Bradlee, un periodista de raza

Hay gente que tiene la habilidad y la fortuna de pasar por épocas muy procelosas y aparentar no haberse dejado manchar por ellas, manteniendo hasta el final un carácter optimista, una conversación muy relajada, muchos amigos influyentes y la sonrisa de los que se sienten muy seguros en la vida aunque hayan cumplido muchos años.

Esto tiene más mérito si se ha sido periodista justo en el centro del poder, en Washington, durante la guerra fría, conviviendo con Hoover, Mc Carthy, Nixon, los Kennedy, la Mafia, y otra mucha gente con los colmillos muy afilados que no solían andarse con chiquitas a la hora de defender sus intereses y a los que la verdad y la libertad de prensa no debían ser conceptos que les quitaran el sueño.

Sin embargo Ben Bradlee parece haber pasado intacto por esos tiempos y siempre será recordado como el periodista incorruptible que destapó el escándalo Watergate, referencia del periodismo independiente que siempre busca la verdad a pesar de todas las dificultades y aunque haya que correr algunos riesgos o enfrentarse al poder establecido. Algo que se tiene la sensación de que casi ha desaparecido en estos tiempos turbulentos donde la prensa independiente cada vez parece más amenazada por poderes que tratan de usarla en su propio beneficio.

Pero, aunque apetezca creerse un relato como ese, sólo basta pensarlo un poco para que asalten algunas dudas porque, incluso en su admirada época Kennedy, los métodos que se usaban desde el poder no eran precisamente transparentes, ni buscaban precisamente que la verdad prevaleciera sino más bien al contrario. Sin embargo él parece ese director de periódico que encarnaba Cary Grant en “Luna nueva“, alguien fresco, con recursos, con manga ancha, siempre optimista y dispuesto a disfrutar del oficio aunque tuviera algunos contratiempos.

De familia bien de Boston, estudió en Harvard donde conoció a JFK, estuvo en la inteligencia naval durante la guerra del Pacífico, colaboró con la CIA, y por fin, tras pasar por Newsweek, terminó en el Washington Post donde se pasó toda la vida. Una biografía que sin duda es todo un éxito.

Hoy ha muerto a los 93 años. Un periodista de raza con el que hubiera sido muy agradable cenar alguna noche para hablar de los viejos tiempos.

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