“La dama de Shalott”: el riesgo de mirar la vida

"La dama de Shalott". John William Waterhouse, 1888. Tate Britain, Londres
Evocar un cuadro

La isla en medio del río que la bordea y se desliza hacia el reino legendario de Camelot, el del rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda, el del mago Merlín y la espada Excalibur, el símbolo mítico de la prosperidad y la justicia, de la vida perfecta. Los cuatro muros grises y las cuatro torres grises que guardan la maldición de la dama de Shalott (Eliana de Astolat) presa y alejada de la belleza de la vida, que solo vislumbra en un espejo que le devuelve confusas sombras que trata de adivinar y tejer en un tapiz interminable. La rodea allá afuera el verdor de los campos que no puede mirar, el murmullo de los quehaceres de los campesinos que a veces, al amanecer, escuchan su canto, aunque nunca la hayan visto, ni estén muy seguros de que exista.

Hasta que aparece Lancelot en el espejo con el yelmo engalanado de plumas, con la armadura refulgente de gemas y el gesto, sobre el caballo, con todas las cualidades deseables en el mejor caballero. Los tres pasos que se atreve a dar para asomarse a la ventana que le permite ver la realidad verdadera, para poder mirarlo directamente, para decidir desearlo (o no poder remediarlo) y querer seguirlo al mundo, abandonando para siempre aquel ámbito gris donde ha consumido su vida aunque pudiera seguir respirando o su corazón siguiera latiendo. Es consciente del espejo que se hace trizas, de la tela infinitamente tejida que flota y se deshace en el aire, de la maldición que al fin se ha concretado en un destino que no puede eludir pero que decide abrazar.

La bella dama de blanco adornando la barca con los restos del tapiz que contiene su tiempo de espera y su memoria, dibujando su nombre en la proa, atreviéndose a dejarse llevar por la corriente del río del deseo hasta Camelot. Tumbada con un lirio en la mano, como si durmiera mientras las velas se van apagando, no deja de cantar y parece que sueña y se va enfriando poco a poco hasta llegar por fin, sin hálito, a Camelot, donde todos la miran con estupor porque conocen la leyenda y son conscientes de que sabía que su audacia la conduciría irremediablemente a la posibilidad de la muerte y quizá también que arrostrarla, mirarla a los ojos, puede ser la unica puerta de otra vida, de la única vida que merece la pena vivirse.

The Lady of Shalott Looking at Lancelot John William Waterhouse. 1894. Leeds Art Gallery. Leeds. Reino Unido.

Los ideales románticos que inspiraron a Alfred Tennyson (1809-1892) y que fascinaron a los miembros de la Hermandad Prerrafaelita, fundada en 1848 en Londres por John Everett Millais, Dante Gabriel Rossetti y William Holman Hunt. Junto a Keats lo incluyeron en su lista de “inmortales” que inspirarían algunas de sus obras. En ellas buscaban retornar a la pintura de los primitivos italianos y flamencos anteriores a Rafael para volver a expresar autenticidad y perfección, estudiando directamente la naturaleza frente a lo convencional o aprendido de memoria (detestaban el academicismo de Sir Joshua Reynolds), o buscando en épocas antiguas, como la Edad Media, temas que suponían, para ellos, una integridad espiritual y creativa que creían que se había ido perdiendo en épocas posteriores.

John William Waterhouse pintó tres cuadros sobre el tema. En 1888 “La dama de Shalot” la representa en la barca descendiendo sola, bella y resignada hacia Camelot. En 1894 (“The Lady of Shalott Looking at Lancelot “) donde capta el momento en que decide asomarse a la ventana para mirar a Lancelot y ya el espejo se ha roto y los hilos con los que tejía flotan y la rodean. En 1915 “I Am Half-Sick of Shadows,” said the Lady of Shalott (“Estoy medio enferma de las sombras” dijo la dama de Shalott) , donde la presenta todavía antes, frente al espejo, consciente de que ya no podía soportar estar alli encerrada y alejada de la vida, esperando el estímulo que la hiciera huir. William Holman Hunt, otro miembro de la Hermandad, pinta en 1905 (“Lady of Shalott“) el momento en que se vuelve a la ventana para mirar a Lancelot donde incluye un dibujo con la crucifixión de Cristo quizá como resultado de la moral victoriana y el papel que se les suponía a las mujeres en la época.

Las muchas interpretaciones. Una versión más del amor cortés y su relación con la muerte, como en “Tristan e Isolda”. La posibilidad de vida y significación siempre amenazada por la destrucción que puede producir determinada lógica del deseo llevado a sus últimas consecuencias (Los ecos de la herejía Cátara a la que aludía Denis de Rougemon en “Amor y Occidente”). La sexualidad reprimida de las mujeres que pueden pagar muy caro dejarla emerger y romper con el mito de la virginidad, especialmente en esa época (victoriana). La racionalidad como negación de la individualidad y del genio frente al impulso telúrico de las pasiones y los sentimientos que representarían lo más auténtico y vivo de la naturaleza humana, el ansia de absoluto, en la sentimentalidad romántica. La posibilidad de vida que procura atreverse a vencer el miedo siguiendo el rastro del deseo aunque haya riesgos o al final siempre espere la muerte que ya existe, sin embargo, si no nos aventuramos. El otro papel de Eliane en “La muerte de Arturo” de sir Thomas Malory enamorada imposible de un Lancelot enamorado imposible de Ginebra, la esposa del rey Arturo.

“I Am Half-Sick of Shadows,” said the Lady of Shalott. John William Waterhouse.1915. Galería de Arte de Ontario. Toronto

Quizá solo otra versión de aquella vieja pugna de la que hablaba Freud entre el principio del placer y el principio de realidad en la siempre turbulenta existencia humana. El valor del arte y de la belleza como satisfacción sustitutiva para soportar las dificultades de la vida, también como metafora de todo lo que nos mueve y desconocemos. Aquello que decía en “El malestar en la cultura”.

(…)“El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación, ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos. El sufrimiento que emana de esta última fuente quizá nos sea mas doloroso que cualquier otro; tendemos a considerarlo como una adición más o menos gratuita, pese a que bien podría ser un destino tan ineludible como el sufrimiento de distinto origen.


No nos extrañe, pues, que bajo la presión de tales posibilidades de sufrimiento, el hombre suele rebajar sus pretensiones de felicidad (como, por otra parte, también el principio del placer se transforma, por influencia del mundo exterior, en el más modesto principio de la realidad); no nos asombra que el ser humano ya se estime feliz por el mero hecho de haber escapado a la desgracia, de haber sobrevivido al sufrimiento; que, en general, la finalidad de evitar el sufrimiento relegue a segundo plano la de lograr el placer. La reflexión demuestra que las tentativas destinadas a alcanzarlo pueden llevarnos por caminos muy distintos, recomendados todos por las múltiples escuelas de la sabiduría humana y emprendidos alguna vez por el ser humano. En primer lugar, la satisfacción ilimitada de todas las necesidades se nos impone como norma de conducta más tentadora, pero significa preferir el placer a la prudencia, y a poco de practicarla se hacen sentir sus consecuencias. Los otros métodos, que persiguen ante todo la evitación del sufrimiento, se diferencian según la fuente de displacer a que conceden máxima atención. Existen entre ellos procedimientos extremos y moderados; algunos unilaterales, y otros que atacan simultáneamente varios puntos
.


(…)“Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles. Para soportarla, no podemos pasarnos sin lenitivos («No se puede prescindir de las muletas», nos ha dicho Theodor Fontane). Los hay quizá de tres especies: distracciones poderosas que nos hacen parecer pequeña nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas que la reducen; narcóticos que nos tornan insensibles a ella. Alguno cualquiera de estos remedios nos es indispensable. Voltaire alude a las distracciones cuando en Candide formula a manera de envío el consejo de cultivar nuestro jardín; también la actividad científica es una diversión semejante. Las satisfacciones sustitutivas como nos la ofrece el arte son, frente a la realidad, ilusiones, pero no por ello menos eficaces psíquicamente, gracias al papel que la imaginación mantiene en la vida anímica. En cuanto a los narcóticos, influyen sobre nuestros órganos y modifican su quimismo. No es fácil indicar el lugar que en esta serie corresponde a la religión. Tendremos que buscar, pues, un acceso más amplio al asunto.

En incontables ocasiones se ha planteado la cuestión del objeto que tendría la vida humana, sin que jamás se le haya dado respuesta satisfactoria, y quizá ni admita tal respuesta. Muchos de estos inquisidores se apresuraron a agregar que si resultase que la vida humana no tiene objeto alguno perdería todo el valor ante sus ojos. Pero estas amenazas de nada sirven: parecería más bien que se tiene el derecho, de rechazar la pregunta en sí, pues su razón de ser probablemente emane de esa vanidad antropocéntrica, cuyas múltiples manifestaciones ya conocemos.”


Lady of Shalott“. William Holman Hunt. 1905. Warsworth Atheneum de Harford, Connecticut

La Dama de Shalott, de Alfred Tennyson: introducción y versión completa en español de Jorge Paolantonio

A las márgenes del río, allí se extienden
Campos anchos de cebada y de centeno
Que revisten desde el llano hasta su cielo;
Y los cruza aquel camino que conduce
A las torres: Camelot
Y la gente viene y va mirando fijo
Al lugar donde los lirios florecientes
Forman ronda de una isla, allí debajo:
Es la isla de Shalott.

Palidece el sauce, el álamo vacila
Y las brisas ya temblando se ensombrecen
Tras las ola que recorre para siempre
Ese río que vecino de la isla
Va fluyendo a Camelot
Cuatro muros grises, cuatro grises torres
Dan desdén a un exterior copioso en flores:
Son la isla silenciosa que aprisiona
A la Dama de Shalott

Junto al margen tras el velo de los juncos
Se deslizan las barcazas remontadas
Por equinos con sosiego; y escondidas
Van barquillas con sedoso, raudo impulso;
Van flotando a Camelot
¿Mas acaso alguien la vio agitar su mano?
¿O apoyada en el balcón de su ventana?
¿Quién conoce de la gente de este estado,
A la Dama de Shalott?

Sólo aquellos que a la siega van temprano
Entre tanta espiga lista de cebada
Escucharon la canción cuyo eco se halla
En el río dulce y claro serpenteando
A las torres: Camelot.
E impaciente el segador al plenilunio
Mientras pone su cosecha en altas parvas
Escuchándola musita: “Es la encantada,
es la Dama de Shalott”

Parte 2

Y una trama ella entreteje noche y día
Una tela rica y mágica en colores
Un susurro le ha predicho maldiciones
Si una vez mira curiosa y atrevida
Hacia abajo, a Camelot
No comprende del augurio el contenido
Y no tiene ya su vida otro motivo
esta Dama de Shalott

Y en la faz de un gran espejo cristalino
Que colgado permanece el año entero
Ve pasar la vida externa en un reflejo
Y aparece entre esas sombras el camino
Serpenteando a Camelot
Por su espejo pasa el agua cantarina
Las feriantes con sus capas coloradas,
Y los toscos, habitantes de la villa,
Van dejando atrás Shalott

Cada tanto ve un tropel de damiselas
O un abad sobre un jamelgo a lento paso
O un pasto mozuelo y pelo ensortijado,
O algún paje pelilargo, en ropas granas,
Pasa rumbo a Camelot
Y a través de los azules de su espejo
Caballeros, cabalgando, van de a dos,
Mas no tiene un caballero fiel y apuesto
Esta Dama de Shalott

Pero aún halla deleites en su trama:
Teje mágicas visiones del espejo
Pues frecuente y en las noches de silencio
Un cortejo funeral con tea y pompa
Marcha lento a Camelot
O en momento en que el cenit la luna logra
Dos amantes que recién se desposaron.
“Ya estoy harta de las sombras”
(Ay! la Dama de Shalott)

Parte 3

A distancia de un flechazo de sus torres
Cabalgaba entre las vainas de cebada
Y en las hojas todo el sol reververaba
Para arder sobre aquel bronce de las grebas
Del audaz Sir Lancelot
Y un cruzado rinde honores prosternado
Para siempre a una doncella, allí en su escudo
Que relumbra sobre el campo ya maduro
Que está al lejos de Shalott

Brillan libres ya las gemas de su brida
Cual visión de rama espléndida en estrellas
Que pendiera de galaxia empavonada
Y del freno se alborozan las campanas
Mientras marcha a Camelot
Y es trompeta poderosa y argentina
La que cuelga de su cinto blasonado
Cabalgando su armadura resonaba
Aunque lejos de Shalott

Bajo un cielo transparente y azulado
Fulguraban los doseles de su silla,
Y la pluma iba orgullosa sobre el yelmo:
Eran ambas llamaradas de un incendio
Cabalgando a Camelot
Y es cual largo y estelado meteoro
Que, debajo las estrellas en racimo,
Pasajero rasga el púrpura nocturno
De la calma de Shalott

Su semblante bajo febo centelleaba;
Su corcel iba en espléndida herradura;
Por debajo de aquel yelmo la negrura
de sus rizos, ondulando, se asomaba.
Iba rumbo a Camelot
Su figura desde el borde copió el agua
Para enviarla hasta el cristal de aquel espejo
“Tira-Lira, tira-lira” por el río
Fue cantando Lancelot

Dejó ya su trama, paró su textura,
Cruzó con tres pasos su viejo aposento
Miró aquellos lirios: los vió floreciendo;
Miro ya aquel yelmo, miro aquella pluma
Dió su rostro a Camelot
Y el tejido se voló y flotó extendido,
Y el espejo se quebró de lado a lado.
“La desgracia me alcanzó” –fue el alarido
de la Dama de Shalott.

Parte 4

Del oriente todo el viento tempestuoso
Puso pálida la selva amarillenta,
Y el arroyo protestaba en sus riberas;
Y azotaba un aguacero tormentoso
Sobre toda Camelot
Y al bajar la Dama hallóse con un bote
Que flotaba bajo un sauce en la ribera.
Y en la proa de esa barca puso el nombre
De la “Dama de Shallott”

Ya en la opaca latitud de aquellas aguas
-Viendo toda la verdad de su infortunio
Como en trance de atrevido visionario
Con semblante ya vidrioso y macilento
Miró rumbo a Camelot
Y a la hora en que la luz ya fenecía
Las amarras liberó mientras subía
Y a parajes alejados llevó el río
A la Dama de Shalott

Blanco níveo iba ondulante su atavío
A siniestra y a la diestra de la nave,
-La hojarasca lloviznaba suavemente
Y a través de los sonidos nocturnales
Navegó hacia Camelot.
Mientras tato que la proa zahería
Los sauzales y los verdes derredores,
Su canción se oyó cantar por vez postrera
A la Dama de Shalott

Fue canción entre sagrada y lastimera
Cuyo tono fue de a poco decayendo
Con su sangre congelándose en silencio
Y sus ojos se volvieron sombra eterna
Rumbo a aquella Camelot
Porque antes que las aguan la arrastrasen
A la casa más cercana de la orilla
Ya era muerta para siempre en su elegía
(Ay! La Dama de Shalott)

Bajo torres y balcones y fachadas
Por los pórticos y muros de los huertos
Como sombra de luz tenue fue boyando
Con su yerta palidez entre altas casas
En silencio a Camelot
Y al espacio de aquel muelle concurrieron
Caballeros y burgueses, lores, damas,
Y leyeron en la proa de la barca:
(Ay!) “La Dama de Shalott”

¿Quién es ésta?, ¿Aquí qué hace?, se decían
Y en las salas del palacio iluminado
Se apagó el sonido regio, en su alegría.
Los hidalgos con la cruz se persignaron
De temor, en Camelot.
Y en susurro, Lancelot, con voz muy queda,
Sólo dijo “Tiene un rostro muy hermoso;
Dios piadoso le conceda gracia eterna
A esta Dama de Shalott”.

“The Lady of Shalott” Walter Crane. Yale Center for Britist Art. New Haven, Connecticut

The Lady of Shalott

Part 1

On either side the river lie
Long fields of barley and of rye
That clothe the world and meet the sky
And thro’ the fields the road runs by
To many-tower’d Camelot
And up and down the people go
Gazing where the lilies blow
Round the island there below
The island of Shalott

Willows whiten, aspens quiver,
Little breezes dusk and shiver
Thro’ the wave that runs for ever
By the island in the river
Flowing down to Camelot
Four grey walls, and four grey towers,
Overlook a space of flowers
And the silent isle embowers
The Lady of Shalott

By the margin, willo-veil’d,
Slide the heavy barges trail’d
By show horses, and unhail’d
The shallop flitteth silken-sail’d
Skimming down to Camelot
But who hath seen her wave her hand?
Or at the casement seen her stand?
Or is she known in all the land,
The Lady of Shalott?

Only reapers, reaping early
In among the bearded barley,
Hear a song that echoes cheerly
From the river winding clearly
Down to tower’d Camelot
And byu the moon the reaper weary
Piling sheaves in uplands airy
Listening, whispers “Tis the fairy
Lady of Shalott”

Part 2

There she weaves by night and day
A magic web with colours gay
She has heard a whisper say
A curse is on her if she stay
To look down to Camelot
She knows not what the curse may be
And little other care hath she
The Lady of Shalott

And moving thro’ a mirror clear
That hangs before her all the year,
Shadows of the world appear
There she sees the highway near
Winding down to Camelot
There the river eddy whirls
And there the surly village-churls
And the red cloaks of market girls
Pass onward form Shalott

Sometimes a troop of damsels glad,
An abbot on an ambling pad,
Sometimes a curly shepherd-lad,
Or long.hair’d page in crimson clad
Goes by to tower’d Camelot
And sometimes thro’ the mirror blue
The knights come riding two and two:
She hath no loyal knight and true
The Lady of Shalott

But in her web she still delights
To weave the mirror’s magic sights
For often thro’ the silent nights
A funeral, with plumes and lights
And music, went to Camelot
Or when the moon was overhead
Came two young lovers lately wed;
“I am half sick of shadows”, said
The Lady of Shalott

Part 3

A bow-shot from her bower-eaves
He rode between the barley-sheaves
The sun came dazzling thro’ the leaves
And flamed upon the brazen greaves
Of bold Sir Lancelot
A red-cross knight for ever kneel’d
To a lady in his shield,
That sparkled on the yellow field
Beside remote Shalott

The gemmy bridle glitter’d free
Like to some Branco of Stara we see
Hung in the golden galaxy
The bridle bells rang merrily
As he rode down to Camelot
And from his blazon’d baldric slung
A mighty silver bugle hung,
As he rode his armour rang
Beside remote Shalott

All in the blue unclouded weather
Thick-jewell’d shone the saddle leather
The helmet and the helmet feather
Burn’d like one burning flame together
As he rode down to Camelot
As often thro’ the purple night
Below the starry clusters bright
Some bearded meteor, trailing light
Moves over still Shalott

His broad clear brow in sunlight glow’d;
On burnish’d hooves his war- horse trode;
From underneath his helmet flow’d
His coal -black curls as on he rode,
As he rode to Camelot
From the bank and from the river
He flash’d into the crystal mirror,
“Tirra-Lirra”, by the river “Tira-Lira,
San Sir Lancelot

She left the web, she left the loom,
She made three paces thro’ the room,
She saw the water-lily bloom
She saw the helmet and the plume,
She look’d down to Camelot
Out flew the web and floated wide;
The mirror crack’d from side to side;
“The curse is come upon me”, cried
The Lady of Shalott.

Part 4

In the stormy east-wind straining,
The pale yello woods were waning,
The broad stream in his banks complaining,
Heaily the low sky raining
Over tower’d Camelot
Down she came and found a boat
Beneath a willow left afloat
And round about the prow she wrote
“The Lady of Shalott”

And down the river’s dim expanse –
Like some bold seer in a trance
Seing all his own mischance-
a glassy countenance
Did she look to Camelot.
And at the closing of theday
She loosed thechain, and down shelay;
The broad stream bore her far away,
The Lady of Shalott

Lying, robed in snowy white –
That loosely flew to left and right –
The leaves upon her falling
the noises of the night
She floated down to Camelot
And as the boat-head wound along
The willowy hills and fields among,
They heard her singing her last song,
The Lady of Shalott

Heard a carol, mournful, holy,
Canted loudly, chanted lowly,
Till here blood was frozen slowly
And her eyes were darken’d wholly
Turn’d to tower’d Camelot
For ere she reach’d upon the tide
The first house by the water side
Singing in her song she died,
The Lady of Shalott

Under tower and balcony
By garden-wall and gallery
A gleaming shape she floated by
Dead pale between the house high
Silent into Camelot
Out upon the wharfs they came
Knight and burgher, lord and dame
And round the prow they read her name
“The Lady of Shalott”

Who is this? and What is here?
And in the lighted palace near
Died the sound of royal cheer;
And they cross’d thelselves from fear
All the knights at Camelot
But Lancelot nused a little space;
He said; “She has a lovely face;
God in his mercy send her grace,
The Lady of Shalott”.

“The Lady of Shalott”. John Atkinson Grimshaw. Yale Center for Britist Art. New Have
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