Bicentenario de Fiódor Dostoiyevski, o del derecho a la locura

Pintura de Vasily Perov
200 años del nacimiento Fiódor Dostoiyevski

La vida es una tormenta, mi joven amigo. Disfrutarás de la luz del sol en un momento, serás destrozado en las rocas al siguiente. Lo que te hace un hombre es lo que haces cuando llega la tormenta.

Alejandro Dumas (padre)

Recientemente, Vladimir Putin, que como fue el pez gordo de la KGB entiende de estas cosas, ha desplazado a sus hackers predilectos de la tarea de hundir a Hilary Clinton o promover el Brexit hacia la mucho más tradicional (por aquello del “culto a la personalidad” del XX congreso del PCUS) de darle bombo a él, y así nuestros hijos llevan un tiempo contemplando admirados en la extremoriental TikTok como Putin es el hombre más hombre imaginable, el sustituto machirulo de nada menos que de Chuck Norris, el tipo cuya sola hombría vendría a justificar la homofobia de todo un país. Este es el cariz de los tiempos que corren, tovarisches, cuya seña de identidad bien podría ser algo que pudiera parecer periférico como que somos ya perfectamente capaces a día de hoy de ideologizar a niños mediante gags de 10 segundos que sus padres ni siquiera saben que están viendo. Estamos, creo, demasiado atentos últimamente al intríngulis de los posibles litigios comerciales entre Jiping y Biden como para reparar en que el ex-imperio soviético sigue ahí, no se ha ido a ninguna parte, como un gigante de hielo dotado de un no pequeño poder nuclear, y a la chita callando no ha desistido de sus planes de hegemonía mundial. Putin, además de montar a caballo a pecho descubierto ante la mirada ambigua de sus fans -puesto que son todos muy hetero, desde luego, pero le tienen de póster en su cuarto- como nuestro Santiago Abascal, es eslavófilo (los nazis metieron la pata hasta el fondo, puesto que resulta que los eslavos, lejos de ser untermenschen, son los verdaderos arios, y no ellos; quién sabe si por eso les ganaron la guerra…), motivo por el cual de verdad cree que el destino de la nación más extensa del mundo debe escapar de la influencia de las reformas occidentalizantes de Pedro el Grande y pasar por replantear la grandeza de la Gran Madre Rusia en términos de misticismo religioso y paneslavista. Fiódor Dostoiyevski, el gran novelista de cuyo nacimiento este año se conmemoran 200, y cuya muerte cumple también ahora 140 viajes en torno al sol, pensaba exactamente igual que Putin, para que veáis qué oscuras y vetustas fuerzas nos dirigen aún. Entre Dostoyéski y Putin han reinado allá arriba esas “tinieblas egipcias” a las que se refería Mijail Bulgákov, gran talento1 represaliado de la URSS, sólo que ahora se manejan de maravilla con el cibercrimen y la cibercomedura de cocos, hasta el punto de que, ya digo, nuestros hijos se asombran día a día de las gestas ficticias pero viriles de un señor que ni siquiera conocían hace tan sólo dos meses…

Pintura de Vasily Perov

Pero hemos venido aquí a hablar de Dostoyéski, como en Amanece que no es poco (”¡Buenas noches!” decía Luís Ciges, “¡que quería hablarle yo de Dostoyéski!”, a lo que esa señora recién conocida respondía: “¡Ah, pues muy bien!, encantada, ahora mismo bajo”). Pese a Pobres gentes, que le dio la fama y a Vasarión Belinski -estupendo el retrato que hace de él el gran Turguénev en Páginas autobiográficas-, o Memoria de la casa de los muertos, que precursó a Solzhenitsyn, Dostoiyéski tuvo unos orígenes afortunados, con padres cultos, estudios privados y academia militar de relumbrón. Pero como era un tipo turbulento y algo torvo, al igual que la mayoría de sus protagonistas masculinos, se metió en un buen lío de disidencia política que casi le cuesta la vida en un pelotón de fusilamiento2 -quién cuenta esto como un maestro es, claro, Stefan Zweig-, en un lance tan dostoyeskiano que no es de extrañar que le sucediese a él. Después de aquello, y de pasar como consecuencia cinco años de presidio en Siberia en calzoncillos, Fiódr le cogió una muy comprensible manía a las conspiraciones subversivas, sobre las que escribió magistral pero tendenciosamente (Óscar Wilde lo haría también en una pieza de teatro) en Los endemoniados. Incluso se podría decir que el resto de su vida intelectual consistió en aplastar a golpe de imaginación el socialismo, la revolución y eso que entonces era muy concreto pero que ahora encontramos abstruso, el nihilismo. Aquí todos padecemos, creo, un poco de lío respecto de la persona y la obra de Dostoyéski. Pensamos que el escritor fue tan siniestro como lo fueron sus más célebres personajes, y no faltan los plastas que, a falta de no saber qué decir, y porque en su noche cultural todos los gatos son pardos, lo vinculan con Freud y Sartre, con los que realmente tiene poco que ver. Dostoyéski fue un individuo arrebatado y bastante sacado de quicio, a quien le perdían los casinos, que sufría “idiotez”, o sea epilepsia (lo cual tenía cierta recompensa límbica y visionaria, según parece), que acumulaba deudas como quien acumula pelos en la barba, que destrozaba nervios propios y ajenos y que en una ocasión hasta abusó de una niña, pero todo ello en aras de la santidad moral. Tal vez por eso Mijail Bajtin le encontraba tan “dialógico” y tan “polifónico”, porque el pobre Dostoyéski imprimió su huella sobre la tierra siempre angustiado y debatiéndose en la pregunta por si era un canalla o un maldito siervo de Dios, exactamente igual que sus personajes, y tenía sus argumentos. Digamos que Dostoyéski era un Iván Karamázov, pero soñaba con haber sido su hermano Aliosha. O que era el Hombre del Subsuelo, acaso el Doble -Doctor Yéski y Mr. Hyde…-, pero hubiera preferido terminar felizmente casado como el atormentado Raskolnikov, no sin antes haber asesinado a una vieja aunque solo fuera un poquito… (Crimen y castigo me recuerda El juguete rabioso del argentino Roberto Arlt, o más bien al revés, donde el protagonista se pone a prueba perpetrando una barbaridad tan sólo para demostrarse que es libre más allá del bien y del mal…)

Pintura de Vasily Perov

Nada de esto, en mi opinión, tiene relación con Nietzsche, Freud o Sartre. A Nietzsche le gustaba Dostoyéski3 en tanto psicólogo, cuando por “psicología” hay que entender descubrir bajo la careta de la moral la acción de la voluntad de poder, pero desde luego no hubiese aprobado, como tampoco Freud o Sartre el fanatismo realmente exorbitado del ruso por la santidad. Dostoyéski es tan extraño precisamente porque está hecho de tal manera que no distingue la pasión de la moral, sino que todo su pensamiento, todo su impulso, estriba en una suerte de escenificación a lo bestia de una poderosa pasión justamente por la moral. Dostoyéski quería creer en el cristianismo ortodoxo, quería creer en el zarismo, y lo quería porque, si no, entendía que la humanidad en su conjunto, pero especialmente Rusia, estaba irremisiblemente perdida. Una frase como esta, de Opinión personal acerca de la sociedad moderna, está escrita honestamente por un gran humanista, sin lugar a dudas, pero también por alguien que lleva el humanitarismo hasta la frontera de la locura, que asume incluso que la fuerza de la locura es necesaria para traer el Reino de Dios sobre la vida de las pobres gentes sobre las que comenzó escribiendo al inicio de su carrera: El hombre en la superficie de la tierra no tiene derecho a dar la espalda y a ignorar lo que sucede en el mundo, y para ello existen causas morales supremas. Y esto es completamente anti-nietzscheano, Freud lo hubiera diagnosticado de “sublimación” y Sartre, que pudiera estar de acuerdo en su etapa madura, debería reconocer en todo caso que en su latiguillo final suprime la razón misma de ser del existencialismo. Dostoyéski no podía ser más partidario de la libertad humana, la defendía con uñas y dientes frente ese determinismo que hoy ha retornado en la obra de Yuval Harari y otros y al que denunciaba como una forma de tratar al hombre como si no fuera más que la tuerca de una máquina o una tecla de un piano –Apuntes del subsuelo. Pero era una libertad tan radicalmente sentida, tan primaria e irrenunciable, que hasta tienta a Dostoyéski a concebir un mundo futuro en el que unos pocos sean übermenschen para que el resto del rebaño, ni humillado ni ofendido, viva del regalo de protección e ignorancia que esa élite libérrrima les proporciona -esta pesadilla está minuciosamente descrita en El Gran Inquisidor de los Karamázov y en Los endemoniados. Sin embargo no, la persona termina por vencer el exceso de imaginación febril del escritor y Dostoyéski se decanta por escribir párrafos piadosos (y en el fondo igualmente reaccionarios) como el siguiente -de nuevo en Los endemonidados:

En la vida de los pueblos, la Ciencia y la Razón han cumplido un menester tan secundario como auxiliar; y lo seguirán cumpiendo por los siglos de los siglos. Los pueblos se forman y mueven por otro género de fuerza que los rige, cuyo origen es desconocido e inexplicable. Esa fuerza es la del anhelo infatigable de llegar hasta el fin, al mismo tiempo que niegan que haya un fin. Es el espíritu de la vida, o sea, como dice la Escritura los ríos de agua viva… La búsqueda de Dios, como yo lo llamo de modo más sencillo… La meta de todo movimiento popular, en cualquier pueblo y momento de su existencia, es únicamente la búsqueda de Dios, de su Dios, del suyo propio, y de la Fe en él como único verdadero. Dios es la personalidad sintética de todo un pueblo, considerada desde el principio hasta el fin. Nunca se ha dado el caso de que todos los pueblos, o muchos de ellos, tengan un sólo Dios común, sino que siempre ha tenido cada uno el suyo. Cuando los dioses comienzan a ser comunes, ocurre la primera señal de la descomposición de la nacionalidad. Cuanto más poderosos es un pueblo, más individual debe ser su Dios… El pueblo es el cuerpo de Dios… Un pueblo es pueblo sólo mientras tiene su propio Dios individual y excluye a todos los demás dioses del mundo, sin admitir reconciliación alguna; mientras cree que su Dios vencerá y expulsará del mundo a todos los demás dioses… Pero, la Verdad es una, por lo tanto, sólo uno entre los pueblos puede tener al Dios verdadero.

De ahí que no les falte razón a los detractores de Dostoyéski, en lo moral, en lo político y también en lo estético. Su forma de escribir es bronca, descuidada, llena de exclamaciones e interrogantes vehementes, acciones hiperbólicas y borderline, melodramas dignos del peor culebrón de las cuatro de la tarde (El idiota, El eterno marido y hasta El jugador no se resentirían de su traducción a telenovela, en mi opinión, como Noches blancas les quedó tan bordada a Visconti y Mastroianni), pero todo en proporciones titánicas. Sólo los genios, a la manera de Homero, Shakespeare o Faulkner se exponen a hacer el ridículo de manera tan formidable, tan heróica. Al lado de Dostoyéski, el conde Tolstói es cien veces mejor escritor, pero también más contenido, más morigerado. Y después de todo Dostoyéski, pese a esa imagen que antes he denominado siniestra, en realidad ofrece esperanza, redención, exaltación del ser humano, mientras que los grandes del siglo XX nos escupen a la cara desesperación, futilidad y el gran enemigo de Dostoyéski, nihilismo -piénsese en El proceso, Kafka, El hombre sin atributos, Musil, Auto de fe, Canetti… Por contraste, nuestro querido Fiódr, que tuvo más perra vida que todos ellos, aprieta, pero no ahoga. Juan Benet le echó en cara escribir mal (Un estilo exento de toda finura | Cultura | EL PAÍS (elpais.com)) y no conocer el corazón humano, pero a eso sólo cabe responder dos cosas elementales: la primera es que si buscas estilo y finura, no pierdas el tiempo y lee a Turguénev o a Henry James; la segunda es que si ejerces de matagigantes, como Benet, porque no soportas la novela de corte social o costumbrista -Benet iba de Belinski inverso-, empieza atacando primero a Gógol y sobre todo no escribas tú sobre la Guerra Civil española, que es tan realismo como el que más. Mayor fundamento tienen, me parece a mí, las críticas de Nabokov –Cuando Nabokov criticó a Dostoievski | Blogs El Espectador, y eso que Nabokov estaba minando aquí su propio bagaje cultural. Andréi Tarkovski, en cambio, reflexiona en los siguientes términos en Esculpir en el tiempo: En un carácter sin evolución, prácticamente estático, la presión de las pasiones se comprime de forma extrema; es, pues, inmensamente más clara, más convincente que las transformaciones paulatinas. Precisamente por ese tipo de pasión es por lo que amo a Dostoyéski. Me interesan más bien los caracteres externamente estáticos, llenos de tensión por las pasiones que los dominan (Rialp, pág. 34). Cada uno, como suele decirse, con sus cadaunadas4. Yo creo que, en efecto, Dostoyéski fue un intenso y un exagerado, como también lo fue Nietzsche, y como resultado ambos tienen tanto de cuerdos como de locos, y tanto de benéficos como de perjudiciales para la cultura humana. Se montaron unas tormentas de puta madre para sí mismos en el intento de que siguiéramos su ejemplo, cuando en realidad tan solo pusieron a prueba sus almas y terminaron escaldados -aunque al menos Dostoiyéski tuvo un entierro tan multitudinario como el de Beethoven. Pero lo que es cierto es que ya no se fabrican sujetos como ellos, por motivos que desconozco pero que bien podrían tener que ver con la televisión, la sociedad de consumo y ahora las malhadadas redes sociales. Sujetos que se jugaban el todo por el todo en el pensamiento, para los cuales la vida es jodidamente real, y no la prolongación de un spot publicitario, y que podrían decir ante el espejo lo que Emanuelle Carrère en su biografía de Philip K. Dick, otro perturbado: “yo estoy vivo y vosotros estáis muertos”. Y es que ya lo decía Fiódr Dostoyéski, gran autor también de diarios de un escritor a los que Juan Benet ya podría haber encontrado alguna finura, porque les sobra (muy bien editados en castellano, por cierto):

El hombre lo tiene todo en sus manos, y todo se le escapa por cobardía…

En fin… ¡Pobres gentes!

Pintura de Vasily Perov

1 No digo genio, pero El maestro y Margarita es un extraño libro que leí muy joven, sin enterarme de casi nada, luego volví a leer con treintaytantos (en un tabuco, haciendo como que era vigilante jurado) y tampoco entendí lo más mínimo, pero que volvería a leer y que desde aquí recomiendo a los amantes del delirio, la crítica a la burocracia y los Stones.

2 En la romántica Fortaleza de Pedro y Pablo, ese topónimo tan de gobierno de coalición de nuestras entretelas…

3 Encuentro en el Subsuelo – Culturamas

4 También se puede aportar nada de valor, como Miller en Trópico de Capricornio razonando en plan adolescente, como si la literatura careciera de contexto no siendo más que pura forma: La noche que me senté a leer a Dostoyévski por primera vez fue un acontecimiento en mi vida, más importante incluso que mi primer amor. Fue el primer acto deliberado, consciente, que tuvo sentido para mí; cambió la faz del mundo por completo. Ya no sé si es verdad que el reloj se paró en aquel momento, cuando alcé la vista después del primer trago intenso. Fue mi primer vislumbre del alma del hombre, ¿o debería decir que Dostoyevski fue el primer hombre que me reveló su alma? Quizás hubiese sido yo un poco raro antes, sin darme cuenta, pero desde el momento en que me sumergí en Dostoyevski fui clara e irrevocablemente raro y me sentí satisfecho de serlo. El mundo ordinario, despierto, cotidiano había acabado para mí. También murió cualquier ambición o deseo de escribir que tuviera, y por mucho tiempo. Era como los hombres que han estado mucho tiempo en las trincheras, demasiado tiempo bajo el fuego. El sufrimiento humano ordinario, la envidia humana ordinaria, las ambiciones humanas ordinarias… eran mierda para mí.

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4 Comentarios

  1. says: José Rivero Serrani

    Literatura sonajero, un concepto de Ida y vuelta. No solo por lo comentado por Benet sobre Dostoyevski. Creo que algún tiempo después alguien (¿Javier Marias?) lo arrojó sobre el rostro afeitado de Umbral. El desdén de Benet sobre Dostoyevski es similar al sostenido contra Soljenitsyn y sus denuncias de los gulags. Le reventaba la autoconmiseracion de la escritura como forma torcida del buenismo. No creo que escribir sobre la guerra civil fuera una ‘bajada a la taberna’, otro término repudiado por el ingeniero, sino una muestra del interés de Benet por el mundo bélico.

  2. says: Óscar Sanchez

    Fue Marse, no Marías. No me pone tildes. El mundo bélico español, claro… Por cierto, qué grande Galdos pintando la.guerra de independencia española en su primera serie….

  3. says: Luis Manteiga Pousa

    Ser un genio pienso que te hace ver más allá de lo que se ve a simple vista, o sentirlo, hace que tu cabeza de vueltas incluso aunque no quieras, planteandote cuestiones que la mayoría de la gente no se plantea, que le des vueltas y vueltas a las cosas rompiendo los estereotipos. Desde luego, te quita tranquilidad y te hace vivir en la incertidumbre y en la búsqueda contínua. Y eso puede dar miedo. Ya se dice que la genialidad y la locura pueden estar muy cercanas y ese es otro de los posibles miedos, el de enloquecer. Profundizar demasiado te puede llevar al abismo mental incluso, muy a menudo, sin llegar a ninguna parte satisfactoria. Por otra parte, la genialidad también puede ser apasionante, entrar en territorios desconocidos y conseguir grandes logros. Puede tener esa ambivalencia, como de algún modo las drogas. Dostoievski, quizás un ejemplo.

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