“Pero el sueño de las piscinas no es un sueño de igualdad, y mucho menos de legalidad o fraternidad. El de las piscinas es el sueño del éxito. Porque las piscinas es una de las representaciones de la felicidad”. Ignacio Martínez de Pisón, Piscinas, Diario 16, 16 junio 1994.
“En España hay mas de 1,3 millones de piletas, pero más del 90% son privadas”. Sara Castro, La piscina pública un bien escaso en plena ola de calor. El País, 3 agosto, 2025
Dice y proclama a los cuatro vientos acalorados, Joaquín Torres, arquitecto de las estrellas –arquitecto de los famosos, lo llama Inma Víbora[sic], especialista ella, en ‘corazón y lifestyle’ de la revista monotemática, Lecturas– y, no sé, sí el mismo Torres, arquitecto estrella y máximo decorador de los sueños húmedos inmobiliarios de la ‘Home fashion’ que pulula en dominicales y magazines satinados de altos vuelos, que: “La piscina es una parte fundamental de toda vivienda de lujo”. Que también valdría para su inversa: No hay lujo sin piscina estival proclamada y exhibida. Afirmación que se complementaría con su equivalente térmica invernal: La chimenea es una parte fundamental de toda vivienda de lujo. Componiendo ambas realidades inmobiliarias, Piscina y Chimenea, parte de los símbolos que exuda el lujo como dos realidades complementarias y equivalentes del ‘savoir vivre’ de esta nueva burguesía del glamour y del satén. Antes la centralidad esencial de una casa/vivienda precisaba del dispositivo nuclear del patio, como hace ver Joaquín Hazañas en su centenario libro sobre La casa Sevillana; donde hace ver la precisión de un noble sevillano que encarga a un alarife su cometido habitacional: “Hágame usteda la casa con un gran patio, y si sobra suelo, hágame habitaciones”. Ahora los dispositivos significantes van por otros rumbos.
Baste ver para ello, para un adecuado seguimiento de ‘esos rincones del bienestar simbólico’, la sección dominical del suplemento salmón de economía de El País, Inmobiliaria y diseño, con un agregado complejo de viviendas millonarias que, a veces coexisten, con su antitético del imposible estado del mercado inmobiliario. .

Descubrimiento, el de Joaquín Torres, de gran trascendencia documental y de calado conceptual, como una aportación más al campo reflexivo de la vivienda moderna, lejos ya del Existenz mínimum de los congresos CIAM de 1929 y 1930. Para marcar, justamente, su campo temático habitual, de las así llamadas Vivienda de lujo o Luxury home que prolonga los apartados citados antes de la sección Inmobiliaria y diseño. Que es –en plena crisis inmobiliaria y en pleno incendio estival y estatal– el campo de trabajo por excelencia de Torres y profesionales similares, más frecuentes y habituales en dominios territoriales ensalzados por la beautifull people y por las nuevas clases sociales ascendentes propias del trumpismo cultural (¿…?): el mundo-universo de las finanzas, del espectáculo y de la salsa rosa. La afirmación completa, no deja lugar a dudas:“La piscina es una parte fundamental de toda vivienda de lujo, y especialmente cuando llega el verano. En A-cero, siempre incorporamos los diseños de piscinas siguiendo un hilo conductor con el concepto arquitectónico general. Así que, por este motivo, y, siempre en consonancia con el cliente, podemos realizar diferentes estilos, diferentes formas, con diferentes acabados. minimalista, concepto infinity, piscinas integradas con el paisaje, o con cascadas”.

No sé, si la afirmación piscinera de Joaquín Torres, se produce como una reflexión propia sobre su trabajo y las realidades inmobiliarias, o es fruto de la rara melancolía del agua compartimentada y clorada, tras un visionado adulto de la película de 1966, El nadador –The swimmer– de Frank Perry y Sidney Pollack. Película basada en un relato crítico y clarividente, de John Cheever de 1964, con un fornido Burt Lancaster, dispuesto a verificar como un extraño nadador de piscinas ajenas, Neddy Merrill, un recorrido simbólico por las piscinas azuladas de sus amigos y por las piscinas arriñonadas de esa clase media triunfal del American way of life: enormes piscinas de aguas mansas; grandes barbacoas chorreantes de costillas y bacón; amantes estupendas y puntillosas en su maquillaje; césped artificial, como alfombras exteriores exóticas; y decenas de amigos afortunados. lenguaraces y un poco bebidos, en jolgorio de fiestas vecinales a media tarde. Y que refleja todo ello a la perfección, el modelo aspiracional de los años sesenta americanos: una potente clase media estadounidense que comienza a deglutir toda la acumulación material del bienestar social derivado de la postguerra y hacer ostentación de su poderío material: Chevrolet, Westinghouse, Kellog’s y Philip Morris. Ese es el enclave preciso de las piscinas individuales e individualistas, recorridas por Merrill-Lancaster, frente a la colectivización del baño de las piscinas públicas –a medio dólar el pase–, tan ruidosas como ocupadas. Incluso la interpelación a Merrill por un próximo habitante de su entorno competitivo.

“–¿Por qué no te construyes una piscina en tu casa?”.
“–Porque no puedo pagármela, ahora”.
“–Pero eso mejorará su valor en venta”.
Y ahí reside el misterio de las aguas mansas azuladas. En su valor no tanto real –aunque también–, como simbólico valor de futuro.
David Hockney…
Siempre D. H. Como The big splash. Aparece
en construir el agua.