Buscando un Goethe desde fuera (275 aniversario)

"Goethe en la campiña romana"Johann Heinrich Wilhelm Tischbein
275 aniversario del nacimiento de Goethe

He escrito ya tanta chapa

de la sacralidad del orbe

que a fuerza de ser ignorado 

no puedo sacralizarlo más.

A vuestro ejemplo debo

una sacralidad singular

más mía que vuestra;

tampoco lo puedo evitar…

Conmomalo, Ripios incompletos.

Desde fuera de Alemania, en efecto, y al contrario de como lo hiciera Ortega y Gasset, la figura cultural de Johann Wolfgang Von Goethe aún parece más colosal, precisamente porque se sigue distinguiendo pese a la distancia, como ese bulo que corrió acerca de que se podía divisar la Gran Muralla China desde la Luna. Goethe no sólo es un monstruo de la literatura, una cordillera de grandes creaciones como lo pudiera ser Thomas Mann, es eso mismo pero asociado a una joie de vivre deslumbrante, admirable vista incluso desde las libertades que nos permitimos hoy. Goethe trató de vivir como un ser de luz (todos los cuerpos vivos lo somos, por cierto, pero no es perceptible para nuestro espectro visible; este es justamente el tipo de cosas que le hubiera encantado investigar a Goethe), al contrario que el personaje que le dio la fama, Werther, y en gran parte lo consiguió alejando de sí a todos los cenizos, pelmazos o melancólicos que se cruzaban por su camino. Se cuenta -en la biografía de Rafael Cansinos Assens, infortunado primer apellido…- que Napoleón, en su paso por Jena (inmortalizado por la hipostización que Hegel hizo del Geist montado a caballo) quiso entrevistarse con Goethe, y al despedirse de él dijo a sus ayudantes: “¡Eso es un hombre!” De modo que Bonaparte es el Espíritu avanzando por Europa con el código napoleónico en las alforjas, pero Goethe es más que eso: Goethe es ya el hombre realizado, el fruto más esperado de la cosecha histórica, y eso que se trataba de un potencial enemigo de Francia…

‘Ambiente nocturno en el Muro Torto frente a la Porta del Popolo en Roma’. W. Goethe. (1787).

Nietzsche pensaba lo mismo, hasta los norteamericanos entendieron que Goethe era demasiado grande como para ser ignorado aunque llevara más de un siglo muerto, y decidieron prohibir la lectura de sus obras durante el periodo de desnazificación -¡Goethe, que lo más peligroso y violento que hizo en su vida fue electrificar una rana muerta! Hoy se habla mucho de la Tercera Cultura, como si el mejor medio para suturar la absurda escisión entre ciencias naturales y humanidades (propongo llamarlas a partir de este momento “trashumanidades”, a ver si así atraen el interés y el dinero de gente como Musk) fuese crear un departamento estanco más, con el resultado de volver ya tarumbas todas las cabezas. Goethe, como vivió antes de ese disparate, podía hacerlo todo y meter sus cortesanas narices en todas partes: ser poeta, dramaturgo, naturalista1 y polemista, como cuando tomó parte en la discusión en torno al grupo escultórico Laocoonte. Sus amigos hacían lo mismo, sin sentir que estaban siendo hombres del Renacimiento o nada semejante. Espigaban de aquí y de allí porque no se sentían acomplejados por hacerlo, y porque creían que el mundo es como un Gran Animal que se expresa vitalmente en formas artísticas que van desde una sinfonía hasta una planta de las que Goethe examinaba. Hasta la sexualidad constituía un campo natural en que estallaba de vitalidad el universo y ante el cual científicos lo mismo que artistas se sentían de igual manera concernidos. Goethe fue a Roma y se trajo los versos más eróticos que jamás un alemán hubiera osado escribir, y poco después Friedrich Von Schlegel concibió la primera novela abiertamente sexual del Romanticismo, donde la vida con su mujer se retrataba sin tapujos.

El universo es una suerte de inmenso y divino Proteo, un infinito que se pliega sobre sí mismo -Schelling andaba pegando fuerte a la sazón-, y aquella generación se dejó quemar como una polilla que se acerca demasiado a la luz. Goethe fue, seguramente, el patriarca, junto con Schiller, el más pagano de todos y el más feliz de todos. Ya anciano, quedó prendado de los largos poemas épicos de aquel chaval, George Gordon, Lord Byron, porque todavía ardían las ganas de correr aventuras y comerse el mundo como los intrépidos y oscuros personajes del británico. Le molestaba mucho tener que morirse, a Goethe, y no lo disimulaba lo más mínimo. De ahí que viviera muchos años más que el atribulado joven Werther para poder componer poemas como el siguiente, llenos de misterio y donde me parece a mí que el desenlace promete más que clausura… 

Goethe por Stieler 1828

El pescador

Hinchada el agua, espumajea,
mientras sentado el pescador
que algún pez muerda el anzuelo
plácido aguarda y bonachón.
De pronto la onda se rasga,
y de su seno-¡oh maravilla!-
toda mojada, una mujer
saca su grácil figurilla.

Y con voz rítmica le increpa:
-¿Por qué, valiéndote de mañas,
hombre cruel, tiras de mí
para que muera en esta playa?
¡Si tú supieras qué delicia
allá se goza bajo el agua,
tal como estas te arrojarías
al mar, dejando en paz la caña!

¿No ves al sol, no ves la luna
cómo en las ondas se recrean?
¿Doble de hermosos no parecen
cuando en las agujas se reflejan?
¿No te seduce el hondo cielo
cuando su azul, húmedo muestra?
Cuando este aljófar lo salpica,
¿del propio rostro no te prendas?

Hinchada el agua, espumajea,
del pescador lame los pies;
siente el cuitado una nostalgia,
cual si a su amada viera fiel.
Cantaba un tanto la sirena,
todo pasó en un santiamén;
tiró ella de él, resbaló el hombre,
nunca más se dejó ver.

1 Por cierto que su teoría de las formas plásticas, por decirlo con Leibniz, y su teoría del color puede que a partir de la Física del caos y del actual cambio de paradigma pasen a tener una segunda oportunidad de ser consideradas algo más que un episodio curioso y exótico de las ciencias naturales -puede incluso que lleguen a ser reconocidas y revisadas como antecedentes…

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