Del Turungue

Pintura de Karel Appel

Muy de vez en cuando un lector atento. Es algo tan insólito que merece la pena detenerse en esa atención. En este caso hace referencia a la voz turungue. Se trata de algo a medio camino entre un hápax y un idiotismo. La primera comparecencia se halla en El descrédito de los quilates. Efectos de palabra (Iralka, 1999) y dice así (se presenta bajo forma de mención):

            «Pero, bueno, recuerda asimismo cómo hemos intentado introducir la voz turungue en el léxico de la gente. Los resultados han sido medianos, pues entre que la costumbre de los pintxos no es universal y, por tanto, la última porción de un pintxo (o de un bocadillo), el llamado turungue (partícula atómica, ya que no se puede dividir o compartir) es experiencia que no pertenece a la Realidad de todo el mundo, y que los medios con que contamos para hacerlo ingresar en el sistema (¿sistema?) abierto del léxico son modestos (no contamos con Aparatos Ideológicos de Política Lingüística), el caso es que seguimos comiéndonos a solas los turungues, disfrutando de ellos ante la indiferencia general (para que se lo coman los gusanos, pues que se lo coman los cristianos» (pp. 65-66)

            La segunda comparecencia, unas páginas más adelante (ya bajo forma de uso): «He picoteado de aquí y de allá, aunque de algunos textos no he dejado ni el turungue» (p. 70).

            Más de veinte años después, en El banquete de los atrabiliarios (Plaza y Valdés, 2025), turungue reaparecerá, otra vez bajo forma de mención:

             «[…] por cosas como estas los filósofos que fuimos nos inventamos en una noche de cachondeo la voz turungue, con el significado de `porción última de un bocado’. Y nos conjuramos desde entonces para que con el tiempo se incorporara al léxico del castellano. Y entre risas lo justificábamos diciendo que al mundo le faltaba esa palabra, absolutamente indispensable.» (p. 126)

Pintura de Karel Appel

            Pues bien, aunque no se puede descartar que otros hayan empleado tal voz, su presencia escrita no parece ir más allá de las referencias sobredichas. En cualquier caso, Jon Baltza, ese lector atento, ha considerado hacer algunas consideraciones como las siguientes:

            «Como testigo directo de la forja del término, diré que la responsabilidad de la invención recae en Álex de la Iglesia, el cinematógrafo, nuestro común amigo, y compañero mío de estudios. De hecho, nos acompañaba también Rafael Maruri, compañero de piso y filósofo como nosotros. No fue en una noche de cachondeo, sino en el bar de la facultad. A Álex, al ir a comerse el último trozo de un bocadillo que estaba devorando, este se le cayó al suelo. Y allí mismo dijo: “¡Hay que llamar de alguna manera a eso que se ha caído!”. Y dijo entonces: “Turungue”. Inmediatamente surgieron los verbos turungar y turungarse, en el sentido de ‘quedarse turungado’. No creo que nadie más los haya usado desde aquel entonces. Después, intenté promocionarlos con el resultado de que algunos han llegado a ponerlo por escrito, verbigracia, Francisco J. Fernández, o sea, tú

            El texto de Baltza continúa de manera muy especulativa en el sentido siguiente: «que es que no se trata de que el turungue se cayera, pues no había turungue antes de ello, es decir, que la propiedad de caerse o, mejor, de estar caído, determinaba al turungue». Es decir, algo se caía y porque estaba caído, eso caído era un turungue (quizá como pescado no puede ser sino un pez pescado, pero no un pez pescado antes de pescarse). Al observar que eso que se había caído era también la porción última de un bocado (lo que significa que no cualquier cosa caída es un turungue), apareció el sintagma identidad retrospectiva, que no sedujo más que por un momento (a pesar de que intentaba dar cuenta de dos propiedades necesariamente sucesivas), pues Baltza, como buen negador del Tiempo, se remitió a Parménides de Elea, dado que ni siquiera el asunto se puede pensar ni decir sin de alguna manera traicionarlo, a no ser que se vuelva uno aristotélico y se invente actos y potencias para explicarlo.

Litografía Karel Appel

            El caso es entonces que la voz turungue plantea al menos dos problemas, de los que Francisco J. Fernández sólo atendió a uno, el de la creación ex nihilo. Pero es que el segundo parece mucho más interesante que el hecho de que al mundo le faltara una palabra (en la serie The Big Bang Theory hay un momento en el que Sheldon Cooper remite a cómo en ciertas culturas el último bocado de un manjar debe reservarse a la persona más honorable de la mesa, lo que indicaría que tal significado no era tan excepcional y Jon Baltza me comenta que entre algunos esquimales se reservan los ojos de las presas cazadas o pescadas para los niños, por considerarlo un regalo). En efecto, el segundo problema está incidiendo en el hiato entre el mundo en que se habla y el mundo de que se habla. No es que el turungue sea X o Y o Z, por este o aquel procedimiento (la Unión Europea acaba de dictar ciertas instrucciones para la Morcilla de Burgos, es decir, para poder decir legítimamente de tal embutido que es una Morcilla de Burgos), sino que es el mero paso de ser X (o Y o Z) lo relevante. La voz turungue estaría mostrando la no legitimidad en general de tal paso y a fortiori la falsedad e imposibilidad de la Realidad, es decir, del mundo de los significados, que quiere dar cuenta de esto en lo que estamos significándolo en vez de simplemente diciéndolo.

            ¡Ojalá tuviera uno lectores así de atentos siempre! En mi torpeza interpreto todo ello no como que la cosa esperara a la palabra, sino que la palabra esperaría a la cosa. Pero seguramente Baltza volvería a corregirme con razón y esa, ¡ay! sería otra historia: la de decir lo que hay.

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