El caso de Antonio Bonet Castellana (Barcelona 1913- Barcelona 1989) resume en buena medida el destino de la emigración cultural, sostenida tras y durante la Guerra Civil española. Y prolonga además una cierta extrañeza por el silencio verificado en 2013, año del centenario del nacimiento de Bonet, junto a otros arquitectos (Fisac, Coderch y De la Sota), que contaron con mayor visibilidad y con otra suerte de celebraciones.
No así Bonet, que puede que a estas alturas siga siendo un perfecto desconocido, a pesar de sus méritos notables. Parte del desconocimiento deriva de su larga ausencia en el exilio, que duró desde 1936 a 1963. Primero, con la Guerra iniciada, residente en Paris, donde colabora en el estudio de Le Corbusier, y donde coincide con Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy. Y puede que esta razón de la nacionalidad de estos últimos compañeros, justifique su traslado a Uruguay y a Argentina. Donde junto a ellos creó la silla BKF (Bonet/Kurchan/Ferrari, conocida como ‘Silla mariposa’) y fundó el Grupo Austral en 1938.
Una suerte, el Grupo Austral de filial local de los CIAM, en recuerdo de sus años de formación, cuando se sumó al IV Congreso del CIAM, en el barco Patris II, entre Marsella y Atenas. Donde finalmente se elaboró ‘La Carta de Atenas‘ dogma programático sobre el Urbanismo Moderno. En esa travesía pudo conocer, entre otros, a Alvar Aalto, a Le Corbusier, a Sert, a Van Esteren o a Sigfried Giedion. En esos años aún Bonet, llegó a participar en el GATCPAC, de la mano de Josep Lluís Sert y de Torres Clavé.
Josep Lluís Sert y Antoni Bonet fueron de hecho, en dos etapas muy próximas y consecutivas, los mejores representantes del Movimiento Moderno entre los arquitectos españoles con mayor cultura internacional y con una sensibilidad extraordinaria. Circunstancia que les permitió elaborar la evolución de los iniciales dogmas racionalistas del ‘Estilo Internacional‘, hacia la reintegración crítica de las realidades locales, las tradiciones constructivas propias, así como el complejo de referencias que deriva de la tipología de la ‘Casa mediterránea’.
Su estancia en Argentina y en Uruguay, era recordada en el diario porteño ‘Clarín‘ por Juan Décima, con motivo del centenario de su nacimiento, quien hacía notar la relevancia de Bonet en la evolución de la arquitectura de esos dos países. Donde dejó muestras de su trabajo tanto proyectual, como de animador cultural desde el citado Grupo Austral, en el que se abogaba por difundir los ideales modernos de la arquitectura, o en palabras de Jorge Liernur en su libro ‘La red Austral’, por crear “un instrumento de difusión y agitación, dirigido a las autoridades y a la opinión pública“.
Su producción rioplatense, como fija Décima, cuenta con numerosos ejemplares de interés, como los conocidos ‘Ateliers‘ de Suipacha y Paraguay, en Buenos Aires, el edificio Terraza Palace, en Mar del Plata, y la Casa Oks, en la localidad de Martínez. Su obra, sigue el texto citado, “en la década del 40, opera con una tensión entre la racionalidad propia del Movimiento Moderno y las influencias surrealistas que obtuvo a través de su trato con los pintores Salvador Dalí y Joan Miró, además del chileno Roberto Matta, a quien conoció en su paso por el estudio de Le Corbusier“.
Entre 1945 y 1948 Antonio Bonet se dedicó a proyectar y construir el conjunto residencial de Punta Ballena, en el Departamento de Maldonado, Uruguay, una urbanización en un área de 1.500 hectáreas con forma triangular, cuyos lados son la sierra de Las Cumbres, el lago Sauce y el mar oceánico, y en la que se había plantado un gran bosque de pinos, eucaliptos y otras especies, con la finalidad de fijar el suelo contra la erosión del viento de Levante. Y donde Bonet ensaya diferente soluciones residenciales en un entorno privilegiado, retomando esquemas simples herederos de tradiciones constructivas populares españolas.
Además de esas características del paisaje natural destacado entre Punta Ballena al Oeste y el promontorio contrario al fondo de la Playa de las Delicias, Punta del Este, una rara casualidad hace que el paralelo exacto de Punta Ballena, coincida en el hemisferio norte con el paralelo que pasa por el eje del Mediterráneo; con lo cual se intuye una cierta continuidad entre el Mediterráneo y los baldíos y playazos de Punta del Este a Punta Ballena. Como luego pasará con el trabajo posterior de la Casa Gomis, conocida como ‘La Ricarda‘ trasvasando las experiencias americanas a Cataluña, que se cerraría en 1963 año de su retorno.
El proyecto para la urbanización de Punta Ballena en Uruguay, parte de un espacio aparentemente natural pero creado artificialmente bajo la dirección de Antonio Lussich, donde Bonet “hará talar después de un concienzudo estudio, el justo número de árboles de la plantación masiva anterior, logrando así el que un nuevo elemento, la luz marina, penetre y se fusione con el bosque”. En un esfuerzo por comprender el lugar y situar la arquitectura como parte de él, y en una reflexión sobre el valor cultural del paisaje, antes de las transformaciones que vendrían después y hoy visibles en la Rambla William o en el Avenida Gordero.
La Casa Berlingieri traslada, consecuentemente, una experiencia de construcción mediterránea, como fuera la de la bóveda catalana, al hemisferio Austral. Y así, en esa obra, fue donde Eladio Dieste ensayó por vez primera su concepto de bóveda de cerámica armada, de largo uso posterior en Uruguay. Aunque la visión final, de la casa concluida tenga más de un deje colonial británico, que el aroma de la pura expresividad expansiva del Mediterráneo. El planteamiento prolongado más tarde en la Casa Gomis, formula una definición de piezas aisladas concebidas casi de forma autónoma, donde se configuran las funciones fundamentales de la vivienda, quedando conectadas por el entramado de galerías, solanas, verandas y corredores. Dotando a estos espacios de relación y articulación, de un carácter superior al mero tránsito, y transformándolos en elementos que prolongan las funciones propias del habitar, al aire libre.
Es decir frente a la esencialidad abstracta, acristalada y cerrada, de algunas soluciones vistas ya en estas páginas de Hypérbole (Ville Savoye o casa Farnsworth), la opción de la articulación espacial en el medio natural y su carácter de camuflaje camaleónico. Aunque en todos los casos citados como alternativos y contrapuestos, haya una precisa vinculación lineal y esencial con el paisaje circundante. Incluso el acristalamiento masivo, como viéramos ya en la ‘Glass House‘ de Johnson, ocurre con la pieza de Bonet La Solana del Mar: una formalización abstracta y mineral que no impide esa extraña mediación del paisaje reflejado en el vidrio para configurar la visión de la arquitectura que se quiere apropiar del natural circundante.
En La Rinconada se tomó, por otra parte, una de las fotografías más célebres de la arquitectura española levantada en Uruguay, que nos muestra a una figura femenina en el balcón lateral de la casa. Mirando al mar, con viento a sus espaldas, que empuja la falda y los cabellos y agita el aire. La mujer es Ana María Martí, esposa de Antonio Bonet. La imagen es, desde luego, emocionante, y demuestra que bastan con pocos elementos arquitectónicos para extraer el máximo potencial expresivo de un lugar, para que deje de ser un risco abstracto y seriado, junto al mar como tantos otros que hay en la naturaleza, y se convierta en un lugar único y especial.
La Gallarda, por otra parte, construida por Bonet para Rafael Alberti y su familia, fue desde siempre un lugar de encuentro de los exiliados españoles que recalaron por estas latitudes tras el fin de la Guerra Civil. En su libro ‘Poemas de Punta del Este’, describe el cuarto de trabajo que había montado cerca del mar, donde se sentía vital y lleno de entusiasmo. “Siempre me suelo levantar y, sobre todo aquí, en los pinos del Este, antes del alba. Así, a las 10, cuando ya he ganado, trabajando, cinco horas de vida, muchos siguen durmiendo y otros comienzan. Porque son los gallos y no la luna los que iluminan de alegría el papel de mi primera palabra. Y porque, de la neblina del amanecer, se va desprendiendo, poco a poco, la neblina del poema”. Los habituales de La Gallarda eran Margarita Xirgú, Enrique Amorín, los argentinos Oliverio Girondo y Manuel Mujica Laínez, el pintor brasileño Cándido Portinari y el chileno Pablo Neruda.
Y aquí en este complejo de edificaciones residenciales junto al Río de la Plata y tocando el Océano Atlántico, junto a Playa Brava y Playa Mansa, se teje un discurso de la memoria y de la continuidad de ciertas formas esenciales construidas. Unas formas elementales que retoman elementos constructivos primarios y una ordenación donde se habilita el sueño posible de las dos orillas.
Qué gran artículo y cuánta información desconocida nos aporta a quienes vivimos en la zona y pasamos por alto la historia de construcciones con las que convivimos. Gracias!