“Primera ley: un robot no hará daño al ser humano ni, por inacción permitirá que sufra daño.
Segunda ley: un robot debe cumplir las leyes dadas por seres humanos a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.
Tercera ley: un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.
Cuarta ley (añadida posteriormente) : un robot no puede dañar a la humanidad o por inacción, permitir que la humanidad sufra daños.”
Leyes de la robótica. Isaac Asimov
Busco los libros de la serie de “La Fundación” en mi biblioteca y veo que el primero lo comencé a leer en Julio de 1990, en Torrevieja, en la edición de bolsillo de Plaza y Janés, con las portadas en tonos predominantemente azules e ilustraciones coloristas que trataban de imaginar el futuro. Un amigo de entonces me aseguró que era una buena lectura para el verano, de esas en las que uno está deseando dejar de hacer cualquier cosa para continuar leyendo o simplemente no quiere levantarse durante horas de la hamaca frente al mar. Yo estaba reticente, con esa arrogancia que es tan frecuente en la juventud. Nunca había leido ciencia-ficción y la tenía situada casi al mismo nivel que las novelas del oeste, algo que no debía leer alguien de cierta edad al que le gustara de verdad la literatura, sobre todo teniendo en cuenta todas las novelas que consideraba importantes que me quedaban por leer. Sin embargo decidí comprarme el primer libro y aún recuerdo la sensación que me causó sumergirme en el año 12.000 de la era Galactica y seguir los pasos de Gaal Dornick acercándose a Trantor, el gran planeta situado en la zona central de la galaxia y recubierto casi totalmente de titanio, salvo en la zona imperial donde todavía existía un área forestal al descubierto que permitia el privilegio de contemplar directamente el cielo gris. Un mundo imponente habitado por cuarenta mil millones de personas dedicadas casi totalmente a las actividades administrativas de un inmenso y poderoso Imperio Galactico, compuesto de millones de planetas habitados, muchos de los cuales se dedicaban a suministrarle todas las materias primas y los alimentos que necesitaba. Un tiempo donde ya se había olvidado el planeta de origen de la especie humana. El lugar donde habitaba Hari Seldon, el gran científico que había revolucionado la psicohistoria (la ciencia de predecir el comportamiento estadístico de grandes masas humanas a partir de una combinación de saberes interdisciplinares: historia, psicología y estadística matemática), lo que le había permitido darse cuenta de que ese Imperio está realmente en crisis desde hacía siglos, a pesar de lo que aparentaba, y que tras su caída sobrevendría inevitablemente un periodo de caos y barbarie de unos treinta mil años a no ser que pudiera acortarse hasta los mil creando algunas condiciones que creía poder inducir. Es por eso que piensa en crear dos Fundaciones, una en cada extremo de la Galaxia. La Primera Fundación en Terminus, centrada en las ciencias físicas y en que el conocimiento científico no se pierda (deben confeccionar una Enciclopedia Galáctica que recoja todo el saber existente), fue instituida con gran despliegue publicitario y auspiciada secretamente por el propio emperador. La Segunda Fundación constituida de forma secreta (incluso para los de la Primera Fundación) por científicos con poderes mentales y los conocimientos psicohistoricos para interpretar la evolución de la humanidad y el cumplimiento del Plan Seldon que no admitía ninguna intervención directa sobre el curso historico porque lo invalidaría.
Lo asombroso es que todo lo pensó en 1941, en plena guerra, cuando trabajaba en un empresa química y escribía sobre multitud de cosas de divulgación histórica o científica además de relatos que iba publicando donde podía para completar el sueldo. Tenía entonces 21 años y escribió la trilogía entera en los diez siguientes, inspirado por “La decandencia y caida del Imperio romano” de Edward Gibbon, dando la sensación de haber incorporado todas las claves culturales de su civilización junto con la experiencia terrible de su tiempo. Es imposible no pensar, salvando todas las distancias, en Popper escribiendo en esos mismos momentos, en Nueva Zelanda, “La sociedad abierta y sus enemigos” planteándose también el problema del historicismo, tratando de comprender el horror de todo lo que había pasado y pensando en qué podría hacerse para que no se produjera otra vez. El método de Asimov, que se formó en química pero querría haberlo hecho en historia, fue escribir una novela histórica del futuro, con una perspectiva temporal muy larga, donde pudieran desarrollarse todas las vicisitudes por las que habría pasado la humanidad hasta llegar a unas determinadas situaciones estables, de aparente progreso, que siempre son frágiles y transitorias, que siempre tienen damnificados y enemigos que las cuestionan y quieren tomar el poder alentados por intereses o creencias más o menos utópicas que les funcionan como religiones y les aportan certeza y cohesión. Leer la serie de la Fundación produce, a la vez, el placer que aporta la sensación de comprender algunos de esos posibles procesos (o la interpretación que nosotros les damos en el momento en que los leemos) y el vértigo de descubrir la complejidad que tienen, el fondo de extremo azar en el que se desarrolla nuestra vida, los límites de la naturaleza humana y las paradojas que eso produce: la ineludible tensión entre la voluntad individual y la dinámica social que tan a menudo colisionan; el papel de las emociones que tanto alteran nuestra percepción y nuestra conducta y que nunca tenemos del todo en nuestras manos; lo que ocurre delante de nosotros pero sin embargo no podemos ver ni pensar, quizá porque se precisa un nuevo conocimiento que todavía no hemos adquirido; lo iguales y lo diferentes que somos, las cualidades y recursos que no poseemos en un momento determinado y otros sí poseen; lo difícil que es saber la verdad de las cosas y por tanto lo fácil que puede resultar manipular y desinformar; lo perdidos y solos que estamos en el tiempo; el poder de la determinación y el amor. El plan Seldon que estuvo tan cerca de torcerse por el poder mental del Mulo que escapó de Gaia y convertía a todos los enemigos en aliados que le obedecían hasta que lo mató una mujer, Bayta Darell.
Leí hace poco, de nuevo, “Los límites de la fundación” y “Fundación y tierra” que Asimov escribió más de treinta años después de que comenzara a escribir la “Trilogía de la Fundación” que ganó el premio Hugo en 1966 a la mejor serie de novelas de ciencia ficción. Ha sido toda una experiencia releerlas precisamente ahora cuando hay una nueva guerra en Europa y el Imperio dominante da evidentes síntomas de agotamiento, mientras otro se prepara para sustituirlo. Tanto que he vuelto a comenzar a leer la primera novela de la saga (“Fundación”) y es imposible no hallar continuas concomitancias, posibles interpretaciones de la actualidad que parece tan antigua. Es difícil no pensar en como los planetas de la periferia tratan de atacar a la Primera Fundación, en como el viejo Imperio también trata de acabar con ella, en las armas que se utilizan que no siempre son tecnológicas aunque eso termina siendo muchas veces fundamental porque queda más que claro que los que saben inventarlas y fabricarlas solo son unos pocos que, a su vez, dependen de un cierto contexto científico y cultural que puede desaparecer casi de pronto. Observar también, a través de esa lectura (el episodio del alcalde Hardin contra los de Anacreonte, por ejemplo); la guerra de desinformación y propaganda y el uso interesado de la equidistancia; la estupefacción que siempre nos producen los que creen tener argumentos morales fehacientes para justificar (o disculpar) unas invasiones porque antes hubo otras (siempre presuntamente peores)aunque se hayan pasado la vida justificando tiranías sin límites, lo que evidencia hasta que punto los extremos se tocan, como ya ocurrió otras veces; las múltiples paradojas que parecen irresolubles en un mundo siempre imperfecto que muchos se creen capaces de arreglar en la barra de un bar cuando todos tenemos tantos problemas para organizar cosas sencillas de nuestra propia vida; la contradicción irresoluble de las leyes de la robótica (¿y qué nos diferencia de un robot?) cuando se incluye la cuarta con una abstracción como humanidad que cada uno interpreta a su manera y puede incluir eliminar humanos o robots que atenten presuntamente contra ella, lo que ahora mismo es tan actual con la crisis ecológica.
Asimov que se sabía evidentemente superdotado porque aprendió a leer solo, antes de ir al colegio, y tenía una memoria prodigiosa para todo lo que le interesaba, pero que también era consciente de sus defectos emocionales y las muchas dificultades que tuvo en su vida. Entre ellas del precio que pagaba por la amplitud de esos intereses y su determinación y placer por divulgarlos, lo que le llevo a publicar 500 libros en 70 años de vida, aunque ya a los 56 tuvo un infarto de miocardio que le dejó como secuela una angina de esfuerzo y que, luego, requirió un triple by-pas cuando tenía 63. Aún así refiere que trató de obviar la enfermedad para no afectara en su trabajo diario que era inmenso, tanto que en algún momento de sus “Memorias” reconoce que la mayor parte de su vida la pasó escribiendo. Asimov que predijo tanto el futuro, al que siempre se vuelve como si fuera un Hari Seldon: para tratar de recuperar un poco de distancia y lucidez o cierta forma de esperanza, precisamente en los momentos en que es tan fácil dejarse llevar hacia las vías muertas del nihilismo, de la cobardía o , simplemente de la estupidez fanática.
Aquel dialogo de Hardin en el capitulo 5 de los Enciclopedistas
“—Hardin —le recordó Fara—, es que es imposible.
—Pero si no lo han intentado. Ni siquiera una sola vez. ¡Primero se negaron a admitir que existiera alguna amenaza! ¡Después depositaron una confianza ciega en el emperador! Ahora esperan que los salve Hari Seldon. En todo momento han apelado invariablemente a la autoridad o al pasado, jamás a sus propios recursos.
Abrió y cerró los puños espasmódicamente.
—Todo se reduce a una actitud equivocada, un reflejo condicionado que bloquea la independencia de sus mentes siempre que se plantea la posibilidad de oponerse a la autoridad. Jamás se les ocurriría dudar que el emperador sea más poderoso que ustedes, o Hari Seldon más sabio. Y eso es un error, ¿no lo ven?
Por el motivo que fuera, nadie se molestó en contestar.
—No son los únicos —continuó Hardin—. Se trata de la Galaxia entera. Pirenne oyó lo que piensa lord Dorwin de la investigación científica. Su señoría opina que para ser un buen arqueólogo sólo hay que leer todos los libros que se han escrito sobre la materia… escritos por personas que llevan siglos enterradas. Su método para resolver enigmas arqueológicos pasa por contrastar autoridades enfrentadas. Y Pirenne se quedó escuchando sus palabras sin oponer ninguna objeción. ¿No se dan cuenta de que algo anda mal en todo eso?”
“Memorias” (fragmentos). Isaac Asimov)
(…) “Ya he hablado de mi temprano interés por la historia, mi deseo de especializarme en este campo e incluso de hacer un doctorado. Dejé todo esto de lado porque creí que no funcionaría bien. En vez de eso, me dediqué a la química, pero mi interés por la historia permaneció.
Me encantan las novelas históricas (si no contienen ni demasiada violencia ni demasiado sexo sucio) y todavía las sigo leyendo siempre que puedo. Naturalmente, igual que mi amor por la ciencia ficción me llevó al deseo de escribir ciencia ficción, mi afición por las novelas históricas me indujo a querer escribir novelas históricas.
Pero para mí era imposible escribir una novela histórica. Requería una enorme cantidad de lectura e investigación y no podía perder tanto tiempo haciéndolo. Quería escribir.
Así que se me ocurrió q ue podría escribir una novela histórica si me inventaba mi propia historia. En otras palabras, podría escribir una novela histórica del futuro, una historia de ciencia ficción que se leyera como una novela histórica.”
(…) “Acababa de leer por segunda vez Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano, de Edward Gibbon, y se me ocurrió que podía escribir una novela sobre la decadencia del Imperio galáctico. El 1 de agosto de 1941 se lo comenté a Campbell y la idea le entusiasmó. No quería sólo una novela, sino una gran saga, sin límite previo, de la caída del Imperio galáctico, la Edad oscura que le sigue y el resurgimiento de un Segundo Imperio galáctico, todo mediante la ciencia inventada denominada “psicohistoria”, que permitía a los psicohistoriadores capacitados prever los movimientos de masas de la historia del futuro.”
(…)”había escrito la serie de la Fundación, de principio a fin, a la impetuosa edad que media entre los veintiuno y los treinta años, y bajo el látigo de Campbell. En ese momento tenía sesenta y cinco años y John Campbell ya no existía ni tenía parangón.
Me horrorizaba que me obligaran a escribir una novela de la Fundación y que no valiera nada. Doubleday no la podría rechazar y la publicaría; pero los críticos y los lectores la pondrían de vuelta y media y yo pasaría a la historia de la ciencia ficción como un escritor que fue magnífico en su juventud, pero que después intentó aferrarse a ella cuando fue viejo e incompetente y terminó por convertirse en un burro.
(…) “antes de empezar tenía que releer la trilogía de la Fundación. Me sentía aterrorizado puesto que estaba convencido de que me parecería un texto tosco e inmaduro después de todos estos años. Seguramente me desconcertaría leer las tonterías que escribí cuando tenía poco más de veinte años.
Así que, con aprensión, abrí el libro el 1 de junio de 1981 y al cabo de unas pocas páginas reconocí que me había equivocado. Sin duda, descubrí los toques folletinescos de las primeras narraciones, y supe que lo podía haber hecho mejor después de haberme tomado unos cuantos años más para aprender mi oficio, pero el libro me había atrapado. No pude dejar de pasar las páginas.
No recordaba lo suficiente para saber con seguridad cómo iban a resolver sus problemas mis personajes y lo leí con gran emoción.
Por supuesto, me di cuenta de que le faltaba acción, los problemas y soluciones estaban expresados fundamentalmente en forma de diálogo, de discusiones racionales planteadas desde distintos puntos de vista, sin indicaciones claras para el lector de qué opinión era la válida y cuál la errónea. Al principio unos personajes eran los malos, pero a medida que avanzaba la acción, los héroes y los villanos se difuminaban en sombras grises y el problema real siempre era: ¿qué era mejor para la humanidad?
Para esto nunca había una respuesta clara. Siempre suministraba una respuesta, pero todo el tono de la serie indicaba que, como sucede en la historia, no existía una respuesta definitiva.
Cuando terminé de leer la trilogía, el 9 de junio, experimenté exactamente lo que los lectores me habían dicho durante décadas, una sensación de furia porque se había acabado y no había más.
Quería escribir la cuarta novela de la Fundación, pero aún no tenía un argumento para ella, y entonces descubrí el comienzo de una cuarta novela de la Fundación que había iniciado unos cuantos años antes. Había escrito catorce páginas y después abandoné, sobre todo porque tenía muchas otras cosas que hacer.
Entonces repasé esas catorce páginas, y vi que se leían bien. Esto me dio pie para comenzar una novela todavía sin final. (Siempre lo suelo hacer al revés.) Así que me senté a crear un final, y al día siguiente forcé a mis dedos temblorosos a reescribir estas catorce páginas y después seguí adelante.
No fue un trabajo fácil. Traté de conservar el estilo y la atmósfera de las primitivas narraciones de la Fundación. Tuve que resucitar toda la parafernalia de la psicohistoria y hacer referencias a quinientos años de historia pasada. Me esforcé por mantener un bajo nivel de acción y subir la fuerza de los diálogos (los críticos se quejan a menudo de esto pero no me importa en absoluto) y tuve que presentar perspectivas racionales equiparables y describir varios mundos y sociedades diferentes.
Además, no me sentía cómodo porque me fijé en que las primeras narraciones de la Fundación habían sido escritas por alguien que conocía sólo la tecnología de los años cuarenta. Por ejemplo, no había ordenadores, aunque suponía la existencia de unas matemáticas muy avanzadas. No intenté explicarlo. Me limité a poner ordenadores muy avanzados en la nueva novela de la Fundación y esperé que nadie notara la inconsecuencia. Por raro que parezca, nadie lo hizo.
En las primeras novelas de la Fundación no había robots y tampoco los introduje en la nueva.”
(…) “Llamé a la nueva novela Lightning Road, por razones que me parecían buenas y suficientes, pero Doubleday vetó ese título de inmediato. Una novela de la Fundación tenía que incluir la palabra “Fundación” en el título de manera que los lectores supieran de inmediato que eso era lo que estaban esperando. En este caso, Doubleday tenía razón, y por fin le puse el título de Los límites de la Fundación.
Me costó nueve meses escribir la novela y fue una época difícil, no sólo para mí sino también para Janet, ya que mi desasosiego respecto de la calidad de la novela se reflejó en mi humor. Cuando pensaba que la novela no iba bien meditada tristemente, en silencio y deprimido, y Janet afirmó que añoraba los días en que escribía sólo no ficción, cuando no tenía problemas, y mi humor era generalmente risueño.
Otra razón para mi melancolía era que mientras escribía la novela no podía emprender tareas de no ficción de gran envergadura, aparte de la revisión constante de la Enciclopedia biográfica. Desde luego, durante estos nueve meses coedité casi veinte antologías, escribí varios relatos cortos de ciencia para Walker, y produje un flujo constante de piezas cortas, pero echaba en falta mis grandes proyectos.
Por fin, el 25 de marzo de 1982 terminé la novela y la entregué de inmediato, conseguí la segunda parte de mi adelanto al instante y recibí mi primer ejemplar de Los límites de la Fundación en septiembre.
Para entonces, Doubleday me informó de que les habían llegado grandes pedidos por anticipado, pero me lo tomé con calma y tranquilidad. A los pedidos grandes podían muy bien seguirles grandes devoluciones y las ventas reales podían ser pequeñas.
Estaba equivocado.
Durante más de treinta años, generaciones y generaciones de lectores de ciencia ficción leyeron las novelas de la Fundación y habían pedido más a voces. Todos ellos, el equivalente a treinta años de aficionados, estaban ahora dispuestos a saltar sobre el libro en el momento en que apareciera.
El resultado fue que a la semana de su publicación Los límites de la Fundación aparecieron en el lugar número doce de la lista de libros más vendidos del New York Times, y honestamente no podía creer lo que estaba viendo. Había publicado obras durante cuarenta y tres años y Los límites de la Fundación era mi libro número doscientos sesenta y dos. Nunca me habían ni tan siquiera asomado a estas listas durante todo este tiempo y no sabía muy bien qué hacer.
El libro llegó hasta el tercer lugar el primer domingo de diciembre, y permaneció en la lista durante veinticinco semanas en total. Podría haber esperado una más, para poder decir “medio año”, pero todo este tiempo era exactamente veinticinco semanas de permanencia en la más prestigiosa lista de éxitos, muchísimo más de lo que había soñado nunca en mis mayores momentos de megalomanía, así que no podía quejarme. (Y debo añadir que mis ingresos, que pensé que se verían perjudicados por mi retorno a la ficción, enseguida se duplicaron.)”
Excelente, sin más.
Sabes que tengo en un pedestal escritores muy distintos, de los intencionadamente jodidos y elevados, pero si tuviera que recomendar a algún pobre huérfano de cultura un festín de gozo en la lectura sería la saga de Fundación. Ese envite no me podría jamás fallar. Curiosamente, Elon Munsk ha enviado al espacio exterior una suerte de memoria de la humanidad sumada a la trilogía de la Fundación. Congratulations, Elon, por tu buen gusto, pero perdona, te quedan unos cuantos libros por leer, Fundación no se limita a trilogía, no les prives a los aliens…
Pues yo, Ramón, acabo de ponerme un episodio cualquiera de la serie, el quinto, y no he visto nada que tuviera que ver con Asimov, pero nada, al igual que la franquicia que se inventaron de Wachtmen nada tenía que ver con el gran clásico, pero nada, como si, yo qué sé, Jack Black tratase de interpretar en una peli el papel de Cary Grant… Así que lo he dejado a los 8 minutos exactos. Está claro que para esta productora “Fundación” es un significante vacío, como decía el plasta de Laclau, de manera que lo han rellenado con una especie de mezcla entre Star Wars y Dune, es decir, algo imposible, monstruoso y seguramente maléfico. Espero que Asimov, desde el otro mundo, sea convocado por los fans para atormentar a los responsables de esta cosa con espeluznantes pesadillas en las que, ¡horror!, escuchen conferencias científicas completas de las de verdad…