“Una mujer para dos”: una versión del triángulo según Lubitsch

Cine clásico

Creo que leí en la Psychopathia sexualis de Krafft Ebing, ese libro que fue la biblia del pensamiento represivo sobre el sexo y que ya nadie conoce (no tiene casi ni artículo en wiki), que solo los artistas tenían derecho a permitirse, hasta cierto punto, una manga más ancha en materia de costumbres sexuales por lo importante que podía ser el influjo de esa energía para su creatividad, aunque no debían olvidar que el instinto sexual, fuente de toda ética, estética e incluso religión en los seres humanos podía fácilmente degenerar en una pasión violenta que una vez desencadenada es “semejante a un volcan que hierve y todo lo devora, o a un abismo que todo lo engulle: honor, fortuna, salud”. Quizá por ello Ernst Lubitsch en 1933, justo antes del segundo abismo del siglo, se permite divagar sobre ello con unas formas muy suaves, un poco ingénuas y apasteladas, pero que en nada eluden la envenada dinámica del asunto y el hecho evidente de que no se ha encontrado una salida cómoda para ello en nuestra civilización, aunque sea en ambientes artísticos.

Dos amigos artistas sin éxito en un tren de tercera. Uno pintor (Gary Cooper) y otro autor teatral (Fredric March). Ambos duermen cuando aparece una musa (Mirian Hopkins) que hace caricaturas para campañas publicitarias de un empresario muy civilizado que quiere casarse con ella. Todos se enamoran: ellos de ella y ella de los dos, lo que hace que los problemas habituales comiencen a acumularse animados por los celos. Intentan un equilibrio inestable basado exclusivamente en la amistad lo que los lleva a triunfar, por el ánimo de superarse que los invade y las habilidades sociales de la chica. Incluso ella acepta casarse con su jefe para tratar de sentar la cabeza. Pero el volcan sigue en ebullición…

Una frase que dice el empresario y el escritor mete en su obra teatro sobrevuela toda la película, como un mantra que a los afectados no les resulta muy convincente: “La inmoralidad puede ser divertida pero no lo suficiente para sustituir a un cien por cien de virtud y tres comidas al día”. Ese límite convencional con el que le apeteció jugar a Lubitsch en aquel año donde la civilización convivía con la barbarie totalitaria que iba arruinar a tantos paises y a costar tantos muertos. Algo que casi parece imposible viendo esta comedia donde hay diálogos chispeantes, casas muy bien decoradas, buena educación, tolerancia, grandes almacenes, autobuses por las calles, buen humor. Y sentimos un cierto desasosiego de que todo eso, que parecía haber dejado tantas cosas atrás, no protegiera de todo lo que luego pasó. Aunque por suerte el mundo de Lubitsch prevaleció y podemos seguir gozándolo en una noche como ésta…

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1 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Parece que estoy que lo comento todo, pero la cogi empezada hace un mes y me dejó estupefacto. No sabía que era de Lubitsch. Olé sus c… eluloides.

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