Con la casa a cuestas

Decían los tratadistas de arquitectura del Renacimiento que el origen de todo edificio era la cabaña, una construcción de palos surgida del aprendizaje de la naturaleza, pero para guarecerse de ella. Laugier, y después otros, insistían en ese carácter natural del edificio primigenio. Sea como fuere, parece ser que el ser humano siempre se las ha apañado, gracias a su ingenio, para habitar los lugares e irlos haciendo sociales poco a poco. A lo largo y ancho del mundo hay ejemplos admirables de edificios que se yerguen como supervivientes de su entorno. Pero, ¿qué hay de los desiertos, el ártico o el espacio exterior? Existe también una arquitectura que podríamos denominar “extrema”, capaz de hacer frente a verdaderos desafíos climáticos.

Halley VI es una estación de investigación en la Antártida, concebida para sustituir a su predecesor –Halley V- de veinte años de antigüedad. Sirve para proporcionar información acerca del decrecimiento de la capa de ozono, la composición química del aire, el cambio climático o la contaminación atmosférica. Pero su imagen futurista no sólo esconde un contenedor de tecnología, sino un refugio en toda regla. Aislada en medio de un horizonte helado, esta estación lleva reemplazándose desde 1956, una saga que comenzó tras la primera expedición a este lugar, denominada Halley Bay. Se trata de un conjunto que se mueve en una borrosa línea entre la arquitectura y en diseño industrial, en coordinación con las nuevas tecnologías.

El estudio Hugh Broughton Architects ganó el concurso internacional convocado para proyectar y construir esta estación autosuficiente, situada sobre una enorme placa de hielo a unos 1500km del Polo Sur. Halley VI, tan llena de diseño espacial como de retos científicos, ha llevado a la oficina inglesa a especializarse en este tipo de experiencias arquitectónicas extremas. Un proyecto de estas características es algo así como un “invento”, un experimento que ha de someterse a pruebas y que requiere la colaboración de profesionales de diferentes ámbitos. Sin duda parecería el encargo ideal para visionarios como Le Corbusier o Jean Prouvé, a menudo en el camino de la experimentación arquitectónica con materiales, sistemas de acondicionamiento y modulación, aunque salvando las distancias históricas. Solamente el enunciado que define a Halley VI suena ya a arquitectura imposible.

Esta estación es un laboratorio, a la vez que una vivienda cuyos habitantes oscilan entre los 16 en invierno y los 52 en verano. Además de las oficinas inherentes a las actividades científicas, hay dormitorios y otras zonas estanciales que satisfacen las demandas de confort de los residentes, situadas en el único módulo rojo de la serie. La estación es abastecida por barco cada tres meses, pero, en su interior, incluye también un jardín hidropónico, inspirado en los diseños de la NASA para sus vehículos espaciales. Este sistema permite el cultivo de plantas para uso alimenticio, gracias a la luz central y a la disposición circular de los cultivos.

La forma externa de Halley VI intenta prevenir la acumulación de nieve en la carcasa exterior, además de proteger el interior de temperaturas de -56C y vientos de más de 160kph. El completo estudio de los efectos de la nieve sobre los módulos se hizo con modelos a escala, instalados en la zona años antes, y que ayudaron a mejorar la aerodinámica y las características estructurales bajo el peso de la nieve y el empuje del viento. Lo que hace muy diferente a Halley VI de sus predecesores, además de la modulación, es la posibilidad de regular la altura de sus soportes hidráulicos según la cantidad de nieve acumulada alrededor.

La estación completa se concluyó en 36 semanas, que tuvieron que repartirse durante 4 años a lo largo de los veranos de la Antártida. Unas características climáticas tan extremas requieren de construcciones ensambladas, y que nunca dependan de procesos de fraguado de materiales. Antes de instalarse en su solar, estos módulos fueron montados en taller, incluyendo los sistemas de generación eléctrica y climatización. Todos se arman desde el centro hacia los extremos, levantando las piezas de cobertura con una grúa para su anclaje a la estructura de acero, un proceso que conlleva unas 7 semanas de trabajo. Las piezas de revestimiento se llevaron desde Cape Town hasta el lugar de montaje en un carguero, y tras su ensamblaje, el módulo completo era arrastrado por una bulldozer hasta el solar.

Halley VI no es el único ejemplo de arquitectura contemporánea en la Antártida, pero sí es el único estructurado en módulos. Esta disposición es muy ventajosa para la seguridad frente al fuego, la sustitución o el cambio de alguna de las partes. La condición móvil de esta estación, además de su sistema de funcionamiento sin emisiones, tiene el objetivo de producir el mínimo impacto posible en el inmaculado entorno. Asimismo, está contemplado en su diseño el proceso de desmontaje, llegado el momento, porque <<Halley VI es un visitante en la Antártida>>, como dijeron sus arquitectos, un edificio efímero, al fin y al cabo.

 

 

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