Un verano, dos madres, varias vidas

El verano de este libro huele a salitre y a yodo, a campo y a la espesura madrugadora del pan recién horneado. El verano, en el libro del que les quiero hablar, refleja sin concesiones el ánimo vidrioso que constituye la memoria. Como sabrán, al comunicarnos con nuestros semejantes, relatamos, y al relatar aleamos arrebatos de realidad con la taimada ficción. Nuestra voluntad queda al margen en multitud de ocasiones: los seres humanos somos unos mentirosos patológicos, necesitamos habitar el territorio de la medio verdad para poder mirar a la realidad sin extraviarnos en la maraña de nuestro propio pensamiento. Porque si el sueño de la razón produce monstruos, la razón despierta, si se desmesura, enarbola tempestades.

Tatiana Tîbuleac ha escrito una de esas novelas magistrales que hacen oficio y nos recuerdan por qué la literatura, la buena literatura, es un nutriente esencial para el intelecto y el desarrollo humanos. Me refiero a El verano en que mi madre tuvo los ojos verdeslibro que a estas alturas de su recorrido ha cautivado tanto a los lectores como a la crítica literaria de países como Francia, Rumanía y España, y ahora también de Alemania, donde acaba de aparecer la primera edición. Y no sólo a los lectores y a la crítica literaria, sino también a los jurados de múltiples premios internacionales que han galardonado esta singular obra. Soy consciente de que en esta ocasión llego muy tarde a hablarles de esta novela. De hecho, desde su aparición en castellano de la mano de Editorial Impedimenta en 2019 ya cuenta con nueve ediciones a sus espaldas, justo cuando está prevista la publicación en la misma editorial de su segunda novela, El jardín de vidrio, que está previsto que llegue a las librerías a finales del próximo mes de marzo.  

Y es que no es para menos. En las páginas de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes palpita la condición humana en toda su esencia a través de Aleksy y su madre, dos personajes entretejidos por las siempre profundas relaciones maternofiliales. El odio, el amor y el deseo de revancha se transforma en el momento certero en piedad y afán en los cuidados del uno al otro. Sin embargo, lo que hace especial a esta novela es la íntima relación que mantiene con la oralidad. Desde el comienzo, el libro desconcierta y duele a partes iguales. Aleksy se confiesa ante nosotros con la misma precisión que surge espontáneamente entre dos amigos en un café o entre un paciente y su psicólogo de confianza. Pero El verano en el que mi madre tuvo los ojos verdes aún posee mayores rasgos de grandeza que merecen ser destacados: Tîbuleac ha apostado por enfrentar el relato desde una escritura llana, en capítulos sucesivos y breves, otorgando absoluta prioridad al perfil del protagonista. Capítulo tras capítulo, tanto el léxico como la forma de expresarse del narrador evolucionan causando diversas impresiones en los lectores. Nos encontramos, por tanto, ante una obra que, si bien sería exagerado catalogar de maestra, destaca por su muy elevada calidad y su relato inteligente y conmovedor.

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes es, en consecuencia, un libro desbordante, una novela capaz de emocionar y de atrapar al lector con la destreza propia de los grandes narradores. Ha llegado al castellano de la mano de la traductora del rumano Marian Ochoa de Eribe y de Editorial Impedimenta, exquisita en su catálogo y en la belleza con la que dan forma a cada uno de sus títulos. Un libro que tras dos años de andadura sigue coleccionando lectores. Si todavía no lo han leído, no se lo pierdan.

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