Shame (II): de los oscuros ecos del pasado y del deseo

La clave de Shame se vislumbra en la bellísima escena del bar donde la hermana del protagonista, Sissy  (Carey Mulligan ), canta muy lentamente, casi susurrando “New York, New York”. Mientras la canción avanza, en larguísimos primeros  planos, parece irse revelando un eco de dulzura compartido entre los hermanos,  en medio de un probable pasado  oscuro (“no somos malas personas, solo venimos de un lugar malo” dirá ella más tarde) que los hirió para siempre y los dejó amputados de dos formas diferentes.

Mientras las lágrimas resbalan por su mejilla, Brandon (Michael Fassbender)  parece ser consciente de lo que ha perdido, de su incapacidad para el afecto y de la nostalgia que tiene de él, del precio que ha tenido que pagar para sobrevivir con cierta independencia en el mundo. Su bloqueo afectivo, la decisión obsesiva de no sufrir nunca más dependiendo de alguien, es el núcleo de una angustia que de continuo le desborda y a duras penas controla con una actividad  sexual compulsiva, como otros precisan lavarse las manos a cada instante, o saltar las rayas de las baldosas. Su ordenada casa, su competencia en el trabajo, la aparente solvencia de su carácter obsesivo que busca seguridad en el orden es solo una coraza que puede resultar muy adaptativa en una sociedad hipercompetitiva y deshumanizada, pero que está continuamente en riesgo de romperse y dejar explotar la angustia o la melancolía. Brandon se siente  solo de forma ineludible y solo lo consuela, por momentos, una actividad sexual frenética  que de inmediato lo sume de nuevo en el vacío.

Su hermana Sissy es como la otra cara de la moneda en versión femenina. También tiene angustia y trata de calmarla con una total dependencia afectiva. Su necesidad de amor lo hace buscarlo en cualquier parte, en cualquier relación ocasional en la que siempre late el miedo al abandono, a la soledad que no soporta, que no ha soportado nunca. Su perfil estaría cercano al trastorno límite de la personalidad, marcado por la inestabilidad  e intensidad afectiva, un sentido de la identidad voluble, la sensibilidad y reactividad extrema y una impulsividad que la ha llevado varias veces a intentar suicidarse. Cuando busca  a su hermano, para apoyarse en él, desencadena una crisis porque su presencia caótica perturba el mundo ordenado de Brando, en el que también está contenida y hasta cierto mundo estructurada  su actividad sexual, que trata de mantener en secreto y que desde ese momento ya es imposible. Ante los reproches por su frialdad él le recuerda que ha sido capaz de vivir de forma independiente, de tener un empleo, de conseguir un buen piso, frente a ella que casi se encuentra en la calle, malviviendo entre trabajos de cantante en clubs nocturnos y amores imposibles. Le recuerda que su solución ha sido mucho más eficaz aunque verbalizarlo lo llena de dudas, lo hace consciente del precio que  ha tenido que pagar, de todo lo que ella tiene y a él le falta y hasta cierto punto añora. Su incapacidad para el amor, para una vinculación afectiva y no puramente instrumental la vive como un riesgo fatal de quedarse atrapado o de poder ser abandonado, lo que le impide siquiera intentarlo con una mujer que realmente le atraía para ello. La magnífica escena en el dormitorio acristalado  incluye  la síntesis de lo que podría haber sido y se frustra, la transición de una sexualidad gozosa y cálida a una rígida y defensiva que bloquea los cuerpos e ineludiblemente los aparta para siempre porque no tienen ningún puente para comunicarse. “¿Puedo acompañarte?” le ofrece, cuando ella se va, como un último intento de buscar un anclaje que no tiene ninguna oportunidad de ser entendido. Ella es una mujer madura, que acaba de terminar una relación y que probablemente no quiere correr riesgos de volver a sufrir, que huele el peligro de un hombre que no sabe bien lo que quiere, que tiene miedo al compromiso y puede hacerle daño. La peligrosa aventura del amor, por otro lado la última esperanza de sentido,  en los tiempos modernos.

Antes, al ser descubierto por su hermana masturbándose en el cuarto de baño y también de su adicción por lo pornográfico en el ordenador de la oficina, Brandon había resuelto acabar con todo eso  que, íntimamente,  lo vive como algo sucio, disonante con los códigos sociales de adaptación, donde afectividad y sexualidad tienen que ir idealmente unidos y la segunda opera como un contravalor negativo. Escenifica una ruptura tirando todo el material que tiene en casa con la idea de apartar algo que le da vergüenza, que le produce culpa. Sin embargo, aunque compulsiva, su conducta sexual no resulta “sucia” o agresiva. Al contrario contiene un erotismo elaborado, al que ayuda su propio atractivo y el de sus compañeras, cosa que quizá no podía ser de otra manera en el cine. El no hace daño a nadie, si acaso a él mismo y su búsqueda tiene ese punto de pureza del riesgo que corre, muy distinta a la actitud convencionalmente machista de su jefe, el tercero en la mesa de  aquel club, que de inmediato se comporta con un depredador también con Sissy, como un estereotipo de un modelo de  sociedad hipócrita y cruel que asume de continuo “morales dobles” y no solo en el terreno de la sexualidad.

Cuando Brandon fracasa en su intento de relación afectiva profundiza en una huida hacia delante en su compulsión, claramente autodestructiva, que termina con el intento de suicidio de Sissy. Ahí comienza también el inicio de una esperanza. El riesgo de que su hermana muera opera en él como un sacrificio que rompe una barrera entre ellos. No se ve en la película pero es fácil sospechar que una nueva relación entre los dos puede haber comenzado tras ese episodio. Lo que quiere decir una nueva oportunidad de supervivencia afectiva en el mundo para ellos. Un nuevo equilibrio para dos seres no convencionales que tienen una nueva posibilidad de vivir con gozo o al menos con cierta serenidad. La imagen final e Brandon en el metro,  mirando a la chica, idéntica a la del principio,  resulta sin embargo distinta. Él puede ser ya otro y haga lo que haga probablemente puede hacerlo de otra manera menos dolorosa, con más puertas abiertas y más posibilidades, de algún modo mejorado por las propias experiencias vitales.

Pero ¿qué le pasaba a Brandon?. Esta es una pregunta que creo que se hacen todos los espectadores y por eso también la película puede resultar perturbadora para algunas personas.  Una sexualidad poco convencional siempre lleva a plantearse si el que la práctica es normal o no, si es un pecador o una víctima, o un enfermo, o un perverso o un loco. O un adicto al sexo según la terminología que se pretende usar últimamente para casos como éste. En esta misma revista Jordina Puigdesens ha hecho un brillante análisis filosófico que carga la tintas en las características del sistema social del que Brandon sería solo un síntoma o una víctima. Otros, como Arcadi Espada ven claro que Brando es un enfermo que solo precisa acudir a un médico para mitigar su conducta y su angustia.  Sin embargo a poco que se piense, categorizar lo que a Brandon le ocurre no es tan sencillo (el primer problema ya sería definir que se considera una conducta hipersexual o deseo sexual hiperactivo) y precisa de una perspectiva histórica que permita algunos puntos de apoyo conceptuales. Profundizar en ello superaría con mucho las posibilidades de este artículo pero quizá sea interesante pensar en ciertos contextos y teorizaciones desde los que se ha juzgado históricamente la conducta considerada hipersexual o por acudir a un término histórico, “la hiperestesia sexual”. Así que probemos a comprender  a Brandon teniendo en cuenta el peso que en nuestras actitudes tienen estas perspectivas que ineludiblemente se han filtrado en nosotros a través de la cultura. La sexualidad es el espacio más íntimo, pero también el más intervenido culturalmente. Pequeñas pistas para seguir profundizando en un aspecto fascinante y paradójicamente muy poco estudiado, de la experiencia humana.

El control religioso

En occidente, el siglo XVIII marca una frontera donde se encuentran los viejos modelos sobre la sexualidad y el nacimiento de las ideas modernas. La ilustración permite el planteamiento de la idea de individuo, de razón, de proyecto de vida, de derechos humanos (de todos los humanos, también de las mujeres, aunque llevaría casi dos siglos el desarrollarlos). En ese momento la sexualidad en occidente solo tenía  una legitimación reproductiva dentro del matrimonio y la familia patriarcal. El discurso que la sustentaba (lo que se conoce como moral sexual cultural) estaba basado en la moral judeocristiana. La única conducta sexual permitida era la heterosexual exclusivamente coital dentro del matrimonio.

El placer sexual, – tolerado por los protestantes dentro del matrimonio y no así por los católicos-  se consideraba pecado o vicio, una amenaza moral que trataba de combatirse con un control social muy fuerte en las sociedades rurales (cultura de la vergüenza o del miedo al escándalo) o con una cultura de la culpa en las grandes urbes. La mujer estaba discriminada socialmente en base a mitos de justificación diversos y antiguos. Se la consideraba peligrosa, responsable del pecado original y perpetuo objeto de tentación para el varón continuamente amenazado por la lujuria. La teología moral cristiana que había evolucionado apoyada en la filosofía neoplatónica,  influida, entre otras, por ideas gnósticas, estoicas y la doctrina de los primeros padres de la iglesia (fundamentalmente Pablo de Tarso y Agustín de Hipona)  terminó construyendo una moral llena de prejuicios contra la mujer y contra el deseo sexual al que calificaba de impuro, sumándose a antiguas supersticiones sobre la impureza existentes en muchas culturas. La castidad (de la que se hacía responsable sobre todo a la mujer) era la mayor virtud aunque se toleraba, en la práctica, una “doble moral” por la que se permitía una mayor actividad sexual fuera de estos límites en el varón, al que se le reconocía un deseo sexual activo desvinculado de la afectividad.

Dentro de este esquema la trasgresión de las normas se consideraba un pecado, algo a lo que el ser humano tenía tendencia por su propia naturaleza. Los “pecados de la carne” eran especialmente denostados y frecuentes pero, como otros, estaban sujetos a expiación. Una vez expiados el individuo estaba limpio, teóricamente no había nada intrínseco en él que lo hiciera diferente a los demás.

El control médico: degenerados y perversos

A medida que la autoridad moral de tipo religioso se fue debilitando, la medicina colaboró  en la legitimación de estos planteamientos apelando a la idea de lo saludable y trasmutando en enfermedad (perversión) lo que antes solo se consideraba un desorden moral. En un estado de conocimiento científico insuficiente se generaron “sistemas médicos” que trataban de ser explicaciones integrales de la etiología de las enfermedades y de los tratamientos aplicables. Estos sistemas utilizaban jerga científica y aprovechaban conocimientos médicos de épocas anteriores pero, sobre todo en lo referente a lo sexual, eran sistemas de creencias muy influidos por las ideas filosóficas y religiosas de la época. La mayoría sostuvieron que la actividad sexual era potencialmente peligrosa para la salud y ésta es la idea que los médicos (la mayoría varones) trasmitieron a sus pacientes. Un caso representativo es el médico suizo Samuel Auguste de Tissot (1728-1787) que con su libro “L´Onanisme” tuvo una gran influencia en toda Europa. Su tesis era que los organismos sufrían una pérdida  continua de energía que en,  algunos casos -como ocurría con la pérdida sanguínea, la emisión seminal o los exudados vaginales-, no podían recuperar al ingerir alimentos. La pérdida de semen se consideraba especialmente debilitante para el varón. Aunque aceptó que alguna era necesaria para la reproducción le pareció especialmente peligrosa toda la pérdida por el sexo no reproductivo, lo que llamó onanismo, término en el que incluyó conductas como la actividad sexual solitaria, la homosexualidad, las relaciones sexuales con algún método anticonceptivo o las eyaculaciones nocturnas. A él achacó multitud de síntomas: oscuridad de las ideas y a veces incluso locura;  deterioro de la energía  corporal – dando lugar a resfriados, fiebre y al consumo (tuberculosis)-; dolores fuertes de cabeza, dolores reumáticos y entumecimiento doloroso;  granos en la cara y otras supuraciones; debilidad del poder de generación por  impotencia, eyaculación prematura, gonorrea, priapismo y tumores en las vejigas, etc.  En las mujeres se añadían riesgos aún mayores (ulceración de cuello uterino, ictericia incurable o histeria) así como en los adolescentes en los que pensaba que podían  afectarse para siempre sus facultades mentales.

Todas estas ideas se prolongaron todo el siglo XIX y el XX llegando en algún caso hasta nuestra época. Generaron todo un amplio arsenal terapéutico que incluyó la dieta (evitación de alimentos considerados irritantes, como grasas, alcohol, ostras, sal, pimienta, pescado, chocolate, café, etc),  la coerción física (se diseñaron todo tipo de dispositivos  mecánicos – desde aros con púas a variaciones de los cinturones de castidad- para impedir los tocamientos genitales) o la cirugía (desde sangrar con sanguijuelas o cauterizaciones en zona genital a castración o extirpación del clítoris). Hay que hacer notar, para intentar comprender estas conceptualizaciones,  que hasta el siglo XIX no se conocieron todas las etapas de la sífilis –el gran azote de las ciudades que rápidamente crecían en aquellos años con motivo de la revolución industrial-  y probablemente se atribuyeron muchas de sus manifestaciones a la actividad sexual.

Krafft Ebing y Freud fueron contemporáneos y representan dos visiones distintas sobre la sexualidad que estaban confrontadas en su tiempo. Uno representa la ortodoxia médica legitimadora de la moral sexual dominante y,  el otro, el intento de ruptura con las teorías explicativas de la sexualidad y la psicología del individuo imperantes en ese momento. Ambos llevan el concepto al terreno de la enfermedad cosa que en un principio puede parecer más humana y menos estigmatizadora, pero como ya comentó Michael Foucault la definición de un cuerpo como enfermo también lo recluye para siempre en el terreno de la patología al margen de la propia voluntad del sujeto,  lo que quizá sea menos ventajoso que el propio concepto de pecado. El síntoma sexual se convierte en estructurante de la personalidad total.

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La visión de Krafft Ebint en “Psichopatía sexualis”

Richard von Krafft Ebing (1840-1903) el psiquiatra más influyente del psiglo XIX en el terreno forense sobre temas sexuales,  define la Hiperestesia sexual como una desviación de la vida sexual caracterizada por un “vigor anormal de las sensaciones y representaciones sexuales, del que resultan violentos y frecuentes impulsos para lograr la satisfacción sexual”. Según él, las personas normales, debido a la ley moral y penal pueden controlar un instinto potencialmente peligroso para los intereses de la comunidad, el pudor y las costumbres, pero las personas patológicas no consiguen que operen las contra-representaciones morales y jurídicas y sucumben a “un instinto sexual que se manifiesta impulsivamente, con violencia, pudiendo ocurrir que después de realizado el acto no haya satisfacción alguna o que ésta dure tan poco que el deseo insaciable de un nuevo goce consuma al enfermo. […]. Puede llegar episódicamente a una inquietud sexual que turbe la conciencia y confunda el pensamiento permitiendo la comisión de un acto de violencia sexual en un verdadero estado de angustia física y bajo el imperio de un impulso irresistible”.

Estos impulsos se darían sobre todo en individuos con degeneración hereditaria o tarados, que aunque consideraba que son minoritarios en la sociedad cree que representan un número importante en la sociedad moderna (de su tiempo) “que presenta muchos indicios de depravación especialmente en los grandes centros urbanos”. Consideraba dudoso que este cuadro se produjera en individuos sin una base de degeneración hereditaria aunque cree que hay que tener en cuenta, como factores de excitación, el alcohol, la cantárida, el prurito en partes genitales y el eccema en especial en la “edad crítica”.

En el varón describe grados más benignos representados por sujetos que en todo momento tienen necesidad sexual y que ven en la satisfacción del instinto el fin y la felicidad de su vida pero sin estar sometidos a un impulso mórbido, por lo que pueden dominarse y guardar las apariencias.  O, un grado más avanzado, los “habituales de los cabarets” y los “donjuanes” que pasan la vida tratando de satisfacer, sin elección, su sensualidad, y que en la caída de su sentido moral, no temen ni la seducción ni el adulterio, y ni aún se intimidan ante el incesto mismo. La satiriasis sería el grado más grave y los enfermos tendrían delirios alucinatorios de contenido erótico que en la imposibilidad de satisfacer la pasión sexual los llevaría a una locura furiosa. Esta pasión dominaría toda la vida psíquica, las representaciones más indiferentes se relacionarían con la esfera sexual y se acentuarían las percepciones y representaciones sensoriales. En las crisis se produciría un oscurecimiento de la conciencia y una excitación corporal generalizada que no calmaría con la eyaculación, de tal forma que la erección y el deseo se mantendrían de forma constante. Estos enfermos podrían ser potencialmente peligrosos ya que podrían cometer violación o, en otros casos, recurrir a la masturbación o la sodomía. En el capítulo dedicado al sadismo analiza la relación entre voluptuosidad y crueldad que para él se alimentan mutuamente.

Como cosa curiosa consideraba que la sexualidad influye en la elección de la profesión y así pone como ejemplo a los sacerdotes que ingresan en el seminario bien por tener un deseo sexual débil o por tenerlo demasiado fuerte y querer controlarlo de esa manera.

La mujer “al sentir el deseo sexual de forma menos intensa que el hombre” (según creencia de la época) tendría que levantar sospechas de un estado patológico ante cualquier aumento del instinto sexual. También la causa más frecuente sería la degeneración hereditaria aunque la vida confortable y exageradamente sedentaria, el uso de licores y especias, una alimentación en la que predominaran los alimentos de origen animal y algunas enfermedades o estados (neuropatía, tuberculosis o tras la menstruación) podrían estimular el instinto sexual. Recomienda tener en cuenta, antes de hacer el diagnóstico, los cambios sociales que ya se estaban produciendo en el sentido de un relajamiento del pudor y una desvalorización de la virginidad.

También en la mujer habría grados o tipos. Algunas sentirían “amores desgraciados” por un hombre concreto distinto a su marido, a veces por impotencia de éste y que no consiguen ocultar, como las mujeres normales, su terrible secreto. A veces el factor que incita a la infidelidad puede ser un encanto de naturaleza fetichista producido por las cualidades psíquicas de un hombre o por la voz. Otras mujeres casadas (“Mesalinas libidinosas”) presentarían periodos en que desean ardientemente a otros hombres con gran indiferencia a su marido y sus hijos. Luego, pasadas esas fases, podrían tener o no arrepentimiento, para volver a recaer periódicamente. Es estos casos estaría presente la degeneración al igual que en la ninfomanía, el grado más severo, donde el instinto sexual, como en la satiriasis, no se siente tranquilizado por el acto sexual. Muchas de estas mujeres estarían aquejadas de neuropatía.

En definitiva, para Krafft Ebing el instinto sexual sería un impulso natural potencialmente peligroso para la comunidad si no se controla por una vía moral o penal aunque por otro lado reconoce que “la vida sexual constituye un factor considerable en la existencia individual y social y el impulso más poderoso para el despliegue de fuerzas, la formación de la propiedad, el establecimiento del hogar y el despertar de sentimientos altruistas primero hacia una persona de distinto sexo, luego hacia los niños y en sentido más amplio hacia la sociedad humana. […]. Toda la ética y quizá buena parte de la estética y la religión se originan en la existencia de sensaciones sexuales.”

La visión de Sigmund Freud (1856-1939) en “Moral sexual cultural y nerviosidad moderna”

Quizá el psicoanálisis no sea una teoría científica pero es indudable que ha tenido un gran peso en nuestra cultura. En su momento supuso un cambio radical en los planteamientos que respecto a la sexualidad existían. La obra de Freud es ingente y fue evolucionado en el tiempo pero respecto al tema que nos ocupa pueden ser muy significativos algunos párrafos de un artículo de 1918.

(…)“Nuestra cultura descansa totalmente en la coerción de los instintos. Todos y cada uno hemos renunciado a una parte de las tendencias agresivas y vindicativas de nuestra personalidad, y de estas aportaciones ha nacido la común propiedad cultural de bienes materiales e ideales”.

(…)“Aquellos individuos a quienes una constitución indomable impide incorporarse a esta represión general de los instintos son considerado por la sociedad como delincuentes y declarados fuera de la ley, a menos que su posición social o sus cualidades sobresalientes les permitan imponerse como grandes hombres o como héroes”.

(…)“Dado un instinto sexual muy intenso, pero perverso, pueden esperarse dos desenlaces. El primero, que bastará con enunciar, es que el sujeto permanezca perverso y condenado a soportar las consecuencias de su divergencia del nivel cultural. El segundo es mucho más interesante, y consiste en que, bajo la influencia de la educación y de las exigencias sociales, se alcanza, sí, una cierta inhibición de los instintos perversos, pero una inhibición que en realidad no logra por completo su fin, pudiendo calificarse de inhibición frustrada. Los instintos sexuales, coartados, no se exteriorizan ya, desde luego, como tales -y en esto consiste el éxito parcial del proceso inhibitorio-, pero sí en otra forma igualmente nociva para el individuo y que le inutiliza para toda labor social tan en absoluto como le hubiera inutilizado la satisfacción inmodificada de los instintos inhibidos. En esto último consiste el fracaso parcial del proceso, fracaso que a la larga anula el éxito. Los fenómenos sustitutivos, provocados en este caso por la inhibición de los instintos, constituyen aquello que designamos con el nombre de nerviosidad y más especialmente con el de psiconeurosis”.

(…)“La experiencia enseña que para la mayoría de los hombres existe una frontera, más allá de la cual no puede seguir su constitución las exigencias culturales. Todos aquellos que quieren ser más nobles de lo que su constitución les permite sucumben a la neurosis. Se encontrarían mejor si les hubiera sido posible ser peores. La afirmación de que la perversión y la neurosis se comportan como un positivo o un negativo encuentra con frecuencia una prueba inequívoca en la observación de sujetos pertenecientes a una misma generación. No es raro encontrar una pareja de hermanos en la que el varón es un perverso sexual y la hembra, dotada como tal de un instinto sexual más débil, una neurótica, pero con la particularidad de que sus síntomas expresan las mismas tendencias que las perversiones del hermano, más activamente sexual. Correlativamente, en muchas familias son los hombres sanos, pero inmorales hasta un punto indeseable, y las mujeres, nobles y refinadas, pero gravemente nerviosas”.

(…)“La «doble» moral sexual existente para el hombre en nuestra sociedad es la mejor confesión de que la sociedad misma que ha promulgado los preceptos restrictivos no cree posible su observancia”.

(…)“La conducta sexual de una persona constituye el prototipo de todas sus demás reacciones. A aquellos hombres que conquistan enérgicamente su objeto sexual les suponemos análoga energía en la persecución de otros fines”.

(…)”al limitar la actividad sexual de un pueblo, se incrementa en general el temor a la vida y el miedo a la muerte, factores que perturban la capacidad individual de goce, suprimen la disposición individual a arrostrar la muerte por la consecución de un fin, disminuyen el deseo de engendrar descendencia y excluyen, en fin, al pueblo y al grupo de que se trate de toda participación en el porvenir”.

Como se aprecia Freud plantea algunas cuestiones capitales dentro de una coherencia teórica que probablemente no ha sido superada a pesar de las dudas científicas que pueda causar, en la actualidad, el psicoanálisis.

Nuestra cultura estaría sustentada en la represión de los instintos. Esta represión, excesiva para él en ese tiempo histórico, era una causa de la enfermedad mental. En ese momento Freud todavía cree posible hacer cambios en la moral sexual imperante que impide la felicidad de un gran número de personas. Cada individuo estructuralmente estaría marcado por un temperamento -muy ligado a la intensidad de su libido – lo que a su vez determinaría su capacidad de adaptarse a los límites sociales, es decir su capacidad de reprimirse. Está represión individual en muchos casos tendría su precio: la neurosis. Los individuos con un temperamento fuerte necesitarían actividad sexual directa en muchos casos fuera de los márgenes de lo socialmente permitido. Esto les podría convertir en héroes o villanos, según su posición social o sus cualidades. Ese temperamento determinaría las conductas incluso por encima de la voluntad de los individuos.

Freud establece una cierta vinculación entre intensidad del instinto sexual y la conducta asociada con el resto de las reacciones del individuo. Un instinto fuerte estaría asociado a conductas enérgicas, lo que inevitablemente se puede asociar al poder y a la agresividad. El instinto sexual y la posibilidad de tener una actividad sexual directa estaría relacionada la salud personal y social. La cultura se basaría  inevitablemente en la represión de los instintos pero un exceso de represión, como la que Freud creía que había en sus tiempos, era negativa y podría anular las mejores capacidades humanas.

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La visión de Wilhelm Reich (1897-1957) en “La función del orgasmo”

Wilhelm Reich (1897-1957), fue un discípulo de Freud, que posteriormente unió las ideas psiconalíticas a las marxistas fundando la Sex Pol, que reivindicaba la revolución política y la liberación sexual sin la cual, según él,  no sería posible la felicidad del hombre. Reich planteó una terapia basada en el orgasmo y terminó expulsado tanto de la Sociedad Psicoanalítica como del Partido Comunista, aunque sus ideas tuvieron de nuevo preponderancia en los años 60 y están en la base de la “terapia bioenergética” todavía utilizada por algunos terapeutas sexuales y también en la consideración de la sexualidad como un problema político

Veamos algunas ideas extraídas literalmente de ese texto:

“La salud psíquica depende de la potencia orgásmica, o sea de la capacidad de entrega en el acmé de excitación sexual durante el acto sexual natural”.

“Las perturbaciones psíquicas son el resultado del caos sexual originado por la naturaleza de nuestra sociedad. Durante miles de años ese caos ha tenido como función el sometimiento de las personas a las condiciones sociales existentes, en otras palabras, internalizar la mecanización externa de la vida.”

“La conducta antisocial surge de las pulsiones secundarias que deben su existencia a la supresión de la sexualidad natural. El individuo educado en una atmósfera de negación de la vida y del sexo, contrae angustia de placer (miedo a la excitación placentera) que se manifiesta fisiológicamente en espasmos musculares crónicos. Esa angustia de placer es el terreno sobre el cual el individuo recrea las ideologías negadoras de la vida que son la base de las dictaduras”.

“La cura de los trastornos psíquicos requiere en primer término el restablecimiento de la capacidad natural de amar”

Para Wilhelm Reich, Brandon, como todos los humanos, sería una víctima de una determinada cultura. Su perturbación sería el resultado de la represión sexual y de la organización económica de la sociedad. Solo un cambio radical, una revolución que incluya esas dos variables (la sexual y la social) podría conseguir un cambio en la salud y la felicidad de los individuos. La Sex-pol fue un intento fallido de llevar esto a cabo e ilustra un debate aún no cerrado y que le enfrentó a Freud, al que sin embargo siguió admirando siempre.

Los modernizadores del sexo

A lo largo del siglo XIX y del XX comienzan a surgir personalidades, muchas de ellas médicos, que empiezan a cuestionar las ideas prohibitivas con respecto al sexo y que tratan de plantear una nueva visión de la sexualidad lo que, inevitablemente, llevó a reivindicaciones en el cambio de costumbres o en las leyes.

Consideraron que una adecuada gestión de la actividad sexual era esencial para el bienestar individual y social y, desde ahí, intentaron ampliar los márgenes de las conductas sexuales permitidas. Reivindicaron la realidad de la sexualidad femenina y la igualdad de derechos entre los sexos cuestionando, en muchos casos, los contextos tradicionales de la sexualidad humana (el matrimonio y la familia) lo que elevó a nivel de debate explicito lo que Paul Robinson[1] considera “el problema más exasperante de la psicología sexual humana: la paradójica necesidad tanto de compañerismo como de variedad en la vida erótica”.

Havelock Ellis (1859-1939), basándose en las evidencias respecto a la conducta animal y en las diferencias observadas entre culturas consideró que la conducta sexual humana admitía mucha variación y podía conceptualizarse como un continuum en el que las llamadas perversiones solo serían simples exageraciones de la media estadística. Alfred Kinsey (1894-1956) cuestionó las fronteras entre normalidad y anormalidad vigentes, ya que observó que muchos individuos con conductas tabuizadas no tenían problemas de salud mental y estaban perfectamente integrados socialmente. William Howell Masters (1915-2001) y Virginia Eshelman Johnson (1925- ) estudiaron la fisiología sexual como un requisito imprescindible para diseñar una terapia que tratara de mejorar la respuesta sexual humana cuando estuviera alterada. Así definieron las llamadas disfunciones sexuales en las que no incluyeron el antiguo concepto de hiperestesia sexual. Para ellos, como para la sexología moderna, el problema, al contrario que para Krafft Ebing, era el déficit de deseo, no su exceso que, en casos extremos, consideraron dentro del campo de la psiquiatría como un síntoma más de un cuadro psicopatológico, como la manía. Así el análisis del deseo sexual hiperactivo quedaría muy dependiente de su diagnóstico psiquiátrico. Su diagnóstico podría oscilar desde una variación de la normalidad que siempre crearía problemas en una sociedad donde persisten actitudes prohibitivas  o un síntoma de un cuadro psicopatológico, lo que lo sitúaría fuera del contexto sexológico.

El nuevo concepto de adicción al sexo

Este término, relativamente reciente, no está incluido definitivamente en las clasificaciones psiquiátricas al uso y no goza de aceptación universal. En el DSM-IV-TR podría codificarse como “Trastorno sexual no especificado” o dentro de los “trastornos del control de impulsos no especificados”.

Se referiría a personas con impulsos sexuales compulsivos que sufren deterioro de la conducta si no pueden satisfacerlos. En el mismo modelo que las adicciones se supone que habría dependencia psicológica y física junto con síndrome de abstinencia. En la tabla se reseñan algunos signos clínicos para orientar el diagnóstico que habitualmente se utilizan. Incluiría los términos históricos de satiriasis y ninfomanía (Tabla 1). Obsérvese la ambiguedad, la amplia posibilidad de interpretación y por tanto de manipulación de los criterios que se proponen.

Tabla 1. Sintomas de adicción sexual

Conductas que están fuera de controlConsecuencias adversas graves (médicas, legales, interpersonales) debidas a la conducta sexualBúsqueda persistente de conductas sexuales autodestructivas o de alto riesgoIntentos repetidos de detener o limitar la conducta

Obsesiones o fantasías sexuales como principal mecanismo de afrontamiento

Necesidad de incrementar la actividad sexual

Cambios anímicos intensos relacionados con la actividad sexual (P.ej. depresión, euforia)

Cantidad excesiva de tiempo dedicado a la búsqueda, actividad o recuperación de experiencia sexual

La conducta sexual interfiere con las actividades sociales, laborales o recreativas

Las parafilias serían los tipos de conducta más frecuentes en los adictos al sexo. En muchos casos habría enfermedades mentales asociadas como ansiedad (incluido el rastorno obsesivo), depresión, trastorno bipolar, esquizofrenia y personalidad antisocial y limite.

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El concepto de adicción al sexo podría ser visto como un nuevo intento de etiquetar como patológico el deseo sexual activo fuera de los cauces aceptados socialmente, de incluirlo en el ámbito de la anormalidad utilizando la norma sanitaria. Algo parecido a lo que pasó a principios de siglo XX con la teoría de la degeneración nerviosa, en la que hubo un intento de legitimar una moral sexual concreta con argumentos pseudocientíficos. Cabe preguntarse si merece la pena crear una nueva categoría dentro de los trastornos mentales si los sujetos con síntomas o conductas como las reseñadas están ya, de hecho, incluidas en otros como las adicciones, los problemas de control de impulsos,  las parafilias o los trastornos de ansiedad y del estado de ánimo. La expresión del deseo sexual humano siempre tendrá variaciones individuales y su modulación será a veces conflictiva para algunos individuos, por lo que parece necesario construir socialmente con la experiencia histórica acumulada un proyecto ético realista y suficientemente tolerante que regule las relaciones entre las personas sexuadas y libres. Esto no es algo sencillo pero probablemente no puede sustituirse por nuevos intentos represivos.

Bibliografía resumida:

Krafft-Ebint R.: Psicopatía sexual, tomo 1. Ateneo Editorial, 1955.

Freud S. Obras completas. Edición española en Biblioteca Nueva, 1972.

Reich W. La función el orgasmo. Paidós, 1983.

Masters W.H., Jhonson V.E. Incompatibilidad sexual humana. Interamericana 1981 (publicado originalmente en 1970)

González Correales R. Sexualidad y medicina: una breve perspectiva histórica. Sexología integral 2006; 3(4): 223-230

Kaplan H.I. Sadock B.J. Tratado de psiquiatría, Vol 2, Interamericana.6ª edición. 1997.

http://www2.hu-berlin.de/sexology/GESUND/ARCHIV/SPANISCH/FIRST.HTM magnífico archivo de la universidad Humboldt de Berlin donde puede encontrarse multiple información sobre solología incluyendo un libro descargable sobre historia de la investigación del sexo.

[1] Robinson Paul. Los modernizadores del sexo. Revista de sexología. Extra doble Nº 67 y 68. Pag. 8. Publicaciones del instituto de sexología 1995


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5 replies on “Shame (II): de los oscuros ecos del pasado y del deseo”
  1. says: jesus de la gandara

    Ramón, leído.. qué pasada de información… el que sabe sabe.

    Port cierto, en blog no te parace mejor pasar se bibliografía y poner solo enlaces web…?

  2. says: maría josé

    Muchas gracias! Estoy haciendo un trabajo para la universidad, analizando esta película y me ha servido un montón ! Es muy preciso y bastante completo. 🙂

  3. says: Óscar S.

    Qué exhaustivo… Acabo de verla y el tipo, que responde a tu aguda descripción, sencillamente debería buscarse alguna otra ocupación (postmoderna o no) en la que sentirse realmente concernido, o eso es al menos lo que le diríamos sus amigos, seguramente sin éxito… Pero es que ni siquiera tiene amigos -si los tuviera, la situación no sería tan extrema.

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