El sendero infinito de la inteligencia

El moho mucilaginoso de la especie Physarum polycephalum posee inteligencia. Si se le sitúa en un extremo de un laberinto y en otra parte muy distanciada de él se le coloca alimento tiende a optimizar su recorrido para alcanzar la meta. Su precisión matemática es tal que hay grupos de investigación que lo están utilizando para mejorar las redes de metro de ciudades como París, Londres o Nueva York.

Otro fenómeno sorprendente es el de la timidez botánica. En los bosques, las copas de los árboles tienden a dejar espacios que permiten que una mayor intensidad lumínica llegue al suelo. Aún no se han esclarecido los mecanismos, pero la investigadora canadiense Suzanne Simard y su equipo dicen haber encontrado un comportamiento aún más singular en una especie de abetos de Norteamérica: estos árboles utilizan los rizomas para transferir alimento y hongos con los que efectuar simbiosis a especímenes más jóvenes. No a cualesquiera de ellos, sino con preferencia a sus descendientes genéticos. En plantas, son multitud los casos comprobados. La inteligencia es, de nuevo, propiedad de toda o de buena parte del mundo vegetal, como lo es de los animales y de nosotros mismos.

En medio de una polémica en el seno de la biología que continúa siendo encarnizada, antropólogos como Jeremy Narby fueron pioneros en una investigación que se consideraba tabú en el pasado siglo. Durante su doctorado, el canadiense viajó a la selva amazónica peruana para investigar la gestión de tierras de cultivo de las tribus perennes de la zona. Como en la actualidad, existía ya un conflicto entre el Estado y estos pueblos ancestrales por la propiedad y uso de los recursos naturales circundantes. Su estancia con los lugareños cambió su visión de la antropología y el objeto de su tesis. En el Amazonas aprendió que es posible que existan otras vías de acceso al conocimiento. De entre todas sus ponencias, disertaciones y artículos al respecto destaca el ensayo La serpiente cósmica, que publicó la editorial Errata Naturae en castellano hace unos años, que causó furor, inquietud y rechazo a partes iguales.

La editorial madrileña ofrece a los lectores hispanoparlantes la segunda parte del trabajo que hizo famoso a Jeremy Narby, El misterio último. Las páginas de este breve ensayo con un cuerpo de apenas ciento noventa y siete páginas, notas excluidas, son deliciosas. Narby lo escribió, en gran medida, como respuesta a los detractores que desde el mundo académico leyeron su anterior libro. Una de las grandes cuestiones que más molestaron fue la de la inteligencia. ¿Acaso un rasgo que es tradicionalmente atribuido al ser humano puede estar presente en otras especies? ¿Qué es la inteligencia, una cualidad que poseen ciertas especies tras un largo proceso evolutivo, una distinción en relación al ambiente de quien la posee o una participación de un algo superior?

La cuestión, que sigue planteada y abierta en la filosofía desde la época clásica griega, mirado desde el prisma occidental, y desde bastante tiempo antes a través de perspectivas como las herederas del vedismo indio, queda sagazmente replanteada por Narby. Escoge limitarse a su labor como antropólogo y aplica sus propias limitaciones científicas. Es decir, en El misterio último hila con gran frescura narrativa su investigación, sus datos y sus conclusiones basada en su trabajo de campo con hechos comprobados que demuestran que características que desde el legado aristotélico han sido aceptadas como patrimonio exclusivo del ser humano son, en realidad, expresiones comunes a la totalidad de los seres vivos. Varía, claro está, el grado en que rasgos como la inteligencia se manifiestan en esta o en aquella especie y el código con el que se expresa, habitualmente diferente al nuestro.

Narby acude a la naturaleza como respuesta. Sitúa al lector frente a insectos con comportamientos muy astutos, aves muy despiertas, plantas y árboles que se comunican entre sí y miembros del reino fungi que capaces de establecer cálculos precisos y previsiones a largo plazo. A la riqueza dialéctica del autor de este ensayo se une la profundidad de su investigación científica y la variedad de ejemplos. La agudeza reflexiva queda ligada con meticulosidad a la exposición de casos reales que se hilan con su obra anterior. El resultado es un libro inteligente, que se disfruta sobremanera y que otorga la posibilidad de que el lector atienda o se incorpore al debate de una cuestión milenaria que hoy en día, de la mano de los últimos trabajos en botánica y en el discutido campo de la neurociencia vegetal, están configurando una nueva mirada sobre los seres vivos que nos acompañan en nuestro recorrido por la existencia.

La edición que ha realizado Errata Naturae sobre El misterio último, en cómoda tapa blanda y papel de gran calidad, une sus esfuerzos a este luminoso ensayo. Si se atreven a recorrer los caminos de la inteligencia, adelante, este ensayo les ofrecerá horas de entretenida lectura y la oportunidad de profundizar en uno de los mayores misterios de la vida biológica. No se lo pierdan.

Ficha:

El misterio último
Jeremy Narby
Traducción de Silvia Moreno Parrado.
Errata Naturae, Madrid, 2023. 312 páginas. 22 euros.

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