Westwood

Cuando encontré el viejo diario, un escalofrío me recorrió. Sentía que los años se habían congelado y retrocedido de repente. Y la nostalgia me invadió, se apoderó de mí e hizo conmigo lo que al antojo le apetecía. Sentía que volvía al lugar en donde mis sueños habían nacido. Esa arena daba un paseo por mi mente y las buenas amigas volvían a salir del baúl. El diario seguía en el mismo sitio donde lo había dejado, en el desván. La alianza se resbalaba del dedo, los pálpitos eran más intensos y la sonrisa se mordía el labio inferior. Los recuerdos florecían y las dudas me vestían. ¿Qué haría con ellos? No pude contenerlo. Tuve que retroceder 10 años atrás y telefonear.

Mientras esperaba, el cigarrillo de las cinco se adelantaba para las cuatro y media y los tacones pesaban. La cabeza pensaba en las páginas escritas ante el paisaje, ante las amigas peinándose, ante el vaivén de las miradas cómplices. El momento llegaba, las podía sentir e incluso oler.

-Has tardado diez años en llamarme, ¿qué evento emocionante ha surgido? ¿Te han publicado otro libro y deseas regocijarte? – Paola cuando quería, podía herir.
-No te recordaba tan sutil. Pasa y tomemos una copa.
Prefiero esperar aquí por Lindsay. -Parecía nerviosa, miraba a su alrededor. Ponía cara de no entender nada.
-Como quieras. Esperaremos juntas aquí.

 

Los segundos me ahogaban, era como si una soga me atase a lo alto de una montaña. Pero por fin llegó.

-No te recordaba tan alta Clarisse. ¡Ah! Son los tacones.
-Bueno, ya estamos las tres.
-¿Te vas a morir?

Lindsay fue siempre así. Sarcástica, cínica, odiaba la Navidad.

-No, no tengo pensado morir. Al menos de momento.

Y las tres llegaron al salón. Se sentaron. Paola y Lindsay se quedaron mirando los cuadros, las estanterías cargadas de libros… ¿qué había pasado con Clarisse? Se preguntaban. Hace diez años quería vivir apartada del mundo, con su novio de aquella y viajar sin parar, no quería casarse y quería escribir por ocio. Ahora era una mujer de best-seller y llevaba diamantes. El tatuaje ni se divisaba.

Vamos Clar, ¿qué ha pasado para que decidas que debemos vernos después de diez años separadas las unas de las otras?
-Paola, Lindsay, mi padre ha muerto hace dos días. Sé que no tengo derecho a llamaros, a fin de cuentas qué más os dará, ha pasado mucho tiempo. Pero en un momento de debilidad subí al ático y encontré el diario que escribía cuando veraneábamos en Westwood, sobra decir que los recuerdos me penetraron.
– Charles ha muerto. Charles ha muerto. –Se repetía una y otra vez Lindsay.- Con una tarjeta me hubiera bastado. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Darte un abrazo y decirte que todo irá bien? Me costó mucho imaginarme la vida sin Westwood, sin mis amigas entrelazándome los sueños. ¡No puedo hacer como si no hubiesen pasado diez años!
-¿Desde cuando te has vuelto tan frívola?- llegó a pronunciar Paola en un esbozo de incredulidad-. Charles ha muerto, Clarisse nos ha llamado porque, de alguna manera, nos necesita.

Lindsay había sufrido mucho cuando Clarisse se fue y cuando Paola, detrás, pensó que no tenía sentido seguir ahí, donde el mar les había roto las esperanzas.

Solían veranear en Westwood. La arena, el sol y las rocas les había otorgado a las tres un paraíso de sueños, de ilusiones, de promesas y anhelos. Las tres se habían unido un día sin querer y decidieron que jamás se separarían. Que lucharían contra la marea alta, el fuerte oleaje y la arena mojada. Lindsay había estudiado la carrera de Arquitectura y se había convertido en la arquitecta mejor pagada y reconocida que recuerde. Sus diseños eran impactantes, estaban cargados de emoción. Aquella niña que odiaba la Navidad y estaba enfadada con el mundo había encontrado la manera de plasmarlo en arte. Era egoísta, distante y racional pero siempre supe que dentro de ella había un sentimiento que necesitaba salir. Era como un volcán a punto de explotar y que jamás lo hacía. A veces era frustrante.

– No, también se me ocurre preguntarle cuándo es el entierro.
– El entierro es pasado mañana. Será en el cementerio en donde despedimos a mi madre. A las 12 a.m.
Clarisse, sí, ha pasado mucho tiempo y para mí no eres la Clar que solía molestarme en los locos días de veranos pasados, pero sabes que si necesitas cualquier cosa… Sólo tienes que llamar.

Paola siempre fue cordial, servicial y detestablemente preciosa. Durante mucho tiempo habían compartido la ropa, los accesorios, la vida y por alguna extraña razón Paola no albergaba rencor, al menos no lo mostraba en ese momento. Era exquisitamente honesta, espontánea e ingenua. Había enderezado su vida y ahora se dedicaba a vivir. Vivir, qué bonito es eso, ¿eh?

El aire estaba cargado de humor negro, de miradas que hablaban sin pensarlo y de palabras que ni sonaban.

-Creo que mi presencia aquí empieza a sobrar. Pasado mañana estaré en el cementerio. Te daré mi pésame y desapareceré .

Linds por el contrario era en cierto aspecto la antítesis. Le costaba abrir las compuertas de los sentimientos y cuando lo hacía esperaba no recibir dolor a cambio. Pero Clar eso no lo supo ver y cuando alguien le hace daño a una persona como Lindsay, no puede esperar cordialidad a cambio.

– Es un alivio para mí saber que estaréis. Simplemente que estaréis.

Y se fueron. Habían tardado diez años en verse y no fueron capaces de dedicarse ni un triste adiós. A veces, la vida nos da un sorbo de su limonada para respirar. A veces nos arrebata todo lo que teníamos y nunca nos lo devuelve, teniendo que construir nuevos peldaños para acercarnos a nuestros objetivos.

Porque hay comportamientos y maneras de actuar en la vida que no se entienden, son inexplicables. Comportamiento nefasto, malas maneras y falta de entendimiento. Muchas veces los cambios de comportamiento, de carácter, son la consecuencia de muchísimas cosas que han pasado, muchísimas heridas que han quedado abiertas, sangrando… se han ido acumulando y nunca se han zanjado. Y no se han zanjado no por no querer, no, sino porque no se ha tenido la capacidad para ello. Eran tres niñas atemorizadas ante el futuro que les esperaba. Ante las nuevas perspectivas. A fin de cuentas ¿qué podían reprochar Lindsay o Paola? Clarisse simplemente hizo algo que ellas también deseaban hacer y jamás hicieron.

Salir corriendo y equivocarse.

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