Adios a Robert Redford: la bella nostalgia de lo que pudimos ser

Aquel tipo rubio y aparentemente tranquilo que paró un tren en medio de África para dejar unos colmillos de elefante y, mucho más tarde, salvarla de una leona, accedió a quedarse a cenar en su casa, aquella noche, a cambio de que le contara una historia. Para entonces ella ya sabía que le gustaban los libros, que era independiente y un buen cazador y él ya le había dicho aquello de que “no hay nada malo en arriesgarse si quien paga es uno mismo“, una frase redonda que a su amigo Berkeley, que lo acompañaba en el viaje, solo le parecía una opinión, quizá porque se sentía más frágil que él para explorarla a fondo y porque pensaba que “más allá de algunas fronteras habitan los dragones“. A continuación las velas que se consumen casi del todo a pesar del tiempo detenido, el universo de su vajilla, de sus cuadros, sus cómodos divanes y de sus lámparas. También de su perfume que a Berkeley le traía recuerdos de otros tiempos y de otro mundo en el que probablemente no fue feliz. Y por fin el cuento y la primera frase (“Era un chino errante llamado Chen Wan…“) que Denys tuvo que inventar para que ella siguiera y lo llevara a lugares a los que nunca había estado y que seguiría buscando siempre, sin querer comprometerse nunca, incluso volando en una avioneta amarilla mientras la echaba de menos. Esa secuencia donde se ilumina la posibilidad del amor que es, sobre todo, la de poder conversar interminablemente, con gusto, incluso en medio de una selva con todas esas fieras que nos amenazan muy cerca pero, en el fondo, al menos durante un tiempo, protegidos por todo el universo que creemos compartir con el otro. Al despedirse él le regaló una pluma para que escribiera esos cuentos e iniciara una de esas historias de amor que nos gusta tanto ver en las pantallas y que siempre terminan mal. 

“Memorias de Africa”

Miro ahora los gestos de Robert Redford en la cena, lo que trasmite con sus ojos azules y la expresión de sus cara: la serenidad y la fortaleza, la sensibilidad y la ironía, la honestidad y la jovialidad, la autenticidad y el gusto por el riesgo, la ternura y la determinación. Y siento esa sensación de alegría, que siempre he experimentado al verlo aparecer en cualquiera de sus películas, las mejores y las peores. Era sin duda un tipo guapo, pero parecía serlo de cierta manera que trasparentaba cualidades más profundas. Parecía tener cosas dentro, ser inteligente y culto, hacerte creer que podíamos ser como él y que, por tanto, lo cotidiano podía iluminarse y el futuro estar abierto a la esperanza porque nos convencía de que algunas batallas podían afrontarse porque se podían ganar, de alguna manera, aunque se perdieran. Al parecer en su propia vida, cuando era muy joven, tras la muerte de su madre en 1955, tuvo un periodo en el que vagó un poco extraviado en una vida de artista bohemio en Italia y Francia donde no logró encontrarse del todo y terminó bebiendo demasiado hasta que encontró a su primera esposa, Lola van Wagenen, que lo animó a matricularse en el Instituto Pratt de Nueva York donde terminó virando del diseño de escenarios a la interpretación. Y muy pronto los primeros papeles en la tele en “Perry Mason” o “El Virginiano” y desde allí Broadway donde triunfó con “Descalzos en el parque” una obra que luego también interpretó en el cine en 1967 con Jane Fonda y que sigue siendo un placer contemplar ahora, porque parece no haber envejecido y sigue narrando, de forma convincente y encantadora, las vicisitudes de una pareja joven cuando se enfrenta a la realidad de su convivencia frente a la de sus sueños. Como tampoco “Tal como éramos” donde interpreta a un chico de buena familia que no termina de compartir las creencias de su clase social, ni encontrar un sentido a su vida y se enamora de una activista de la que le separan demasiadas cosas, entre otras una guerra que estaba por comenzar y tras la que el mundo no iba a ser el mismo. Su presencia está ya unida a una banda sonora que es evocadora y maravillosa, como la de “Memorias de Africa, y apetece volver a ellas algunas veces, como si constituyeran un refugio de algo verdadero y esencial en la condición humana.

“Tal como éramos”

Fue también director de películas que tuvieron buenas críticas como “Gente corriente” que le dio un Oscar y “Quiz Show, pero también de otras como “El hombre que susurraba a los caballos” o Leones por corderos” que lo fueron menos pero que a mi me gustó mucho ver porque dejaban bastante al descubierto su visión de la vida y de las relaciones humanas, los dilemas y la complejidad de la política cuando se toma en serio. Igual con “El gran Gastby” donde fue muy criticado pero, pasado el tiempo y habiendo releído hace poco la novela, me parece que encarna convincentemente la melancolía de su figura, la del hombre que no puede conseguir lo que verdaderamente ama a pesar del dinero y la belleza. De su relación con Paul Newman le quedan dos películas legendarias, El Golpe que es una comedia redonda que no se cansa uno de ver y “Dos hombres y un destino” donde encarna a Sundance Kid uno de los vértices de ese triangulo que encarnaba la inocencia y la alegría de la juventud montando locamente en bicicletas que no tienen que ir todavía a ningún lado. De ahí salió el nombre del Sundance Institut (1981) y del Festival de Sundance que ayudó a muchos directores jóvenes a hacer películas que no era posible hacer en Hollywood. Gente como Tarantino, los hermanos Coen, Richard Linklater, Robert Rodriguez, Damien Chazelle y muchos más. Apostó su dinero por el cine independiente y por vivir a su manera en su paraíso de Utah donde creía estar en contacto con una naturaleza primitiva que le interesaba conservar como a Denys le interesaba preservar la pureza de África.

“El Golpe”

No sé como será su funeral pero creo que será muy difícil que sea más poético y profundo que el que le hicieron a Denys en aquella colina de África con Karen leyéndole aquel poema de A.E.Housman To an Athlete Dying Young” con lágrimas en los ojos (“Cuando ganaste la gran carrera el pueblo entero salió a aclamarte. Jovenes y ancianos te vitoreaban mientras a hombros te llevábamos. Sabio aquel que sabe escapar pronto de allí donde la gloria no perdura”) antes de no ser capaz de echarle la tierra de su mano temblorosa encima y comenzar a andar hacia el horizonte donde ya no estaba ese criado silencioso y fuerte que era un símbolo de lo que él defendía. Ahora que lo pienso tengo la sensación de que nunca envejeció aunque hace unos años se quitó unas arrugas que lo dejaron un poco desnudo, como si le hubieran robado algo profundo que solo el paso del tiempo volvió a recuperar. Era un hombre transversal que encarnaba lo mejor del progresismo americano, los mejores sueños de los sesenta cuando se creía en la libertad de prensa (“Todos los hombres del presidente“) en el crecimiento personal, en la posibilidad de convencer debatiendo o en la de ser individuos libres no fácilmente etiquetables, un poco poliédricos, y muy alejados de las iglesias de todo tipo que, por desgracia, ahora vuelven a aflorar por doquier. Recordarlo ahora no es añorar tal como éramos sino sentir la nostalgia de lo que pudimos ser.

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3 Comentarios

  1. says: Javier M

    Siento que se va algo con el, algo que ha formado parte de mi vida, después de Newman Redford y, con ellos ese cine de antes, ese tipo de estrellas…..

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