre, “lo mejor de ser una estrella“, en una frase que le atribuyen. Demasiadas pelotas en el aire y demasiadas exigencias cuando además las viejas heridas se le abrían con facilidad en las noches tan largas, cuando el calor es demasiado intenso en la cocina del poder y la fama, donde todo va muy en serio, muy deprisa, y hay una tolvanera muy turbia de intereses, de amigos y enemigos, de fiestas, de tentaciones, de éxitos y fracasos, de micrófonos, de drogas, de psicópatas, a veces de disparos.
James Dougherty con el que se casó a los 16 años para no volver al orfanato y del que se divorció cuando ya creía haber encontrado su camino como modelo. Joe DiMaggio que tanto la quiso pero solo para él, que no podía soportar su vida de actriz, las miradas de otros hombres, que era primitivo y violento pero también con un punto de lealtad hacia ella hasta el final, incluso en sus últimos días, en su entierro que se encargó de organizar. Arthur Miller al que hizo trizas su moralismo de católico pasado al izquierdismo, su coherencia de intelectual un poco mojigato que no sabía bailar ni soltarse el pelo, el que representaba un sueño de seguridad y sabiduría, el que no pudo seguirla en sus vertiginosos cambios de ánimo o de conducta que en algún momento creyó poder controlar. Marlon Brando, Tony Curtis, Yves Montand, Elia Kazan, Jack y Bobby Kennedy, muchos más. El dolor de sus embarazos frustrados. Aquellas locas fiestas y aquella rubia chispeante que además era muy inteligente y sensible, capaz de crear una sensación de intimidad verdadera. La búsqueda del padre protector en los psiquiatras y en Strasberg, todo lo que puede leerse simplemente en el artículo de wikipedia o en mil sitios más (pero no se pierdan el de Mailer) hasta obnubilarse un poco. El misterio de su muerte tan llena de sospechas que se presta a diversas teorías de la conspiración. Aquel bungalow lleno de micrófonos (la mafia, el FBI) que al parecer frecuentó alguna vez Bobby Kennedy de quien parece que se enamoró, la hora de la muerte tan abierta, las sabanas limpias y el cadáver cambiado de postura según las livideces, el estómago y los intestinos vacíos, los médicos que llegaron primero y tardaron demasiado en avisar a la policía, la sirvienta que desapareció seis meses en el extranjero. Lo que podían querer ocultar unos y otros, la adicción a los hidrato de cloral y a los barbitúricos y los médicos que se lo prescribían, el cansancio de esa tensión en la que vivía y que, sin embargo alimentaba.
Lo que el icono de Marilyn da que pensar del imperio americano y de los cambios culturales en Occidente cuando parece que el círculo se ha cerrado y ha aparecido aparece un nuevo puritanismo desde la izquierda que elude la naturaleza sexual como una fuerza determinante, cuestiona la noción de belleza y hace pinza con las viejos poderes prohibitivos que aún siguen existiendo de forma organizada; cuando parece que la permisividad sexual no ha dado, del todo, los frutos esperados y la sexualidad sigue siendo una asunto complejo, con interacciones y riesgos biológicos, psicológicos y sociales, con muchas dimensiones culturales muy profundas que no son fáciles de comprender ni de eludir y que pueden hacer que el péndulo de las actitudes sociales ante la sexualidad vuelva a bascular hacia lo prohibitivo aunque tenga otros ropajes y otras justificaciones.
Marilyn que quizá habría suscrito aquello que escribió Simone de Beauvoir (otra mujer de su generación que abrió otras puertas) y que se sigue siendo la fantasía de las mujeres y los hombres que comenzaron a vivir su vida adulta a partir de la segunda mitad del siglo XX. Lo que puede intentar vivirse en muchos ámbitos y que puede ser tan difícil: “A mí nunca me ha resultado nada fácil vivir, aunque siempre soy muy feliz, quizás porque deseo muchísimo ser feliz. Me gusta muchísimo vivir, detesto la idea de tener que morir un día. Además soy horrorosamente codiciosa: de la vida lo quiero todo, quiero ser mujer y quiero ser hombre, quiero tener muchos amigos y quiero gozar de la soledad, quiero trabajar mucho y escribir buenos libros, quiero viajar y pasarlo bien, quiero ser egoísta y quiero ser generosa…ya lo ves, es difícil tener todo lo que quiero. Además cuando no lo consigo enloquezco de furia”
Marilyn esa chica con la que siempre parece tan fácil reírse caminando por una playa de palmeras…
Marilyn por ella misma. (Fragmentos de su última entrevista a Richard Meryman en “Life”, 5 de agosto de 1962)
(…)Cuando tenía 11 años, el mundo entero, que siempre había estado cerrado para mí -me sentía sencillamente como si estuviera al margen del mundo- se abrió de repente. Incluso las chicas me prestaban un poco de atención, solo porque pensaban: “Vaya, habrá que tratar con ella“. Tenía que andar mucho hasta el colegio ( cuatro kilómetros de ida y cuatro de vuelta), era un auténtico placer. Todos los hombres hacían sonar la bocina (ya sabes, gente que iba a trabajar, me saludaba con la mano, y yo les devolvía saludo). El mundo se volvió amigable.
Todos los repartidores de periódicos, después del reparto, se acercaban hasta mi casa, y yo solía colgarme la rama de un árbol. Llevaba puesto una especie de chandal -en aquel tiempo no me daba cuenta del valor de un chándal- y luego empecé a darme cuenta, pero no del todo, porque en realidad no podía comprarme jerseys. Venían con sus bicicletas -me daban gratis los periódicos y eso le gustaba a mi familia-, colocaban las bicis cerca alrededor del árbol y yo me colgaba; supongo que parecía un mono, era un poco tímida para bajarme. Caía sobre el bordillo, dando patadas al bordillo y a las hojas y hablando pero sobretodo escuchando.
A veces las familias solían preocuparse porque me gustaba reír muy alto; supongo que creían que era una risa histérica. Solo era esa libertad repentina por poder preguntar a los chicos: “¿Puedo dar una vuelta ahora en tu bici“. Ellos decían: “Claro“. Luego salía zumbando, riendo al viento, saltando los bordillos, y daba una vuelta a la manzana, entre risas, y ellos se quedaban allí, esperando a que volviera, pero me encantaba el viento. Me acariciaba.
Sin embargo, era una especie de arma de doble filo. También descubrí cuando se abrió el mundo que la gente daba por sentadas muchas cosas, no solo podía ser simpática, sino que podía de repente ser demasiado simpática y esperar mucho a cambio de muy poco.“
(…) Empecé a pensar que era famosa un día, cuando volvía de llevar a alguien al aeropuerto vi un cine con mi nombre en el luminoso. Aparqué de repente el coche un poco más abajo de la calle -era demasiado para verlo de cerca-. Y dije, “Dios mío, alguien ha cometido un error“. Pero ahí estaba. Me senté y dije “así que ese es el aspecto que tiene“, y todo me resultó muy extraño. Pero en el estudio me dijeron “recuerda que no eres una estrella“. Pero allí estaba el cartel con las luces. Recuerdo que cuando conseguí el papel en “Los caballeros las prefieren rubias”, Jane Russell (ella era la morena y yo la rubia) cobró 200.000 $ por hacer la película, y yo 500 $ por semana, pero para mí era buena suma. A propósito, ella se portó maravillosamente conmigo. Lo único malo es que no tenía derecho a un camerino. Por fin, dije (cuando alcancé cierto nivel): “miren, después de todo soy la rubia y esto es “Los caballeros las prefieren rubias“. Porque ellos seguían diciendo “recuerda , no eres una no eres una estrella. Y yo contestaba “pero sea lo que sea soy la rubia“.
Y me gustaría decir que la gente es la que me ha hecho estrella, si es que lo soy, y en un estudio, una persona, sino la gente. Una reacción que llegó hasta el estudio, el correo los aviadores, o cuando iba a un estreno, o los distribuidores querían conocerme. No sabía por qué. Cuando corrían hacia mí, miraba a mi espalda para ver quién había detrás y pensaba: “cielos“. Estaba muerta de miedo. Solía tener la sensación, y todavía me pasa algunas veces, de que estaba engañando a alguien. No sé a quién o a que, a lo mejor a mi misma.
(…) Mucha gente tiene verdaderos problemas y jamás permitirían que otros nos conocieran. Pero uno de mis problemas tenía que saberse: no soy puntual. Supongo que la gente cree que el llegar tarde es una especie de arrogancia, y yo creo que es lo contrario. No me siento parte de esa gran carrera norteamericana-eso de ir, y tener que ir deprisa, aunque no hay una buena razón-. Lo importante es que quiero estar preparada cuando llego para hacer una buena interpretación al límite de mis posibilidades.
Mucha gente puede llegar a tiempo y no hacer nada, como yo he visto a hacer, y todos se quedan sentados cotilleando y hablando de trivialidades de su vida social. Gable dijo de mí: “Cuando está está. Toda ella. Está ahí para trabajar”.
(…) La fama conlleva una carga especial que también puedo criticar aquí y ahora. No me importa tener que cargar con el peso de ser atractiva y sexual. Creo que la belleza y la feminidad no tienen edad y no se pueden inventar y que el atractivo no se puede fabricar. Desde luego, no el atractivo verdadero, éste se basa en la feminidad. Creo que la sexualidad solo es atractiva cuando es natural y espontánea. Aquí es donde muchos fracasan. Todos nacemos siendo criaturas sexuales, gracias a dios, pero es una pena que tanta gente desprecia y destruye este hombre natural. El arte, el verdadero arte, viene de ahí. Todo.
Realmente nunca lo entendido bien -esto del sex symbol- siempre creí que los símbolos eran esas cosas que chocaban unas con otras. Ese es el problema, que el sex symbol se convierta en una cosa. Detesto ser una cosa. Pero si tengo que ser un símbolo de algo prefiero ser un símbolo sexual antes que de otras cosas para las que también existen símbolos. Esas chicas que intentan imitarme, supongo que son los estudios de cine lo que las inducen a hacerlo o se les ocurre a ellas solas. Pero, caramba, no tienen -se pueden hacer un montón de chistes sobre esto- no tienen primer plano o no tienen último plano. Yo me refiero al medio, donde se vive.
(…) Me sentí muy honrada cuando me pidieron que apareciera en la fiesta de cumpleaños del presidente en el máximo en el Madison Square Garden. Se hizo una especie de silencio en todo lugar cuando empecé a cantar “Cumpleaños feliz“ -como si estuviera en ropa interior y pensase que se me veía algo, o algo así). Pensé: “¡Cielos, como no me salga la voz!…”. Un silencio como ese por parte del público me reconforta, es una especie de abrazo. Luego, piensas: “Por Dios, voy a cantar aunque sea lo último que haga y para todos”. Porque recuerdo que, cuando me volví hacia el micrófono, mira hacia arriba y hacia atrás y pensé: “Ahí es donde tendría que estar, ahí arriba, cerca del techo, después de haber pagado dos dólares para entrar“.
(…) Desde luego, para mí la fama es una felicidad temporal y pasajera -incluso para una niña abandonada y me quede como tal- la fama no es algo que te llene todos los días no es lo que te realiza. Te alegra un poco, pero la alegría es pasajera. Es como el caviar, pero no cuando lo tienes que comer en cada comida.
(…) Nunca me acostumbre a ser feliz, así que salvo que nunca di por hecho. Pensaba algo así como que el matrimonio se encargaba de eso. Yo he sido criada de forma distinta al niño medio americano porque los niños normales crecen esperando ser felices -es decir, afortunado feliz y puntual-. Por el hecho de ser famosa conseguí casarme con dos de los mejores hombres que había conocido hasta entonces.
(…)“Nada va a hundirme”. Realmente me molesta la forma en que la prensa ha estado diciendo que estoy deprimida y en baja forma, como si estuviera acabada. Nada va a hundirme… aunque podría ser un alivio terminar con el cine. Este tipo de trabajo es como correr los cien metros: enseguida estás en la línea de llegada, y suspiras y dices que lo has logrado. Pero en realidad nunca llegas. Enseguida hay otra escena y otra película, y tienes que volver a empezar.
“Marilyn” de Norman Mailer (fragmento). ED. Lumen, 1973
Pensamos en Marilyn como en alguien que fue el romance de todo hombre con Norteamérica Marilyn Monroe, que era rubia y hermosa y tenía una vocecilla armoniosa y dulce y toda la limpieza de todos los limpios patios interiores americanos. Era nuestro ángel, el dulce ángel del sexo, y la dulzura del sexo brotaba de ella con una con una resonancia de sonidos de la fibra más sonora de un violín. A lo largo de cinco continentes los hombres que más habían de amor la codicia harían, y el clásico acné de la adolescente que hace sus primeros tanteo solitarios también pretendería tantearla, porque Mari Linera entrega, un auténtico Stradivarius del sexo, tan espléndida, Clemente, graciosa, complaciente y tierna, que hasta el músico más mediocre confiaba su propia carencia de arte a la magia evanescente de su violín.“ El amor divino siempre ha saciado y siempre saciará todas las necesidades humanas“, era el sentimiento que ella ofrecía de las obras de Mary Baker Eddie como “mi plegaria de siempre para ti” (al hombre que pudo haber sido su primer amante ilícito), y si cambiamos amor pues eso encontramos el texto de la promesa. “El sexo de Marilyn Monroe“, decía la sonrisa de la joven, “satisface todas las necesidades humanas.“ Daba la sensación de que si le hacías el amor, por qué no ibas entonces a poder moverte con más facilidad hacia el deleite y la conquista de deleites futuros, moverte hacia paraísos más tiernos donde tu carne sería renovada. Ella no pedía precio alguno. Lo suponía el pacto oscuro de las apasionadas profundidades morenas que hablan de sangre, promesas hechas de por vida, y de la furia de la venganza si faltas a la verdad de las profundidades de la pasión, no, Marilyn insinuaba que el sexo podía ser difícil y peligroso con las demás, pero una golosina con ella. Si tu gusto coincidía con el suyo, qué lindo, qué dulce era entonces el sueño de sensualidad a compartir.
En los primeros años de su carrera, en la época de “La jungla de asfalto, cuando la inmanencia sexual de su rostro surgió en la pantalla como un dulce melocotón que brotaba ante tus ojos, Marilyn parecía un nuevo amor ansioso y dispuesto entre las sábanas, en la inesperada y limpia atmósfera de una mañana de sexo poco común, parecía haber salido totalmente vestida de una caja de chocolate para llenar el día de San Valentín, tan voluptuosa como para llenar todas las letras de aquella palabra favorita de los agentes publicitarios, cimbreante, tan cimbreante y a la vez carente de amenaza como para convertirte las yemas de los dedos en diez alegres vagabundos. Sí, para ella el sexo era una golosina, “Cógeme” decía su sonrisa. “Soy fácil. Soy feliz. Soy un ángel del sexo, no lo dudes.”
Qué sacudida fue para los sueños de la nación que el ángel muriera de una dosis excesiva. Fuera suicidio premeditado por ingestión de barbitúricos o suicidio accidental por perder la cuenta de la cantidad de barbitúricos que había tomado, fueron fin, siniestro. Nadie pudo saberlo. Su muerte se cubrió de ambigüedad, como la de Hemingway Se enturbió de horror, y como las muertes y los desastres espirituales llegaron uno tras otro a las Reinas y los Reyes norteamericanos, como mataron a Jack Kennedy, ya Bobby, y a Martin Luther King, mientras Jackie se casaba con Aristóteles Onassis y Teddy Kennedy se desbarrancaba por el puente de Chappaquiddick, de modo que la década que comenzara con Hemingway como monarca de las artes americanas terminaría con Andy Warhol como su regente, y el fantasma de la muerte de Marilyn daba un toque de lavanda al dramático designio americano de los años sesenta, que al ser considerado en retrospectiva pareció no haber hecho más que llevar a Richard Nixon hasta el umbral del poder imperial. “El romance es una apuesta estúpida“, dijo la sacudida del shock eléctrico, y así comenzó la larga década del 60 que terminó con la televisión alojada como un gusano en la tripa estética de la panza americana adormecida por la droga.
“Beldad y mentira de Marilyn Monroe“. Guillermo Cabrera Infante
Nadie llora ya a Marilyn Monroe, excepto Joe di Maggio tal vez, pero todos la evocamos, como la Luna de ayer. La miramos, la admiramos hoy, la admiraremos siempre al verla, única y diversa, en el cine tantas veces como una vez. En el despliegue de su espléndida vulgaridad al caminar calle abajo en Niágara, todo caderas, carne tan móvil que se podía oír la piel crujir bajo la tensa tela. La aplaudirnos una vez, la aplaudiremos varías veces al subir ella, cimbrear y bajar luego la empinada escalinata de neón, una rubia hecha de piernas en Los caballeros las prefieren rubias, cien amantes, cien diamantes y una muchacha que es una joya. Queremos protegerla, la protegeremos en su pervertida inocencia lánguida de Bus stop. Trataremos dé acogerla con la paternidad incestuosa de Clark Gable en The Misfits, pero sabemos que gozar sólo su visión de animal joven, implorante y devastadora (Do I have to go, uncle Lon), de la queridita que se queda sola, caperucita entre lobos,con el cansado ojo senil del sexo: seremos como Louis Calhern en The asphalt jungle. Suyos son los oscuros ojos del voyeur condenado a escrutar eternamente a su radiante objeto de deseo. Esa es la mirada de impotente social de Alonzo Emmerich, todavía deseando a la muchacha rubia que va a desaparecer para siempre ante sus ojos, como el resto que se apaga: el mundo concebido como una linterna sórdida que fue una linterna mágica -esa es la visión del espectador de cine.No otra cosa que una sombra fue y será Marilyn Monroe para todos. Ahora se trata de explicar la fascinación obsesiva y recurrente como la luna, de esa sombra, de esas sombras o de esa sola sombra pálida que dura más de un cuarto de siglo en las reticentes retinas, y su perenne manifestación entre nosotros, sus mediums. Esa presencia sobrehumana, más allá de la muerte y del olvido, es el mito manifiesto que ahora llamamos Marilyn Monroe. Seguir leyendo …
Terenci Moix, publica en 1969, una novela con contenido autobiográfico, El día que va a morir Marilyn, como un dato fundacional de toda una generación y de toda una ruptura temporal. Moix, nacido en 1942 y posterior cinefilo y mitomano, supo captar en ese filo de tiempo el hecho crucial ocurrido 7 años antes, y que solo el paso del tiempo revelaria su verdadera importancia.