Arquitectura y Playboy

La reciente muerte de Hugh Hefner (Chicago 1926-Los Ángeles, 2017) fundador y patrón de la, otrora famosa, revista Playboy, ha sido recensionada en esa dimensión estricta de la liberación sexual de la postguerra americana y del universo de las chicas deseables que pululaban por sus clubes. Básicamente, se ha rememorado a Hefner desde las plataformas periodísticas desplegadas en 1953 y, más tarde con las herramientas recreativas en sus clubs y sus programas de televisión. Incluso con el logo del conejo diseñado por Art Paul y las afamadas ‘Varga girls’ del dibujante peruano Alberto Vargas.

 

Una liberación visual, que cuenta con partidarios y detractores. Cosificación, para algunos, merced al posado fotográfico de las bunnys o conejitos, que jugaban a ser la afamada Playmate de los meses sucesivos. Y liberación para otros, en el seno de un país puritano, como Estados Unidos, en el que la guerra de las costumbres siempre ha estado en primera línea. De la España de los sesenta y setenta, ni hablamos, en la medida en que las revistas de adultos (como las llamaban eufemísticamente) eran carne de censura y pura prohibición.

En el debate sobre los contenidos de Playboy, que siempre los hubo entre partidarios y detractores, hay que hacer constar que pese a la denostada frivolidad de los desnudos entrevistos y al desfile de lencerías de fantasía, no todo era carne mortal o carne angelical. Junto a ellos solían aparecer entrevistados y colaboradores de altura, desde García Márquez a Roald Dahl, desde Ian FlemingRay Bradbury, desde Vladimir NabokovNorman Mailer. Y es que la revista tiene una larga y loable tradición literaria, ya que ha publicado cuentos y relatos de autores reconocidos como John Steinbeck, Jack Kerouac, Arthur C. Clarke, Margaret Atwood y Haruki Murakami. Por eso, la afirmación de Hefner, de que su revista sin las chicas, sería sólo una revista literaria.

 

La otra dimensión que puede rastrearse en los contenidos de Playboy, es la presencia de unas imágenes diferentes y alternativas de la decoración y de la arquitectura interior que se deslizan por sus números. Reflejando cómo una moral nueva y permisiva en lo sexual, demandaba una nueva espacialidad y un nuevo tratamiento de la espacialidad y del diseño de interiores. Sin que esto pueda ser entendido como la pretensión de levantar un manifiesto arquitectónico del hedonismo o del erotismo por parte de Hefner y su entorno creativo.

Piénsese que la tradición del Movimiento Moderno, es decir las arquitecturas de entreguerras que son conocidas como las Vanguardias históricas, despiden un aroma de cierto puritanismo ideológico y de cierto esquematismo formal. Las cajas blancas, las formas aplanadas y esquemáticas, y el rigorismo formal de estirpe centroeuropea no parecían un estandarte visual adecuado para el universo de valores desplegado por Hefner y su revista erótica. Como años más tarde fijaría críticamente Tom Wolfe en su trabajo ‘Quien teme al Bauhaus feroz’, ya comentado en estas páginas.

 

Habría que esperar las aportaciones de los primeros años cincuenta que procedentes, tanto de California como de Brasil, darían bazas argumentales para la sensualidad complacida y construida del universo Play boy. Las imágenes, más cálidas y sensuales, tanto de Neutra, Frey, Niemeyer, Koenig, Stewart Williams o Lautner, componen repertorios formales más ajustados al deshielo en curso. Un deshielo no sólo propio de la Guerra Fría de esos años, sino también aplicable en el cine (tras el código Hays y la Caza de brujas), la literatura y la arquitectura. Sin que, con todo lo afirmado, pueda entenderse que exista una contradicción en el caso del club Playboy de Londres, diseñado por Walter Gropius en 1966, primer director de Bauhaus y, por ello, legítimo representante del rigorismo formal primerizo. Pero ese Gropius que proyecta el Playboy club, ya llevaba asentado en Estados Unidos largos años y sus formas construidas se habían relajado.

La particularidad de los estudios sobre este campo de la Arquitectura y Playboy, ha despertado curiosamente más interés femenino que masculino. Como revelan los trabajos de Beatriz Colomina y de Beatriz Preciado. La primera responsable de diferentes trabajos de la Domesticidad en guerra, concluyó como no podía ser de otra forma, con el estudio (y posterior exposición) de ese campo de relaciones formales. De igual forma que Beatriz Preciado, con el trabajo ‘Pornotopía: arquitectura y sexualidad en Playboy durante la Guerra Fría’. (Finalista del Premio Anagrama de Ensayo de 2010) viene a detener la mirada en esos hallazgos singulares. Preciado planteaba, por ello, cómo Hefner revolucionó primero la sexualidad y, después, la arquitectura americana levantada durante los años de la Guerra Fría. Aunque ese carácter de impulso transformador, pueda sostenerse también en universos paralelos, como los grafismo de Saul Steinberg, las películas de Douglas Sirk o las portadas de New Yorker del dibujante Sempé.  Sosteniendo, además, que Hefner fue un visionario en muchos aspectos, no sólo transformando el recinto cerrado de la pornografía en amplia cultura de masas; sino ideando y moldeando a través de las páginas de su revista al imaginario de un nuevo hombre moderno, el perfecto soltero consagrado a una vida de ocio y consumo selectivo. Un ideal del hombre nuevo americano, coincidente en muchos aspectos de la seducción y del impulso decorativo, con el levantado por Ian Fleming bajo la capa de James Bond, quien exhibe su tarjeta de socio en la película ‘Diamonds are forever’ de 1971. Tal vez un ‘Mad men’ anticipado.

 

A juicio de Leticia Blanco, en su comentario sobre el trabajo de Preciado, hay cinco pistas para entender cómo el dueño del imperio Playboy se convirtió en “un Platón moderno en una caverna porno que anticipó la arquitectura del espectáculo, la tele-realidad y agitó la bandera de la liberación sexual masculina mucho antes de que el feminismo lo hiciese con las mujeres”; a saber: Hombre soltero, apartamento propio, chica cercana, mobiliario relax y mirada penetrante.

Y es que frente a la narrativa recurrente del American dream, de familia risueña del extrarradio y de la periferia feliz, Playboy proponía una utopía paralela: “el imperio del soltero en la ciudad”, como años más tarde haría el diseñador y modisto Tom Ford con su película A single man. Un universo sofisticado, poblado de cócteles dry Martini, equipos de alta fidelidad y áticos con mueble-bar de diseño en los que todo podía suceder. Para Preciado además, Playboy inició “la revolución masculinista que permitía a los hombres disfrutar de su soltería urbanita por primera vez sin miedo a ser tachados de homosexuales”. Hefner, por otra parte, se apropió del ‘a room of her own’ de Virginia Woolf y de la reivindicación del espacio propio como vía a la emancipación del discurso feminista. Playboy exhortaba desde sus páginas a la colonización masculina del espacio doméstico, hasta entonces territorio estrictamente femenino. O el calculado interiorismo-relax de los apartamentos de soltero como el perfecto espejo de un modo de vida diferente y hedonista. Los reportajes de Playboy introdujeron al lector en un nuevo mundo tecnificado y desinhibido de muebles curvos y flexibles de Ray y Charles Eames, de sillas orgánicas modelo Tulipán de Saarinen y de un sinfín de equipamientos sugerentes y poco rígidos, como la nueva sexualidad emergente: mamparas correderas de aluminio, cortinas translúcidas de silicona, mini bares iluminados giratorios y armarios colgantes contrachapados. El sofá abatible y la cama redonda se convirtieron en sinónimo de sexo instantáneo, gratificante y sin compromiso.

 

Otra cosa diferente será precisar el alcance real de tales horizontes domésticos, relatando el paso del papel cuché a la vida misma. Pero ese debate será similar al que pueda producirse entre el imaginario de revistas de Arquitectura y Decoración y su influencia en la vida cotidiana. Con la salvedad de que la primera traslación, de Playboy a la vida privada de sus lectores, aparecía acompañada de otros ingredientes. De igual forma que hay que advertir que, a medida que se extienden las conquistas de moral sexual y de libertad de costumbres, el carácter innovador de los primeros momentos del universo visual de Playboy, lentamente va encallando en otros mares más convencionales y tópicos de cierto acomodo social y estético.

 

La idealización propuesta por Hefner alcanzaría, consecuentemente, sus cotas máximas con el programa de televisión ‘Playboy Penthouse’. Un programa rodado en un plató que copiaba la sala de estar de la Mansión Playboy y que anticipaba formatos venideros de intervención en los mass media: de lo político a lo social. Una mansión recargada en parte, y ya perdidas las buenas intenciones iniciales de desnudez e innovación, que según Preciado, fuera “el primer burdel multimedia de la historia”. Un burdel total y expansivo que condensaba lo que siglos antes había esbozado el mismísimo marqués de Sade, en su trabajo ‘La filosofía en el boudoir’. No sólo eso. Los programas que luego siguieron desfilando, como ‘The Girls of the Playboy Mansion’, concebido como el templo de “la sobreexposición, la vigilancia y la producción de placer”, pueden verse hoy como el precedente de Gran Hermano y el consecuente de Justine y el infortunio de la virtud. Tan orwelliano como televisivo.

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Muy bueno. Empecé el libro de Beatriz Preciado (ahora ha cambiado de género oficial y se llama de otra manera) y me pareció una conspiranoia foucaultiana, pero quizá tuviera razón…

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