Yo opino

Fotografía Erwin Olaf

Las opiniones humanas cada vez me merecen menos respeto. Sí ha leído bien, no me merecen respeto porque las opiniones son pensamientos débiles, nada que ver con la certeza de la fe o la fortaleza de la ciencia. Opiniones las hay para todos los gustos, según y cómo, propias y ajenas, dadas o pedidas, individuales o colectivas. A veces son muy cambiantes, laxas, como veletas que se mueven con el viento emocional, y otras rígidas y testarudas, insensibles a las informaciones u observaciones. En algunas circunstancias las opiniones son tan frecuentes y vehementes que llegan a convertirse en una especie de pensamiento colectivo sobrepuesto al individual. En nuestro país las opiniones son tan habituales que llegan a convertirse en un medio de vida, un trabajo, un estilo de comunicación. Hay quien llega a opinar que opinar es un derecho constitucional, una parte esencial de dignidad humana.

 

Fotografía Erwin Olaf

Pero opinar no es nada de eso, es tan solo una forma de pensar que obliga y compromete al que lo expresa. Le obliga a informarse con conocimientos y saberes, a ser flexible como un árbol y no voluble como una veleta, a no confundir opiniones con emociones o creencias, a ser consecuente con ellas, y a respetar y ser tolerante con las opiniones de los demás.

 

Fotografía Erwin Olaf

Pero todo esto sucede más bien poco, porque nos han dicho tantas veces que tenemos derecho a opinar lo que queramos que lo hemos convertido en un derecho sin deberes, y tenemos la mente hecha un lío, y no sabemos discernir entre lo que opinamos, creemos, queremos o sabemos, sobre todo cuando las opiniones se mezclan, en un contexto de intensa opiniología colectiva, con asuntos pasionales, como patria, religión, fútbol o política. En esas circunstancias es frecuente que las opiniones se cristalicen inflexibles, pero frágiles y cortantes, o bien que cambien acomodaticias o caprichosas. Incluso hay quien se aprovecha de ello y usa el estado de opinionismo colectivo para infiltrar subrepticiamente, o imponer interesadamente, sus propias opiniones o fines.

 

Fotografía Erwin Olaf

Por todo eso opino que las opiniones, incluyendo las mías, no deben ser respetadas, sino criticadas. Lo que sí son respetables, y es muy importante no olvidarlo nunca, son las personas que tenemos y expresamos opiniones.

 

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