Para los antiguos pueblos fundadores de occidente, Egipto tenía el mismo significado que mantuvo hasta la expedición de Napoleón a finales del siglo XVIII. Tres mil años de historia recogida por diferentes cronistas –aunque el más famoso de todos ellos fue Manetón, de época ptolemaica–, tierra de misterios insondables y de una sabiduría olvidada. A diferencia del planteamiento griego, de carácter acumulativo, para los antiguos egipcios su civilización, y el mundo, se encontraba en contante riesgo de sucumbir al caos. Cada noche, el dios-sol del mediodía, Ra, libraba una batalla contra el gusano Apofis. La promesa del amanecer no estaba segura: el fin de los tiempos podría llegar con las tinieblas eternas, con el mundo devorado por la bestia nocturna. En un sentido más terrenal, el egipcio antiguo vivía bajo la conciencia de un pasado pretérito donde los dioses regían ellos mismos a hombres y bestias. A diferencia de la cosmología griega, el tiempo rutilante y extraviado por la cultura de los egipcios no era una época dorada por la que suspirar, sino la etapa cumbre de la creación. Es decir, habitaba un pesimismo en la mirada del egipcio hacia el futuro. Por eso, para entender a la civilización del Nilo es necesario pensar en términos de conservación. El legado mantenido a través de los tiempos a través de la creencia, el mito, la historia y el conocimiento filosófico y científico eran claves para la supervivencia de la civilización. Egipto se encontraba en constante decadencia. Y era el rey de las dos coronas, simbólicamente también el rey de lo terrenal y lo divino, el soberano ungido faraón, quien había de cargar sobre sus hombros el orden de ese equilibrio en ausencia del inmenso panteón de divinidades.
Pero hubo una época en que el poder de la ritualidad, el peso político-religioso del faraón y su séquito sacerdotal y el respeto a la costumbre se resquebrajó. Sucedió durante el conocido como Primer Periodo Intermedio (s. XXII-XXI a.C.), cuando el país fue azotado por una guerra civil de alrededor de un siglo de duración. Las sagradas tierras del Nilo fueron invadidas por los hicsos, un pueblo nómada oriental, y los nomarcas –los señores de cada «provincia», aproximando significados a los nuestros actuales– comenzaron a disputarse el poder entre ellos y por las dos coronas. Durante aquel tiempo de caos, exterminio mutuo, asalto a recintos sagrados, saqueos y destrucción, el egipcio promedio entendió que el fin de los tiempos se estaba aproximando. El pesimismo cultural desembocó en una obligada desconfianza hacia el faraón. Si el orden divino estaba sucumbiendo se debía a que la casta sacerdotal y los faraones se habían entregado a la impiedad. En una perspectiva más intelectual, las personas más reflexivas y entregadas al estudio racional de la naturaleza, como médicos, pensadores y estudiosos de los números y de las estrellas iniciaron una ofensiva más agresiva. Aquella época de violencia exigía una revisión de las propias creencias. Es decir, durante el Primer Periodo Intermedio, la filosofía –que no es un producto exclusivo de Europa– eclosionó con brío. En consecuencia, también lo hizo la literatura.
Hace un tiempo, la excelente editorial Trotta, uno de los pocos sellos que trabajan con rigor y excelencia con el fin de consolidar el acervo cultural de la humanidad en lengua española, publicó una reedición de un libro que es ya un clásico y que considero que no ha de faltar en la biblioteca de ningún lector que se precie como tal. Me refiero a Cuentos y fábulas del Antiguo Egipto, volumen donde se reúnen dieciocho de las principales piezas del canon literario egipcio. El libro está enfocado muy astutamente con una doble intención: por un lado, permitir que el lector se deleite leyendo cada uno de los textos sin preocuparse por las referencias, y por el otro, aportar el contexto debido. La obra flexibiliza su uso académico y disfrutón. Bastantes de estos cuentos pertenecen al Primer Periodo Intermedio o a épocas posteriores.
No obstante, he de recordar a los lectores de estas líneas que el hecho mismo de poder hoy, en nuestro siglo, disfrutar de estas piezas merece una muestra de gratitud singular hacia los arqueólogos, lingüistas y egiptólogos que se esfuerzan por rescatar los fragmentos de papiros escritos en egipcio hierático, supervivientes al paso del tiempo. Por supuesto, la recopilación de los textos escritos con jeroglíficos en tumbas, restos y construcciones que se han ido conservando hasta la actualidad. A diferencia del prejuicio que se tiene en Egipto bajo el prisma grecorromano, las tierras bendecidas por las fértiles aguas del dios-río Hapi estaban tan gobernadas por el poder de la palabra, creadora e incendiaria al mismo tiempo, como en cualquier otra gran civilización del pasado. Contar hoy con estos cuentos, unos completos en alguna de sus versiones encontradas, otros interrumpidos por el frenesí destructor de la sutil arena, es un regalo de un valor incalculable.
La lectura de esta recopilación sorprende por la belleza y la inteligencia con la que fueron escritos. Son relatos de viajeros, de príncipes y princesas, de hombres y mujeres crueles, de la ardua vida diaria de los habitantes del medio rural que demuestran el poderoso ánimo emancipado del pensamiento y la cultura egipcia de la poderosa influencia asiria, mesopotámica, cananea, persa y griega que le circundaba. Pero los que más me han gustado, y de los que voy a destacar dos, contraponen su carácter filosófico a la imaginación de los mejores fabuladores. Me interesa aprovechar esta reseña para llamar la atención de que en Egipto había un pensamiento filosófico y un cierto desarrollo científico –de la que los padres del pensamiento griego conforme al canon tradicional, comenzado por Tales de Mileto, aprendieron– más que evidentes. Por ejemplo, en medicina, en leyes, en consideración cosmológica y existencial.
Uno de estos cuentos que me han fascinado es la Disputa del cuerpo y la cabeza. En un juicio ante los dioses, el cuerpo culpa a la cabeza de procurarle miasmas –males– y ésta última se defiende alegando el capricho de las pulsiones instintivas. ¿Quién ha de dominar a quién? No lo sabemos, porque todavía no se ha conseguido encontrar una versión completa de este relato. Sí muestra la divertida y curiosa porción que recoge el libro que los egipcios poseían una notable consciencia del peso de la mente en nuestros actos. Como la balanza del juicio final que permite o deniega el paso al eterno Duat, un equilibrio entre mente y cuerpo es esencial para el bienestar del individuo. Cuidar los pensamientos nos protege de la alteración nerviosa y de un innecesario sufrimiento. Recuerdo las vehementes palabras del cuerpo contra la cabeza: «Yo estoy impregnado de verdad, mientras que hay en ella [la cabeza] miasmas contra mí. No me desfavorezcáis; a causa de mi vigor todos los miembros trabajan en armonía».
El segundo ejemplo lo destino a un relato muy peculiar. Adelantándose al trabajo en el campo de la ficción del botánico y literato Stefano Mancuso, algún egipcio escribió La disputa de los árboles del huerto, encontrado en el Papiro de Turín. Un huerto sirve de refugio a una pareja de amantes y, mientras que los humanos se entregan a sus pasiones, los árboles del lugar mantienen una discusión sobre sus asuntos. Y es que la vanidad, el narcisismo o la generosidad no se limitan al género humano, no al menos en este relato. La contemplación de los pechos desnudos de la joven incita a los árboles a comparar sus frutos con la exuberancia de los senos de la mujer. Comienza diciendo el granado en este divertido cuento: «Mis pepitas son como sus dientes, mi forma como sus senos, yo soy el árbol más hermoso del huerto. (…) Todos los árboles se marchitan salvo yo en el plantío, yo paso los doce meses en el huerto. Yo permanezco, y cuando cae la hoja, la venidera ya está en mí».
Cuentos y fábulas del Antiguo Egipto cuenta, además, con la edición de Jesús López y la revisión de Josep Cervelló y de David Rull en un trabajo en conjunto entre el prestigioso sello madrileño y la Universitat de Barcelona, referente en Egiptología en el orbe hispánico. En estas semanas de regalos y pensamiento puesto en el agradable vilo del agasajo del ser querido, ¿qué mejor lectura que ofrecer una interesante porción de la literatura egipcia? Les recomiendo hacerse con esta obra generosa en todos los sentidos.