Una crítica de “El hombre en busca de sentido” de Victor Frankl

“Parece haber soluciones claras para todos los problemas, lo que contradice la complejidad de la vida real. Parece que si el paciente no puede encontrar su objetivo, Frankl le proporciona uno. Esto parecería asumir la responsabilidad del paciente y… disminuirlo como persona.”

-Rollo May, Existential Psychology

En este artículo me atrevo a cometer un sacrilegio: criticar nada menos que El hombre en busca de sentido, la obra universalmente aclamada de Viktor Frankl, un hombre que a lo largo de su vida recibió 29 doctorados “honoris causa”, así como numerosos premios y condecoraciones, como el “Oskar Pfister” de la APA, la medalla “Albert Schweitzer”, la “Curia of the Great Badge of Honour” austriaca, la Estrella JF Kennedy, etc. En la cultura popular y como superviviente del Holocausto, a Frankl se le otorga una superioridad moral equiparándolo a figuras como Teresa de Calcuta, Gandhi o Nelson Mandela.

Sin embargo, creo que la psicología que subyace en su libro, y la logoterapia que deriva de ella, están sobrevaloradas y, en esencia, son profundamente erróneas. El error fundamental de Frankl, desde mi perspectiva, es confundir causa con consecuencia, presentando una visión optimista pero simplista de la condición humana. En este análisis, examinaré tres aspectos clave de su pensamiento: el sentido de la vida, la libertad existencial y la logoterapia, aunque su interconexión hará que se entrelacen. Vamos a verlo.

El Sentido de la Vida

Viktor Frankl sostiene que la principal motivación humana no es el placer (como decía Freud) ni el poder (como proponía Adler), sino la búsqueda de un sentido o propósito único para cada persona. Según él, este sentido puede encontrarse incluso en las peores circunstancias, como los campos de concentración. Frankl observó que los prisioneros que se aferraban a un propósito —como volver a ver a sus seres queridos, terminar un proyecto o soñar con un futuro mejor— parecían tener más fuerza psicológica para resistir las atrocidades del Holocausto. No todos los que tenían un sentido sobrevivieron, pero Frankl argumenta que este propósito aumentaba sus probabilidades de soportar el sufrimiento e, incluso, de sobrevivir físicamente al evitar rendirse por completo.

Mi crítica es que Frankl invierte la relación entre el sentido y la resiliencia. Él sugiere que encontrar un propósito fortalece la capacidad de resistir, pero yo creo que ocurre lo contrario: las personas con una mayor fuerza innata para vivir —lo que el filósofo Spinoza llamó conatus— son las que logran aferrarse a un sentido. Los millones de judíos que murieron en los campos no carecían de propósito: amaban a sus familias, soñaban con retomar sus trabajos, sus pasiones, sus vidas, igual que Frankl. Pero les faltó algo que no controlaban: fuerza biológica, resistencia emocional y, sobre todo, suerte. El sentido no causa la resiliencia; es un reflejo de la fortaleza que algunos tienen de manera innata.

No todos tenemos el mismo apetito por la comida o el mismo impulso sexual, y tampoco tenemos la misma capacidad para resistir adversidades. Algunos pueden correr una maratón completa; otros se agotan a los 5 kilómetros, no por falta de voluntad, sino por diferencias en su resistencia física o mental. Frankl, sin embargo, da a entender que todos podemos encontrar un sentido y resistir si “elegimos” hacerlo, como si fuera una fórmula universal. Esto suena a esas historias motivacionales de “yo bajé 40 kilos, ¡tú también puedes!”. Pero no todos podemos, porque no todos partimos del mismo punto. Factores como la genética, el temperamento o las experiencias previas determinan cuánto podemos soportar, y Frankl apenas lo menciona.

Un ejemplo claro es el Test de la Golosina, un experimento famoso en psicología. En él, los niños que podían esperar para obtener una recompensa mayor (comer dos golosinas en lugar de una) tenían mejores resultados en la vida adulta. Pero esos niños no eran “mejores” porque usaran estrategias como contar o distraerse; más bien, su capacidad innata de autocontrol les permitía crear y sostener esas estrategias. En los campos de concentración, los prisioneros que mantenían un sentido podrían haber sido los que ya tenían una mayor resiliencia emocional, no porque el sentido en sí los salvara. Frankl confunde correlación con causalidad: el sentido no genera la resistencia, sino que surge de ella.

Es cierto que la relación puede ser bidireccional. Practicar estrategias, como visualizar un futuro o aferrarse a un propósito, podría fortalecer la resiliencia con el tiempo, igual que entrenar para una maratón puede ayudarte a correr más lejos. Pero Frankl ignora la dirección más importante: la fortaleza innata que permite a algunos encontrar sentido mientras otros, agotados física o mentalmente, no pueden. Su narrativa optimista sugiere que todos tenemos la misma “libertad interior” para elegir una actitud frente al sufrimiento, pero esto pasa por alto las diferencias biológicas y psicológicas que limitan esa capacidad. Un prisionero con más resistencia emocional podía imaginar a su familia y seguir adelante; otro, destrozado por el hambre o el trauma, podía perder esa habilidad, no por falta de amor o deseo, sino por su condición humana. La idea de Frankl es inspiradora, pero simplifica una realidad mucho más compleja.

A veces, cuando preguntamos a personas muy mayores, de 100 años o más, cuál es su secreto para vivir tanto, nos dan respuestas como ‘comer muchas nueces’ o ‘tomar una copita de licor todas las tardes’. Pero está claro que no es el licor ni las nueces lo que las llevó a esa edad. La verdadera razón suele ser una combinación de una constitución física más fuerte, un sistema inmune robusto y, sobre todo, suerte. Esa fortaleza innata les permitió llegar a los 100 años y, de paso, disfrutar de su copita diaria. El punto es este: las razones por las que creemos que ocurren las cosas en nuestras vidas no siempre son las verdaderas causas

Victor Frankl en 1924 (ViFIA)

La Libertad Individual Humana

Una de las ideas centrales de Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido es que, incluso en las peores circunstancias, como los campos de concentración, los seres humanos conservamos una libertad interior para elegir nuestra actitud frente al sufrimiento. Según Frankl, esta libertad nos permite trascender el dolor y encontrar un propósito, sin importar lo desesperada que sea la situación. Reconoce que la supervivencia física dependía en gran parte de factores externos, como la suerte, la salud o las decisiones arbitrarias de los guardias nazis. Sin embargo, su énfasis en la libertad de elegir una actitud puede dar la impresión de que aquellos que no encontraron un sentido “fracasaron” en algún aspecto (culpar a la víctima), una idea que resulta injusta y desconectada de la realidad.

Esta narrativa ha generado críticas importantes. El académico estadounidense Lawrence Langer, en 1982, calificó el libro de “casi siniestro” por reducir la supervivencia en el Holocausto a una cuestión de actitud positiva. Según Langer, esta visión simplista hace un flaco favor a los millones de judíos que perecieron, pues implica que no resistieron por falta de voluntad o propósito, cuando en realidad enfrentaron horrores inimaginables sin ninguna posibilidad de control. Frankl mismo pasó solo tres días en Auschwitz, donde las cámaras de gas eran una amenaza constante, antes de ser trasladado a Kaufering III, un subcampo de Dachau, donde trabajó primero en labores forzadas y luego como médico durante unos seis meses. Aunque las condiciones en ambos lugares eran brutales, Kaufering no tenía un programa sistemático de exterminio, lo que aumentaba las probabilidades de supervivencia. Si Frankl no hubiera sido trasladado, es probable que El hombre en busca de sentido nunca se hubiera escrito.

Pretender que en situaciones tan extremas como los campos de concentración una persona tiene un control significativo sobre su destino me parece ilusorio, un caso claro de wishful thinking. No hace falta sumergirse en el debate filosófico sobre el libre albedrío para ver que, en un entorno donde el hambre, el miedo y la muerte eran omnipresentes, la idea de “elegir” una actitud suena más a una necesidad psicológica que a una realidad práctica. Los seres humanos anhelamos sentir que tenemos control, pero en los campos, donde la vida dependía de la arbitrariedad de los guardias o de la pura casualidad, esa libertad interior era a menudo una quimera. Los millones de víctimas que no sobrevivieron no carecían de esperanza ni de amor por sus familias; simplemente, no tuvieron la oportunidad ni la fuerza para resistir un sistema diseñado para destruirlos.

Victor Frankl en 1945 (VFIA)

La Logoterapia

Viktor Frankl desarrolló la logoterapia, una forma de psicoterapia existencial que pone la búsqueda de sentido en el centro de la vida humana. A diferencia de Freud, que veía el placer como el motor principal, o de Adler, que destacaba el poder, Frankl sostiene que nuestra mayor motivación es encontrar un propósito, incluso en las peores circunstancias, como el sufrimiento de los campos de concentración. Según él, el sentido no se busca pasivamente, sino que se descubre y se construye a través de la responsabilidad individual. Frankl identifica tres caminos principales para encontrar este sentido: realizar una tarea o proyecto que nos motive, amar a alguien en un sentido profundo que nos conecte con algo mayor, y aceptar el sufrimiento con valentía, dándole un significado incluso en el dolor.

En este apartado voy comentar cosas que dice Frankl en la segunda parte del libro, la dedicada a la Logoterapia, con los problemas que les veo. Dejo de lado cuando toca temas morales o psiquiátricos/psicológicos (como las neurosis noógenas) y me centro en lo que parece ser la base teórica o los fundamentos de la Logoterapia:

Cita 1 de Frankl: “En el hombre, la búsqueda del sentido de su vida constituye una fuerza primaria, no una ‘racionalización secundaria’ de sus impulsos instintivos. Este sentido es único y específico, en cuanto es uno mismo quien tiene que encontrarlo.”

Comentario: Frankl afirma que la búsqueda de sentido es la fuerza principal que nos impulsa, por encima de instintos como el placer o el poder. Pero, en mi opinión, esto es precisamente una racionalización de algo más instintivo y básico. No hay evidencia sólida que demuestre que el sentido es una fuerza primaria en sí misma; más bien, parece un constructo mental que surge de nuestra necesidad biológica de sobrevivir y adaptarnos. Como ya expliqué en la sección sobre el sentido de la vida, creo que la capacidad de encontrar un propósito depende de una fortaleza innata —lo que Spinoza llamó conatus— y de la suerte, no de una elección universal. Frankl invierte la causalidad: no es el sentido el que nos da fuerza, sino que quienes tienen más fuerza (emocional, biológica) son los que logran construir un sentido. En los campos de concentración, millones de personas tenían propósitos —amar a sus familias, retomar sus vidas—, pero eso no bastó para salvarlos. Al insistir en que todos podemos encontrar un sentido único, Frankl ignora las limitaciones humanas y las circunstancias extremas que pueden anular esa capacidad.

Victor Frankl y Ely Frankl

Cita 2 de Frankl: “Hace años se realizó en Francia una encuesta de opinión. Los resultados demostraron que el 89% de la población reconocía necesitar “algo” por lo que vivir.”. Ademas, el 61% afirmaba tener algo o a alguien por lo que daría la vida”.

Comentario: Creo que la gente está racionalizando también. ¡Qué casualidad que la gran mayoría encontremos el sentido de la vida y sigamos adelante con ella.! Si le preguntamos a la gente por qué daría su vida seguramente nos hablaría de su mujer o sus hijos, por ejemplo. Pocas cosas hay que den más sentido a la vida que los hijos. Esto tiene poco de descubrimiento filosófico intelectual y mucho de impulso instintivo. También nos dirían que estarían dispuestos a dar su vida por sus ideas. Eso es exclusivo del animal humano pero también tiene mucho de compromiso con la tribu o el grupo, lo que tiene también un componente instintivo.

Por otro lado, las cosas en las que reside el sentido: trabajo, amor y aguantar el sufrimiento, son bastante generales y accesibles a la mayoría de seres humanos. Creo que la vida normal de cualquier persona sana provee a las personas de ese sentido. Cualquier niño que se desarrolle normalmente va a tener una madre y un padre y tenemos mecanismos psicológicos que nos hacen amar a nuestros familiares y amigos. También tenemos la capacidad de trabajar y de sentir satisfacción por los resultados del trabajo. Asimismo, tenemos la naturaleza, la música, el baile, el arte, la literatura y cantidad de cosas que nos aportan placer, admiración, conexión y disfrute.

Por último, estoy de acuerdo en que las personas necesitamos una narrativa o una historia que nos de un sentido de pertenencia y de ubicación ante la muerte y el sufrimiento. Pero la cultura nos ofrece de diversas maneras esas narraciones (religiosas, políticas, ideológicas, espirituales…) para enfrentarnos al sufrimiento. Frankl presenta la búsqueda de sentido como una tarea intelectual, pero en realidad, para la mayoría, el sentido ya está ahí, tejido en la vida cotidiana.

Cita 3 de Frankl: “Según Sartre, el hombre se inventa a sí mismo, concibe su propia ‘esencia’, es decir, lo que debería ser o tendría que ser. Yo afirmo, sin embargo, que el hombre no inventa el sentido de la vida, sino que lo descubre.”

Comentario: Frankl insiste en que el sentido de la vida no es algo que creamos, como propone el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre, sino algo que descubrimos, como si existiera fuera de nosotros, esperando ser encontrado. Esta es una postura respetable, pero muy cuestionable. Otros pensadores, como el filósofo David Benatar, argumentan que la vida no tiene un sentido “cósmico” o trascendental: todos moriremos, nuestros descendientes desaparecerán y, eventualmente, la humanidad misma se extinguirá. Sin embargo, Benatar sugiere que podemos crear un sentido “micro” en nuestra vida cotidiana, a través de nuestras relaciones con la familia, los amigos o los proyectos que nos apasionan. En otras palabras, el sentido no está “ahí fuera” para ser descubierto, como dice Frankl, sino que lo construimos nosotros mismos según nuestras necesidades y experiencias.

Victor Frankl y Gabriele 1955

Cita 4 de Frankl: Los campos de concentración nazis dan fe de que los prisioneros más aptos para la supervivencia fueron los que se sabían esperados por algún ser querido o les apremiaba acabar una tarea o cumplir una misión (experiencia que confirmarían los psiquiatras norteamericanos en Japón y Corea)”.

Comentario: Pues no. La mayoría de los 6 millones de judíos que murieron en el Holocausto tenían seres queridos que les esperaban y cosas en la vida que hacer. Lo de misión suena muy grandilocuente…¿qué es una misión en la vida? ¿criar tus hijos es una misión en la vida?. Pues la mayoría de los que fallecieron tenían esas y otras misiones en la vida y no sobrevivieron. Como ya he dicho más arriba, Frankl comete continuamente la falacia “a posteriori” o “post hoc ergo propter hoc“, que dice que si un evento sucede después de otro, el segundo es consecuencia del primero. Se fija sólo en algunos casos en los que había un fuerte deseo de vivir y sobrevivieron y deduce que un fuerte deseo de vivir, de realizar una misión o de tener un sentido te hace sobrevivir. Pero ignora a la enorme mayoría que también tenía eso y no sobrevivieron. Es una forma de pensar similar a toda esa narrativa guerrera contra el cáncer según la que si luchas puedes vencerlo. Yo he visto luchar a muchas personas muy vitalistas, con todo el sentido de la vida y con toda la ilusión por vivir, fallecer por un cáncer terriblemente agresivo. Frankl es probablemente el exponente máximo de esta filosofía de autoayuda de “Si quieres, puedes”. Pero esta filosofía de Frankl, con su mensaje de “siempre puedes”, simplifica la realidad y pasa por alto un hecho doloroso: muchas veces, por más que quieras, no puedes.

Cita 5 de Frankl: “En mi caso, cuando fui internado en el campo de Auschwitz me confiscaron un manuscrito listo para su publicación. Sin duda mi intenso deseo de reelaborar ese libro me ayudó a sobrellevar los inhumanos rigores del campo. Por ejemplo, cuando caí enfermo de tifus en un campo de Baviera, para soportar los delirios de la fiebre anotaba en míseras tiras de papel ideas y palabras clave que me servirían para redactar de nuevo el texto, si si sobreviviera al día de la liberación. estoy convencido que ese esfuerzo, al límite de mi resistencia, me ayudo a superar el riesgo de un colapso cardiovascular”.

Comentario: Estamos de acuerdo en que tener algo que hacer y en lo que ocuparse es mucho mejor que pasar las horas sin hacer nada. Victor Klemperer fue otro profesor y escritor judío que escribía en el campo de concentración y que sobrevivió . Pero, de nuevo, entre los judíos de los campos había gran cantidad de intelectuales, profesores, escritores, etc., con esos mismos tipos de proyectos intelectuales o profesionales y, sin embargo, no sobrevivieron. Y repito lo dicho más arriba, el límite de la resistencia no es el mismo para todas las personas. Frankl pudo hacer eso porque su resistencia y sus fuerzas eran mayores a las de otras personas y no al revés.

Victor Frankl 1948

Cita 6 de Frankl: “Al cabo de un rato hice otra pregunta a todo el grupo. Les pregunté si un chimpancé con el que se había experimentado el suero de la poliomielitis, un animal al que inyectaban continuamente, podría percibir el sentido del sufrimiento. Unánimemente contestaron que no. El chimpancé no puede entrar en el mundo del hombre, y el mundo del hombre es el único lugar donde se comprende el sufrimiento. Después formulé las siguientes cuestiones: ‘¿Y qué hay del hombre? ¿Tienen la seguridad de que lo humano constituye el término de la evolución? ¿No es concebible otra dimensión, un mundo más allá del mundo del hombre, un mundo donde la pregunta sobre el sentido del sufrimiento obtenga una respuesta?’ […] Este sentido último excede, lógicamente, la capacidad intelectual del hombre; en logoterapia se llama ‘suprasentido’. Al hombre no se le exige, como predican los filósofos existencialistas, que soporte lo absurdo de la vida, sino que asuma racionalmente su capacidad para captar la sensatez incondicional de la vida. El logos es más profundo que la lógica.

Comentario: Aquí, Frankl aborda el problema del mal —por qué existe el sufrimiento si el mundo tiene un sentido— y propone una especie de teodicea, una explicación de por qué un universo ordenado permite tanto dolor. Compara al ser humano con un chimpancé incapaz de entender el propósito de su sufrimiento, sugiriendo que nosotros, a su vez, no podemos comprender un “mundo más allá” donde el sufrimiento tendría una respuesta. Este “suprasentido”, que trasciende la lógica humana, suena a una alusión velada a Dios o a un orden trascendente, aunque Frankl evita nombrarlo directamente. Para él, aceptar este suprasentido requiere una confianza que se parece mucho a la fe, similar a lo que algunos creyentes cristianos dicen: que el problema del mal no tiene solución lógica y solo puede resolverse confiando en un propósito divino que veremos en otra vida.

Pero esta ambigüedad parece intencional. Al hablar de un “mundo más allá” sin mencionar explícitamente a Dios, Frankl hace que su logoterapia sea accesible tanto para creyentes como para escépticos. Los primeros pueden interpretar el suprasentido como una referencia a lo divino, mientras que los segundos lo ven como una idea filosófica abstracta. Es una hipótesis.

Cita 7 de Frankl: “Como profesor de dos disciplinas, neurología y psiquiatría, soy plenamente consciente de que el hombre está sujeto a las condiciones biológicas, psicológicas, y sociales. Pero, ademas, de profesor en estos dos campos, soy superviviente de otros cuatro -de concentración, se entiende-, y como tal quiero testimoniar el incalculable poder del hombre para descifrar y luchar contra las peores circunstancias que quepa imaginar”.

Comentario: La traducción de este párrafo sería algo así como: soy consciente de las influencias y limitaciones de las condiciones biológicas, psicológicas y sociales pero la voluntad humana se las puede saltar.

Fuente: la autoridad que me da haber sobrevivido a cuatro campos de concentración.

Recuerdo que Frankl estuvo sólo tres días en Auschwitz y en algunos de los campos hizo labores de psicólogo, como en Theresienstadt donde trabajó en el departamento de salud mental, proporcionando psicoterapia y organizando programas culturales. Creó un “escuadrón de choque” para prevenir suicidios, lo que era útil para los nazis, ya que el suicidio estaba prohibido en el gueto. En otros trabajó como médico, por ejemplo en Türkheim, donde atendió a pacientes con tifus y fue jefe de bloque. Su trayectoria y sus experiencias, aunque duras, fueron mucho más privilegiadas que las de millones de prisioneros que enfrentaron trabajos forzados, hambre extrema o las cámaras de gas sin ninguna oportunidad.

Al basar su logoterapia en su propia supervivencia, Frankl proyecta su caso como una verdad universal, sugiriendo que cualquiera con suficiente voluntad puede desafiar las peores circunstancias. Pero esto ignora la realidad de los seis millones de judíos que murieron, muchos de los cuales tenían la misma determinación, amor por sus familias y propósitos en la vida. Su supervivencia no dependió solo de su voluntad, sino de su fortaleza física, resistencia emocional y, sobre todo, suerte. Al exaltar el “incalculable poder” humano, Frankl simplifica la experiencia del Holocausto y refuerza su narrativa de autoayuda, que suena a wishful thinking frente a la brutalidad de los campos, donde la voluntad a menudo no era suficiente.

Cita 8 de Frankl: “No es concebible una situación que condicione al hombre de tal modo que lo prive de la mínima libertad. Por consiguientes al neurótico y aún al psicótico les queda también un resquicio de libertad, por pequeño que sea. La psicosis no roza siquiera el núcleo íntimo de la personalidad del paciente.”

Comentario: Había dicho que no iba a entrar en cuestiones psiquiátricas pero es que esta opinión de Frankl es bastante fuerte. En las psicosis, especialmente en casos graves como la esquizofrenia o el trastorno bipolar en fases agudas, la capacidad de juicio, la percepción de la realidad y la volición pueden estar profundamente alteradas. Durante un episodio psicótico agudo, la libertad del paciente para tomar decisiones conscientes y racionales puede estar severamente comprometida, hasta el punto de ser prácticamente inexistente en algunos momentos. Por ejemplo, un paciente con delirios paranoides o alucinaciones imperativas puede actuar bajo la influencia de estas experiencias, sin un control significativo sobre sus decisiones. Esto choca con la idea de Frankl de que siempre queda un margen de libertad.

Dicho esto, Frankl tiene un punto en un sentido más amplio: fuera de los episodios agudos, o en casos de psicosis menos severas, muchos pacientes conservan cierta capacidad de reflexión y agencia. La psicosis no “borra” completamente la personalidad, y en momentos de estabilización, los pacientes pueden encontrar sentido o ejercer cierta libertad en cómo enfrentan su condición. Pero afirmar que siempre queda un resquicio de libertad es una generalización optimista que no se sostiene en todos los casos, especialmente en los más graves.

Conclusiones

Millones de judíos, con vidas plenas de amor, proyectos y sentido, murieron sin la oportunidad de ejercer esa “libertad existencial” que Frankl exalta. Su breve paso por Auschwitz y su supervivencia en campos menos letales le dieron una perspectiva que, aunque válida, no refleja la experiencia de la mayoría, que enfrentaron un destino mucho más brutal.

Su énfasis en la resiliencia, el suprasentido y la capacidad humana de encontrar sentido en cualquier circunstancia es tan optimista que resulta ilusorio, un caso claro de wishful thinking. En los campos de concentración, donde la aleatoriedad y la brutalidad dictaban el destino, la idea de que el sentido podía salvar vidas era a menudo una quimera. Millones de víctimas no perecieron por falta de propósito, sino por el hambre, el trauma y la pura mala suerte. El hombre en busca de sentido busca inspirar, y su mensaje ha tocado a generaciones. Pero al proyectar su propia supervivencia como una verdad universal, Frankl simplifica la complejidad del sufrimiento humano y pasa por alto la cruda realidad de las cámaras de gas.

Bueno, pues ya está, alguien tenía que decirlo: el emperador está desnudo.

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4 Comentarios

  1. says: Jesús J de la Gándara Martín

    Hola Pablo. No sabes cuanta alegría me da leerlo, porque, cuando esgrimo -superficialmente- esos argumentos en cualquier foro, amical, social o científico, me siento como un pepitogrillo… Qué facil es adherirse a lo simple y sencillo. La resiliencia. ¡Oh la resiliencia!
    Gracias.

  2. says: Ramón González Correales

    Quizá el problema son las generalizaciones que ahora parecen obligatorias porque la igualdad se ha convertido en un aserto previo e intocable en todos los ámbitos, no solo en los aspectos conceptuales que corresponden en una sociedad abierta y democrática. Pero es evidente que no todos tenemos las mismas capacidades tanto en lo físico (que sería lo más evidente) como en lo mental que, además, es fácil ligar a la idea de espíritu o alma que siguen tan presentes en nuestra cultura y que remiten de nuevo al asunto de la igualdad entre los seres humanos.

    En el caso de Frankl la idea de sentido, como dices en el articulo, parece tener un trasfondo religioso: tenemos que encontrar el verdadero sentido de nuestra vida que está ahí para descubrirlo, en la incertidumbre aparente del mundo, o más bien para creer en él, quizá decidido por los dioses a los que no podemos comprender. No sería algo que construimos en cada momento de nuestras vidas sino algo que está ahí para cada uno de nosotros (como el alma), que podemos no ver pero que existe y está a nuestro alcance perseguir desde una aceptación de las circunstancias del mundo. Ese sería el núcleo verdadero de la resilencia, lo que nadie nos podría robar porque alguien lo ha creado para nosotros en nuestro interior y si lo descubrimos sería infranqueable.

    Como muy bien dices en un campo de concentración se puede sobrevivir por muchos motivos pero no hay una causa necesaria y suficiente para hacerlo o no, aunque luego los supervivientes puedan creer que lo hicieron por actitudes concretas. Puede haber circunstancias que favorezcan la supervivencia o la extinción pero la algunas nunca están en nuestras manos y otras pueden ser trizadas en cualquier momento por el azar. Además si todo puede soportarse muchos podrían darle la vuelta a la causalidad para remitir siempre la responsabilidad a los otros al margen de las condiciones que hayan creado. Algo que ha ocurrido, en mi opinión, con la manipulación de conceptos psicologicos como la inteligencia emocional o el poder del pensamiento positivo.

    Pero también es verdad que en la realidad del mundo que tan bien describe Freud en “El malestar en la cultura” (naturaleza hostil, conciencia del dolor y de la muerte, problemas en las relaciones con los otros, insatisfacción inevitable de nuestros deseos de tal forma que nos terminamos conformando con la evitación del sufrimiento) los seres humanos precisamos tener la sensación de que algo está en nuestras manos, de que podemos modular nuestras emociones o decidir nuestras actitudes o valores, categorizar de alguna manera el mundo dentro de una cultura. Construir una ética y una estética de vida en un momento dado que nos tomemos en serio aunque convenga que sea flexible. Lo que podemos ser en la pugna entre lo que queremos y debemos ser. Lo que supone una revisión periodica de nuestros sistemas de creencias que al final están muy mediados por la racionalidad de nuestras cogniciones, por cómo procesamos la información del mundo.

    Está claro que aquí también puede haber muchas diferencias individuales y puede haber muchas maneras de no hundirse en el mar trágico de la existencia donde siempre nos amenazan los tiburones si no hemos encontrado algunos recursos (nunca eficaces del todo) para encarar las olas. La vida del ser humano es un perpetuo aprendizaje y es verdad que unos están más dotados que otros para sobrevivir o pueden tener una alta tolerancia al estrés ante los avatares de la vida. Quizá hay muchos motivos para pensar que somos juguetes rotos pero quizá, también, tenemos que pensar que no lo somos del todo y que podemos limitar algunos daños o mejorar algunas cosas o intentar gozar de la vida en vez de hundirnos en el nihilismo. Y que hay recursos mejores que otros para conseguirlo dependiendo de nuestras propias posibilidades

    Esto precisa también una cierta actitud lo que determina la búsqueda de conocimientos, para lo que también algunos pueden estar mejor dotados de partida. Pero el peligro también existe en las profecías autocumplidoras y ahora estamos en un momento en que se cuestiona las conquistas personales, donde parece que nada importa y que nada vale para nada, lo que deja el camino expedito para los charlatanes que manejan como nuevas ideas muy averiadas por la historia. Lo que quizá nos lleva a que pueda ser útil algunos conceptos si no se generalizan y si no se utilizan de forma tremendista. Como los fármacos la eficacia de determinadas ideas depende de la oportunidad, del perfil y el momento de la persona en concreto, de la gravedad de su patología si es que la tiene. Y esto es importante porque ahora se está metiendo cualquier sufrimiento emocional en un mismo saco y está claro que enfermedades como la esquizofrenia o el trastorno bipolar no pueden comparararse, ni manejarse como la disforia o la ansiedad de una crisis del ciclo vital por muy intensas que sean.

    En fin que llevamos casi un siglo y medio estamos tratando de no zozobrar en una concepción del mundo existencialista del que incluso sus teóricos no salieron demasiado bien parados. Ese es el reto que tenemos que resolver. Y algo de lo que dice Frankl, sin tremendismos, puede ser un recurso útil, con otros, en algunos individuos, algunas veces.

    Gran artículo

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