Martin Amis, un cierto aire de familia.

Con Martin Amis (Swansea, Reino Unido, 1949- Lake Worth, Florida, Estados Unidos, 2023), se cierra un probable ciclo de las letras británicas. Por más que puedan existir desacuerdos sobre su proyección, su alcance y su proceso final, nadie dudará de la relevancia de su obra en la Gran Bretaña del final del Estado del Bienestar, en la que emerge como una faro y una referencia junto a su amigo –y némesis de otras cosas– Cristopher Hitchens. Al cual dedica, entre otros protagonistas más, sus reflexiones de la obra –no se si crepuscular, testimonial o de cierre de ciclo– El roce del tiempo. Bellow, Nabokok, Hitchens, Travolta, Trump y otros ensayos (1986-2010) de 2016. Un resumen de obsesiones y afinidades, al tiempo que verifica un cierto recorrido vital que no puede sino concluir con la ‘gran decepción’ y con el ‘gran repliegue’ que experimentaron las generaciones nacidas y crecidas en la Gran Bretaña de posguerra, bajo la experimentación del genuino Estado de Bienestar y el denominado Consenso de Posguerra. Tesis política desarrollada con acuerdo social, que nace de las notas y apuntes de Paul Addison, y que iban a propiciar el gobierno de coalición de Laboristas y Conservadores, de Attlee y de Churchill. Posiciones desarrolladas políticamente entre 1945 y 1970 con el nacimiento del Sistema Nacional de Salud, las políticas socialdemócratas de vivienda, las News Towns y las nacionalizaciones estratégicas. Decepción y repliegue político, de la generación de Amis, que le lleva a sustentar una posición parecida a la de su padre, Kingsley Amis, veinte años antes como veremos.

Con su padre Kingsley Amis, en 1978 (Dmitri Kasterine, National Portrait Gallery)

Hay una entrada –casi torera o taurina– de Javier Aparicio Maydeu –El maestro Amis y la generación Granta: los revolucionarios de las letras británicas, El País, 22 mayo 2023– que trata de dar asiento generacional a Amis, con una corte de compañeros de letras y bajo una operación comercial de una revista de renombre y fortuna. Una suerte de nuestros novísimos de 1970, aunque ahora fuera un poco más tarde, pero igual de eficiente. Y así, todos ellos, cuenta Aparicio: “Hijos de la medianoche de la posguerra mundial, siete cultos novelistas británicos nacidos en la década de los cuarenta de la guerra fría de Graham Greene, el blanco y negro del neorrealismo italiano y la narrativa para esnobs del nouveau roman, estaban en ciernes, pero auguraban la gloria cuando, bajo el thatcherismo, el cine de Peter Greenaway y un mundo de yuppies, punks y perestroika, el ojo clínico de Bill Buford, editor de la mítica revista londinense Granta, los reunió para siempre en las páginas del número 7, Best of Young British Novelists, el de la primavera de 1983. Desde entonces han brillado con luz propia”. Y esos siete magníficos, son Martin Amis (1949), Julian Barnes (1946), William Boyd (1952), Kazuo Ishiguro (1954), Ian McEwan (1948), Salman Rushdie (1947), y Graham Swift (1949). Todos ellos, los chicos de Granta, coexisten junto a grandes nombres coetáneos como John Banville (1945), Irvine Welsh (1958), Hanif Kureishi (1954) o Jonathan Coe (1961), son autores que suceden a la generación de David Lodge o de A. S. Byatt, con los que conviven, y los que se convierten en el mainstream de la ficción británica. Junto al inefable –compañero del alma de Amis– Cristopher Hitchens.

Christopher Hitchens y Martin Amis en París, en 1980

Aunque la luz simplificadora de Aparicio –neorrealismo, Nouveau roman, thatcherismo, yuppies, punkis y Peter Greenaway– oculte otras secuencias importantes, nucleares y decisivas, como las de la presencia del propio padre de Martin, Kingsley Amis y la de los años de formación de la Gran Bretaña de posguerra y reconstrucción bajo el repetido Consenso de posguerra que acabaría dando sus frutos culturales. Como la secuencia musical de Beatles-Rolling-Donovan-Elton Jones Tony que se activa en los sesenta con el nuevo pop musical británico; la aventura del Free Cinema con Richardson, Karel Reisz, Lindsay Anderson y Richard Lester; y los Siete de Granta que retomaban algún testigo de la precedente Angry generation. Años previos, por demás, que darían lugar a movimientos significativos como el Independent Group en 1954, y a todo el movimiento citado de la Angry generation en el teatro con John Osborne. Jóvenes airados que en 1951 habían promovido, ya tempranamente, el Festival of Britain, cuya finalidad más evidente era la de propiciar la recuperación y el renacimiento cultural de Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial, desde Instituto de Arte Contemporáneo (ICA) en Londres y lejos del conservadurismo de preguerra. Como fuera, entre otras casos, la exposición This is Tomorrow  en 1956, que sería considerada precursora del movimiento Pop Art británico. Los aspectos asumidos en el festival de 1951 fueron referidos con la arquitectura de los Smitshon, Powell y Archigram; y las artes plásticas de Paolozzi, Hockney y Hamilton. Produciendo la fractura con los grupos precedentes, que en el campo de la literatura se remarcaban con los llamados, oblicuamente, como Twentyseven generation, por Bermúdez Olivares –en su análisis de la literatura británica– y que alojaban a George Orwell (Eric Blair), Cyril Connolly, Evelyn Waugh, Nancy Mitford, Henry Green, Anthony Powell. Hermanos mayores de Kingsley y tíos abuelos de Martin. Fallecido el padre a la misma edad que el hijo, el 23 de octubre de 1995.

Con Julian Barnes. fotografía Dafydd Jones

Ya en 1956, Kingsley, terminaba su aventura política de posguerra, rompiendo con el partido comunista de Gran Bretaña, igual que experimentaría su hijo Martin veinte años más tarde con las ilusiones izquierdistas de los agitados setenta. Y, tras un breve paso por la socialdemocracia, Kingsley comienza su viraje hacia la derecha conservadora. Todo ese poso dará lugar a la reacción literaria y vital del hijo en 2002. Reacción literaria, que en palabras de Gabriel Albiac genera la risa y el espanto: “Muchos de sus lectores –y bastantes de sus amigos– no entendieron el demoledor libro que, en 2002, marcó su ruptura con los ensueños izquierdistas de final de los setenta: Koba el temible, un retrato al vitriolo del exitoso genocidio estaliniano. Pero el retrato lleva un enigmático subtítulo: ‘Los veinte millones y la risa’. Y, en ese subtítulo, su última carga de profundidad: los veinte millones son de Stalin, la risa –o, al menos, la sonrisa indulgente– es la nuestra, la de un confortable occidente que se empecinó en ser ciego”. El libro arranca con una anécdota y con un estupor postrero. Estamos en un mitin europeísta en Londres en 1999. Lo acompaña, Robert Conquest, comunista en los años de entreguerras y autor, en 1968, del primer balance riguroso del genocidio en los campos de concentración soviéticos, los gulags del infortunio. Está hablando, dirigiéndose al público, Christopher Hitchens. El joven trotskista de veinte años antes, hace un guiño a las ‘noches incontables’ que pasó en este mismo lugar, reunido con los ‘antiguos camaradas’. Un pasado perdido a la luz de luna y bajo la niebla densa. Las protestas del pasado y el recuerdo de los años tensos y ya perdidos. El público, escribe Amis y cuenta Albiac, “respondió con una carcajada afectuosa” al recuerdo de Hitchens. Y el drama de dos generaciones de intelectuales europeos se cruza una vez más en nuestras memorias: “la de Amis, que es la mía –dice Albiac–, y la de Conquest, que es la de nuestros mayores y casi la del padre de Amis. Al salir del mitin, el joven pregunta al viejo: “¿Tú te reíste?» Y Conquest, el Robert Conquest del escalofriante Gran Terror, responde, lacónico: “Sí”. “Yo también”, cierra un Amis sombrío”.

Con Ian McEwan, 2007

Dos años antes, en 1954, se habían producido dos circunstancias significativas y destacadas: Kingsley Amis había ganado el premio Somerset Maugham –igual que lo haría su hijo en 1973 con El libro de Rachel– con la famosa novela, ‘La suerte de Jim’, que inaugura un estilo narrativo fresco, desenfadado, provocador e irónico, conocido como Realismo satírico, que supuso un cambio de rumbo en la literatura inglesa y el salto a la fama de Amis padre. Le seguirían en el salto otros, los denominados Angry Young Men (Jóvenes Airados), un grupo heterogéneo de artistas unidos por el sentimiento común de desencanto y crítica a un sistema que hacía aguas por todas partes, tras la Segunda Guerra Mundial. Igual que haría su hijo, años después desde la catapulta de 1983 y Granta. Incluso la historia de la falsa paternidad de Philip Larkin, al que su padre conoce en el St. John’s College de Oxford, quien se convertirá en uno de sus mejores amigos. Comparten la ambición literaria y la visión de un mundo que empieza a abrirse ante ellos. Kingsley va a ser, en primera instancia, poeta, como Larkin.

Con Salman Rushdie

Y de aquí el final de rock-and-roll y de política que vivió la generación de Martin Amis –la misma que la de Azúa, Elorza, Savater, Juaristi o Albiac, entre nosotros e igual de desencantados con tantas viejas utopías transformadoras revolucionarias–, madurados entre las crisis de Mayo de 1968 y la llegada del thatcherismo en 1973 que marca el final del Estado del bienestar y del Consenso de Posguerra tan productivo en lo cultural. Y todo ello, todo ese silabario dejará su rastro y huella escrita en diversas vertientes y poses: desde la cínica a la memoriosa, desde la acusadora a la sarcástica. Sarcástica, como es la gran tradición británica en su conjunto, sumando Irlanda –desde Laurence Sterne a Swift, desde Chesterton a Dickens, y desde Sillitoe al mismo Joyce–, la Trilogía de Londres era un recuento de escombros y un memorándum de finales. Ya que de eso se trataba, de dar por finiquitado un tramo vital y generar una reflexión escrita. Y así, en ese proceso de escritura que va desde 1984 con Dinero, a 1995 con La Información, pasando por Campos de Londres en 1989 –año crucial del final de otro ciclo, con el final del Socialismo real y el hubdimiento del Muro de Berlín– se pormenoriza una biografía sin necesidad de recurrir a la autobiografía Experiencia (2000). Por ello, se ha dicho que la vida de Martin Amis se podría haber contado como un viaje completo a ninguna parte; un viaje por todas las edades de un intelectual de la segunda mitad del siglo XX: la edad de la irreverencia, la edad de la plenitud y la ambición, la edad de la rebeldía moral y la edad del desencanto y la preguntas descarnadas. Un melting-pot del siglo XX y XXI. De aquí que Alberto Olmos haya afirmado,que Amis es una mezcla fabulosa de Houellebecq y James Bond. Es decir, resultaba turbio, incluso sucio, pero era la turbiedad del tipo más elegante que conocía”. Un turbiedad de los años pasados.

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