Transterrados

El camino es doloroso

El Judío Errante, la poriomanía o fuga psicógena, los esquizofrénicos ambulantes o peripatéticos, el síndrome de Stendhal, el síndrome del sur y el del norte, el síndrome de Jerusalén, el síndrome del retorno, los crónicos obsesivos del Camino de Santiago, los abuelos maleta y golondrina, el viajero imaginario, el síndrome de Munchhaüsen, la maldición inmortal de Butadeo, de Cartáfilo y de Ahasver, el Conde Saint Germain, el Holandés Errante… todos ellos son trastornos del viajar y del viajero. Pero ahora les toca su turno a los que van y vienen por el doloroso camino del desplazamiento, por las afiladas cuchillas del camino. Es la hora de los “transterrados”[1].

Todos esos apelativos designan diferentes sufrimientos que giran sobre un eje común: el de los padecimientos viajeros y migratorios. El efecto centrífugo del éxodo siempre reparte síntomas, limitaciones y necesidades. En unos casos se manifiestan como ansiedades ambulatorias, en otros como psicosis de los desplazados, en otros como depresiones de inmigrantes, etc. Todos son modos de expresión de los sufrimientos asociados al hecho migratorio. Son expresiones que dan fe de los efectos deletéreos que las presiones, exigencias, inadaptaciones, inclemencias e injusticias… producen cuando actúan sobre los seres inestables, inquietos, desasosegados y trans-humantes.

 

 

Otras veces las cosas son aun más crudas: es el hambre, la miseria, el peligro, la incultura, la marginación, el abuso, la violencia… lo que los hiere y espanta.

Ese es el paisaje de ese extraño e inhóspito país que llamaremos “Transtierra”, un país imaginario en el que viven esos seres “ulisíacos” que son los transterrados.

Está compuesto de idílicas colinas lejanas, que apenas se perciben entre las nubes de la nostalgia. Pasa por él un  río turbulento que nadie sabe a dónde va, aunque todos saben de dónde viene. Dejarse arrastrar por la corriente es arriesgado y azaroso, pero es la única opción. Después de llegados a algún punto, todos ansían regresar, pero ese es un incómodo sueño que pocas veces se hace realidad. Los que lo logran se convierten en “Ulises” que envejecen en su Ítaca natal al lado de los suyos. Los otros, los que nunca regresan, puede que perezcan víctimas de las turbulencias, o que logren llegar hasta un mar inmenso en el que vagar náufragos sin brújula ni destino, o, puede que logren llegar a ciertas islas extrañas, y encontrarse  con otros como ellos que tratan igualmente de sobrevivir aferrados a los restos del naufragio.

 

El destino es peligroso

Pero dejemos atrás noche y naufragio y tomemos tierra en el transtierro. Ese fenómeno se produce, en diversa manera y magnitud, todos los días en casi todo el mundo. La e-in-migración es un vaivén sin fronteras, sin papeles, sin patria, y cargada de riesgo, miseria y marginación. La psiquiatría, ciencia cotilla y esponjosa, también ha hecho de ello motivo de estudio. El objeto es la psico-pato-logia de la migración, el medio un mundo en marcha perpetua, donde el concepto de “Homo Viator” tiene más sentido que nunca, y las víctimas propiciatorias son los “transterrados”, gentes que van y se instalan, se empapan de lo que encuentran y ofrecen lo que llevan. Ese es el trasunto humano del “transterrrismo”.

Que las personas migren en pos de la modernización, la culturización, la democratización, es deseable, pero el esfuerzo humano, social, físico y psíquico que comporta hay que pagarlo. Que la globalización triunfe es la victoria social, que le duela a sus protagonistas es su precio.

Ese proceso está causando en unos mucho dolor y en otros mucho temor. En los primeros por tratar de derribar los límites artificiales entre países y culturas; en los segundos por intentar generar nuevas fronteras: físicas, administrativas y sociales.

El estímulo es el fatuo mercado universal que aumenta las expectativas y aspiraciones de los débiles, al tiempo que alimenta las barrigas de los ricos. Claro que al hacerlo también genera más hambre y ansias en las tripas de los pobres. Visto así, el asunto no parece tener solución. La consecuencia inmediata es esta especie de “locura” universal en la que nos encontramos.

La confrontación es entre ricos y pobres, entre mundos y submundos, entre opciones y limitaciones. Los opulentos, los poderosos, los sobrados se defienden bien pertrechados en sus impolutos castillos de mármol, mientras los débiles, los necesitados, los carentes les asedian desde sus frágiles pateras. Los fuertes temen debilitarse mientras los débiles tratan de fortalecerse, aunque el mayor peligro es que los débiles se debiliten aun más como consecuencia de sus inútiles esfuerzos y acaben matando a mordiscos y muriendo envenenados.

 

Del viaje al mestizaje.

No obstante, hay  que admitir que gran viaje de la “globalización” beneficia a muchas personas al permitirles participar de otras culturas distintas a las suyas, lograr mejores niveles de protección, más recursos sanitarios, más apertura intelectual, más lujo, y también más mezcla de memes y genes: el mayor mestizaje de la historia.

Pero la cuestión clave es cómo afecta este proceso a las personas y grupos más vulnerables. Si, por ejemplo, la persona que migra no conoce, acepta o se adapta a las normas culturales nuevas, por considerar que le apartan de sus raíces, o cualquier otro motivo religioso, cultural, político etc., se sentirá rechazado, amenazado o marginado en las nuevas condiciones de vida. Las consecuencias de la globalización inadecuada, según los casos, serán la aculturación, la asimilación, la deculturación, o el biculturalismo. Esos son los nuevos modelos psico-socio-relacionales que afectan a los transeúntes que se sienten transterrados sin llegar a superarlo, lo cual tienen notables consecuencias para su propia salud mental, y también para los que conviven con ellos.

Los investigadores tienen ahora una gran oportunidad. La globalización es un gran laboratorio psico-social. Como consecuencia de las migraciones se han descrito diversos tipos de trastornos psicopatológicos peculiarmente asociados a ellas, como los trastornos emocionales, las psicosis, las somatizaciones, etc.

 

Contemplarlos de cerca es fácil, hay muchos, analizarlos y comprenderlos es más difícil, aportar soluciones es realmente complejo. La globalización informativa y comunicativa permite estudiar de cerca el fenómeno, pero aun así resulta difícil predecir el impacto que la globalización tendrá en el futuro de las mentes humanas y sus formas de enfermar.

De forma esquemática, todo empieza con las experiencias premigratorias en el país de origen, con los altos niveles de morbilidad psíquica probables, que, aunque no bien establecidos, son presumible en las poblaciones de las que proceden los que migran.

A continuación estaría el propio proceso de selección para la emigración. En este nivel las habilidades o dificultades con el idioma, y los rasgos de personalidad jugarían un papel determinante, tanto en el impulso migratorio como en el nivel de riesgo psicopatológico.

Luego vendría estaría la propia experiencia migratoria. En este nivel, los acontecimientos vitales, la pérdida de soporte social, la ruptura de la identidad cultural y familiar, juegan un gran papel determinante en la aparición o no de desórdenes mentales.

Por último estaría la experiencia postmigratoria. En esta fase los principales factores determinantes de sufrimiento y patología son el estrés, la inadaptación, la discriminación, las dificultades económicas y el desarraigo.

 

 

En todos estos momentos un factor clave es el idioma. Su desconocimiento influirá en la adaptación al nuevo país y propiciará situaciones graves de estrés. Otro el empleo, dado que la migración forzosa conllevan que los trabajos sean de mala calidad, más desagradables, agotadores, peligrosos y peor remunerados, incluso para las personas que en sus países de origen hubiesen alcanzado altos grados de calificación, lo que afecta gravemente su autoestima. También es determinante la familia, tanto las características y expectativas de la familia que permanece en el país de origen, como las posibles vinculaciones familiares que se puedan establecer en el transtierro.

Otros asuntos importantes del proceso migratorio, como ya se dijo, son los fenómenos de aculturación, asimilación, deculturación o biculturalismo, que se concitan en la nueva situación social del emigrante. La aculturación ocurre cuando individuos de distintas culturas permanecen en contacto continuamente, produciéndose cambios insensibles en la cultura original, modelada por efecto del transtierro. En la asimilación existe un grado alto de integración con la desaparición, y pérdida de las diferencias culturales, pero también de los propios soportes tradicionales. En la deculturación el rechazo de la nueva sociedad, e incluso de la propia, conlleva la pérdida de identidad y apoyos subjetivos, y un alto riesgo de aparición de trastornos mentales. El biculturalismo sería la mejor opción, pero no está exenta del riesgo de una cierta disociación y de que la asimilación parcial a ambas culturas acabe produciendo un aislamiento bicultural.

 

A modo de síntesis:

España es un apéndice de Europa en el que todo lo anterior ha sucedido y está sucediendo. Nuestros abuelos y nuestros hijos fueron y son protagonistas de historias semejantes. Nuestros nietos serán los que disfruten o sufran las consecuencias de todo ello. Y hay muchas otras tierras semejantes, en Europa y en América, en África y en Asia, en Oceanía y en los polos helados. Toda la tierra planetaria está llena de rutas y destinos. Plagada de emigrantes e inmigrantes, toda ella a punto de llenarse de transterrados.

En definitiva, estamos ante un fenómeno complejo e intemporal, tal vez cíclico, pero ubicuo y ubiterno. Forma parte de la naturaleza de esta esfera de agua apenas habitable. Ahora es más intenso, quizá, o tal vez solo lo es porque podemos contemplarlo en directo y en diferido. Se está gestando ante nosotros un nuevo mundo mestizo lleno de complejidades y riesgos, de esperanzas y miseria, un laboratorio enorme en el que las cobayas son los propios seres humanos.

El resultado final está enorme agitación, sea migración o destierro, está por ver, pero el proceso se está acelerando tanto que no tardaremos en tener noticias sobre sus consecuencias. No tendremos que esperar a que la lentitud evolutiva elija a sus descendientes exitosos. El proceso es veloz e imparable, por muchas cuchillas que pongan en las alambradas de Ceuta y de Melilla.

Pronto el mundo habitable será nuevo lugar lleno de mestizos y transterrados. Puede que felices, puede que enfermos, quizá más fuertes y más fértiles, o quizá más extenuados y estériles. Ya se verá.

Estamos pues ante uno de los grandes dilemas de la historia humana, uno de esos momentos críticos en la evolución bio-psico-social de la humanidad, que nos obliga a detenernos y reflexionar, a adoptar decisiones inteligentes y sensatas, o de lo contrario, pase lo que pase, para bien o para mal, los protagonistas nos lo darán hecho.

 



[1] No sabemos quién ha inventado esa palabra. Hay quien dice que el primero fue José Gaos, en 1947, a propósito del exilio que muchos españoles sufrieron en México tras la guerra civil. Lo cierto es que al autor de este libro se le ocurrió una noche de insomnio, mientras permanecía atentamente ansioso a lo acontecimientos que la radio transmitía en directo desde la valla de Melilla. Es evidente que esa palabra ya se le había ocurrido antes a otros, y sólo la incultura del autor justifica su desconocimiento. Por si acaso alguien se da por aludido hay queda mi reconocimiento de deuda.

 

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