“Filosofía de la perspicuidad”. Jesús Padilla Gálvez, filósofo almeriense, heredero de Wittgenstein, por Antonio Guerrero

En el lenguaje se expresa [se gesta] todo” es la divisa individual del filósofo polifacético sobre cuya vida y obra nos ilumina este nuevo libro, recién publicado, de su paisano Antonio Guerrero Ruiz. No, claro, porque una libélula, por ejemplo, que es un insecto prodigioso (entre otras cosas, tiene una visión de 360 grados), se haya gestado en el lenguaje, sino porque para que sepamos cosas como que ya volaba por los estanques antes de que aparecieran los dinosaurios es preciso, sin duda, lenguaje, en el presente caso el de la paleontología. Jesús Padilla Gálvez es un hombre tan versado en todo y tan interesado por todo (oí decir a Slavoj Zizek que la felicidad es una quimera tonta en comparación con un estado de permanente interés por lo que te rodea), con una gran trayectoria a sus espaldas, que también se ha dedicado a la arqueología, la antropología y la palentología, además de, como enumera Antonio Guerrero: “Resumiendo, cinco son las áreas de investigación de Padilla: la lógica, la filosofía e historia de la ciencia, la filosofía del lenguaje, los cambios sociales en los sistemas democráticos y la filosofía práctica. El elenco de filósofos abordados de manera sistemática es muy amplio, pero se pueden reseñar Parménides, Platón y Aristóteles, la escolástica medieval, Leibniz, Kant, Husserl, Quine, Kripke y finalizando en Wittgenstein. Hoy en día Jesús Padilla es una de las autoridades más importantes de la filosofía en el área hispanohablante en lo referente a la obra de Ludwig Wittgenstein.

Wittgenstein

Obra de cuyos principales picos, Tractatus e Investigaciones filosóficas, es también el traductor más reciente, así como más puntilloso y conocedor de las fuentes. En el lenguaje se expresa o gesta todo precisamente porque fue Wittgenstein el segundo en darse cuenta (el primero en hacerlo fue Heidegger, motivo filosófico por el cual en su juventud Jesús Padilla viajó a estudiar a Alemania) de que lo que él mismo había quintaesenciado y rematado en el Tractatus, la visión tradicional en Occidente de la verdad entendida como verdad semántica, resultaba no exactamente errónea, pero sí descomunal y descorazonadoramente empobrecedor. Porque sí, como Padilla ha estudiado en Tarsky, el enunciado que dice que la nieve es blanca es verdadero si “es el caso” -en la terminología del Tractatus– de que tengo frente a mí una alfombra de nívea y fría materia, esto, al margen de que cambia considerablemente cuando el que percibe esa nieve es un inuit, se deja fuera, tachándolo de lenguaje convencional y no epistémico, una enorme cantidad de experiencia humana que o bien no se deja apresar en una proposición simple, o bien se expresa, como indica Padilla, en formas muy distintas de producción lingüística (1). Así, Aristóteles decía, al inicio de sus Tópicos, si no recuerdo mal, que hay al menos tres operaciones verbales que no caben en el marco de la lógica estricta, apophantikós, y que son el rezar, el mandar y el preguntar. Hoy, gracias precisamente al descubrimiento de Wittgenstein (2), hemos reparado en todos aquellos usos no-mostrativos del lenguaje que sin embargo constituyen el 95 por ciento -a ojo de buen cubero- de nuestra experiencia lingüística, que es lo mismo que decir nuestra experiencia de la realidad. Desde luego, no es casual que el mismo hombre que llevó la verdad semántica (ya se sabe: Tomás y su coincidentia intelectum ad rem) a la cumbre de su manifestación máxima, la teoría pictórica de la representación, fuera el mismo que le diese la puntilla, ya que el siguiente paso tras alcanzar una cima es bajar. Jesús Padilla ha estudiado esa transición concienzudamente, sobre todo, me ha parecido entender, a través de Saul Kripke y a través así mismo de la lógica modal (personalmente, recibí una conferencia muy minoritaria en la Residencia de Estudiantes sobre la lógica modal en Leibniz (3) de parte de Hans Poser, ya fallecido . Es imposible exagerar la importancia de tal transformación, una transformación que permite entender que un chiste no “espejea” la realidad, por emplear la metáfora de Rorty, pero no por ello deja de ser lenguaje plenamente operativo que cumple sus fines y logra comunicación. Padilla ha investigado también mucho las disquisiciones que Wittgenstein hace en Investigaciones filosóficas acerca de la conmensurabilidad, o no, de las “formas de vida”. Porque si uno ya ha dejado atrás el modelo semántico, se hace posible por primera vez comprender que no es necesario en absoluto que un idioma pueda ser traducido o trasvasado sin interferencias ni equívocos ni ambigüedades a otro, ni tampoco ambos respectivamente fundidos en uno superior -el sensus maior a que se refería Gadamer-, y no lo es porque en el plano de los usos, de los juegos del lenguaje (sprachspiele) lo relevante es la eficacia del intercambio comunicativo, no la exactitud del significado. Cuando yo estuve en Berlín, mis conocidos de allí hacían la broma de responder “jain”, fundiendo “ja” y “nein” a mis preguntas acerca de algo que había que hacer, pero no apetecía hacer, o de lo que tenían una buena opinión, pero no sin reparos… Que “jain” no se corresponda exactamente con nada en castellano no le quita ni un ápice de realización a ese acto comunicativo, puesto que es un acto pragmático, como los chistes. Un idioma compuesto tan sólo de enunciativas apofánticas simples no es un idioma, hasta los indios que en las películas de vaqueros jibarizaban el inglés de modo paródico estaban realmente hablando mucho más de que lo haría un lenguaje puramente descriptivo que no entendería nadie. Por eso, como expone Guerrero en la primera parte de su libro (la segunda es una entrevista): Padilla hace una observación interesante cuando afirma que resulta embarazoso observar que el antropólogo, subrepticiamente, insista en que las culturas foráneas fundamentan sus conocimientos sobre supersticiones y olvida que en nuestra cultura cada periódico publica diariamente el horóscopo. Por ello se pregunta lo siguiente: «¿Pero —podríamos cuestionarnos—, cuál sería el método oportuno para rebatir la inclinación natural a considerar nuestras propias estructuras conceptuales como las más apropiadas y, además, capaces de describir no solo nuestras reglas sino también todas las reglas desconocidas?» Responde a dicha cuestión proponiendo un método más apropiado que aclare cómo se construye el sistema conceptual en otras culturas y cómo dichos conceptos se asemejan o difieren del uso que hacemos en nuestra propia cultura. Este procedimiento permitiría describir culturas distintas a la nuestra y descubrir formas alternativas de representación. Evidentemente, el problema que surge tendría que aclarar cómo se podrían describir otras representaciones desde nuestra estructura representacional.

Es un problema, el problema de la coexistencia multicultural o intercultural, que también interesa a Padilla porque ha estudiado de un modo exhaustivo la actualidad de la vigencia de la democracia en un mundo que cada vez más parece -es un modo de hablar…- estarse inclinando hacia el reaccionarismo y el autoritarismo. Parte de la responsabilidad de ese fenómeno Padilla la achaca al estado de la Universidad, sobre todo de la universidad en España, cuya historia conoce al dedillo. Se trata, en fin, como se ve, de un texto en el que se tocan muchísimas cuestiones, y donde se dibuja la figura de un pensador almeriense de talla internacional que debiera ser más puesto en realce y valor, como Antonio Guerrero Ruiz hace con vigor aquí.

1 Tal como se dice en el libro: “De esta manera al Tractatus se le escapa, o deja sin analizar, muchos tipos diferentes de significados que usamos en nuestro lenguaje natural”. Es decir, el linguistic turn de Richard Rorty.

2 Y que tuvo lugar, por cierto, cuando un amigo suyo napolitano, con ese simple gesto de la mano tan característico de allí y tan populachero y vivaracho que es como ir a echarse una pizquita de sal pero apuntando hacia arriba, destruyó la entera armazón del Tractatus de un sólo papirotazo

3 Padilla también es experto en Leibniz, sobre todo ha estudiado para la lógica la idea leibniziana de los “mundos posibles”, que es, también, la única manera pensable que yo conozca de articular la libertad y la necesidad en un mismo sistema de pensamiento. La Armonía Preestablecida, en efecto, no reabsorbe los actos libres porque Dios, al calcular todos los mundos posibles, pudo adelantar todos los rumbos potenciales que podía desarrollar la libertad humana, de tal manera que escogió hacer real un sólo mundo, sí, pero este, que era el más rico, contiene actos libres que Dios en efecto conoce, pero que no los ha decidido Él, sino Su Intelecto. Es decir, el cálculo lo hace el Intelecto Divino conforme a la naturaleza de las esencias que van a integrar un mundo, incluida la libertad de las esencias superiores, y luego, en un segundo momento -analíticamente hablando-, ya Dios interviene eligiendo un mundo con su Voluntad. Pero es un mundo que prácticamente se ha diseñado a sí mismo, ese y todos los demás, tanto que Dios hasta nos podría sobrar si aceptamos que el principio de constitución del mejor ha sido el Principio de lo Optimo… (César podría no haber cruzado el Rubicón en otro mundo posible, pero que en este lo haya hecho es una posibilidad inherente a César, no una decisión de Dios; Dios lo único que ha hecho es ejecutar el mundo en que César cruza el Rubicón, sin que no haberlo cruzado pase a ser imposible o contradictorio).

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