Hay quien dice que lo masculino y lo femenino conviven dentro de nosotros no solo en lo biológico sino también en esos roles sociales que podemos expresar en cada época histórica, con muchas variaciones, cualquiera de los dos sexos. Elisabeth Badinter decía en “La identidad masculina” que el gran cambio hacia la igualdad podría consistir, sobre todo, en que hombres y mujeres asumiéramos lo mejor de los roles históricos, cuya posibilidad late dentro de nosotros, y fuéramos capaces de integrarlos y expresarlos de una nueva forma, según nuestros deseos, con respeto y sin limitaciones debidas a desigualdades impuestas. De tal forma que, en mujeres y hombres, no tendría que haber contradicción entre valentía y ternura, afán de aventura y gusto en el cuidado de otros; entre ambición y empatía, entre posibilidad de intervención en el espacio público y goce de la esfera privada. Incluso podría existir la posibilidad de diluir de manera inteligente la tensión, no resuelta en nuestra cultura, entre sexualidad, afectividad y reproducción. Relaciones complejas, flexibles e inteligentes entre individuos sexuados.
Kate Hepburn fue una mujer que se adelantó a su tiempo. Era bella y atlética, valiente y ambiciosa pero tierna, inteligente y decidida, capaz de saltarse reglas y de ser leal, capaz de amar de muchas maneras a hombres distintos a los que nunca se ligó del todo, porque siempre supo que la única ayuda verdadera solo la podía recibir de las mano que estaba al final de su brazo.
En esta tarde de lluvia se puede ver un documental sobre su vida y luego elegir entre varias versiones de una gran mujer que nunca se sintió inferior a un hombre. Esa mujer que queda reflejada en tantas de sus películas donde su carácter se transparentaba. Por ejemplo en “Summertime”, donde Venecia luce tan bella en los 50 o “La fiera de mi niña”; “La costilla de Adán”, “La reina de África” o “Adivina quien viene esta noche”. Tantas que quedan para ver otro día cualquiera, cuando apetezca celebrar las posibilidades de la vida…