El circo como metáfora del desafío vital, del sueño esperanzado. El placer estético de los limites del cuerpo pleno, de la diversidad de formas y movimientos que entrelazan y sugieren todas las realidades posibles. Decía siempre Allan Watts que la vida no es un problema a resolver sino una realidad a experimentar. Es curioso como a veces son las ficciones que nosotros mismos inventamos las que nos crean las emociones más nítidas, las epifanías más bellas.
Crystal, el nuevo espectáculo de Cirque du Soleil en Barcelona, bucea en la fricción siempre latente entre el yo que desea y el yo que debe, entre el conformismo adaptativo y la necesidad de romper para poder surgir, para tener una voz propia que nos permita mirar con agrado nuestro reflejo en los lagos de hielo.
“El hielo es un espejo, por más que patino no logro alejarme”, comenta Crystal, la protagonista, mientras baja las escaleras patinando, con facilidad y temple, a una velocidad de gacela. Patina, patina, patina, mientras el hielo se quiebra, tratando de escaparse de algo que no deja de ser ella misma, hasta que el lago helado la devora, simulando el agujero negro que a veces es el subconsciente que a todos nos atrapa y a todos nos engulle. Es entonces cuando empieza la persecución; los miedos surgen de entre las sombras y crecen y crecen haciendo acrobacias cada vez mas pulcras, hasta que el acorralamiento es inevitable y todo se mezcla, la infancia, los anhelos, los otros yo posibles.
La doble de Crystal aparece de pronto, más oscura, más rígida, más estructurada y comienza la dicótomia eterna entre la razón y el corazón. Una increíble coreografía entre las dos escenifica la lucha tantas veces escrita, tantas veces contada. Suena Chandelier de SIA y la Crystal del ”ser”, del corazón, toma la iniciativa, se balancea en el trapecio y vuela y el mundo parece cobrar sentido.
“Modifico, transformo, me dibujo a mí misma con nuevos trazos, puedo escribir mi propia alegría”. El poder de la transformación, del cambio, cuando nos orientamos en el camino correcto. La escena muta y entramos en un mundo surrealista, en el camino de Crystal hacia su intuición, hacia convertirse en lo que siempre estuvo destinada a ser: alguien despierta, curiosa y creativa.
Pero no todo es tan fácil, la Crystal del “deber” vuelve y se adueña del protagonismo. Se transporta a otro momento, a otro lugar, a su adultez, a las limitaciones de vivir en comunidad, a su vida laboral. Mientras la Crystal “ser” quiere liberarse, crear nuevos mundos y posibilidades, la Crystal “deber” la encierra entre cubículos grises, donde todos trabajan al unísono como robots. De fondo suena Sinnerman de Nina Simone.
Crystal en un último impulso, el del amor propio, logra salir de las jaulas. De repente un piano de hielo sale a escena y suena Halo de Beyonce. El otro amor, el romántico, donde de verdad vemos lo que queremos ver, aparece del techo colgado por una cuerda roja. El baile es bello, aéreo, extático…
…pero termina y de nuevo Crystal aparece sola en escena, esta vez multiplicada por cuatro, haciendo ver que es ella misma la que se acecha, la que se persigue, la que se reta. Son sus propios pensamientos y dudas, su auto-aceptación, el reto a superar.
“Cuesta respirar. Cuesta respirar, bajo el agua todo se ralentiza y parece más grande. Quiero volver volver arriba. Cuesta respirar. No tengo que perseguirme. No necesito marcharme para ser yo. Cuesta respirar. Puedo regresar. Casi estoy en casa. Lucharé para amar. Cuesta respirar. Cuesta respirar. Quiero volver a casa”
El Cirque du Soleil sigue siendo un buen refugio para acercarse a las posibilidades del juego, de la danza, de la creación, y así evitar al menos por un rato esa sensación tan circense y universal de estar colgados de ninguna parte con el peso del latido existencial en la sien.
Maravilloso texto para acompañar un acontecimiento eminentemente visual. Deberían repartirlo junto con la entrada…