Propuesta a favor de una “Política vegetal” (de Leibniz a Mancuso)

Fotografía Craig Burronws


¿No es pues todo inmutable y preestablecido, sino objeto de discusión y de ensayo en este mundo que creemos fatal y orgánicamente rutinario?

Maurice Maeterlinck, La inteligencia de las flores.

(…) Escuchando el lenguaje de las plantas, 
y he aprendido a esperar sin razón. 

Radio Futura, Soy metálico en el Jardín Botánico. 

Han bautizado como “Rizosfera” esa zona de influencia, por así decirlo, en que raíces, hongos, bacterias de todo tipo y otros microorganismos se alían para crear una suerte de clientelismo vegetal, de radio/patio, de conjura biológica, de red de redes, de sistema postal gracias al cual unas plantas se comunican con otras -y esto ya no es un símil, sino que es literal- con objeto de prosperar juntas y defenderse de las veleidades del entorno. Estas cosas no las sabían nuestros antepasados, y menos aún en su detalle técnico, pero yo creo que las sospechaban cabalmente, y en Oriente no digamos. Sin embargo, de la modernidad europea en adelante Occidente ha vivido mucho más cómoda y encumbrada en la creencia cartesiana de que en el exterior de la conciencia humana libre -pero absolutamente vacía- no había más que res extensa, un plenum de partículas completamente desprovistas de animación (e.d., de despliegue interno, de automovimiento, que diría Aristóteles respecto de la totalidad de la naturaleza) que tan sólo respondían a un orden matemático que era, al mismo tiempo, una reconfiguración matemática de la realidad de una eficacia sin parangón en la historia del mundo. Pero hoy sabemos cosas, poseemos datos, que Monsieur Descartes jamás pudo haber imaginado -lo imaginaron, en cambio, más tarde Leibniz y Diderot-, como que el reino animal tan sólo representa el 0,3 por ciento de la vida en el planeta Tierra, que el 87 por ciento de la biomasa está rebosante de plantas y que el porcentaje restante lo colman bacterias, arqueas y microorganismos varios sin los cuales ya estaríamos todos más fiambre que la momia de Lenin. Las plantas, en particular, ahora lo sabemos, no son seres tontos, anclados a una porción de suelo, como en el baile del chotis, sino que se abren al mundo mediante 15 maneras distintas de percepción del entorno (los seres humanos 11, más del doble de las cinco tradicionales con las que la filosofía quiso humillar al cuerpo, puesto que no se “siente” la alegría o la dispepsia con el tacto, por ejemplo), entre las que se cuentan, que sepamos, el conocimiento de los campos elecromagnéticos que las rodean, de los patógenos presentes en las inmediaciones, del gradiente químico del suelo y, desde luego, de otras plantas de su hábitat con las que forman clan, a fin de cuidarse y auxiliarse mutuamente1. Cuando una planta sufre, no únicamente desarrolla tácticas sumamente refinadas para ahuyentar al enemigo, como emitir efluvios disuasorios, cambiar de sabor y valerse de insectos como del Séptimo de Caballería2, también sabe avisar a todas las demás y, lo que todavía es más asombroso, sacrificar su existencia -porque ser planta no es ser un subtipo de organismo, es, por legítimo derecho, un modo de existencia3– individual en aras del conjunto.

Salvia

El reino vegetal, en efecto, es ese modo de existencia tan sumamente evolucionado -odio esta palabra, pero se debe tener en cuenta que las plantas ya se las arreglaban por sí mismas antes de la aparición de los insectos y otros polinizadores- que ha aprendido a extender su huella enormemente más lejos del nicho del chotis ecológico que ocupan. Sea mediante ovejas, a las que prenden su semilla, sea por medio de insectos o colibrís, o sea convirtiendo sus bolsas de semillas en granadas de mano, las plantas remachan mediante la delicada ingeniera de la fecundación cruzada4 su ambición de acaparar la tierra entera, y quizá con el tiempo las estrellas, con tanta determinación como los humanos. Como señaló Maurice Maeterlinck en 1907 (el mismo año, por piruetas de la suerte, en que se publicó el tan afín a sus ideas La evolución creadora de Henri Bergson)…

Cuando la flor hizo su aparición en la tierra, no había en torno de ella ningún modelo que poder imitar; tuvo que inventarlo todo. En la época de la clava, del arco, de la maza de armas, en los días relativamente recientes en que imaginamos el torno de hilar, la polea, el cabrestante, el ariete; en el tiempo —como quien dice el año pasado— en que nuestras obras maestras eran la catapulta, el reloj y el telar, la Salvia había construido los espigones giratorios y los contrapesos de su báscula de precisión, y la Pedicularia sus ampollas obturadas como para una experiencia científica, los disparos sucesivos de sus resortes y la combinación de sus planos inclinados. ¿Quién sospechaba, hace menos de cien años, las propiedades de la hélice que el Arce y el Tilo utilizan desde el nacimiento de los árboles? ¿Cuándo llegaremos a construir un paracaídas o un aviador tan rápido, tan ligero, tan sutil y tan seguro como el del Amargón? ¿Cuándo encontraremos el secreto de cortar en un tejido tan frágil como la seda de los pétalos, un resorte tan poderoso como el que lanza al espacio el dorado polen del Esparto? ¿Y la Momórdiga o Pistola de Damas cuyo nombre cité al principio de este pequeño estudio?…

(La inteligencia de las flores, págs. 19 y 20, ebookelo.com)

Fotografía Craig-Burrows

El profesor Stefano Mancuso, seguramente el botánico más célebre y activista del presente, descubre a todo el que le quiere oír que las plantas duermen, que en cierto modo son más fuertes que los animales, porque al no tener órganos concretos sino dispersar las funciones orgánicas por todo su cuerpo puede perder gran parte de su estructura y seguir vivas, y que son los únicos seres vivos capaces de modificar su anatomía, como Mister Fantástico, e incluso su fisiología. Pero es que además insiste mucho en que la polimorfa conducta de las planta ofrece indicios suficientes de inteligencia, no de la clase de inteligencia que modifica enteramente su entorno y a sí misma, como la humana5 -esto lo digo yo, no el profesor-, pero sí ese tipo de inteligencia que se adapta a las adversidades y que aprende de experiencias previas (Mancuso pone a menudo el ejemplo de la mimosa pudíca, que ya había llamado la atención de Maeterlinck), algo que, por cierto, está enormemente lejos de esos motores sintácticos que son conocidos hoy como “Inteligencias Artificiales”. También, ya digo, el dramaturgo simbolista belga Maurice Maeterlinck, entomólogo y botánico aficionado pero devoto, había defendido la misma tesis hace más de un siglo, pero él provenía de la lectura de Arthur Schopenhauer, a quien cita, y lo que pretendía era mirar la naturaleza con ojos distintos a los del pesimista alemán, modulando la visión de que la “Voluntad de vivir” no conduce más que al dolor o al autoengaño, puesto que, según Maeterlinck, los esfuerzos y los fines de la naturaleza se definen sobre la marcha, y no son distintos de los que busca y se plantea el intelecto humano: 

Siempre desde nuestro punto de vista humano, y para perseverar en la ilusión necesaria, a la primera observación añadamos otra algo más extensa, un poco menos aventurada, y quizá de grandes consecuencias, a saber: que el Genio de la Tierra, que es probablemente el del mundo entero, obra, en la lucha vital, exactamente como obraría un hombre. Emplea los mismos métodos, la misma lógica. Llega al fin por los medios que nosotros pondríamos en práctica; tantea, vacila, suspende y vuelve a empezar varias veces, añade, elimina, reconoce y rectifica sus errores como lo haríamos nosotros en su lugar. Se aplica, inventa penosamente y poco a poco, como los obreros y los ingenieros de nuestros talleres. Lucha, como nosotros, contra la masa pesada, enorme y obscura de su ser. Tampoco sabe a dónde va; se busca y se descubre poco a poco. Tiene un ideal muchas veces confuso, pero en el cual se distingue sin embargo una multitud de grandes líneas que se eleva hacia una vida más ardiente, más compleja, más nerviosa, más espiritual. Materialmente, dispone de recursos infinitos, conoce el secreto de prodigiosas fuerzas que ignoramos; pero, intelectualmente, parece estrictamente ocupar nuestra esfera, sin que hasta aquí observemos que rebase sus límites; y si nada busca más allá ¿no es porque nada hay fuera de esta esfera? ¿No es decir que los métodos del espíritu humano son los únicos posibles, que el hombre no se ha engañado, que no es ni una excepción ni un monstruo, sino el ser por quien pasan, en quien se manifiestan más intensamente las grandes voluntades, los grandes deseos del Universo? 

Mimosa púdica

(Ibidem, cap. XXVII) 

A mi juicio, esto es de una importancia imposible de exagerar. Entre concebir las cosas como Schopenhauer, y por tanto no querer saber nada de un futuro en el que no nos aguarda nada más que la eterna repetición del dolor, y concebir las cosas como su discípulo Maeterlinck, media un abismo que es el que marca la enorme diferencia entre convertirse, hoy, a las máximas nihilistas del antinatalismo6 o, por el contrario, luchar contra las peores consecuencias del calentamiento global. La inteligencia, para Schopenhauer antaño y para Richard Dawkins hogaño7, no es más que la facultad humana de tomar conciencia del callejón sin salida en que se halla toda vida, mientras que la inteligencia, para Maeterlinck y Bergson es, opuestamente, la guía que discierne y desbroza caminos en un incierto futuro8. La actitud hacia la práctica científica, pero también social, política (una especie de “política de las plantas”9), a la que apelan los unos frente a los otros no puede ser más distinta, como resulta obvio comprobar. No obstante, hay que evitar caer en una trampa. Esa trampa es la de señalar que, en cualquier caso, el reino vegetal no tiene conciencia, de nuevo de vuelta a Descartes, lo que nos mete en un conflicto intelectual interminable que emborrona y confunde muchas cabezas hoy y que no tiene visos de solucionarse ni avanzar nunca. Cuando, ya pasada la muerte de Descartes, el polímata G. W. Lebniz se puso a pensar en ese mismo problema, no se dejó llevar por el dualismo mente/cuerpo como sigue sucediendo en la actualidad. Leibniz le dio una genial vuelta al asunto y determinó que todo es más complejo, pero también más empírico. En Monadología10, de 1714, Leibniz establece que no hay un estado de completa conciencia y otro de apagamiento o aniquilación, como si los individuos -las mónadas– llevarán un interruptor. Y tampoco es cierto que únicamente el hombre sea conciencia, Yo, res cogitans, mientras que el resto ingente de lo vivo consista en máquina estúpida -los pobres perros de Iván Paulov… Para Leibniz estar vivo significa ser consciente, lo que ocurre es que hay grados de conciencia, que él distingue valiéndose de la nomenclatura cartesiana de lo “claro y distinto”. Plantas y animales sin duda perciben con idéntica intensidad que los seres humanos, la clave está en que los animales parecen -parecen…- apercibir mejor que las plantas, así como los seres humanos parece -parece…- que apercibimos mejor que los animales a los que estamos familiarizados. Percibir es una cosa y apercibir, o sea, tomar conciencia de la propia percepción, es otra, y otro de los grandes errores de Descartes fue tomar estos dos actos psíquicos por equivalentes. Veamos…

Y no se sigue de esto que la substancia simple no tenga ninguna percepción. Esto no puede ser por las razones antedichas; porque lo mismo que no podría perecer, tampoco podría subsistir sin alguna afección, que no es otra cosa que su percepción; pero cuando hay una gran multitud de pequeñas percepciones, donde nada hay distinto, se aturde uno; como cuando se gira continuamente en un mismo sentido muchas veces seguidas, sobreviene a causa de ello un vértigo que puede hacer que nos desvanezcamos y que no nos deja distinguir nada. Y la muerte puede ocasionar este estado durante algún tiempo a los animales11.

(Monadología, parágrafo 21)

Fotografía Craig-Burrows

Formidable: todo ser percibe, tiene una conexión con el resto, todo es mónada y agregado de mónadas, incluso las rocas, pero eso no significa que las rocas sean conscientes de su integridad corpórea más que en el grado más ínfimo posible, ese que las permite no des-integrarse en arena de repente (por cierto, la arena es todo menos homogénea…) Lo propio ocurre con las plantas: su capacidad de percepción es máxima, muy superior a la humana, en cambio su facultad de apercepción es, tal vez, al menos por el momento, inferior a la de un gato. En términos de Descartes, un árbol percibe su entorno, así como su entorno le percibe a él, pero sólo es consciente de ello en un marco de oscuridad e indistinción que nos permite afirmar que está perfectamente vivo y que siente, pero como una señora princesa con las que se carteaba Leibniz cuando por lo que fuere se desmayaba. Una vez que la princesa sale de su desmayo, retorna a una claridad y distinción superiores, pero no por ello claridad y distinción máximas, plenas. Desde el planteamiento de Leibniz, bien pudiera existir una criatura, o especie, para la que el grado de claridad y distinción de sus apercepciones (de volverse sobre sus percepciones) fuese más alta que la del hombre12.

En este mismo instante, yo no me apercibo de estar respirando, pero si alguien me tapase boca y ojos por sorpresa me apercibiría clara y distintamente de la asfixia. Escribe Leibniz…

Por lo tanto, si una vez vuelto del desvanecimiento, se apercibe uno de las percepciones, es preciso que inmediatamente antes las haya tenido, aunque sin apercibirse de ellas; porque una percepción no puede proceder naturalmente sino de otra percepción, como un movimiento no puede proceder naturalmente sino de otro movimiento.

(Monadología, parágrafo 23)

Fotografía Craig-Burrows

Las mónadas cuya apercepción es ya tan leve que ni tienen memoria y que discurren como un desvanecimiento las denomina Leibniz “mónadas desnudas”. Sin embargo, hay una memoria de la piel, como hay una memoria celular, yo diría que sin duda hay también una memoria de la especie13, y desde luego cualquier botánico sabe que las plantas individuales tienen memoria y sortean sus errores pasados. En el estrato de la rizosfera, donde también viven las plantas, que son como anfibios de aire y tierra, las llamadas “estructuras micorríficas” entrelazan hongos, raíces, bacterias y un sin fin de organismos más para ponerse en contacto, a veces amistoso y a veces hostil. Hoy nos creemos muy listos por haber inventado Internet (que Antonio Escohotado analogaba al nous poietikós de Aristóteles, olvidando que también es una sentina), pero eso ya estaba inventado a nivel de la corteza terrestre hace miles de millones de años, y hormigueaba de vida, no de gigabytes. Una de las grandes transformaciones a que ha dado lugar la digitalización es una que parece insignificante, como que todavía el que esto subscribe, de niño, tenía en casa gusanos de seda, capturaba arañas enormes y -yo no- algunos tiraban piedras a los pájaros. A mis hijos, en cambio, jamás se les ha ocurrido nada de eso, porque ya tienen la consola de videojuegos, auriculares y el dispositivo móvil…

Pero no es irreversible. Lo que propone Stefano Mancuso (en El futuro es vegetal, Galaxia Gutenberg, 2017) es que repoblemos el planeta de árboles, porque los árboles son el único modo, y prácticamente gratis, de absorber CO2 de la atmósfera y frenar provisionalmente el cambio climático14. Otras estrategias, o son demasiado caras, o han fracasado, como refiere Marta Peirano en Contra el futuro15. La magnitud de la empresa sería la de replantar 1000 millones de nuevos árboles, pero como los plantadores potenciales a fecha de hoy somos, millón arriba millón abajo, 8.231 millones, por número que no quede. Por otra parte, un estudio de Instituto de Salud Global de Barcelona establece que cumplir con la conocida como regla 3-30-300 en las ciudades (“ver al menos tres árboles desde las ventanas de tu casa, tener al menos un 30% de cobertura arbórea en tu calle, y un parque a no más de 300 metros”) salvaría 43.000 vidas en Europa por motivos de pura salud mental, lo que favorece la otra -por lo visto, tener plantas en un aula mejora el rendimiento de los alumnos y colocarlas en la habitación de un hospital acorta plazos de curación, por no hablar de cuidarlas y regarlas a diario, pero esto ya me parece casi demasiado místico, demasiado Gaia… 

Pero es que además se lo debemos a la Tierra. Mancuso informa también de que el 2020 no fue únicamente el año de la pandemia, sino también el año en que por primera vez en la larga historia de la Tierra (¡y del Universo!, si estamos solos y somos los primeros, lo cual es altamente improbable) se elaboró más material sintético que natural. Lo que es peor, resulta que desde que yo nací, en 1970, hasta hoy, tenemos un 70 por ciento menos de vida animal en nuestra propia casa, la única que conocemos y que seguramente conozcamos jamás16. Entre tanto, la naturaleza, a la que muchos dan ya por muerta, nos sorprende cada día más, como cuando hace unos meses nos enterábamos de que los pétalos de las rosas crecen con una geometría que se escapa de todo lo sabíamos de matemáticas hasta hoy17, que no es poco. Y todo, ¡todo! lo que el ser humano aprende tiene tarde o temprano una aplicación práctica, y quien no se lo crea es porque recuerda con tristeza su bachillerato. El hecho de que sepamos recientemente que los robles atraen a los pájaros para defenderse de las orugas, como he apuntado antes, sirve nada menos que para imitar esa combinación química y convertir a los pesticidas -ya execrados por Rachel Carson hace más de sesenta años18– en historia, así como la teoría matemática de nudos sirve para estudiar con mayor precisión los enlaces moleculares.

Pero para eso hay que dejar de hacer el idiota, en su sentido etimológico griego (ocuparse tan sólo de lo propio) y ponerse manos a la obra de inmediato en lo que podríamos denominar una “política vegetal”.

Stefano Mancuso

1 Las plantas tienen instinto maternal. Si una semilla cae de un árbol en mitad de ese paraje frondoso y oscuro que es un bosque, enseguida recibe asistencia y nutrición de las plantas de los alrededores por medio de sus raíces, al menos hasta que crezca lo suficiente como para poder captar la luz del sol por sí misma. La foresta como tribu.

2 Se ha experimentado sobradamente acerca de cómo los robles camelan a los herrerillos para que les quiten de encima las voraces orugas, y el maíz seduce a las avispas para lo mismo, para librarse de los depredadores. 

3 Da-sein, en el sentido de ser-ahí, pero no del “ahí del ser”.

4 Inicio del De rerum natura de Lucrecio, s. I a. C., donde ya se apuntaba al éxtasis de la reproducción como origen y destino de toda vida orgánica (lo transcribo en prosa): Venus nutricia, tú, que bajo los astros que se deslizan en el cielo llenas con tu presencia el mar portador de naves y las tierras fructíferas —pues gracias a ti toda raza de seres vivientes es concebida y, habiendo nacido, ha visto la luz del sol—, de ti, diosa, de ti huyen los vientos, de ti huyen las nubes del cielo, y de tu llegada. Para ti la artificiosa tierra perfumadas flores hace surgir, para ti ríen las llanuras del mar, y el cielo, una vez apaciguado, resplandece con derramada luz. En efecto, tan pronto como la faz primaveral del día se ha manifestado y la fecunda brisa del favonio, liberada, se fortalece, en primer lugar las aves del aire a ti, diosa, y a tu entrada anuncian, estremecidas en sus corazones por tu poder. Después las bestias y el ganado retozan sobre los ricos pastos y atraviesan a nado los arrebatadores ríos: a tal punto, cautivas por el placer, te siguen con ardiente deseo a donde a cada una insistes en conducir. Luego, por mares y montañas y ríos torrentosos y por las frondíferas moradas de las aves y los verdeantes campos, infundiendo a todos en el pecho dulce amor, haces que con ardiente deseo todos renueven la estirpe de sus razas. Ya que tú sola eres la que gobiernas la naturaleza de las cosas y sin ti nada emerge a las resplandecientes riberas de la luz y nada se pone contento ni amable (…)

5 Aunque, según parece, en la generalidad de los seres vivos “los genes de un organismo, en la medida que influyen en lo que el organismo consigue con su comportamiento, fisiología y morfología, contribuyen al mismo tiempo a construir el medio. De este modo, si los genes cambian en la evolución, el medio del organismo cambiará también”, en Biology as ideology: the doctrine of DNA, Anansi, pag. 99, Richard Lewontin, 1991; y “el medio no es una estructura impuesta a los seres vivos desde el exterior sino que es, de hecho, una creación de esos seres vivos. El medio no es un proceso autónomo sino un reflejo de la biología de la especie”, en R. Levins y R. Lewontin, The Dialectical Biologist, Harvard U.P., 1985, pg.99, ambas citas tomadas de La marsopa de Heidegger, Carlos Catrodeza, Biblioteca de humanidades, 2003.

Fotografía Craig-Burrows

6 https://es.wikipedia.org/wiki/Antinatalismo

7 https://insurgenciamagisterial.com/la-falacia-de-richard-dawkins/

8 Pero es que exactamente lo mismo, como si claramente los vientos soplasen ya hacia allí, orienta la investigación más puntera en Física, la Física del caos: https://dialektika.org/manifiesto-a-favor-de-un-nuevo-paradigma-del-saber/

9 Lo cual no implica en absoluto reduccionismo biologicista. Hace muy poco que falleció Steven Rose, que era el mayor militante contra la Sociobiología de E. O. Wilson y del reduccionismo en general, que ha dado lugar a la infausta y reaccionaria “Psicología evolutiva” que nos persigue en nuestros días.

10 Dudosa traducción en https://www.filosofiamaterialesyrecursos.es/Antologia_de_textos/11_Leibniz.pdf

11 Ignoro por qué, Sigmund Freud tematiza la muerte como el “retorno a lo inorgánico”, cuando todo es orgánico en el seno de la naturaleza, quizá la expresión más afortunada hubiera sido “retorno a lo inhumano”.

12 Por eso Leibniz, en las mencionadas epístolas a sus princesas, las consolaba susurrándolas que la muerte no es real, que no es más que un “cambio de teatro”, porque la mónada al morir, tal como lo entendemos del modo convencional, lo único que hace es caer en un estado aperceptivo tremendamente más oscuro, pero ni desaparece en modo alguno ni se transforma repentinamente en otro ser, como en la teoría de la reencarnación. Lo que no les decía, claro, Leibniz a sus princesas, es que morir no es trasladarse a un plano distinto como por teletransportación, sino “sumergirse en el verde” (preciosa metáfora del Swamp thing de Alan Moore de los ochenta) y seguir conectado al mundo -a la totalidad del universo, según Leibniz, pero sentido en perspectiva- aunque no siendo ya una princesa, sino la memoria oscura y poco distinta de una princesa. Muerte, pues, no como teletransportación (cristianismo) o reseteo (religiones orientales o Platón), sino como una muy pagana metamorfosis… 

Fotografía de Nick Knigft

13 El darwinismo se ha servido ampliamente de la refutación de la herencia de los caracteres adquiridos de August Weismann (1866-1912, para que se vea el tiempo transcurrido), pero hoy por hoy numerosas pruebas abogan por esa herencia y uno no tiene más remedio -o al menos yo en mi supina ignorancia- que declararse neolamarckista.

14 Stefano Mancuso más específicamente sobre el cambio climático: https://youtu.be/1-Z3VANzQBg?si=-f1AQaXkwnPzKmJm

15 https://dialektika.org/futuro-peirano-resena-al-libro-contra-el-futuro/

16 https://es.wikipedia.org/wiki/Paradoja_de_Fermi

17 https://elpais.com/ciencia/2025-05-02/las-matematicas-descubren-que-la-belleza-de-los-petalos-de-las-rosas-contiene-una-geometria-unica-en-la-naturaleza.html

18 https://dialektika.org/sesenta-anos-de-primavera-silenciosa-de-rachel-carson/

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