La industria cinematográfica norteamericana se aprovechó de la Segunda Guerra Mundial para adelantar ampliamente al cine europeo, sobre todo al británico, que antes de la guerra conoció una racha tan brillante como poco reivindicada y conocida hoy. Sin embargo, tras la guerra, Inglaterra recuperó la inspiración gracias al Plan Marshall, siendo el exponente máximo de ese reverdecimiento Narciso negro -sin olvidar que Alfred Hitchcock era inglés, y que sus mejores producciones son posteriores a la guerra-, el genial film de Michael Powell y Emeric Pressburguer en 1947. La película empieza con normalidad, si podemos considerar normal que por esas fechas una mujer se convirtiera en la protagonista (sin embargo, ya había ocurrido con Ingrid Bergman y Audrey Hepburn, curiosamente las tres en el papel de monjas… sospecho algo turbio en esta coincidencia), y si se puede calificar asimismo de normal el imponente escenario de la narración, un palacio intrincado de piedra construido en los riscos del Himalaya. Se debe reconocer que sólo con esa localización y el exuberante entorno natural que lo rodea los directores tenían ya media película hecha, pero es que esa atípica normalidad va evolucionando inesperadamente y de tal modo hacia una hechicería de la puesta en escena, del guion y hasta del uso excepcional del color (el virtuoso director de fotografía era un tal Jack Cardiff, admirador de Caravaggio, Vermeer y Rembrandt), que aprovecha al máximo el entorno y que termina por poner realmente la piel de gallina. El profundo contraste entre el convento que trata de representar la altura espiritual de la comarca y las simas que la montaña ostenta a sus pies, una y otra vez expuestas en escorzo ante la cámara con enorme sabiduría (y con gran peligro para los personajes, que no paran de arrimarse a sus bordes; aquí nadie parece sufrir el vértigo de James Stewart…) se va agudizando conforme avanza el metraje, hasta llegar al paroxismo.
Lo más reseñable de todo, además de la viveza enfermiza del color crepuscular, es que se trata de la historia de una derrota, y más todavía, de una derrota que ya había sido anticipada en casi los mismos términos al menos por dos grandes literatos ingleses (vamos a considerar a Joseph Conrad inglés; por cierto, el título de la película, de mala sonoridad en castellano, recuerda a El negro del Narcisuss del mismo…), Conrad en el célebre El corazón de las tinieblas, y E. M. Foster en Pasaje a la India. Si a ello le sumamos que el mismo año del estreno de Narciso negro se publicó Bajo el volcán de Malcom Lowry, la poco agradable conclusión a la que no podemos evitar llegar es que el eximperio británico era sumamente xenófobo, por no decir racista, ya que tanto Oriente, como África, como la India o México son evocados en estas cuatro obras como enclaves de barbarie, superstición, terror y abyección. De hecho, el título de la película es el que es porque el nuevo dirigente del país trata de occidentalizarse, pero se lo impide su tradición, simbolizada por el perfume pagano que acostumbra a rociarse. Así, las cosas empiezan a estropearse y degenerar para Deborah Kerr en la escena en la que sus hermanas elogian las joyas y brocados que luce el general, sin apercibirse de que están paulatinamente sucumbiendo a la tentación… Dean, el único personaje masculino adulto, tampoco es de fiar, es un cínico a su pesar y un lascivo ya no tanto a su pesar. Deborah Kerr, angelical e hiperresponsable madre superiora, tiene también sus abismos secretos, y de hecho en cierta secuencia turbadora vemos como la traga la oscuridad, de manera análoga a como después la hermana Ruth será tragada por la altura sacrílega del Himalaya…
El aire cristalino del Himalaya envenena el alma, la frondosa vegetación de la región invita al pecado, la fuerza del viento es capaz de volver loco a cualquiera… Así es como se veía el mundo desde las Islas Británicas todavía en 1947, y sus mejores talentos supieron retratarlo con crudeza de pesadilla tanto con palabras como con imágenes. Narciso Negroine Clásico es una película tan excepcional e hipnótica que incluso los carteles que se compusieron para promocionarla son ilustración y artes gráficas de primera división.