Conocidos los premios de la 16 Bienal de Arquitectura de Venecia otorgados el pasado 26 de mayo, algunos observadores y otros críticos, estarán en disposición de extraer su propias conclusiones de un certamen que nacía bajo la rúbrica ¿afortunada? de Freespace y que han comisariado las arquitectas irlandesas Yvonne Farrell y Shelley Macnamara de equipo Grafton Architects, que eluden la conflictividad actual del espacio público y todo lo confían a “la luz y el espacio: lo básico”.
Hay que hacer constar que, desde su aparición como sección autónoma en 1980 aunque las celebraciones de las Bienales de Arte tuvieran lugar desde 1895, las distintas convocatorias de la Bienal de Arquitectura han estado promovidas bajo un referente y bajo la batuta de un comisario que imprime un carácter decisivo; tanto como un director imprime carácter decisivo y personal a una orquesta y a la propia partitura interpretada.
Referentes o eslóganes de los certámenes sucesivos que ha imprimido un carácter más llamativo y propagandístico que decisivo en la pretendida reflexión sobre el estado de la Arquitectura global y globalizada, y que han pretendido realizar tanto un diagnóstico como formular una presentación del estado de cosas de ese territorio agrupable bajo la institución de la Arquitectura.
Y así desde la primera convocatoria de 1980, convocada bajo el lema La presencia del pasado y comisariada por Paolo Portoguesi, hasta las convocatorias de principio de siglo: Más ética y menos estética de 2000, Next en 2002 y Metamorfosis en 2004 dan cuenta de las mutaciones y diversificaciones que puede producir la cultura arquitectónica. Mutaciones y metamorfosis que hicieron anotar a Vicente Verdú en 204 que la Biennal “ha venido a ser como la aparición de una nueva especie arquitectónica; el resultado de una metamorfosis anidada más o menos silenciosamente al calor del ordenador, la música, los materiales sintéticos, el reblandecimiento de los valores, la hibridación cultural, la economía intangible, el imperio de la feminidad, los media, el capitalismo de ficción”. Kurt Forster, director de la Bienal 2004, aclaraba que “la arquitectura está atravesando una transformación profunda, porque tal vez otras áreas de la sociedad también están cambiando”.
Transformaciones que el cobijo nominal de esa convocatoria, bajo la rúbrica de Metamorfosis señalaba tanto en sus raíces mitológicas como en las científicas. El mismo Foster aclaraba que: “Las transformaciones [de la Arquitectura] son como las del ser vivo al cual le cambian los cabellos y el color de los ojos. Así es la arquitectura de hoy: cambia todo, cambian sus funciones y cambia el funcionamiento interno, como en la vida porque no todo puede estar completamente programado”.
Y es que el carácter de muestras, Bienales, Certámenes, Exposiciones, Trienales, convocatorias universales y similares, traza una estela paralela, pero no coincidente, con la propia naturaleza de las disciplinas convocadas: ya sea el cine, las artes plásticas, la moda, los automóviles o la arquitectura. Y es que estas estructuras veces, funcionan como un termómetro que mide la temperatura exterior; y en otras son sólo un espejo, fiel reflejo de lo reflejado pero ya abstraído y enmarcado. Baste interrogar la secuencia de premios y memorias otorgados en todos esos certámenes advenedizos, para dibujar la contra-silueta de la propuesta o del reclamo de la convocatoria. Como ocurre, por otra parte en los Premios Pritzker, como otro reverso visible de la Arquitectura. Como ocurre con los Premios Nobel de Literatura en un año como este sin Premio de Literatura.
Que este año hayan premiado a Suiza o a Islandia dentro de los pabellones nacionales, a Souto de Moura dentro de los autores individuales, o a Kenneth Frampton por toda su trayectoria, es tan relevante como que el Pabellón de España, comisariado por Atxu Amán, Andrés Canoas y Nicolás Maruri, y con un guión denominado Becoming, que califica con 52 adjetivos la arquitectura actual. Y dé rienda suelta a “acciones, discursos y trabajos desarrollados por estudiantes entre 2012 y 2017 con objeto de reivindicar la heterogeneidad de propuestas y reflexiones”, según anotaba Fredy Massad en ABC Cultural. Aunque haya quien vea el Pabellón español “vacio y repleto a la vez”. Como si fuera posible andar y estarse quieto; como si fuera posible lo uno y lo otro
De igual forma que es relevante el éxito de la intervención de la Santa Sede en su primera comparecencia en Venecia. Donde la intervención verificada en los jardines de San Giorgio Maggiore, comisariada por Fancesco Dal Co, ha consistido en el levantamiento de diez capillas, más una pieza añadida como homenaje a la capilla del Bosque, de Günnar Asplund. Capillas dispersas en los impresionantes jardines conventuales, realizadas por otros tantos arquitectos y equipos que dan cuenta de una singular reflexión de la espacialidad religiosa en el siglo XXI. Un tema aparentemente agotado y abatido, pero que ha dado lugar a realizaciones sorprendentes de Norman Foster, del premiado Souto de Moura, de Carla Juaçaba o de Francesco Cellini, explicitando otro reverso silencioso del glamur del Gran Canal y del próximo Lido.
No menos llamativa ha sido la exhibición de la ruina resultante de la demolición del complejo de la Robin Hood Gardens. Viviendas sociales construidas en Londres en 1972, por Alison y Peter Smithson y que fueron un referente destacado dentro del Brutalismo británico, demolidas en 2016. Y del que se mostraban fragmentos de algunos elementos constructivos salvados al final, dentro del Pabellón del Victoria and Albert Museum. Mostrar como arquitectura lo que ha sido recientemente destruido, es una especie de impotencia y un gesto tan desesperado como los visibles en otros casos.
Como el Pabellón de Cataluña, amparado por la compleja red exterior del independentismo catalán que lidera el IRL (Instituto Ramón LLull) y realizado por los premios Pritzker RCR. Propuesta que se acomoda a la visión del sueño de la naturaleza o al sueño del independentismo. Y de la que se ha dicho como resumen, que es un pabellón “Sin maquetas y sin planos, porque la Exposición ni siquiera es una exposición”. Por ello, Palo Baratta presiente de la Bienal, afirmaba que; “Necesitaríamos dos Arsenales para mostrar el conflicto”. De igual forma que Anatxu Zabalbescoa en El País, fijaba que “Es de agradecer que todos los grandes maestros invitados (Moneo, Toyo Ito, Alvaro Siza) hayan puesto un banco en su espacio, invitando al espectador a sentarse…Identificar el espacio libre la comodidad del asiento revela un mundo diferente del de quienes lo relacionan con el movimiento y con la acción. La arquitectura debería de servir a ambos si no quiere quedarse encerrada en los museos”.
En paralelo a las celebraciones y a las reflexiones de salón se producía el enésimo informe sobre la fragilidad de la ciudad de Venecia. Ciudad de 50.000 habitantes, incapaz de recibir a 30 millones anuales de turistas, que arrojan imágenes de enormes cruceros atravesando la laguna que cada año inunda más la ciudad. Por lo que se han comenzado a restringir determinados accesos sólo a residentes, como un anticipo de un acabamiento que ya relatara Thomas Mann.