El poder de Babasónicos

Le preguntaban hace unos años a Adrián Dárgelos, vocalista de Babasónicos, que eligiera un superpoder con el que aderezar sus días. El poder de olvidarlo todo, contestó seguro y demasiado rápido, como si de niño, en vez de haber fantaseado con las habilidades del hombre araña o la mujer gato, hubiera sentido siempre su kryptonita; ese dolor, tan hondo, que no se va, porque late de la herida vital, en ocasiones tan propia.

Llovizna en Barcelona, cuerpos fríos y fantasmagóricos transitan con pasos rápidos Parallel y los tiempos están para olvidarlo todo. Sin embargo, como siempre, “siento un fulgor y quiero entrar” cuando veo el letrero del teatro Apolo encendido y una amalgama de gente haciendo esa fila, en forma de L, que he esperado (tan a gusto) tantas y tantas veces. Hace tiempo que Babasónicos colgó el cartel de sold out pero veo, en seguida, a algún rezagado tratar de conseguir una última entrada a gritos cerca de la puerta.

Dentro, Apolo luce rojo, íntimo, seductor, como anticipando el beat suave de la banda de Dárgelos. En las barras, se empiezan a arremolinar acentos cordobeses, porteños, mendocinos, tucumanos… Algunos ríen, otros se reconocen. Barcelona no es tan grande cuando se comparte país de origen, cuando se frecuentan los mismos refugios para recuperar un poco las raíces en la distancia. En un momento dado, por sorpresa, alguien levanta un cofre de hierba verde, que no es mate, pero que igualmente reparte generoso a los desconocidos de alrededor. Se escucha algún aplauso entre el liar rápido de papel de fumar.

Cuando empieza el concierto la miro a ella, que es de Buenos Aires y tararea con ojos afilados, negros como la noche, las primeras canciones. Dárgelos vestido de blanco, como un gurú de los de antes, se contonea sensual entre focos de colores. Levanta las manos, cierra los ojos, salta hasta descolocarse la bandana azul y soltarse un poco el flequillo. Estamos en segunda fila y pronto sentimos la electricidad cercana al éxtasis de esas canciones que se cantan desde alguna parte de lo ya perdido. Las canciones que sabemos de memoria aunque no las quisiéramos escuchar, porque estaban allí, en la radio, en la peluquería, en el iPod de algún amor lejano. Por un momento, lamento no estar ahí, como ella, fundido con el coro entusiasta. Los chicos del cofre sacan la bandera argentina y botan al unisono, como si la verdadera patria fuera esa: unas cuantas canciones compartidas, la hierba fresca, el recuerdo del ayer.

Babasónicos con ritmo cadencial, sin palabras de más entre las distintas partituras, repasa uno tras otro sus grandes hits: “Como eran las cosas”, “El loco”, “La izquierda de la noche”, “Putita”, “Irresponsables”…. Esas letras que hablan de lo universal, es decir, del amor: del amor cuando se forma, del amor cuando se va, del amor, incluso, también cuando se queda…

Y por qué no. Por un rato, Dárgelos lo consigue, Babasónicos convierte la música en superpoder. En el superpoder deseado; el de olvidarlo todo y volver a aquellos días donde no sabíamos de la existencia del tiempo o quizá éramos felices o por lo menos no podíamos casi ni imaginar una pandemia mundial u otra guerra en Europa.

Fotografías de Hugo González Granda del concierto de Babasonicos del 09/03 en la sala Apolo.

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